El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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5º domingo de Pascua (C)
EVANGELIO
Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 13,31-33a. 34-35
Cuando salió Judas del cenáculo,
dijo Jesús:
- Ahora es glorificado el Hijo
del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también
Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de
estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que
os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La
señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis
unos a otros.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
24 de abril de 2016
NO PERDER
LA IDENTIDAD
Como yo
os he amado.
Jesús se está despidiendo de sus
discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con
ternura especial: «Hijitos míos, me queda
poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de
nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan
sin el Maestro?
Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos
a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que
Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor
que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.
Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que
sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá
descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no
será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el
cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús.
En ese amor está su identidad.
Vivimos en una sociedad donde se
ha ido imponiendo la "cultura del intercambio". Las personas se
intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian
además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que "el amor es un fenómeno marginal en la
sociedad contemporánea". La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un análisis
excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor
cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad
actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del
estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia
entre nosotros.
Si la Iglesia "se está
diluyendo" en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la crisis
profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es,
también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos
y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él.
Nos falta el distintivo cristiano.
Los cristianos hemos hablado
mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a
darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas
de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo
y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo
que deshumaniza y hace sufrir el ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
28 de abril de 2013
AMISTAD
DENTRO DE LA IGLESIA
Es la víspera de su ejecución.
Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a
sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el
último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice
en voz alta lo que todos están sintiendo: "Hijos míos, me queda ya poco de
estar con vosotros".
Les habla con ternura. Quiere que
queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: "Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis
discípulos será que os amáis unos a otros". Este es el testamento de
Jesús.
Jesús habla de un
"mandamiento nuevo". ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al
prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos
hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma
de amar propia de Jesús: "amaos como yo os he amado". Así se irá
difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
Lo primero que los discípulos han
experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: "No os llamo
siervos... a vosotros os he llamado amigos". En la Iglesia nos hemos de
querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad,
la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es
señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las
ambiciones de sus discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La
búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les
recuerda su estilo: "no he venido a ser servido sino a servir". Entre
amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y
colaborar.
Esta amistad vivida por los
seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima
cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes
necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y
gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la
comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Un día, el mismo Jesús que señaló
a Pedro como "Roca" para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso
a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: "El
que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí". En la Iglesia
querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el
centro de la atención y los cuidados de todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
2 de mayo de 2010
NO PERDER
LA IDENTIDAD
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
6 de mayo de 2007
COMUNIDAD
DE AMISTAD
… que os
améis unos a otros como yo os he amado.
Jesús se está despidiendo de sus
discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. ¿Quién llenará su
vacío? Jesús les dice: Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. Si saben
quererse como Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de
ellos.
El evangelista Juan tiene su
atención puesta en la comunidad cristiana. No está pensando en los de fuera.
Cuando falte Jesús, en su comunidad se tendrán que querer como amigos porque
así los ha querido Jesús: vosotros sois
mis amigos; ya nos os llamo siervos, a vosotros os he llamado amigos. La
comunidad de Jesús será una comunidad de amistad.
Esta imagen de la comunidad
cristiana como «comunidad de amigos» quedó pronto olvidada. Durante muchos
siglos, los cristianos se han visto a sí mismos como una «familia» donde
algunos son padres (el Papa, los
obispos, los sacerdotes, los abades...); otros son hijos fieles, y todos han de vivir como hermanos.
Entender así la comunidad
cristiana estimula la fraternidad, pero tiene sus riesgos. En la familia
cristiana se tiende a subrayar el lugar que le corresponde a cada uno. Se
destaca lo que nos diferencia, no lo que nos une; se da mucha importancia a la
autoridad, el orden, la unidad, la subordinación. Y se corre el riesgo de
promover la dependencia, el infantilismo y la irresponsabilidad de muchos.
Una comunidad basada en la
«amistad cristiana» enriquecería y trasformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La
amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se
cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de
nadie. Ningún amigo es superior a otro. Se respetan las diferencias, pero se
cuida la cercanía y la relación.
