El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
5º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Curó a muchos
enfermos de diversos males
Lectura del santo
evangelio según san Marcos 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús
y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó,
la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y
endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo
conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se
marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al
encontrarlo, le dijeron:
- «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió:
- «Vámonos a otra parte, a las
aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea,
predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2017-2018 -
4 de febrero de 2012
A LA PUERTA DE NUESTRA
CASA
(Ver homilía del ciclo B -
2011-2012)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2014-2015 –
8 de febrero de 2015
RETIRARSE
A ORAR
(Ver homilía del 8 de febrero de
2009)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
5 de febrero de 2012
A LA PUERTA DE NUESTRA
CASA
En la sinagoga de Cafarnaún Jesús ha liberado por la
mañana a un hombre poseído por un espíritu maligno. Ahora se nos dice que sale
de la «sinagoga» y marcha a «la
casa» de Simón y Andrés. La indicación es importante, pues en el
evangelio de Marcos lo que sucede en esa casa encierra siempre alguna enseñanza
para las comunidades cristianas.
Jesús pasa de la sinagoga, lugar oficial de la
religión judía, a la casa, lugar donde se vive la vida cotidiana junto a los
seres más queridos. En esa casa se va a ir gestando la nueva familia de Jesús.
En las comunidades cristianas hemos de saber que no son un lugar religioso
donde se vive de la Ley, sino un hogar donde se aprende a vivir de manera nueva
en torno a Jesús.
Al entrar en la casa, los discípulos le hablan de la
suegra de Simón. No puede salir a acogerlos pues está postrada en cama con
fiebre. Jesús no necesita más. De nuevo va a romper el sábado por segunda vez
el mismo día. Para él, lo importante es la vida sana de las personas, no las
observancias religiosas. El relato describe con todo detalle los gestos de
Jesús con la mujer enferma.
«Se acercó». Es lo primero que hace siempre:
acercarse a los que sufren, mirar de cerca su rostro y compartir su
sufrimiento. Luego, «la cogió de la mano»:
toca a la enferma, no teme las reglas de pureza que lo prohíben; quiere que la
mujer sienta su fuerza curadora. Por fin, «la
levantó», la puso de pie, le devolvió la dignidad.
Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como
una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida.
Jesús solo sabe servir, no ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone
a «servir» a todos. Lo ha
aprendido de Jesús. Sus seguidores han de vivir acogiéndose y cuidándose unos a
otros.
Pero sería un error pensar que la comunidad
cristiana es una familia que piensa solo en sus propios miembros y vive de
espaldas al sufrimiento de los demás. El relato dice que, ese mismo día, «al ponerse el sol», cuando ha
terminado el sábado, le llevan a Jesús toda clase de enfermos y poseídos por
algún mal.
Los seguidores de Jesús hemos de grabar bien esta
escena. Al llegar la oscuridad de la noche, la población entera, con sus
enfermos, «se agolpa a la puerta».
Los ojos y las esperanzas de los que sufren buscan la puerta de esa casa donde
está Jesús. La Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede
descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. A
la puerta de nuestras comunidades hay mucha gente sufriendo. No lo olvidemos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
8 de febrero de 2009
Y allí se
puso a orar.
RETIRARSE
A ORAR
En medio de su intensa actividad
de profeta itinerante, Jesús cuidó siempre su comunicación con Dios en el
silencio y la soledad. Los evangelios han conservado el recuerdo de una
costumbre suya que causó honda impresión: Jesús solía retirarse de noche a orar.
El episodio que narra Marcos nos
ayuda a conocer lo que significaba la oración para Jesús. La víspera había sido
una jornada dura. Jesús «había curado a muchos enfermos». El éxito había sido
muy grande. Cafarnaúm estaba conmocionada: «La población entera se agolpaba» en
torno a Jesús. Todo el mundo hablaba de él.
Esa misma noche, «de madrugada»,
entre las tres y las seis de la mañana, Jesús se levanta y, sin avisar a sus
discípulos, se retira al descampado. «Allí se puso a orar». Necesita estar a solas
con su Padre. No quiere dejarse aturdir por el éxito. Sólo busca la voluntad
del Padre: conocer bien el camino que ha de recorrer.
