El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
Domingo de Pentecostés (A)
EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo.
Recibid el Espíritu Santo.
+ Lectura del santo evangelio
según san Juan 20, 19-23
Al anochecer
de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa,
con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso
en medio y les dijo:
-«Paz a
vosotros.»
Y, diciendo
esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-«Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho
esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-«Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra de
Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
4 de junio de 2017
VIVIR A DIOS
DESDE DENTRO
Hace unos años, el gran teólogo
alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente
problema de la Iglesia de nuestro tiempo es su "mediocridad
espiritual". Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia
es "seguir caminando con resignación y aburrimiento cada vez mayores
caminos comunes de una mediocridad espiritual."
El problema no ha hecho más que agravarse
en estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las
instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón
de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.
La sociedad moderna ha apostado
por "el exterior". Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos
presiona para movernos con prisa, casi sin detenerse en nada ni en nadie. La
paz no encuentra rendijas para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi
siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la
vida desde dentro. Por ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión
esencial: la interioridad.
Es triste observar que tampoco en
las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos
no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde
dentro. Privados de la experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma:
escuchando palabras con los oidos y pronunciando oraciones con los labios,
mientras nuestro corazón está ausente.
En la Iglesia se habla mucho de
Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de
Dios en lo más profundo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos al Espíritu del
Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de
Dios desde dentro?
Acoger el Espíritu de Dios quiere
decir dejar de hablar sólo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y
fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de
pensar a Dios con la cabeza, y aprender a percibirlo en lo más íntimo de
nuestro ser.
Esta experiencia interior de
Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha
podido vivir sin descubrirlo antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso
en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y
diferente. Me parece muy difícil de mantener por mucho tiempo la fe en Dios en
medio de la agitación y la frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque
sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de
Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
8 de Junio de 2014
VIVIR A DIOS
DESDE DENTRO
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
12 de Junio de 2011
INVOCACIÓN
Según San Juan, el Espíritu hace
presente a Jesús en la comunidad cristiana, recordándonos su mensaje,
haciéndonos caminar en su verdad, interiorizando en nosotros su mandato del
amor. A ese Espíritu invocamos en esta fiesta de Pentecostés.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a
invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó
Jesús. Si no sentimos su presencia buena en medio de nosotros, viviremos como
huérfanos. Recuérdanos que sólo Jesús es el camino que nos lleva hasta él. Que
sólo su vida entregada a los últimos nos muestra su verdadero rostro. Sin Jesús
nunca entenderemos su sed de paz, de justicia y dignidad para todos sus hijos e
hijas.
Ven Espíritu Santo y haznos
caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu aliento, olvidaremos una y otra
vez su Proyecto del reino de Dios. Viviremos sin pasión y sin esperanza. No
sabremos por qué le seguimos ni para qué. No sabremos por qué vivir y por qué
sufrir. Y el Reino seguirá esperando colaboradores.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a
anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que no echemos cargas pesadas sobre nadie.
Que no dictaminemos sobre problemas que no nos duelen ni condenemos a quienes
necesitan sobre todo acogida y comprensión. Que nunca quebremos la caña cascada
ni apaguemos la mecha vacilante.
Ven Espíritu Santo e infunde en
nosotros la experiencia religiosa de Jesús. Que no nos perdamos en
trivialidades mientras descuidamos la justicia, la misericordia y la fe. Que
nada ni nadie nos distraiga de seguirlo como único Señor. Que ninguna doctrina,
práctica o devoción nos aleje de su Evangelio.
Ven Espíritu Santo y aumenta
nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra
debilidad. Enséñanos a alimentar nuestra vida, no de tradiciones humanas ni palabras
vacías, sino del conocimiento interno de su Persona. Que nos dejemos guiar
siempre por su Espíritu audaz y creador, no por nuestro instinto de seguridad.
Ven Espíritu Santo, transforma
nuestros corazones y conviértenos a Jesús. Si cada uno de nosotros no cambia,
nada cambiará en su Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada
nuevo y bueno nacerá entre sus seguidores. Si no nos dejamos arrastrar por su
creatividad, su movimiento quedará bloqueado.
