El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
7º domingo de Pascua - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)
EVANGELIO
Subió al cielo y se
sentó a la derecha de Dios.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 16, 15-20
En aquel tiempo, se apareció
Jesús a los Once y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad
el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice se
salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán
estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán
serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño.
Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor
Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el
Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las
señales que los acompañaban.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2017-2018 -
10 ó 13 de mayo de 2018
NUEVO
COMIENZO
(Ver homilía del 17 ó 20 de mayo
de 2012)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2014-2015 -
14 ó 17 de mayo de 2015
CONFIANZA
Y RESPONSABILIDAD
(Ver homilía del 21 ó 24 de mayo
de 2009)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
17 ó 20 de mayo de 2012
NUEVO
COMIENZO
Los evangelistas describen con
diferentes lenguajes la misión que Jesús confía a sus seguidores. Según Mateo,
han de "hacer discípulos" que aprendan a vivir como él les ha
enseñado. Según Lucas, han de ser "testigos" de lo que han vivido
junto él. Marcos lo resume todo diciendo que han de "proclamar el
Evangelio a toda la creación".
Quienes se acercan hoy a una
comunidad cristiana no se encuentran directamente con el Evangelio. Lo que
perciben es el funcionamiento de una religión envejecida, con graves signos de
crisis. No pueden identificar con claridad en el interior de esa religión la
Buena Noticia proveniente del impacto provocado por Jesús hace veinte siglos.
Por otra parte, muchos cristianos
no conocen directamente el Evangelio. Todo lo que saben de Jesús y su mensaje
es lo que pueden reconstruir de manera parcial y fragmentaria recordando lo que
han escuchado a catequistas y predicadores. Viven su religión privados del
contacto personal con el Evangelio.
¿Cómo podrán proclamarlo si no lo
conocen en sus propias comunidades? El Concilio Vaticano II ha recordado algo
demasiado olvidado en estos momentos: "El Evangelio es, en todos los
tiempos, el principio de toda su vida para la Iglesia". Ha llegado el
momento de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde lo
primero es acoger el Evangelio de Jesús.
Nada puede regenerar el tejido en
crisis de nuestras comunidades como la
fuerza del Evangelio. Solo la experiencia directa e inmediata del Evangelio
puede revitalizar la Iglesia. Dentro de unos años, cuando la crisis nos obligue
a centrarnos solo en lo esencial, veremos con claridad que nada es más
importante hoy para los cristianos que reunirnos a leer, escuchar y compartir
juntos los relatos evangélicos.
Lo primero es creer en la fuerza
regeneradora del Evangelio. Los relatos evangélicos enseñan a vivir la fe no
por obligación, sino por atracción. Hacen vivir la vida cristiana no como deber,
sino como irradiación y contagio. Es posible introducir ya en las parroquias
una dinámica nueva. Reunidos en pequeños grupos, en contacto con el Evangelio,
iremos recuperando nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Hemos de volver al Evangelio como
nuevo comienzo. Ya no sirve cualquier programa o estrategia pastoral. Dentro de
unos años, escuchar juntos el Evangelio de Jesús no será una actividad más
entre otras, sino la matriz desde la que comenzará la regeneración de la fe
cristiana en las pequeñas comunidades dispersas en medio de una sociedad
secularizada.
Tiene razón el papa Francisco
cuando nos dice que el principio y motor de la renovación de la Iglesia en
estos tiempos hemos de encontrarlo en «volver a la fuente y recuperar la
frescura original del Evangelio».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
21 ó 24 de mayo de 2009
CONFIANZA
Y RESPONSABILIDAD
Proclamad
el Evangelio a toda la creación.
Al evangelio original de Marcos
se le añadió en algún momento un apéndice donde se recoge este mandato final de
Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la creación». El Evangelio no ha de quedar en el interior
del pequeño grupo de sus discípulos. Han de salir y desplazarse para alcanzar
al «mundo entero» y llevar la Buena
Noticia a todas las gentes, a «toda la
creación».
Sin duda, estas palabras eran
escuchadas con entusiasmo cuando los cristianos estaban en plena expansión y
sus comunidades se multiplicaban por todo el Imperio, pero ¿cómo escucharlas
hoy cuando nos vemos impotentes para retener a quienes abandonan nuestras
iglesias porque no sienten ya necesidad de nuestra religión?