Sorprendidos por su ausencia,
Simón y sus compañeros corren a buscarlo. No dudan en interrumpir su diálogo
con Dios. Sólo quieren retenerlo: «Todo el mundo te busca». Pero Jesús no se
deja programar desde fuera. Sólo piensa en el proyecto de su Padre. Nada ni
nadie lo apartará de su camino.
No tiene ningún interés en
quedarse a disfrutar de su éxito en Cafarnaúm. No cederá ante el entusiasmo
popular. Hay aldeas que todavía no han escuchado la Buena Noticia de Dios:
«Vamos… para predicar también allí».
Uno de los rasgos más positivos
en el cristianismo contemporáneo es ver cómo se va despertando la necesidad de
cuidar más la comunicación con Dios, el silencio y la meditación. Los
cristianos más lúcidos y responsables quieren arrastrar a la Iglesia de hoy a
vivir de manera más contemplativa.
Es urgente. Los cristianos, por
lo general, ya no sabemos estar a solas con el Padre. Los teólogos,
predicadores y catequistas hablamos mucho de Dios, pero hablamos poco con él.
La costumbre de Jesús se olvidó hace mucho tiempo. En las parroquias se hacen
muchas reuniones de trabajo, pero no sabemos retirarnos para descansar en la
presencia de Dios y llenarnos de su paz.
Cada vez somos menos para hacer
más cosas. Nuestro riesgo es caer en el activismo, el desgaste y el vacío
interior. Sin embargo, nuestro problema no es tener muchos problemas, sino
tener la fuerza espiritual necesaria para enfrentarnos a ellos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
5 de febrero de 2006
UN
CORAZÓN QUE VE
Curó a
muchos enfermos de diversos males.
Los evangelios van relatando con
cierto detalle episodios y actuaciones concretas de Jesús. Pero, con
frecuencia, ofrecen «resúmenes» o «sumarios» donde se describe el perfil de su
estilo de vivir: lo que más grabado quedó en el recuerdo de sus seguidores.
En la comunidad donde se escribió
el evangelio de Marcos se recordaban sobre todo estos rasgos: Jesús era un
hombre muy atento al dolor de la gente. Incapaz de pasar de largo si veía a
alguien sufriendo. Lo suyo no era sólo predicar. Lo dejaba todo, incluso la
oración, para responder a las necesidades y dolencias de las personas. Por eso
le buscaban tanto los enfermos y desvalidos.
He leído con alegría el primer
escrito del Papa a toda la Iglesia pues, junto a otros aciertos, ha sabido
exponer de manera certera lo que él llama el «programa del cristiano», que se
desprende del «programa de Jesús». Según su espléndida expresión, el cristiano
ha de ser, como Jesús, «un corazón que
ve. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia».
El Papa mira el mundo con mucho
realismo. Reconoce que son muy grandes los progresos en el campo de la ciencia
y de la técnica. Pero, a pesar de todo, «vemos
cada día lo mucho que se sufre en el mundo a causa de tantas formas de miseria
material y espiritual».
Quien vive con un corazón que ve,
sabe «captar las necesidades de los demás
en lo más profundo de su ser para hacerlas suyas». No basta que haya
«organizaciones encargadas» de prestar ayuda. Si yo aprendo a mirar al otro
como miraba Jesús, descubriré que «puedo
ofrecerle la mirada de amor que él necesita».
El Papa no está pensando en
«sentimientos piadosos». Lo importante es «no desentenderse» del que sufre. La
caridad cristiana «es ante todo y
simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada
situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los
enfermos atendidos, los prisioneros visitados».
Es necesaria una atención
profesional bien organizada. El Papa la considera requisito fundamental, pero «los seres humanos necesitan siempre algo más
que una atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención
cordial».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
9 de febrero de 2003
ALIVIAR
Curó a
muchos enfermos.
La enfermedad es una de las
experiencias más duras del ser humano. No sólo padece el enfermo que siente su
vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre
también su familia, los seres queridos y los que le atienden.
De poco sirven las palabras y
explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable?
¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o
el amigo gravemente enfermo?