Entre amigos y amigas es más
fácil sentirse responsable y colaborar. Y no es tan dificil estar abiertos a
los extraños y diferentes, los que necesitan acogida y amistad. De una
comunidad de amigos es difícil marcharse. De una comunidad fría, rutinaria e
indiferente, la gente se va, y los que se quedan, apenas lo sienten.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
9 de mayo de 2004
UN ESTILO
DE AMAR
Como yo
os he amado.
Los cristianos iniciaron su
expansión en una sociedad en la que había distintos términos para expresar lo
que nosotros llamamos hoy amor. La palabra más usada era «philia» que designaba el afecto hacia una persona cercana y se
empleaba para hablar de la amistad, el cariño o el amor a los parientes y
amigos. Se hablaba también de «eros»
para designar la inclinación placentera, el amor apasionado o sencillamente el
deseo orientado hacia quién produce en nosotros goce y satisfacción.
Los primeros cristianos
abandonaron prácticamente esta terminología y pusieron de moda otra palabra
casi desconocida, «ágape», a la que
dieron un contenido nuevo y original. No querían que se confundiera con
cualquier cosa el amor inspirado en Jesús. De ahí su interés en formular bien
el «mandato nuevo el amor»: «Os doy un
mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado».
El estilo de amar de Jesús es
inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio interés o
satisfacción, su seguridad o bienestar. Sólo parece interesarse en hacer el
bien, acoger, regalar lo mejor que él tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir.
Lo recordarán así años más tarde en las primeras comunidades cristianas: «Pasó toda su vida haciendo el bien».
Por eso, su amor tiene un
carácter servicial. Jesús se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar
más. Hace sitio en su corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la
sociedad ni en la preocupación de las gentes. Defiende a los débiles y
pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son
grandes o importantes para nadie. Se acerca a quienes están solos y desvalidos,
los que no tienen a nadie.
Lo habitual entre nosotros es
amar a quienes nos aprecian y quieren de verdad, ser cariñosos y atentos con
nuestros familiares y amigos. Lo normal es vivir indiferentes hacia quienes
sentimos como extraños y ajenos a nuestro pequeño mundo de intereses. Hasta
parece correcto vivir rechazando y excluyendo a quienes nos rechazan o
excluyen. Sin embargo, lo que le distingue al seguidor de Jesús no es cualquier
«amor», sino precisamente ese estilo de amar que consiste en saber acercarse a
quienes nos pueden necesitar. No lo deberíamos olvidar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
13 de mayo de 2001
FRENTE AL
CINISMO
Que os
améis unos a otros.
Por mucho que nos tapemos los
ojos y nos cerremos los oídos, los datos están ahí con toda su brutalidad.
Nueve millones de seres humanos mueren cada año de hambre y desnutrición. Para
entenderlo mejor, cada día se produce una tragedia siete veces más horrorosa
que la de las Torres Gemelas, pues mueren de hambre 25.000 personas. En Nueva
York murieron 2.792.
No hace falta que nadie utilice
bombas químicas. No son necesarias armas de destrucción masiva. Nosotros, los
pueblos más civilizados del Planeta, nos bastamos para ir destruyendo
masivamente seres humanos, desarrollando sin límite alguno nuestro bienestar a
costa de exprimir o ignorar a los pueblos más indefensos.
Ésta es hoy nuestra mayor
vergüenza. Tenemos recursos para eliminar el hambre, pero seguimos ciegos
nuestra carrera egoísta hacia un bienestar siempre mayor, mientras unos 840
millones de niños vienen al mundo sólo a sufrir y morir de desnutrición en
pocos años.
Los expertos nos han alertado
hace tiempo. Estamos llevando demasiado lejos la desigualdad y el
desequilibrio. Los excluidos de la vida no soportan ya tanta burla cruel. Y en
Occidente empezamos a sentir cada vez más el acoso, la rebelión desesperada y
hasta la reacción violenta de quienes no se resignan a vivir sin esperanza
alguna.
Los teólogos están hablando de la
necesidad de introducir en el Planeta una «ética de la compasión universal».