Lo primero es vivir desde la
confianza absoluta en la acción de Dios. Nos lo ha enseñado Jesús. Dios sigue
trabajando con amor infinito el corazón y la conciencia de todos sus hijos e
hijas, aunque nosotros los consideremos «ovejas perdidas». Dios no está
bloqueado por ninguna crisis.
No está esperando a que desde la
Iglesia pongamos en marcha nuestros planes de restauración o nuestros proyectos
de innovación. Él sigue actuando en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Nadie
vive abandonado por Dios, aunque no haya oído nunca hablar del Evangelio de
Jesús.
Pero todo esto no nos dispensa de
nuestra responsabilidad. Hemos de empezar a hacernos nuevas preguntas: ¿Por qué
caminos anda buscando Dios a los hombres y mujeres de la cultura moderna? ¿Cómo
quiere hacer presente al hombre y a la mujer de nuestros días la Buena Noticia
de Jesús?
Hemos de preguntarnos todavía
algo más: ¿Qué llamadas nos está haciendo Dios para transformar nuestra forma
tradicional de pensar, expresar, celebrar y encarnar la fe cristiana de manera
que propiciemos la acción de Dios en el interior de la cultura moderna? ¿No
corremos el riesgo de convertirnos, con nuestra inercia e inmovilismo, en freno
y obstáculo cultural para que el Evangelio se encarne en la sociedad
contemporánea?
Nadie sabe cómo será la fe
cristiana en el mundo nuevo que está emergiendo, pero, difícilmente será
«clonación» del pasado. El Evangelio tiene fuerza para inaugurar un
cristianismo nuevo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
25 ó 28 de mayo de 2006
LA MEJOR
NOTICIA
Proclamad
la Buena Noticia.
Hacia el año 9 a.C., los pueblos
griegos de la provincia romana de Asia tomaron la decisión de cambiar el
calendario. En adelante la historia de la Humanidad no se contaría a partir de
la fundación de Roma, sino a partir del nacimiento de Augusto. La razón era de
peso. Él había sido «Buena Noticia»
(euangelion) para todos, pues había traído la paz introduciendo en el mundo un
orden nuevo. Augusto era el gran «bienhechor» y «salvador».
Los cristianos comenzaron a
proclamar un mensaje muy diferente: «La Buena Noticia no es Augusto sino
Jesús». Por eso, el evangelista Marcos tituló así su evangelio: «Buena Noticia de Jesús, el Mesías, Hijo de
Dios». Y por eso, en su evangelio, el mandato final del resucitado es éste:
«Id al mundo entero y proclamad la Buena
Noticia a toda la creación».
«Buena noticia» es algo que, en
medio de tantas experiencias malas, trae a la vida de la gente una esperanza
nueva. Las «buenas noticias» aportan luz, despiertan la alegría, dan un sentido
nuevo a todo, animan a vivir de manera más abierta y fraterna. Todo esto y más
es Jesús, pero ¿cómo proclamarlo hoy como Buena Noticia?
Podemos explicar doctrinas
sublimes acerca de Jesús: en él está la «salvación» de la humanidad, la
«redención» del mundo, la «liberación» definitiva de nuestra esclavitud, la
«divinización» del ser humano. Todo esto es cierto, pero no basta. No es lo
mismo exponer verdades cuyo contenido es teóricamente bueno para el mundo, que
hacer que la gente pueda experimentarle a Jesús como algo «nuevo» y «bueno» en
su propia vida.
No es difícil entender por qué la
gente le sentía a Jesús como «Buena Noticia». Todo lo que él decía les hacía
bien: les quitaba el miedo a Dios, les hacía sentir su misericordia, les
ayudaba a vivir comprendidos y perdonados. Toda su manera de ser era algo bueno
para todos: era compasivo y cercano, acogía a los más olvidados, abrazaba a los
más pequeños, bendecía a los enfermos, se fijaba en los últimos. Toda su
actuación introducía en la vida de las personas algo bueno: salud, perdón,
verdad, fuerza interior, esperanza. ¡Era una suerte encontrarse con él!