Ven Espíritu Santo y defiéndenos
del riesgo de olvidar a Jesús. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres,
no somos capaces de escuchar su voz ni sentir su aliento. Despierta nuestra
adhesión pues, si perdemos el contacto con él, seguirá creciendo en nosotros el
nerviosismo y la inseguridad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
11 de mayo de 2008
BARRO
ANIMADO POR EL ESPÍRITU
Recibid
el Espíritu Santo.
Juan ha cuidado mucho la escena
en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro
qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de
su paz y su alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los
ha convocado sólo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
Jesús los «envía». No les dice en
concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo». Su tarea es la misma
de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en
el mundo lo que ha sido él.
Ya han visto a quiénes se ha
acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su
proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de
perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total.
Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
Pero sabe que sus discípulos son
frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan
su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso, se dispone a hacer con
ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía
con los enfermos y los pequeños: «Exhala
su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
El gesto de Jesús tiene una
fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a
Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se
convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado
por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el
Espíritu de Jesús.
Creyentes frágiles y de fe
pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro,
comunidades de barro... Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia
viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas». Nos hacen
daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús. Muchos no
pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No
hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No sólo
hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como las amaba él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
15 de mayo de 2005
ALIENTO
DE VIDA
Recibid
el Espíritu Santo.
Los hebreos se hacían una idea
muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre
un viejo relato del siglo ix antes de Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego, sopló en
su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un viviente».
Es lo que dice la experiencia. El
ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar
con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con
corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡ vive! En su interior hay un aliento
que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su
Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha
descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado.
Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y les dice:
Recibid el Espíritu Santo».
Sin el Espíritu de Jesús, la
Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza,
consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar
«algo» de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin
afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del
aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del
resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús,
podemos terminar sin que nadie en la Iglesia crea en algo diferente. Todo debe
ser como ha sido. No está permitido soñar en grandes novedades. Lo más seguro
es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible. Lo que
hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros. Nuestras
generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de
hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza:
«¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la
mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora»? No hemos de mirar a otros.
Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
19 de mayo de 2002
CUIDAR EL
CORAZÓN
Recibid
el Espíritu Santo.
En la cultura actual el «corazón»
es la sede del amor. No ha sido siempre así. Según una tradición que hunde sus
raíces en la fe bíblica y que fue cultivada por grandes místicos de los
primeros siglos, el «corazón» es lo más íntimo de la persona, el lugar desde
donde el individuo puede integrar y armonizar todas las dimensiones de su ser.
La visión de estos padres y madres
del desierto es grandiosa. El ser humano no es sólo un compuesto biológico: un
alma aprisionada en la carne, un «pobre animal» zarandeado por toda clase de
fuerzas y pulsiones. En lo más íntimo de su «corazón» hay un espacio donde
puede acoger al Espíritu de Dios que es fuente de vida, integración y armonía
de toda la persona.
En la soledad del desierto, estos
hombres y mujeres llegaron a conocerse interiormente de una manera difícil de
superar. Para ellos, el pecado no es un «asunto moral», sino la fuerza que
descentra al individuo, lo disgrega y le hace perder su armonía destruyendo la
alegría interior.
Lo peor que le puede suceder a
una persona es vivir con un corazón de piedra, reseco y endurecido, incapaz de
abrirse al Espíritu Santo; un corazón cerrado al amor y la ternura, dividido y
disperso, sin fuerza para unificar su ser y alimentar su vida.
Los hombres y mujeres de hoy
creemos saber mucho de todo y no sabemos siquiera cuidar nuestro corazón.
Víctimas de nuestra frivolidad, no conocemos una vida armoniosa e integrada:
vivimos aburridos a fuerza de buscar diversión; siempre cambiando y siempre
perseguidos por la monotonía; siempre en busca de bienestar y siempre
decepcionados. Nos falta un corazón abierto al Espíritu de Dios que nos haga
conocer dónde está la fuente de vida.
Por eso, invocar al Espíritu de
Dios no es una oración más. Gritar desde el fondo de nuestro ser: «Ven,
Espíritu Santo», es desear vida nueva. Nuestro corazón de piedra se puede
convertir en corazón de carne; nuestro vacío interior se puede llenar de
Espíritu. La fiesta cristiana de Pentecostés vivida en esta actitud de
invocación debería ser punto de partida de una vida renovada por el Espíritu.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
23 de mayo de 1999
CURACIÓN
MÁS PROFUNDA
Recibid
el Espíritu Santo.