Las mentes más lúcidas llaman a funcionar con otro concepto de «desarrollo
sostenible» para todos los pueblos. Pero los poderosos de la Tierra siguen
ciegos y sordos. No saben impulsar políticas de acercamiento, cooperación y
solidaridad. Sólo se les ocurren medidas de fuerza: endurecer las fronteras,
frenar la inmigración, hacer «guerras preventivas», controlar el petróleo,
defender el propio bienestar.
Frente a esta actitud cínica y
temeraria, las Iglesias cristianas han de reaccionar de manera enérgica. Hay
que crear otra conciencia en los pueblos ricos de Occidente. Los cristianos
hemos de recordar más que nunca las palabras de Jesús: «La señal por la que os conocerán que sois discípulos míos, será que os
amáis unos a otros».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
10 de mayo de 1998
DIOS AMA
AL MUNDO
Que os
améis unos a otros como yo os he amado.
Hay en el Evangelio frases que
deberíamos gravar con fuego en nuestro interior, pues podrían transformar de
raíz nuestra visión de Dios. Una es ésta que leemos en el evangelio de Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó su
Hijo único... Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).
Nunca ha sido fácil la relación
de los cristianos con el mundo. A veces ha predominado la actitud pesimista (san Agustín, Tomás de Kempis) que ha
predicado el «desprecio del mundo», la condenación de lo mundano y la huida de
lo terreno para encontrarse con Dios. Otras veces, un frívolo optimismo ha
llevado a la Iglesia a vivir un neopaganismo mundano muy alejado del Evangelio.
¿Cuál es la actitud de Dios?
Dios ama
al mundo. Es lo primero que hemos de recordar. Dios no condena, no excluye
a nadie, no discrimina. No abandona a nadie en ninguna circunstancia. Ama a la
humanidad, ama la historia que van construyendo los humanos, ama las culturas y
las religiones, ama a los pueblos. A todos. Su amor no depende de nuestras
clasificaciones y fronteras.
Dios
quiere salvar al mundo. Dios ama al mundo no porque el mundo es
bueno, sino para que llegue a serlo. En el mundo hay mucho de injusticia,
mentira e indignidad. Dios ama para salvar, para que el mundo llegue a ser más
humano, más digno, más habitable. Orientar la vida hacia la verdadera voluntad
de Dios siempre lleva a hacerla más sana, más responsable, más plenamente
humana.
Dos rasgos deberían caracterizar
la actitud del cristiano ante el mundo. Antes que nada, el cristiano ama el
mundo y ama la vida. Quiere a las gentes, disfruta con los avances de la
humanidad, goza con todo lo bueno y admirable que hay en la creación, le gusta
vivir intensamente. Lo ve todo desde el amor de Dios, y esto le lleva a vivir
en una actitud de simpatía universal, de misericordia y de perdón.
Al mismo tiempo, sabe que el
mundo necesita ser transformado y «salvado». Por ello, su modo de estar en el
mundo está marcado por el empeño de hacer la vida más humana y el mundo más
habitable. No se desentiende de ningún problema grave, sufre con los pueblos
que sufren, le duelen las guerras y la violencia criminal, lucha contra la
xenofobia y los racismos, se preocupa de quienes no tienen un sitio digno en la
sociedad, hace lo que puede para que la vida sea más llevadera y más humana
para todos. Su corazón es el de un «hijo
de Dios».
Por eso, la única señal decisiva
por la que se le conoce al discípulo de Cristo es siempre la misma: sabe amar
como él nos ha amado. Esto es lo esencial. Sin esto no hay cristianismo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
14 de mayo de 1995
LA VIA
PROFANA
Que os
améis unos a otros...
Una de las tareas más importantes
hoy dentro del cristianismo es, sin duda, liberarlo de adherencias y visiones
deformadas, que ocultan su originalidad revolucionaria e impiden captar dónde
está Li verdadera fuerza de la fe cristiana. Por eso son tan importantes obras
como la de J. Moingt, traducida
recientemente con el título El hombre que
venía de Dios (Desclée de Brouwer, 1995).