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
29 de mayo ó 1 de junio de 2003
CONFIAR
Ascendió
al cielo.
La Iglesia tiene ya veinte
siglos. Atrás quedan dos mil años de fidelidad y también de no pocas
infidelidades. El futuro parece sombrío. Se habla de signos de decadencia en su
seno: cansancio, envejecimiento, falta de audacia, resignación. Crece el deseo
de algo nuevo y diferente, pero también la impotencia para generar una
verdadera renovación.
No es extraño que crezcan las
expectativas en torno al nuevo Papa. Unos desean firmeza y seguridad, otros
piden reformas profundas, bastantes sueñan con alguna «sorpresa», algo que
movilice de nuevo a la Iglesia. ¿Qué podemos esperar?
El evangelista Mateo culmina su
escrito poniendo en labios de Jesús una promesa destinada a alimentar para
siempre la fe de sus seguidores: «Yo
estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Jesús seguirá
vivo en medio del mundo. Su movimiento no se extinguirá. Siempre habrá
creyentes que actualicen su vida y su mensaje.
Esta fe nos lleva a confiar en la
Iglesia: con retrasos y resistencias tal vez, con errores y debilidades,
siempre seguirá buscando ser fiel al evangelio. Nos lleva también a confiar en
el mundo y en el ser humano: por caminos no siempre claros ni fáciles el reino
de Dios seguirá creciendo.
Hoy hay más hambre y violencia en
el mundo, pero hay también más conciencia para hacerlo más humano. Hay muchos
que no creen en la religión, pero creen en una vida más justa y digna para
todos, que es, en definitiva, el gran deseo de Dios.
Esta confianza puede darle otro
tono a nuestra manera de mirar el mundo y de vivir las cosas grandes y
pequeñas. Al mismo tiempo, puede ayudamos a vivir estos tiempos con paciencia y
paz, sin caer en el fatalismo y sin desesperar del evangelio.
Hemos de sanear nuestras vidas
eliminando aquello que nos vacía de esperanza. Cuando nos dejamos dominar por
el desencanto, el pesimismo o la resignación, nos incapacitamos para
transformar el mundo y renovar la Iglesia. Marcuse
decía que «la esperanza sólo se la
merecen los que caminan». Yo diría que la esperanza cristiana sólo la
conocen los que caminan tras los pasos de Jesús. Son ellos quienes pueden «proclamar el Evangelio a toda la creación».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
1 ó 4 de junio de 2000
PREGUSTAR
EL CIELO
Ascendió
al cielo.
El cielo no se puede describir
pero lo podemos pregustar. No lo podemos alcanzar con nuestra mente pero es
imposible no desearlo. Si hablamos del cielo no es para satisfacer nuestra
curiosidad sino para reavivar nuestra alegría y nuestra atracción por Dios. Si
lo recordamos es para no olvidar el anhelo último que llevamos en el corazón.
Ir al cielo no es llegar a un
lugar sino entrar para siempre en el Misterio del amor de Dios. Por fin, Dios
ya no será alguien oculto e inaccesible. Aunque nos parezca increíble, podremos
conocer, tocar, gustar y disfrutar de su ser más íntimo, de su verdad más
honda, de su bondad y belleza infinitas. Dios nos enamorará para siempre.
Pero esta comunión con Dios no
será una experiencia individual y solitaria de cada uno con su Dios. Nadie va
al Padre si no es por medio de Cristo. «En
él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Sólo
conociendo y disfrutando del misterio encerrado en este hombre único e
incomparable, penetraremos en el misterio insondable de Dios. Cristo será
nuestro «cielo». Viéndole a él «veremos» a Dios.
Pero no será Cristo el único
mediador de nuestra felicidad eterna. Encendidos por el amor de Dios, todos y
cada uno de nosotros nos convertiremos a nuestra manera en «cielo» para los
demás. Desde nuestra limitación y finitud, tocaremos el Misterio infinito de
Dios saboreándolo en sus criaturas. Gozaremos de su amor insondable gustándolo
en el amor humano. El gozo de Dios se nos regalará encarnado en el placer
humano.
El teólogo húngaro L. Boros trata de sugerir esta
experiencia indescriptible: «Sentiremos
el calor, experimentaremos el esplendor, la vitalidad, la riqueza desbordante
de la persona que hoy amamos, con la que disfrutamos y por la que agradecemos a
Dios. Todo su ser, la hondura de su alma, la grandeza de su corazón, la
creatividad, la amplitud, la excitación de su reacción amorosa nos serán
regalados».
Qué plenitud alcanzará en Dios la
ternura, la comunión y el gozo del amor y la amistad que hemos conocido aquí.
Con qué intensidad nos amaremos entonces quienes nos amamos ya tanto en la
tierra. Pocas experiencias nos permiten pregustar mejor el destino último al
que somos atraídos por Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
8 ó 11 de mayo de 1997
EL HUECO
Ascendió
al cielo.
El animal sólo capta en su
entorno aquello que puede ser significativo para su instinto. Todo lo demás no
existe para él. No mira a derecha ni izquierda. Sólo le interesa lo que
enciende y atrae su tendencia instintiva. Los animales viven en un mundo
cerrado.
El ser humano es muy distinto. Va
buscando siempre respuesta concreta a sus necesidades, pero nunca queda
satisfecho del todo. El mundo entero es incapaz de dar respuesta definitiva a
lo que anda buscando. Siempre anhela «algo más». Nunca encuentra satisfacción
duradera en sus propias creaciones. Su destino parece exceder todo lo que ha
conquistado hasta ahora y lo que en el futuro pueda conquistar.
Así lo han visto filósofos y
antropólogos. El deseo humano no conoce límites ni fronteras, vive bajo la
presión de un «exceso de vitalidad» (M.
Scheler), tiende hacia «lo insospechado» (A. Gehlen), está «transido de infinitud» (W Pannenberg), lleva en el corazón de su existencia una «apertura
infinita» (H. Plessner). Está
estructurado de tal manera que en cada deseo y estremecimiento busca algo que
responda a su anhelo de felicidad eterna.
Durante este siglo hemos asistido
a una fuerte crítica a la idea cristiana del «cielo»: no hay nada que esperar
de Dios; todas nuestras esperanzas hemos de ponerlas en el hombre. No hay
cielo, hemos de contentarnos con lo que nos pueda dar la tierra. Ha sido, sin
embargo, un filósofo ateo, el alemán Ernst
Bloch, quien ha planteado de nuevo la cuestión del cielo desde su raíz:
¿Qué hacemos con el «hueco» que deja la eliminación de la hipótesis de un Dios
Salvador?
Hoy la actitud de los filósofos
hacia la esperanza religiosa está cambiando (G.
Váttimo, J. Derrida, E. Levinas, J. Haber- mas). Eugenio Trías acaba de
publicar un estudio con el significativo título La razón fronteriza (Destino, Barcelona, 1999). Una vez más, el
filósofo catalán nos recuerda que la razón siempre se topa con un «límite» más
allá del cual nada puede conocer ni decir. Por eso, frente a una «razón
sacralizada» por la Ilustración, que se ha atrevido a negar todo lo que ella no
puede verificar, Trías aboga por una
«razón fronteriza», abierta al misterio, que permite al espíritu humano
remontarse de su propio cerco para buscar el encuentro con lo trascendente.
Según la fe cristiana, cuando la
razón se encuentra con la frontera del misterio, el espíritu humano es invitado
a creer en el «Dios escondido» que le promete saciar su hambre de felicidad
eterna. Esperar el cielo no es sino escuchar esa promesa. A ello se nos invita
en esta fiesta de la Ascensión del Señor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
12 ó 15 de mayo de 1994
LA CASA
DEL PADRE
Ascendió
al cielo.
El hombre actual ya no sabe morir
de forma religiosa, como en otros tiempos, con la confianza puesta en Dios,
pero todavía no ha descubierto una actitud nueva para enfrentarse a la muerte.
Los intentos que se hacen por desdramatizarla como un «hecho natural» que hemos
de asumir sin problemas, no parecen suscitar mucho entusiasmo.
Son conocidos los versos del
poeta portugués Fernando Pessoa: «Aunque
yo haya muerto, la primavera llegará, las flores florecerán como siempre, y los
árboles reverdecerán como en años anteriores. La realidad no tiene necesidad de
mí. Y yo siento una alegría inmensa al pensar que mi muerte es del todo
insignificante.» El poeta parece sentir una alegría grande porque el mundo
sigue y «la realidad no siente necesidad
de él», pero su poesía, ¿es una poesía alegre?