La medicina occidental va
corrigiendo poco a poco su olvido del papel del espíritu en la curación de la
persona. Hoy se reconoce abiertamente que un ochenta por cien de las
enfermedades modernas (cáncer, infarto, disfunciones diversas, estrés) son de
origen psicosomático en su carácter o están condicionadas por el deterioro
espiritual de la persona. Es normal que la ciencia médica se ocupe de analizar
las causas y el proceso de cada enfermedad concreta, pero es lamentable que
nadie preste mayor atención a la existencia de la persona que puede estar
enferma en la raíz de su ser, a un nivel más profundo que el detectado por los
médicos.
Hoy se advierte una convergencia
notable entre quienes se adentran a estudiar el misterio del enfermar humano y
sus causas más profundas. Según los estudiosos, son sobre todo dos los factores
que hacen enfermar hoy a muchos: la falta de sentido y la necesidad de amor. Es
difícil que conozcan una vida más sana si no conocen una experiencia más viva
del amor o no encuentran una razón para vivir. No se trata sólo de encontrar el
sentido de la vida familiar, amorosa o económica, sino el sentido de la
existencia misma, que libere al individuo de la sensación de vacío, absurdo y
frustración. No se trata de vivir experiencias amorosas de cualquier tipo, sino
de saberse amado de manera plena y segura.
La experiencia del Espíritu fue
vivida desde el origen del cristianismo como la experiencia del amor
indestructible de Dios a cada uno de nosotros. Lo describe san Pablo de manera
insuperable: «El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»
(Rm 5, 5). Esta es la convicción radical del creyente: «Yo soy amado por Dios,
no porque soy bueno, santo y sin pecado, sino porque El es bueno, santo y me
ama con amor insondable. Soy aceptado incondicionalmente. Nadie me podrá
separar del amor que Dios me tiene y que se me ha revelado en Cristo».
De este «saberse amado» por Dios
nace estabilidad interior y paz: «puedo confiar, ningún mal es definitivo, nada
me pude destruir para siempre. Puedo vivir sin odiarme; las heridas del pasado
siguen ahí; mi mediocridad no desaparece, pero lo importante es la seguridad
del amor de Dios». Esta convicción cura interiormente. Este amor vivido en la
fe dura hasta la muerte y más allá de la muerte. Ya no cesa. Es promesa de vida
eterna. Algo de esto es acoger en nosotros el Espíritu Santo de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
26 de mayo de 1996
LA GRACIA
DEL ESPÍRITU
Recibid
el Espíritu Santo.
No es fácil hablar del Espíritu
Santo. El hombre contemporáneo se pone inmediatamente en guardia frente a todo
aquello que no puede verificar con pruebas tangibles, y lo «espiritual» sugiere
a no pocos un mundo desconocido, extremadamente incierto y etéreo. ¿Quién puede
creer hoy en el Espíritu Santo?
Por otra parte, ¿qué es creer en
el Espíritu Santo? La catequesis cristiana ha olvidado con frecuencia la
importancia de enseñar a creer en la acción del Espíritu de Dios. Muchos
cristianos invocan al Padre, se esfuerzan por vivir como Jesús, pero ignoran
casi por completo la acción del Espíritu. El Credo de Nicea afirma que es
«Señor y dador de vida», pero para bastantes creyentes, sigue siendo el gran
desconocido.
Yo sé que no es posible comunicar
a otros la propia fe a través de palabras. Sé también que cada uno tiene su
forma concreta de vivir la experiencia cristiana y que cada uno ha de abrirse a
la acción del Espfritu desde su propio ser. Pero voy a tratar de decir con
palabras sencillas la experiencia que viven no pocos creyentes.
Dios me ha creado y me ha dado la
vida. No ha sido cosa mía. Mi vida sólo tiene una explicación: «A mí hay
alguien que me ama incluso antes de que haya llegado a la existencia.» Pero
Dios no es para mí una fuerza que ha puesto en marcha mi vida para después
desentenderse. Esta vida que yo vivo y experimento ahora mismo, está siendo
creada, sostenida y animada por su Espíritu.