En este denso estudio, resultado
de su larga enseñanza de la teología en Lyon y París, el teólogo francés hace
esta afirmación central: «La gran
revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los
hombres otra vía de acceso a Dios distinta a la de lo sagrado, la vía profana
de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo. »
Este mensaje sustancial del
cristianismo queda explícitamente confirmado en la revolucionaria parábola del
juicio final. El relato evangélico es asombroso. Son declarados « Benditos del Padre» los que han hecho
el bien a los necesitados: hambrientos, extranjeros, desnudos, encarcelados,
enfermos; no han actuado así por razones religiosas, sino por compasión y
solidaridad con los que sufren. Los otros son declarados «malditos» no por su incredulidad o falta de religión, sino por su
falta de corazón ante el sufrimiento del otro.
No solemos captar, por lo
general, el cambio sustancial que esto introduce en la historia de la religión.
Se puede formular así: la salvación no consiste ya en buscar a través de la
religión un Dios Salvador, sino en preocuparse de quienes padecen necesidad. Lo
que salva es el amor al que sufre. La religión no es requerida como algo
indispensable, y no podrá nunca suplir la falta de este amor.
Seguimos pensando que el camino
obligatorio que conduce a Dios y lleva a la salvación pasa necesariamente por
el templo y la religión. No es así. El cristianismo afirma que el único camino
indispensable y decisivo hacia la salvación es el que lleva a ayudar al
necesitado. Esta es la gran revolución que introduce Cristo: Dios es amor
gratuito y sólo se encuentra con él quien, de hecho, se abre a la necesidad del
hermano.
En estos tiempos de crisis
religiosa en que bastantes viven una fe vacilante y sin caminos claros hacia
Dios, ésta es la Buena Noticia que nos llega de Cristo. Se puede dudar de
muchas cosas, pero no de ésta: hay un camino que siempre conduce hasta Dios, y
es el amor al necesitado. Las religiones no tienen ya el monopolio de la
salvación. Sólo salva el amor. Este es el camino universal, la «vía profana»
accesible a todos. Por él peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no
creyentes.
Desde ahí hemos de entender el
mandato de Jesús: «Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que os
conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
17 de mayo de 1992
MÁS QUE
UN DEBER
La señal
por la que os conocerán...
La vida del ser humano tiene su
origen y su término en el misterio de un Dios que es amor infinito e
insondable. Por eso, lo reconozcamos o no, la fuerza vital que circula por cada
uno de nosotros proviene del amor y busca su desarrollo y plenitud en el amor.
Esto significa que el amor es
mucho más que un deber que hemos de cumplir o una tarea moral que nos hemos de
proponer. El amor es la vida misma, orientada de manera sana. Sólo quien está
en la vida desde una postura de amor está orientando su existencia en la
dirección acertada.
Los cristianos hemos hablado
mucho de las exigencias y sacrificios que comporta el amor, y, sin duda, es
absolutamente necesario hacerlo si no queremos caer en falsos idealismos. Pero
no siempre hemos recordado los efectos positivos del amor como fuerza básica
que puede dinamizar y unificar nuestra vida de manera saludable.
En la medida en que acertamos a
vivir amando la vida, amándonos a nosotros mismos y amando a las personas,
nuestra vida crece, se despliega y se va liberando del egoísmo, de la
indiferencia y de tantas esclavitudes y servidumbres que la pueden ahogar.
Además, el amor estimula lo mejor
que hay en la persona. El amor despierta la mente dándole mayor claridad de
pensamiento. Hace crecer la vida interior. Desarrolla la creatividad y hace
vivir lo cotidiano, no de manera mecánica y rutinaria, sino desde una actitud
positiva y enriquecedora.
Precisamente porque enraíza al
hombre en su verdadero ser, el amor pone en la vida color, alegría, sentido
interno. Cuando falta el amor, la persona puede conocer el éxito, el placer, la
satisfacción del trabajo bien realizado, pero no el gozo y el sabor que sólo el
amor pone en el ser humano.