Lo primero es acercarse. Al que sufre no se le puede
ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto
total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con
los que tratan de curarlo.
Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los
diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No
incomodarnos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.
Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y
compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos,
su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con
alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el
lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre
todo, con sus silencios, gestos y miradas.
La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del
enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se
queja. «Animo», resignación»... son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada
sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Sólo la comprensión de quien
acompaña con cariño y respeto alivia.
La persona puede adoptar ante la
enfermedad actitudes sanas y positivas
o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces
necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar
con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener
paciencia consigo mismo o para ser agradecido.
El enfermo puede necesitar
también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, dar un
sentido más hondo a su dolor, purificar su relación con Dios. El creyente puede
ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y confiar en su
amor salvador.
El evangelista nos dice que las
gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con
cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y
sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para
los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
6 de febrero de 2000
MANO
TENDIDA
… la
cogió de la mano y la levantó.
La exégesis moderna ha tomado
conciencia de que toda la actuación de Jesús está sostenida por la
«gestualidad». No basta, por ello, analizar sus palabras. Es necesario, además,
estudiar el hondo contenido de sus gestos. Recomiendo el estudio divulgativo de
un biblista y un pedagogo, F.
Armelliní-G. Moretti, Tenía rostro y palabras de hombre. Un retrato de Jesús
(Ed. Paulinas, Madrid 1998).
Las manos son de gran importancia
en el gesto humano. Pueden construir o destruir, curar o herir, acariciar o
golpear, acoger o rechazar. Las manos pueden reflejar el ser de la persona. De
ahí que los exégetas estudien con atención las manos de Jesús en las que tanto
insisten los evangelistas.
Jesús toca a los discípulos
caídos por tierra para devolverles la confianza: «Levantaos, no temáis» (Mt 17,
6-7). Cuando Pedro comienza a hundirse, le tiende su mano, lo agarra y le dice:
«Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»
(Mt 14, 31). Jesús es, muchas veces,
mano que levanta, infunde fuerza y pone en pie a la persona.
Los evangelistas destacan, sobre
todo, los gestos de Jesús con los enfermos. Son significativos los matices
expresados por los diferentes verbos. A veces, Jesús agarra al enfermo para arrancarlo del mal. Otras veces, impone sus manos en un gesto de
bendición que transmite su fuerza curadora. Con frecuencia, extiende su mano para tocarlo en un
gesto de cercanía, apoyo y compasión. Jesús es mano cercana que acoge a los
impuros, los envuelve con su bendición y los protege de la exclusión.
Desde estas claves hemos de leer
también el relato de Cafarnaúm (Mc 1, 31).
Jesús entra en la habitación de una mujer enferma, se acerca a ella, la coge de
la mano y la levanta en un gesto de cercanía y de apoyo que le transmite nueva
fuerza. Jesucristo es para los cristianos «la
mano que Dios tiende» a todo ser humano necesitado de fuerza, apoyo,
compañía y protección. Ésa es la experiencia del creyente a lo largo de su
vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
9 de febrero de 1997
RELIGIÓN
TERAPÉUTICA
Curó a
muchos enfermos.
La teología contemporánea trata
de recuperar poco a poco una dimensión del cristianismo que, aun siendo
esencial, se había ido perdiendo en buena parte a lo largo de los siglos. A
diferencia de otras religiones, «el cristianismo es una religión terapéutica» (E. Biser).
En el origen de la tradición
cristiana nada aparece con tanta claridad como la figura de Jesús curando
enfermos. Es el signo que él mismo presenta como garantía de su misión: «Los ciegos ven, los inválidos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen... » Por otra parte, nada indica
mejor el sentido de la fe cristiana que esas palabras tantas veces repetidas
por Jesús: «Tu fe te ha sanado.» No
es extraño que Cristo haya sido invocado en la Iglesia antigua con esta hermosa
plegaria: «Ayúdanos, oh Cristo, Tú eres nuestro único Médico.»
Es fácil resumir lo sucedido
posteriormente. Por una parte, el cristianismo se preocupó cada vez más de
justificarse frente a objeciones y ataques, utilizando la teología para exponer
el contenido de la fe de manera doctrinal; poco a poco se terminó pensando que
lo importante era «creer verdades reveladas». Por otra parte, la curación fue
pasando enteramente a manos de una medicina cada vez más capacitada para curar
el organismo humano.
No se trata ahora de que la fe
recupere el terreno cedido a la medicina científica echando mano de la oración
o de otras prácticas para curar enfermedades. La religión no es un remedio
terapéutico más. La perspectiva ha de ser otra. La medicina moderna ha
convertido al enfermo en un «caso clínico» para poder aplicarle con eficacia su
técnica e instrumental científico. Pero el ser humano es mucho más que un «caso
clínico».
Asegurada la curación de buena
parte de las enfermedades graves, el mal se cuela por la puerta trasera y
vuelve a entrar en el ser humano bajo forma de sinsentido, depresión, soledad o
vacío interior. No basta curar algunas enfermedades para vivir de manera sana.
Algunos teólogos apuntan dos
hechos que pueden abrir un horizonte nuevo para la fe en el próximo milenio.
Por una parte, se está desmoronando por sí sola una religión sustentada por la
angustia y el miedo a Dios; es tal vez uno de los signos más esperanzadores que
se está produciendo secretamente en la conciencia humana (E. Biser). Por otra parte, se abre así el camino hacia una forma
renovada de creer y de «experimentar a Dios como fuerza sanadora y auxiliadora»
(J. Gnilka). Tal vez, en próximos
siglos sólo creerán quienes experimenten que Dios les hace bien, los que
comprueben que la fe es el mejor estímulo y la mayor fuerza para vivir con
sentido y esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
6 de febrero de 1994
ALIVIAR
Curó a
muchos enfermos.
La enfermedad es una de las
experiencias más duras del ser humano. No solo padece el enfermo que siente su
vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre
también su familia, los seres queridos y los que le atienden.
De poco sirven las palabras y
explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable?
¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o
el amigo gravemente enfermo?
Lo primer es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que
estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar
contra el dolor. Darle fuerza para que colabore con los que tratan de curarlo.
Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los
diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No
incomodamos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.
Es importante escuchar. Que el enfermo pueda contar y
compartir lo que lleva dentro. Las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos,
su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con
alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el
lugar del que sufre y estar atento a lo que nos dice con sus palabras y, sobre
todo, con sus silencios, gestos y miradas.
La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del
enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se
queja. «Animo», resignación»... son palabras inútiles cuando hay dolor. De nada
sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Solo la comprensión de quien
acompaña con cariño y respeto alivia.
La persona puede adoptar ante la
enfermedad actitudes sanas y positivas
o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces
necesitará ayuda para mantener una actitud positiva, para confiar y colaborar
con los que le atienden, para no encerrarse solo en sus problemas, para tener
paciencia consigo mismo o para ser agradecido.
El enfermo puede necesitar
también reconciliarse consigo mismo, curar las heridas del pasado, dar un
sentido más hondo a su dolor, purificar su relación con Dios. El creyente puede
ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en el perdón y confiar en su
amor salvador.
El evangelista Marcos nos dice que las gentes llevaban
sus enfermos y poseídos hasta Jesús. El sabía acogerlos con cariño, despertar
su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad.
Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el
ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
10 de febrero de 1991
UNA SALUD
MAS HUMANA
Curó a
muchos enfermos.
Desde que la Organización Mundial
de la Salud la definió en 1946 como “un estado de perfecto bienestar físico,
mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”, el concepto de salud ha
sido debatido y enriquecido desde múltiples perspectivas.
Antes que nada, hemos de recordar
que la salud es mucho más que la ausencia de enfermedad. No basta eliminar en
un individuo los trastornos físicos o los desequilibrios síquicos para que se
pueda decir que es sano. La salud es todo “un modo de vivir orientado hacia el
crecimiento integral, libre y responsable de la persona”.
Desde esta perspectiva, podemos
afirmar que alguien está sano en la medida en que es capaz de orientar sus
energías físicas, su fuerza mental y su potencial sicológico y espiritual hacia
el crecimiento positivo de su persona.
Por eso, los expertos hablan de
posturas sanas en medio de la enfermedad y de posturas enfermizas en la
ausencia de la misma. Si una persona vive sin objetivo ni proyecto vital
alguno, sin dar sentido a su vida, replegado estérilmente sobre su propio yo,
aunque no se le pueda detectar ninguna enfermedad médica, su modo de vivir no
es humanamente sano.
Por el contrario, cuando un
hombre atrapado por la enfermedad incurable sabe asumir positivamente su
deterioro y, desde su estado médicamente precario, es capaz de seguir abierto a
los valores auténticamente humanos, de él se puede decir que vive su enfermedad
de manera sana.
Por eso, cuidar la salud no es sólo
velar por el buen funcionamiento del cuerpo o cuidar el desarrollo armonioso
del propio organismo, sino vivir desplegando de manera responsable todas las
virtualidades positivas del ser humano.
Algunos necesitarán, tal vez,
vivir de manera más sobria y moderada, siguiendo un ritmo más saludable de
trabajo y descanso, cuidando mejor el cuerpo o haciendo el ejercicio físico
adecuado.
Otros pueden necesitar
comprometerse en un trabajo personal que les ayude a ir pasando del
resentimiento al amor, del aislamiento a la comunicación, del aburrimiento a la
creatividad, del propio rechazo a la sana autoestima.
Otros necesitarán cuidar mejor su
espíritu; recuperar esa relación sana con Dios que, quizás, ha quedado
atrofiada y reprimida en su interior; liberarse de heridas y culpabilidades
malsanas del pasado; dar un sentido más profundo a su vida.
El cristiano, como cualquier otro
hombre o mujer, ha de escuchar hoy una llamada a cuidar su propia salud de
manera integral y plena, pero ha de saber que en su fe cristiana puede
encontrar precisamente fuerzas, estímulos y orientaciones que le ayudarán a
desplegar aquello que le hará crecer como persona de manera sana.
El relato evangélico nos recuerda
con insistencia el carácter sanador de Jesús que “curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
7 de febrero de 1988
JUNTO A
LOS ENFERMOS
Curó a
muchos enfermos.
El evangelista Marcos tiene
particular interés en señalar que existe una especie de incompatibilidad entre
Jesús y la enfermedad. Donde Jesús aparece, la enfermedad se retira y el
enfermo recobra salud y vida.
La enfermedad sigue siendo
también hoy una de las situaciones más perturbadoras para el hombre. Nada nos
revela mejor nuestra impotencia, que sentirnos enfermos y experimentar que no
podemos liberarnos de nuestra precariedad.
No es fácil decir qué es
enfermar. La ciencia médica se niega cada vez más a establecer fronteras
precisas entre el enfermo y el sano. Han caído los esquemas simples de otros
tiempos. Hoy se nos habla de fases alternas, descompensaciones, bloqueos y
regresiones de la energía vital.
Por eso, tampoco la curación es
un proceso sencillo. No se trata solamente de recomponer el funcionamiento
biológico del organismo. Curar significa liberar a la persona de todo aquello
que bloquea su salud, estimular en ella las energías que le ayuden a crecer,
devolverla a la vida.
Aquí se encierra, sin duda, uno
de los problemas más graves de la medicina moderna. La intervención técnica y
farmacológica es necesaria. Puede hacer prodigios. Pero resulta parcial y
limitada si se reduce a resolver un problema puramente fisiológico.
Para curar a hombres y mujeres
enfermos hoy de tantos males, no basta una medicina técnica que afronta la enfermedad pero no se acerca a curar
integralmente a la persona enferma.
¿No es un grave error someter al
enfermo a las técnicas más sofisticadas y aislarlo al mismo tiempo de aquellas
personas amigas que podrían ayudarle a rehacerse desde sus raíces?
Junto al cuidado técnico, muchos
enfermos necesitan cerca a alguien que les ayude a recuperar de nuevo el gusto
por la vida, liberándose de tensiones y fijaciones que la bloquean y
aprendiendo a relacionarse de manera más sana consigo mismos y con los demás.
Tal vez éste sea el mayor reto al
que se enfrentan hoy los profesionales de la salud: ¿Cómo “humanizar» el
servicio técnico al enfermo, convirtiendo cada vez más “la medicina de órganos»
en “medicina de toda la persona”?
No es sólo un problema de técnica
sanitaria sino de personas. No hemos de olvidar que realmente cura aquel que
vive de manera sana; despierta gusto por la vida aquel que se siente vivo por
dentro. La salud es algo que se contagia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
10 de febrero de 1985
CANSANCIO
se marchó
al descampado.
Jesús no se ha dejado destruir
por el activismo. No se ha «vaciado» en la actividad agotadora de cada jornada.
Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso, después de anochecer, sabe
encontrar tiempo para reavivar su espíritu.
Según la información de Marcos,
Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un lugar
solitario y, allí, se entregaba a la oración.
Cuando, al amanecer, los
discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a
continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea.
El cansancio es algo con lo que
tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea
diaria con entrega y responsabilidad.
Un día las fuerzas se desgastan y
el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros
tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la impotencia, el hastío.
Las raíces del cansancio pueden
ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante nos
desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos aburre.
Perdemos energías en las mil
contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras
fuerzas. Nos yacíamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no cuidamos
el alimento de nuestro espíritu.
¿Qué hacer cuando la alegría
interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?
Quizás, lo primero sea aceptar
con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al mismo
tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras
raíces.
Hay una oración callada, humilde
y confiada que puede devolver- nos el aliento y la vida en las horas bajas del
cansancio y el agobio.
Todos necesitamos, de alguna
manera, saber retirarnos a «un lugar solitario» para enraizar de nuevo nuestra
vida en lo esencial.
Necesitamos más silencio y
soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado
indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e
importantes que hemos descuidado día tras día.
Esa oración no es huida cobarde
de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del espíritu. Es
sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
7 de febrero de 1982
PASION
POR LA VIDA
Curó a
muchos enfermos de diversos males.
Donde está Jesús crece la vida.
Esto es lo que descubre con gozo quien recorre las páginas entrañables del
evangelista Marcos, y se encuentra con ese Jesús que cura a los enfermos, acoge
a los desvalidos, sana a los enajenados y perdona a ios pecadores.
Donde está Jesús hay amor a la
vida, interés por el hombre, pasión por la liberación de todo mal. No
deberíamos olvidar nunca que la imagen primera que nos ofrecen los relatos
evangélicos es la de un Jesús curador. Un hombre que difunde vida y restaura lo
que está enfermo.
Por eso encontramos siempre a su
alrededor la miseria de la humanidad: posesos, enfermos, paralíticos, leprosos,
ciegos, sordos. Hombres a los que falta vida. «Los que están a oscuras», como
diría B. Brecht.
Ciertamente, los milagros de
Jesús no han solucionado prácticamente nada en la historia dolorosa de los
hombres. Su presencia salvadora no ha resuelto los problemas. Hay que seguir
luchando contra el mal.
Pero nos han descubierto algo
decisivo y esperanzador. Dios es amigo de la vida, y ama apasionadamente la
felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de los hombres.
Inquieta ver con qué facilidad
nos hemos acostumbrado a la muerte: la muerte de la naturaleza destruida por la
polución industrial, la muerte en las carreteras, la muerte por la violencia,
la muerte de los intoxicados por un aceite criminal, la muerte de los que no
llegan a nacer, la muerte de las almas.
Es desalentador observar con qué
indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la miseria del
tercer mundo, y con qué pasividad contemplamos la violencia callada, pero
eficaz y constante, de estructuras injustas que hunden a los débiles en la
marginación.
Por todas partes se gritan
reivindicaciones insolidarias. Cada uno reivindica para sí. Los dolores y
sufrimientos ajenos nos preocupan poco. Cada uno parece interesarse sólo por su
problema, su convenio colectivo, su bienestar y seguridad personal.
La apatía se va apoderando de
muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez ms incapaces de amar la vida y
vibrar con el que no puede vivir feliz.
Los creyentes no debemos olvidar
que el amor cristiano es siempre interés por la vida, búsqueda apasionada de
felicidad para el hermano. El amor cristiano es la actitud que nace en aquél
que ha descubierto que Dios ama tan apasionadamente nuestra vida que ha sido
capaz de sufrir nuestra muerte.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.