Mi vida entera está así bajo el
signo del amor. Acontecimientos, personas, gozos y sufrimientos, errores y
aciertos..., nada escapa o queda fuera del amor de Dios. Ni siquiera mi pecado
y mediocridad son un obstáculo. El Espfritu de Dios me sigue envolviendo con su
amor.
La teología cristiana ha acuñado
una palabra clave para hablar de esta experiencia: la vida entera se me ofrece
como «gracia». Habito un mundo que se
me ha regalado. Vivo en un momento de la historia que yo no he elegido. Soy
amado por personas que no han sido creadas por mí. Mi vida no es sólo fruto de
mi trabajo, ni siquiera resultado de lo que me aportan los demás. Debo mucho a
muchas personas, pero ¿a quién he de agradecer el amor que siento, la confianza
que me anima, la esperanza que me sostiene, la vida que me habita? Yo no me
«explico» mi existencia sin el Espíritu de Dios.
Sin duda, también el no creyente
puede experimentar la vida como gracia y regalo, pues el Espíritu de Dios actúa
en todos, y nadie puede vivir si no es sostenido por su amor. Por eso, Gilbert K. Chesterton dijo en alguna
ocasión que «el momento más enojoso tal vez para un ateo es cuando siente que
debe agradecer y no sabe a quién». En esta fiesta de Pentecostés, los
cristianos agradecemos y acogemos con fe la gracia del Espíritu.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
30 de mayo de 1993
ORACION
DE UN HOMBRE MEDIOCRE
Recibid
el Espíritu Santo.
Señor, hoy celebramos ese gran
regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu
Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés.
¿Por qué siento esta mañana con
fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis
horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Tí. Cogido por las
ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi
siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de
cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de
todo. Todo tiene cabida en mí, menos Tú.
Y luego, esa experiencia que se
repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín
agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a
Tí.
Dios de mi vida, ten misericordia
de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de
Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad. ¿Dónde podría yo
refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado? ¿Quién podría entender,
al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?
Dios de mi alegría, yo sé que Tú
me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios
de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres
como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar
hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo
me pueda encontrar contigo?
Tú eres «el eterno misterio de mi
vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me
alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras
que tu silencio.
Penetra en mí con la fuerza
consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía
donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado. Despierta en mí
el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar
contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.
Dios de mi salvación, sacude mi
indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos.
Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo
viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde
como la del salmista: «Tu Espíritu que es
bueno, me guíe por tierra llana» (Sal 142, 10).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
3 de junio de 1990
ORAR NO
ES TAN DIFÍCIL
Recibir el Espíritu.
Todo parece indicar que estamos
perdiendo el sentido de la profundidad y del misterio. Son muchos los que no
conocen ya los caminos que conducen a la interioridad. Muchos los que no
aciertan a encontrarse con Dios.
Por eso, hay preguntas que
fácilmente le brotan a uno en esta fiesta de Pentecostés: ¿Podemos aprender a
abrirnos al Espíritu? ¿Podemos recuperar el gusto por la oración? ¿Qué puede
hacer hoy un hombre o una mujer que desea encontrar a Dios y no tiene a nadie
que le enseñe a orar?
Desde este pequeño rincón quiero
ofrecer algunas sugerencias que, tal vez, pueden despertar en alguno la
búsqueda de Dios.
Antes que nada, hemos de recordar
algo muy importante. Si yo no encuentro a Dios dentro de mí, difícilmente
lo encontraré fuera. Si, por el contrario, puedo percibirlo en mi interior, lo
podré descubrir en medio de la vida.
Para abrirme a Dios, he de
adoptar siempre una actitud de confianza y amistad. Dios me ama, me
entiende y me perdona como yo mismo no soy capaz de amarme, entenderme y
perdonarme. Puedo sentirme seguro ante su amor insondable.
Ante Dios me presento tal como
soy en realidad. Dejando a un lado ese «personaje» que trato de ser ante
los demás o que los demás creen que soy. Dios me conoce y me mira con amor. No
tiene sentido tratar de defenderme, engañarle o camuflarme.
Ante Dios he de estar yo todo
entero, con mi cuerpo relajado, un espíritu atento y una respiración en
calma. Yo, con lo que siento y vivo en ese momento. Con mis deseos y
necesidades. Con mis miedos, alegrías y sufrimientos.