No hemos de olvidar que el amor
satisface la necesidad más esencial de la persona. Ya puede uno organizarse su
vida como quiera, si termina sin amar ni ser amado, su vida es un fracaso.
Vivir desde el egoísmo, el desamor, la indiferencia o la insolidaridad es
vaciar la propia vida de su verdadero contenido.
Los creyentes sabemos que el amor
es el mandato cristiano por excelencia y el verdadero distintivo de los
seguidores de Cristo: «La señal por la
que os conocerán que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros.»
Pero no hemos de olvidar que este amor no es una carga pesada que se nos impone
para hacer nuestra vida más difícil todavía, sino precisamente la experiencia
que puede traer a nuestra existencia mayor gozo y liberación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
23 de abril de 1989
EL AMOR,
UN FENOMENO MARGINAL
La señal
por la que os conocerán...
Sin duda, uno de los principios
que más determina las relaciones y la convivencia de las gentes dentro de la
sociedad moderna es el intercambio. Es el factor que lo condiciona casi todo.
Las personas se intercambian
artículos, objetos de todo género, servicios y favores. Pero se intercambian,
además, los sentimientos, los cuerpos y hasta la amistad. Todo puede ser objeto
de contrato.
En esta “cultura del intercambio” se ha ido imponiendo una moral muy
particular. Cada uno trata de conseguir las máximas ventajas para uno mismo,
dentro de ese “mercado general”. La honestidad consiste simplemente en lograrlo
sin recurrir a la fuerza o al fraude.
En esta sociedad, los cristianos
corremos el riesgo de pensar que estamos viviendo ya el amor cristiano con tal
de no abusar de los demás o no engañarlos injustamente. Sin embargo, el amor
fraterno del que habla Jesús es algo radicalmente diferente.
El amor cristiano significa
preocuparme desinteresadamente por el otro, sentirme responsable de su
felicidad, acercarme cuando me necesita, compartir gratuitamente con él lo que
yo poseo. El intercambio honesto, por el contrario, exige respetar los derechos
del otro, pero no significa amarlo ni sentirse responsable de su felicidad o
preocupado por sus necesidades.
No es extraño que un hombre tan
perspicaz en sus análisis de la sociedad moderna como E. Fromm haya llegado a decir: “La gente capaz de amar, en el
sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad
occidental contemporánea”.
Para vivir el amor cristiano es
necesario resistirse al espíritu que invade nuestra sociedad. No se puede vivir
el amor fraterno sin distanciarse del estilo de relaciones que predominan hoy
entre nosotros.
Pero el criterio para reconocer
también hoy al discípulo de Jesús sigue siendo el amor: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os
amáis unos a otros”.
Una de las preguntas más
sencillas pero, al mismo tiempo, más clarificadoras para detectar si este amor
cristiano crece hoy en nosotros es la siguiente: ¿Amo yo a alguien a quien no
necesito para mis fines o mis intereses personales?
Este estilo de entender y vivir
la vida es lo que caracteriza al verdadero cristiano por encima de otros
criterios de identidad basados en doctrinas, observancias o cultos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
27 de abril de 1986
LA SEÑAL
Como yo
os he amado.
Pocas veces se habrá hablado
tanto del amor y se habrá falseado al mismo tiempo tanto su contenido más hondo
y humano.
Hay revistas de amor, canciones
de amor, películas de amor, citas de amor, cartas de amor, técnicas para «hacer
el amor»... Pero, ¿qué es el amor? ¿cómo se vive y se alimenta el amor?
Cualquier observador sereno de
nuestra sociedad sabe que tantas cosas a las que se llama hoy «amor» no son en
realidad sino otras tantas formas de desintegrar el verdadero amor.
Hay quienes llaman amor al
contacto fugaz y trivial de dos personas que se «disfrutan» mutuamente vacías
de ternura, afecto y mutua entrega.
Para otros, amor no es sino una
hábil manera de someter a otro a sus intereses ocultos y sus satisfacciones
egoístas.
No pocos creen vivir el amor
cuando sólo buscan en realidad un refugio y un remedio para una sensación de
soledad que, de otro modo, les resultaría insoportable.
Bastantes creen encontrar el amor
en una relación satisfactoria donde la mutua tolerancia y el intercambio de
satisfacciones los une frente a un mundo hostil y amenazador.
Pero en esta sociedad donde se
corre con frecuencia tras ese ideal descrito por A. Huxley del hombre bien alimentado, bien vestido, sexualmente
satisfecho y con posibilidad de divertirse intensamente, son ya bastante los
que experimentan la verdad de la fina observación de A. Saint-Exupéry: «Los hombres compran cosas hechas a los
mercaderes. Pero, como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no
tienen amigos».
En en esta sociedad donde los
creyentes hemos de escuchar la actualidad de las palabras de Jesús: «Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por
la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros».
Los cristianos estamos llamados a
distinguimos no por un saber particular, por una doctrina ni por la observancia
de unos ritos o unas leyes. Nuestra verdadera identidad y distintivo se basa en
nuestro modo de amar.
Se nos tiene que conocer por
nuestro estilo de amar que tiene como criterio y punto de referencia el modo de
amar de Jesús.
Un amor, por tanto,
desinteresado, que sabe acoger y ponerse al servicio del otro, sin límites ni
discriminaciones. Un amor que sabe afirmar la vida, el crecimiento, la libertad
y la felicidad de los demás.
Esta es la tarea gozosa del
creyente en esta sociedad donde se falsifica tanto el amor. Desarrollar nuestra
capacidad de amar siguiendo el estilo de Jesús.
El que se adentre por este camino
descubrirá que sólo el amor hace que la vida merezca ser vivida y que sólo
desde el verdadero amor es posible experimentar la gran alegría de vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
1 de mayo de 1983
VERDADERO
TEST
Como yo
os he amado.
Nunca subrayaremos
suficientemente los creyentes que el amor fraterno es el verdadero «test» para
verificar la autenticidad de una comunidad que quiere ser la de Jesús.
Lo que permite descubrir «la
verdad» de una comunidad cristiana no es la formulación verbal de un
determinado credo ni la práctica precisa de unos ritos cultuales ni la
organización o disciplina eclesial. La señal por la que se deberá conocer
también hoy a los verdaderos discípulos es el amor vivido prácticamente con el
espíritu de Jesús.
Los cristianos hemos hablado
mucho del amor. Pero quizás no siempre hemos acertado o no nos hemos atrevido a
darle su verdadero contenido práctico a partir de las actitudes concretas de
Jesús de Nazaret.
Es cierto que las exigencias
concretas del amor no pueden determinarse de antemano con la precisión con que
se pueden fijar y delimitar las obligaciones de una ley. Precisamente, según
Jesús, son las necesidades del hermano las que nos ayudarán a descubrir cómo
debemos actuar en cada situación.
Jesús concibe el amor al prójimo
como un comportamiento activo y creador que toma en serio las necesidades del
hermano y se atreve a hacer por él todo lo que sea necesario para ayudarle a
vivir como verdadero hombre.
Esto quiere decir que para dar un
contenido concreto a nuestro amor al hombre es necesario analizar la realidad,
detectar las opresiones concretas que deshumanizan al hombre actual y estudiar
las diversas estrategias que se pueden seguir para lograr niveles más altos de
justicia, fraternidad y humanidad.
Pero, si queremos amar como él nos amó, es necesario también
descubrir desde su actuación concreta el modo concreto de vivir el amor.
Es sospechoso referirse a Jesús
para recordarle como alguien que confirma siempre lo que ya venimos haciendo
desde posturas previamente tomadas.
El que quiere amar «como él nos
amó», debe valorar las diversas opciones posibles y asumir aquélla que, aun no
siendo la más cómoda, la más útil o la más fácil, sea, sin embargo, la más
acorde con Aquél que amó a los necesitados compartiendo su suerte, defendió a
los débiles exponiéndose a la injusticia de los fuertes, amó a todos sin ser
neutral ante las desigualdades, denunció toda injusticia sin ser injusto con
nadie.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
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