Ciertamente, podemos pensar que,
en el fondo, no somos tan importantes. ¿Por qué vamos a pretender la
inmortalidad? La muerte es parte de la vida y deberíamos aceptarla como un
proceso biológico natural. Un día yo no estaré, y todo seguirá como siempre.
Así escribía hace unos años Erns Jünger:
«Pronto sucederá que nadie sabrá ni hablará de ti o de mi. Otros vivirán en
estos lugares, y nadie nos echará en falta.»
Todo esto puede ser así. Pero,
entonces, ¿por qué el ser humano no se acostumbra a algo tan «natural»? ¿Por
qué no ha aprendido, después de miles y miles de años, a no sentir tristeza
ante la muerte? Hay algo que no se puede olvidar. La muerte no es solo una
extinción biológica. En la muerte se produce una «separación» irrevocable y
definitiva, incluso entre las personas más entrañablemente unidas por el amor o
la amistad. Cuando alguien muere, lo perdemos para siempre. Nos quedamos sin
él, y él sin nosotros.
El cristianismo no niega la
muerte ni la extinción biológica de cada vida. Pero en el núcleo de la
esperanza cristiana permanece firme una convicción: la muerte no puede producir
la separación entre Dios y sus amigos. La amistad con Dios es una amistad
eterna. Quien muere en amistad con Dios, no queda separado de él, pues su amor
es más fuerte que la muerte.
Por eso, la liturgia cristiana
habla de «la casa del Padre». La
muerte destruye «la tienda» que
habitamos ahora. Pero el amor de Dios construye «la casa eterna» en que habitaremos para siempre. Es ese amor de
Dios Padre el que nos unirá de nuevo a quienes el poder de la muerte nos separa
y destruye. La fiesta de la Ascensión es una invitación a recordar «la casa del Padre» y a escuchar con fe
las palabras de Jesús: «En la casa de mi
Padre hay lugar para todos... Ahora yo me voy a prepararos ese lugar» (Jn
14, 2).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
9 ó 12 de mayo de 1991
PEDAGOGÍA
DE LA ASCENSIÓN
Ascendió
al cielo.
Es tan poca la atención que la
teología contemporánea presta a la Ascensión de Cristo, que su hondo
significado pasa casi desapercibido, no sólo para los cristianos despreocupados
sino, incluso, para aquellos que se esfuerzan por ser fieles a Jesucristo.
Sin embargo, la Ascensión nos
ofrece la clave para entender la dinámica del cristianismo después de Cristo y
la pedagogía para vivir la fe de manera responsable y adulta.
Para entender el significado de
la Ascensión, hemos de recordar el diálogo entre Jesús y sus discípulos: "Yo me voy al Padre y vosotros estáis
tristes... Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que recibáis el Espíritu
Santo", es decir, "ya no me podréis retener en vuestra
experiencia inmediata, pero conviene que yo me vaya para que seáis adultos y
caminéis por vosotros mismos bajo la acción del Espíritu".
La tristeza y preocupación de los
discípulos tiene una explicación. Desean seguridad: tener siempre junto a ellos
a Cristo para que les resuelva los problemas o, al menos, les indique el camino
seguro para encontrar la solución. Es la tentación de vivir la fe de manera
protegida, infantil e irresponsable.
La respuesta de Jesús cobra
particular importancia en estos tiempos en que parece crecer en ciertos
sectores de la Iglesia la tentación del inmovilismo, el miedo a la creatividad,
la nostalgia por "reproducir un determinado cristianismo", la
"regresión al seno materno".
La pedagogía de Cristo consiste
en ausentarse para que pueda crecer la libertad de sus seguidores. Sólo les
dejará la impronta de su Espíritu. Así es siempre la auténtica pedagogía: el
padre o el educador han de retirarse en un determinado momento y dejar sólo su
inspiración para no ahogar la creatividad, sino permitir el crecimiento
responsable y adulto.
Siempre es tentador vivir de
manera infantil la religión, sin mediación alguna de la propia conciencia,
buscando en la letra del evangelio soluciones "prefabricadas" para
nuestros tiempos o pretendiendo que la autoridad religiosa nos dicte sin
ambigüedad y con precisión absoluta la doctrina que hemos de creer y las normas
morales que hemos de cumplir.
Este fideísmo infantil o
fundamentalismo religioso en el que la persona no ejercita su propia libertad,
engendra, tarde o temprano, ateísmo pues llega un momento en el que el hombre,
para ser responsable y adulto, siente la necesidad de eliminar al Dios de esa
religión.
La Ascensión nos recuerda que
vivimos "el tiempo del Espíritu", tiempo de creatividad y crecimiento
responsable, ya que el Espíritu no nos da nunca recetas concretas para los
problemas. Sin embargo, cuando lo acogemos, nos hace capaces de ir buscando
caminos nuevos al evangelio de Cristo.
Este evangelio no se impone desde
la autoridad o la presión, sino haciéndolo pasar por las conciencias y el
corazón antes que por las leyes y las instituciones. La Ascensión nos invita a
vivir bajo "la pedagogía del Espíritu", el único que nos hace fieles
al evangelio de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
12 ó 15 de mayo de 1988
EL
PORVENIR DEL MUNDO
Ascendió
al cielo.
Acabo de leer una obra
apasionante. Su editor la presenta como una recopilación de “escritos místicos
de los físicos más famosos del mundo”.
He de confesar que he quedado
sorprendido por la profunda humildad de estos eminentes científicos, padres de
la física moderna, ante el misterio último del mundo.
Todos ellos suscribirían las palabras
de Max Planck, fundador de la física
cuántica: “La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la
naturaleza y ello se debe, en último término, a que nosotros mismos formamos
parte de la naturaleza y por tanto, del misterio que estamos intentando
resolver”.
Pero me ha sorprendido todavía
más el comprobar que científicos como Heisenberg, Schrödinger, Einstein,
Planck, Pauli, Eddington, de maneras diferentes y sin atenerse a unos esquemas
religiosos concretos, han llegado sin embargo a una concepción trascendente del
mundo que sobrepasa los límites de la física.
Los protagonistas más preclaros
de la física moderna confiesan una y otra vez que el hombre no puede conocer ni
dominar con la ciencia el origen, el sentido ni el destino último de su
existencia.
Hemos de abrirnos a otras luces. Heisenberg nos dice que, si no queremos
movernos sólo en la superficie, no hemos de eliminar de la existencia «esas
profundidades en que habita la verdad”.
Einstein, por su parte, está convencido de que, ante el misterio último
del cosmos, hemos de adoptar una actitud de “humildad mental” que, a su modo de
ver, «es una actitud religiosa en el más alto sentido de la palabra”.
Sería una ingenuidad que el
creyente cristiano se colocara en una postura de secreta arrogancia y
superioridad sobre los demás hombres. También él es un ser pequeño y frágil que
busca a tientas abrirse a la verdadera luz.
Tal vez la fiesta de la Ascensión
que hoy celebramos nos podría enseñar a caminar por la existencia con más “sabiduría”.
K. Rahner la llamaba “la fiesta del porvenir del
mundo” porque nos anuncia el futuro que le espera a la creación, el destino
último hacia el que se encamina la vida.
Pero la denominaba también “la
fiesta de la fe en cuanto tal” pu nos invita a vivir del futuro, creyendo desde
ahora en esa vida que nos queda escondida hasta el final en Cristo resucitado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
16 ó 19 de mayo de 1985
RECUPERAR
EL HORIZONTE
Ascendió
al cielo...
Según el magnífico estudio «La
esperanza olvidada» del pensador francés J.
Ellul, uno de los rasgos que mejor caracterizan al hombre moderno es la
pérdida de horizonte.
El hombre actual parece vivir en
«un mundo cerrado», sin proyección ni futuro, sin apertura ni horizonte.
Nunca los seres humanos habíamos
logrado un nivel tan elevado de bienestar, libertad, cultura, larga vida,
tiempo libre, comunicaciones, intercambios, posibilidades de disfrute y
diversión. Y, sin embargo, son pocos los que piensan que nos estamos acercando
«al paraíso en la tierra».
Han pasado los tiempos en que
grandes sectores de la humanidad vivían ilusionados en construir un futuro
mejor. Los hombres parecen cansados. No encuentran motivos para luchar por una
sociedad mejor y se defienden como pueden del desencanto y la desesperanza.
Son cada vez menos los que creen
realmente en las promesas y soluciones de los partidos políticos. Un
sentimiento de impotencia y desengaño parece atravesar el alma de las
sociedades occidentales.
Las nuevas generaciones están
aprendiendo a vivir sin futuro, actuar sin proyectos, organizarse sólo el
presente. Y cada vez son más los que viven sin un mañana.
Hay que vivir el momento presente
intensamente. No hay mañana. Unos corren al trabajo y se precipitan en una
actividad intensa y deshumanizadora. Otros se refugian en la compra y
adquisición de cosas siempre nuevas. Muchos se distraen con sus programas
preferidos de TV... Pero son pocos los que, al salir de ese cerco, aciertan a
abrir un futuro de esperanza a sus vidas.
Y, sin embargo, el hombre no
puede vivir sin esperanza. Como decía Clemente
de Alejandría, «somos viajeros» que siguen buscando algo que todavía no
poseemos. Nuestra vida es siempre «expectación». Y cuando la esperanza se apaga
en nosotros, nos detenemos, ya no crecemos, nos anulamos, nos destruimos. Sin
esperanza dejamos de ser hombres.
Sólo quien tiene fe en un futuro
mejor puede vivir intensamente el presente. Sólo quien conoce el destino camina
con firmeza a pesar de todos los obstáculos. Quizás éste sea el mensaje más
importante de la fiesta de la Ascensión para una sociedad como la nuestra.
Para quien no espera nada al
final, los logros, los gozos, los éxitos de la vida son tristes porque se
acaban. Para quien cree que esta vida está secretamente abierta a la VIDA
DEFINITIVA, los logros, los trabajos los sufrimientos y gozos son anhelo,
anuncio, búsqueda de la Felicidad final.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
20 ó 23 de mayo de 1982
MIRANDO AL
CIELO
Ascendió
al cielo.
Un viejo relato de la Ascensión
recogido en los Hechos de los Apóstoles termina con un episodio muy
significativo. Los discípulos quedan con la mirada fija en el cielo donde ha
desaparecido el Señor. Entonces se presentan dos varones vestidos de blanco que
les dicen: «Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo?».
Probablemente, el relato trata de
corregir la actitud equivocada de algunos creyentes. No es el momento de
permanecer pasivos mirando al cielo, sino de comprometerse activamente n la
construcción del reino de Dios, con la esperanza puesta en el Señor que un día
volverá.
A los cristianos se nos ha
acusado muchas veces, y con razón, de estar demasiado atentos al cielo futuro,
y poco comprometidos en la tierra presente.
Hoy quizás las cosas han
cambiado. No sabría decir si acertamos a comprometernos más responsablemente en
la construcción de un mundo más humano. Pero, ciertamente, son bastantes los
cristianos que han dejado de mirar al cielo.
Las consecuencias pueden ser
graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor
responsabilidad de la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña
hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y
politica. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no
acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Por otra parte, obsesionados por
el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas,
atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien
nos grite: «Creyentes, ¿qué hacéis en la
tierra sin mirar nunca al cielo?».
Los hombres hemos acortado
demasiado el horizonte de nuestra vida. Nos contentamos con esperanzas
demasiado pequeñas. Se diría que hemos perdido el anhelo de lo infinito.
No se trata de elevar nuestra mirada
hacia un cielo salido de las manos del Creador como un acto de «magia divina»,
sino de descubrir que Dios es Alguien que está llevando a su plenitud todo el
deseo de vida y felicidad que se encierra en la creación y en la historia de
los hombres.
Creer en el cielo es recordar que
los hombres no podemos dar- nos todo lo que andamos buscando. Y, al mismo
tiempo, creer que nuestros esfuerzos de crecimiento y búsqueda de una tierra más
humana no se perderán en el vacío. Porque al final de la vida no nos
encontraremos sólo con los logros de nuestro trabajo sino con el regalo del
amor de Dios.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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