En la oración casi siempre
comenzamos por hablar nosotros a Dios cuando lo más importante y decisivo es escuchar.
Escuchar lo que brota dentro de nosotros. Hacer silencio para percibir la
presencia amorosa y gozosa de Dios.
Todo lo que es parte de mi vida
puede ser ocasión de oración. Una alegría, un dolor, un éxito, un
fracaso, un problema, una necesidad, un momento feliz. Así la oración se hace a
veces invocación, a veces acción de gracias, otras, alabanza o petición de
perdón.
No se necesita hablar mucho ante
Dios. Bastan unas pocas palabras, repetidas una y otra vez despacio y
con fe: «Dios mío, te necesito». «Tú conoces mi debilidad». «Enséñame a vivir».
«Tú sólo eres grandes y bueno». «Ten compasión de mí que no soy capaz de
cambiar». «Te doy gracias porque nos amas». «Tu fuerza me sostiene siempre».
«Guíame por el camino recto». «Despierta en mí la alegría». «Enséñame a orar».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
7 de junio de 1987
CURARSE
POR DENTRO
Recibid
el Espíritu Santo.
La medicina actual reconoce
abiertamente que las enfermedades modernas que padecen muchos hombres y mujeres
tienen su origen a un nivel más profundo que la úlcera de estómago o el
deterioro del sistema nervioso.
Lo que destruye la salud de
muchas personas no es un mal funcionamiento bioquímico ni siquiera un siquismo
alterado. El mal es más profundo. Es el mismo ser de esa persona el que está
enfermo y necesita ser curado.
No es de extrañar que la sociedad
moderna esté tomando mayor conciencia de la importancia de las dietas, los
hábitos de vida y los diferentes métodos de relajación para una vida más sana.
Por otra parte, comienza a
vislumbrar las posibilidades que se encierran en el yoga, el control mental o
la meditación zen.
Pero el hombre occidental sigue
ignorando en gran parte el papel del Espíritu en la curación de la persona.
Sin embargo, la enfermedad más
profunda de todo hombre es su caducidad, su infidelidad a sí mismo, su
limitación, esa impotencia para darse a sí mismo lo que anda buscando, el miedo
existencial a perderse.
Por eso, aunque queramos
ignorarlo, la pregunta clave que hemos de hacernos es ésta: ¿Qué es lo que nos
puede permitir sentirnos bien desde la raíz misma de nuestro ser?
La respuesta compartida hoy por
no pocos estudiosos del ser humano apunta en una misma dirección: la verdadera
seguridad y curación del hombre nace de la experiencia de saberse amado de
manera total y absoluta.
Y esta experiencia, en último
término, es una experiencia religiosa. El hombre se siente salvado cuando vive
la experiencia de que es aceptado y amado incondicionalmente.
No se trata de que soy amado
porque soy bueno, santo y sin pecado. Es algo mucho más decisivo y asombroso.
Soy amado por Dios tal como soy, con mis pecados y mediocridad. Soy amado
aunque no cambie.
Esta es la experiencia que
impactó a los primeros creyentes: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5).
Una experiencia que nos permite
vivir con confianza total a los niveles más profundos de nuestro ser y nuestra
conciencia. Una experiencia que nos ayuda a liberarnos de tantas fijaciones negativas
que pueblan nuestro espíritu.
Una fe en la que nos podemos
refugiar con nuestra debilidad y nuestras ambigüedades. Una fe que nos ayuda a
soportarnos a nosotros mismos y a mirar compasivamente y hasta con cierto humor
nuestras cobardías, neurosis y pecados.
Una experiencia que nos trabaja
silenciosamente desde dentro y nos defiende de la destrucción. «Ven, Espíritu Santo y sana en nosotros lo
que está enfermo ».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
10 de junio de 1984
DADOR DE
VIDA
Recibid
el Espíritu Santo.
Según estimaciones de sicólogos
norteamericanos, la mayoría de Las personas sólo viven al diez por cien de sus
posibilidades.
Ven el diez por cien de la
belleza del mundo que los rodea. Escuchan el diez por cien de la música, la
poesía y la vida que hay a su alrededor. Sólo están abiertos al diez por cien
de sus emociones, su ternura y su pensamiento. Su
corazón vibra sólo al diez por cien de su capacidad de amar. Son personas que
morirán sin haber vivido realmente.
Algo semejante se podría decir de
muchos cristianos. Morirán sin haber conocido nunca por experiencia personal lo
que podía haber sido para ellos la vida creyente.
En esta mañana de Pentecostés
muchos volverán a confesar aburridamente su fe en el Espíritu Santo «Señor y dador de vida», sin sospechar
toda la energía, el impulso y la vida que pueden recibir de él.
Y sin embargo, ese Espíritu,
dinamismo misterioso de la vida íntima de Dios, es el regalo que el Padre nos
hace en Jesús a los creyentes, para llenarnos de vida.
Es ese Espíritu el que nos enseña
a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a
no pasar superficialmente junto a lo esencial.
Es ese Espíritu el que nos
infunde un gusto nuevo por la existencia y nos ayuda a encontrar una armonía
nueva con el ritmo más profundo de nuestra vida.
Es ese Espíritu el que nos abre a
una comunicación nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los
demás.
Es ese Espíritu el que nos invade
con una alegría secreta, dándonos una trasparencia interior, una confianza en
nosotros mismos y una amistad nueva con las cosas.
Es ese Espíritu el que nos libra
del vacío interior y la difícil soledad, devolviéndonos la capacidad de dar y
recibir, de amar y ser amados.
Es ese Espíritu el que nos enseña
a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con una atención especialmente
fraterna a quien sufre porque le falta la alegría de vivir.
Es ese Espíritu el que nos hace
renacer cada día y nos permite un nuevo comienzo a pesar del desgaste, el
pecado y el deterioro del vivir diario.
Este Espíritu es la vida misma de
Dios que se nos ofrece como don. El hombre más rico, poderoso y satisfecho, es
un desgraciado si le falta esta vida del Espíritu.
Este Espíritu no se compra, no se
adquiere, no se inventa ni se fabrica. Es un regalo de Dios. Lo único que
podemos hacer es preparar nuestro corazón para acogerlo con fe sencilla y
atención interior.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
7 de junio de 1981
HOMBRES
VACIOS
Recibid
el Espíritu Santo.
Quizás nuestro verdadero problema
no sea tanto el tener que enfrentarnos diariamente a diversos problemas y
conflictos como el no contar con fuerza interior y energía espiritual para
acometerlos.
Apenas nos atrevemos a confesar
la pobreza y el vacío que vislumbramos, cuando somos capaces de asomarnos con
sinceridad a nuestro mundo interior.
Infraalimentados espiritualmente
y con una «vida interior» raquítica, terminamos por ser juguete de las ms
variadas manipulaciones.
Volcados hacia fuera, incapaces
de escuchar las aspiraciones más nobles y los deseos más humanos que surgen de
nuestro interior, vivimos como «robots» programados y dirigidos desde el
exterior.
El hombre actual tiene una
necesidad casi obsesiva de estar info rmado,
y las noticias le llegan dondequiera que se encuentre mediante la prensa, la
radio o la televisión. Todo esto añade una dimensión nueva a su existencia.
Vivimos recibiendo una info rmación constante de todo, pero sin capacidad de
asimilarla y sin fuerza interior para reaccionar con verdadera libertad y
crecer como seres humanos dueños de sí mismos.
Desde fuera nos dicen lo que
debemos pensar, los ídolos que debemos admirar, los productos que necesitamos
comprar, la concepción de la vida que tenemos que aceptar.
Y hay personas que se identifican
tan bien con las consignas recibidas que acaban por vivir con alma de dóciles
esclavos, satisfechos y contentos.
En la actual sociedad no se puede
ser verdaderamente libre sin luchar por una libertad interior y sin cultivar y
enriquecer la vida del espíritu en el silencio, el encuentro con uno mismo, la
reflexión y la apertura a Dios.
Los primeros creyentes hablaban
del hombre interior, es decir, del
hombre que sabe vivir desde dentro, escuchando desde lo ms íntimo de su ser la
voz del Espíritu y esforzándose por ser dócil a su llamada.
En esta mañana de Pentecostés,
debemos escuchar el grito de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu». Porque
también hoy es verdad la convicción de los primeros cristianos: «Donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad».
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola