El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (C)
EVANGELIO
Para la lectura dialogada: + Jesús; C Cronista; D Discípulos y amigos; M =
Muchedumbre; O
Otros personajes.
Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo.
+ Pasión de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas 22,14_23,56
La Cena del Señor.
C. Llegada la hora, se sentó Jesús
con sus discípulos, y les dijo:
+. - He deseado enormemente comer
esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la
volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios.
C. Y, tomando una copa, dio gracias
y dijo:
+. - Tomad esto, repartidlo entre
vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta
que venga el Reino de Dios.
C. Y, tomando pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio diciendo:
+. - Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.
C. Después de cenar, hizo lo mismo
con la copa diciendo:
+. - Esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que
me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va según lo
establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!
C. Ellos empezaron a preguntarse
unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
Quién es el más importante.
C. Los discípulos se pusieron a
disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo:
+. - Los reyes de los gentiles los
dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros
no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el
que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa
o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de
vosotros como el que sirve.
+. Vosotros sois los que habéis
perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo
transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os
sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.
Jesús anuncia la negación de Pedro.
C. Y añadió:
+. - Simón, Simón, mira que Satanás
os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu
fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.
C. Él le contestó:
D. - Señor, contigo estoy dispuesto
a ir incluso a la cárcel y a la muerte.
C. Jesús le replicó:
+. - Te digo, Pedro, que no cantará
hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.
Se acerca la hora de la prueba.
C. Y dijo a todos:
+. - Cuando os envié sin bolsa ni
alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?
C. Contestaron:
D. - Nada.
C. Él añadió:
+. - Pero ahora, el que tenga bolsa
que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto
y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está
escrito: «Fue contado con los malhechores». Lo que se refiere a mí toca a su
fin.
C. Ellos dijeron:
D. - Señor, aquí hay dos espadas.
C. Él les contestó:
+. - Basta.
Jesús ora en Getsemaní.
C. Y salió Jesús como de costumbre al
monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les
dijo:
+. - Orad, para no caer en la
tentación.
C. Él se arrancó de ellos,
alejándose como a un tiro de piedra, y, arrodillado, oraba diciendo:
+. - Padre, si quieres, aparta de mí
ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.
C. Y se le apareció un ángel del
cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le
bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de
la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les
dijo:
+. - ¿Por qué dormís? Levantaos y
orad, para no caer en la tentación.
Jesús es arrestado.
C. Todavía estaba hablando, cuando
aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a
besar a Jesús.
Jesús le dijo:
+. - Judas, ¿con un beso entregas al
Hijo del hombre?
C. Al darse cuenta los que estaban
con él de lo que iba a pasar, dijeron:
D. - Señor, ¿herimos con la espada?
C. Y uno de ellos hirió al criado
del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha.
Jesús intervino diciendo:
+. - Dejadlo, basta.
C. Y, tocándole la oreja, lo curó.
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los
ancianos que habían venido contra él:
+. - ¿Habéis salido con espadas y
palos a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me
echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas.
Pedro niega conocer a Jesús.
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron
y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos.
Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se
sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto
a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo:
O. - También éste estaba con él.
C. Pero él lo negó diciendo:
D. - No lo conozco, mujer.
C. Poco después lo vio otro y le
dijo:
O. - Tú también eres uno de ellos.
C. Pedro replicó:
D. - Hombre, no lo soy.
C. Pasada cosa de una hora, otro
insistía:
O. - Sin duda, también éste estaba
con él, porque es galileo.
C. Pedro contestó:
D. - Hombre, no sé de qué hablas.
C. Y estaba todavía hablando cuando
cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se
acordó de la palabra que el Señor le había dicho; «Antes de que cante hoy el
gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Se burlan de Jesús.
C. Y los hombres que sujetaban a
Jesús se burlaban de él dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
M. - Haz de profeta: ¿quién te ha
pegado?
C. Y proferían contra él otros
muchos insultos.
Jesús ante la Junta Suprema.
C. Cuando se hizo de día, se reunió
el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole
comparecer ante su sanedrín, le dijeron:
M. - Si tú eres el Mesías, dínoslo.
C. Él les contestó:
+. - Si os lo digo, no lo vais a
creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora el Hijo del hombre
estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.
C. Dijeron todos:
M. - Entonces, ¿tú eres el Hijo de
Dios?
C. Él les contestó:
+. - Vosotros lo decís, yo lo soy.
C. Ellos dijeron:
M. - ¿Qué necesidad tenemos ya de
testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.
Jesús ante Pilato.
C. El senado del pueblo, o sea,
sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de
Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
M. - Hemos comprobado que éste anda
amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y
diciendo que él es el Mesías rey.
C. Pilato preguntó a Jesús:
O. - ¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Él le contestó:
+. - Tú lo dices.
C. Pilato dijo a los sumos
sacerdotes y a la turba:
O. - No encuentro ninguna culpa en
este hombre.
C. Ellos insistían con más fuerza
diciendo:
M. - Solivianta al pueblo enseñando
por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.
Jesús ante Herodes.
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era
galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió.
Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso
muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de
él y esperaba verlo hacer algún milagro.
Le hizo un interrogatorio
bastante largo; pero él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes
y los letrados acusándolo con ahínco.
Herodes, con su escolta, lo trató
con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo
remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque
antes se llevaban muy mal.
Jesús, sentenciado a muerte.
C. Pilato, convocando a los sumos
sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:
O. - Me habéis traído a este hombre,
alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de
vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le
imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno
de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.
C. Por la fiesta tenía que soltarles
a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo:
M. - ¡Fuera ése! Suéltanos a
Barrabás.
C. (A éste lo habían metido en la
cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.)
Pilato volvió a dirigirles la
palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
M. - ¡Crucifícalo, crucifícalo!
C. Él les dijo por tercera vez:
O. - Pues, ¿qué mal ha hecho éste?
No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un
escarmiento y lo soltaré.
C. Ellos se le echaban encima
pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera
su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por
revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Crucifixión de Jesús.
C. Mientras lo conducían, echaron
mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz
para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del
pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les
dijo:
+. - Hijas de Jerusalén, no lloréis
por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el
día en que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz
y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes:
«Desplomaos sobre nosotros», y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
C. Conducían también a otros dos
malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y cuando llegaron al lugar
llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la
derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
+. - Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen.
C. Y se repartieron sus ropas
echándolas a suerte.
C. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas
diciendo:
M. - A otros ha salvado, que se
salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
C. Se burlaban de él también los
soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
M. - Si eres tú el rey de los
judíos, sálvate a ti mismo.
C. Había encima un letrero en
escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo:
O. - ¿No eres tú el Mesías? Sálvate
a ti mismo y a nosotros.
C. Pero el otro le increpaba:
O. - ¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago
de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
C. Y decía:
O. - Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu Reino.
C. Jesús le respondió:
+. - Te lo aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso.
Muerte de Jesús.
C. Era ya eso de mediodía y vinieron
las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció
el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz
potente, dijo:
+. - Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu.
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo que
pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
O. - Realmente, este hombre era
justo.
C. Toda la muchedumbre que había
acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose
golpes de pecho.
Todos sus conocidos se mantenían
a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que
estaban mirando.
Jesús es sepultado.
C. Un hombre llamado José, que era
senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y
del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de
Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió
en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían
puesto a nadie todavía.
C. Era el día de la preparación y
rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron
detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta
prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al
mandamiento.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
20 de marzo de 2016
¿QUÉ HACE
DIOS EN UNA CRUZ?
Lo
crucificaron.
Según el relato evangélico, los
que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de
él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si
eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación.
Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de
Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las preguntas son inevitables:
¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos
cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede
subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?
Un "Dios crucificado"
constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las
ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El
Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al
Ser Supremo.
El "Dios crucificado"
no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento
de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el
dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe
en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que,
encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.
Ante el Crucificado empezamos a
intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros.
Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios
cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y
desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.
Este "Dios crucificado"
no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de
nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el
sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y
de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al
sufrimiento de cualquier crucificado.
Los cristianos seguimos dando
toda clase de rodeos para no toparnos con el "Dios crucificado".
Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor,
desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la
manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra
compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el "Dios crucificado" y
se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al
Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros,
viven sufriendo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
24 de marzo de 2013
ANTE EL CRUCIFICADO
Detenido
por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el
Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen
buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera
la ejecución.
El
silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los
evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves,
pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y
agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas
ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre
estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que
descubren lo que hay en su corazón: "Padre, perdónalos porque no saben
lo que hacen". Así es Jesús. Ha pedido a los suyos "amar a sus
enemigos" y "rogar por sus perseguidores". Ahora es él mismo
quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Esta
petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto
sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la
gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su
misericordia no tiene fin.
Marcos
recoge un grito dramático del crucificado: "¡Dios mío. Dios mío! ¿por
qué me has abandonado?". Estas palabras pronunciadas en medio de la
soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente
que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su
silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este
grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a
Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en
labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte:
Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y
quejidos de los inocentes?
Lucas
recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús
mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi
un susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Nada
ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su
espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El
Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta
semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y
la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús
crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
28 de marzo de 2010
¿QUÉ HACE
DIOS EN UNA CRUZ?
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
1 de abril de 2007
MURIÓ
COMO HABÍA VIVIDO
Lo
crucificaron.
¿Cómo vivió Jesús sus últimas
horas?, ¿cuál fue su actitud en el momento de la ejecución? Los evangelios no
se detienen a analizar sicológicamente sus sentimientos. Sencillamente,
recuerdan que Jesús murió como había vivido. Lucas, por ejemplo, ha querido
destacar la bondad de Jesús hasta el final, su cercanía a los que sufren y su
capacidad de perdonar. Según su relato, Jesús murió amando.
En medio del gentío que observa
el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús
llorando. No pueden verlo sufrir así. Jesús se
vuelve hacia ellas y las mira con la misma ternura con que las había mirado
siempre: No lloréis por mí, llorad por
vosotras y por vuestros hijos. Así va Jesús hacia la cruz: pensando más en
aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento.
Faltan pocas horas para el final.
Desde la cruz sólo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de
los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: Acuérdate de mí. Su respuesta es
inmediata: Te lo aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso. Siempre ha hecho lo mismo: quitar miedos, infundir
confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue haciendo hasta el final.
El momento de la crucifixión es
inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando al madero, Jesús decía: Padre, perdónalos porque no saben lo que
están haciendo. Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los
pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan.
Según Lucas, Jesús muere pidiendo
al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su
amor, su perdón y su paz a todos los hombres, incluso a los que lo rechazan.
No es extraño que Pablo de Tarso
invite a los cristianos de Corinto a que descubran el misterio que se encierra
en el Crucificado: En Cristo estaba Dios
reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los
hombres. Así está Dios en la cruz: no acusando al mundo de sus pecados,
sino ofreciendo su perdón. Esto es lo que celebramos esta semana.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
4 de abril de 2004
CON LOS
CRUCIFICADOS
Lo
crucificaron.
El mundo está lleno de iglesias
cristianas presididas por la imagen del Crucificado y está lleno también de
personas que sufren, crucificadas por la desgracia, las injusticias y el
olvido: enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas, ancianos ignorados,
niños y niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro. Y gente, mucha gente
hundida en el hambre y la miseria.
Es difícil imaginar un símbolo
más cargado de esperanza que esa cruz plantada por los cristianos en todas
partes: «memoria» conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de
su identificación con todos los inocentes que sufren de manera injusta en
nuestro mundo.
Esa cruz, levantada entre
nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre con nosotros. A Dios le duele el
hambre de los niños de Calcuta, sufre con los asesinados y torturados de Irak,
llora con las mujeres maltratadas día a día en su hogar. No sabemos explicamos
la raíz última de tanto mal. Y, aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho.
Sólo sabemos que Dios sufre con nosotros y esto lo cambia todo.
Pero los símbolos más sublimes
pueden quedar pervertidos si no sabemos redescubrir una y otra vez su verdadero
contenido. ¿Qué significa la imagen del Crucificado, tan presente entre
nosotros, si no sabemos ver marcados en su rostro el sufrimiento, la soledad,
el dolor, la tortura y desolación de tantos hijos e hijas de Dios?
¿Qué sentido tiene llevar una
cruz sobre nuestro pecho, si no sabemos cargar con la más pequeña cruz de
tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al
Crucificado, si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el
acercamiento a quienes viven crucificados?
El Crucificado desenmascara como
nadie nuestras mentiras y cobardías. Desde el silencio de la cruz, él es el
juez más firme y manso del aburguesamiento de nuestra fe, de nuestra
acomodación al bienestar y nuestra indiferencia ante los crucificados. Para
adorar el misterio de un «Dios crucificado», no basta celebrar la semana santa;
es necesario, además, acercamos un poco más a los crucificados, semana tras
semana.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
8 de abril de 2001
DIOS NO
ES SÁDICO
Lo
crucificaron.
No son pocos los cristianos que
entienden la muerte de Jesús en la cruz como una especie de «negociación» entre
Dios Padre y su Hijo. Según una determinada manera de entender la crucifixión,
el Padre, justamente ofendido por el pecado de los hombres, exige para
salvarlos una reparación que el Hijo le ofrece entregando su vida por nosotros.
Si esto fuera así, las
consecuencias serían gravísimas. La imagen de Dios Padre quedaría radicalmente
pervertida, pues Dios sería un ser justiciero, incapaz de perdonar
gratuitamente; una especie de acreedor implacable que no puede salvarnos si no se
salda previamente la deuda que se ha contraído con él. Sería difícil evitar la
idea de un Dios «sádico» que encuentra en el sufrimiento y la sangre un «placer
especial», algo que le agrada de manera particular y le hace cambiar de actitud
hacia sus criaturas.
Este modo de presentar la cruz de
Cristo exige una profunda revisión. En la fe de los primeros cristianos, Dios
no aparece como alguien que exige previamente sufrimiento y sangre para que su
honor quede satisfecho y pueda así perdonar. Al contrario, Dios envía a su Hijo
sólo por amor y ofrece la salvación siendo nosotros todavía pecadores. Jesús,
por su parte, no aparece nunca tratando de influir en el Padre con su
sufrimiento para compensarle y obtener así de él una actitud más benévola hacia
la Humanidad.
Entonces, ¿quién ha querido la
cruz y por qué? Ciertamente, no el Padre que no quiere que se cometa crimen
alguno y menos contra su Hijo amado, sino los hombres que rechazan a Jesús y no
aceptan que introduzca en el mundo un reinado de justicia, de verdad y
fraternidad. Lo que el Padre quiere no es que le maten a su Hijo, sino que su
Hijo lleve su amor a los hombres hasta las últimas consecuencias. Dios no puede
evitar la crucifixión, pues para ello debería destruir la libertad de los
hombres y negarse a sí mismo como Amor. Dios no quiere sufrimiento y sangre,
pero no se detiene ni siquiera ante la tragedia de la cruz, y acepta el
sacrificio de su Hijo querido sólo por su amor insondable a los hombres. Es lo
que celebramos los cristianos esta Semana llamada Santa.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
5 de abril de 1998
UNA
SEMANA DIFERENTE
Lo
crucificaron.
Para muchos, la Semana Santa se
ha convertido en las «vacaciones de primavera» que permiten un pequeño respiro
mientras se acerca el descanso veraniego. Unos días de monte o de relax en
alguna playa, o tal vez un viaje rápido a algún país de interés turístico. Nada
más.
Para otros, siguen siendo unos
días cargados de sentida religiosidad. El descanso no les impide celebrar
dignamente los misterios centrales de su fe. Es cuestión de organizarse de
manera responsable e inteligente.
Hay también un sector no pequeño
de cristianos que se han ido alejando progresivamente de la práctica dominical,
pero en cuyo interior no se ha apagado la fe en Cristo, aunque ésta sea
vacilante y débil. Son personas para las que estas fechas siguen teniendo una
resonancia religiosa.
Yo sé la hondura que puede tener
para un creyente la celebración de la Cena del Señor el atardecer del jueves,
la liturgia de la pasión y muerte del Salvador la tarde del viernes o la
celebración gozosa de la resurrección la noche de Pascua. Pero sé también que
cada hombre y cada mujer se puede encontrar con Dios por caminos que sólo Él
sabe.
Conozco a alguien que se alejó
hace mucho de la Iglesia y que estos días busca algún concierto sacro o dedica
un cierto tiempo a escuchar música religiosa —la Pasión según san Mateo de J.S.
Bach—, pues le ayuda a elevar su corazón hacia el misterio de Dios.
Sé de personas alejadas de la
práctica dominical que, año tras año, toman parte en un viacrucis del Viernes
Santo. Apenas mueven los labios. No sé si recuerdan ya alguna oración. Pero
allí están en silencio entre la gente que hace el recorrido tradicional. Estoy
seguro de que en el corazón de no pocos se despiertan sentimientos hace tiempo
olvidados de arrepentimiento, agradecimiento y confianza en Dios.
Hace algunos años, un médico me
decía que sólo asiste a la celebración litúrgica del Viernes Santo. Escucha con
atención el relato de la Pasión y luego espera lo que, para él, es el momento
culminante: cuando se descubre la cruz y el pueblo se acerca a besarla. Lleva
años sin comulgar. Pero cada Viernes Santo se acerca puntualmente a besar la
imagen de Cristo crucificado. ¿Qué pondrá este hombre en ese beso?
Yo me imagino a Dios estos días
«contemplando» con ternura infinita a sus hijos e hijas, a los que disfrutan en
la playa y a los que se congregan en los templos, a quienes buscan de alguna
manera su rostro y a quienes creen no necesitarlo para nada. Todos caben en su
corazón. Por todos ellos murió Cristo en la cruz.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
9 de abril de 1995
MIRAR AL
CRUCIFICADO
Lo crucificaron.
El sufrimiento deja al ser humano
sin palabras. De nada sirven tas teorías ni las explicaciones piadosas. Ningún
razonamiento es capaz de consolarlo. Lo primero que brota de un corazón
dolorido es la queja, el gemido y la impotencia. Ninguna idea, ninguna palabra
puede escamotear el escándalo del mal. Tiene razón D. Sólle cuando descalifica de forma rotunda cierta teología: «El afán de los teólogos por interpretar y
hablar donde sería más conveniente callarse es insoportable.»
De hecho, el Dios encarnado en
Jesús no ha dado explicaciones sobre el mal. Ha hecho algo más: lo ha
compartido. Hay dos actitudes básicas de Jesús ante el mal. Por una parte, lo
ha combatido con todas sus fuerzas por verlo arrancado de la vida. Por otra, no
se ha dejado bloquear por él y lo ha asumido hasta el final confiando
plenamente en su Padre. Al grito estremecedor del «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», le ha seguido el
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»
Y Dios le ha respondido resucitándolo de la muerte.
Toda persona que sufre tiene derecho
a quejarse ante Dios. Pero tendrá que hacerlo, no ante un «Dios apático», que
se supone está en su cielo disfrutando de su eterna felicidad, sino ante ese
«Dios crucificado» que ha compartido nuestro dolor e impotencia hasta la
muerte. Tendrá que quejarse, no a un «Dios indiferente y lejano», sino a un
Dios que, encamado en Jesús, se ha comprometido contra el mal hasta dar la
vida. Lo captó muy bien el teólogo alemán D.
Bonhoffer, prisionero de los nazis, mientras esperaba su ejecución: «Dios ha aparecido impotente y débil en el
mundo y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. »
El sufrimiento lleva al gemido y
a la queja. Quien está oprimido por el dolor protesta, busca, pregunta: « ¿Por
qué esto?», « ¿Por qué a mí?» La fe cristiana no responde con bellas teorías
sobre el mal. Sencillamente, invita al creyente a levantar los ojos hacia el
Dios que sufre en la cruz.
Esta mirada al Crucificado puede
cambiar de raíz la actitud del cristiano que padece la enfermedad, es víctima
de la desgracia o sufre la dureza de la vida. Cuando se olvida al «Dios
crucificado», la reacción espontánea ante Dios es casi siempre la misma: « ¿Por
qué me mandas esto?, ¿qué pecado cometí?, ¿por qué no lo remedias?» Cuando, por
el contrario, se mira al Dios clavado en la cruz, la oración que brota del
creyente es muy diferente: «Dios mío, sé que mi sufrimiento te duele tanto como
a mí; sé que también ahora me acompañas y me sostienes, aunque no te sienta.
Confío en Ti No sé cómo ni cuándo, pero un día conoceré contigo la paz y la
dicha.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
12 de abril de 1992
TOMAR LA
CRUZ
Lo
crucificaron.
Esta semana en que los creyentes
meditamos y celebramos la muerte y resurrección de Jesús puede ser buena
ocasión para escuchar de manera renovada la llamada evangélica a «tomar la cruz».
Antes de nada, hemos de recordar
que el dolor y la enfermedad, los conflictos y tribulaciones de la vida no los
ha inventado Cristo ni la teología cristiana. Están ahí como parte integrante
de nuestra existencia. Tarde o temprano, todos hemos de enfrentarnos al
sufrimiento y la prueba.
Por otra parte, cuando Jesús nos
llama a «tomar la cruz», no nos está
invitando a procurarnos una vida todavía más dolorosa y atormentada, añadiendo
nuevo sufrimiento a nuestro vivir diario. «Tomar
la cruz» es descubrir cuál es la manera más acertada y sana de vivir ese
sufrimiento que ha de aceptar quien quiere ser humano hasta el final.
El sufrimiento no tiene ningún
valor en sí mismo. Es una experiencia negativa que ningún hombre sano ha de
buscar arbitrariamente y sin necesidad. Pero al mismo tiempo, es una
experiencia ante la cual hemos de tomar postura. Y es aquí donde el cristiano
acude al Crucificado para aprender a vivir de manera humana los diferentes
sufrimientos.
Hay, en primer lugar, un
sufrimiento que forma parte de nuestra condición humana, siempre frágil y
caduca. Todos estamos expuestos al dolor y la enfermedad. Todos vivimos
amenazados por la desgracia y la muerte. «Tomar
la cruz» significa, entonces, vivir esa experiencia dolorosa siguiendo de
cerca a Cristo, sostenidos por una confianza absoluta en un Dios que, incluso
en los momentos más oscuros, está junto a nosotros y de nuestra parte.
En segundo lugar, hay un
sufrimiento inevitable en todo aquel que busca renovarse y crecer de manera
positiva. Estamos tan arraigados en un egoísmo enfermizo que todo aquel que
desea liberarse y ser cada día más humano, debe aceptar el precio que exige esa
superación constante. «Tomar la cruz»
significa, entonces, asumir y trabajar gozosamente nuestra conversión aceptando
las renuncias y sacrificios que nos llevarán a una vida más plenamente humana.
En tercer lugar, hay un
sufrimiento que es resultado de una trayectoria fiel a Cristo y de un compromiso
inquebrantable por el evangelio. «Tomar
la cruz» significa, entonces, aceptar pacientemente el rechazo, el
descrédito o la persecución que nos pueden llegar como consecuencia del
seguimiento a Cristo, sabiendo que el destino de quien trata de humanizar la
vida como Jesús es compartir también con él la crucifixión.
Pero la cruz no es el último
destino de quien sigue a Cristo. Si los cristianos asumimos esa cruz inevitable
en todo aquel que se esfuerza por ser él mismo más humano y por construir un
mundo más habitable, es porque queremos arrancar para siempre del mundo y de
nosotros el mal y el sufrimiento. A una vida crucificada corno la de Jesús sólo
le espera resurrección.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
19 de marzo de 1989
LA VERDAD
DE LA CRUZ
Lo
crucificaron.
Desde los primeros siglos el
cristianismo ha sido despreciado por anunciar un mensaje de salvación que se
fundamenta en algo tan indigno como es la muerte de un crucificado.
Naturalmente, en nuestra sociedad
nadie se molesta en atacar la cruz como lo hacía el filósofo Celso hacia el año
180. Pero son muchos los que, al disfrutar estos días de semana santa, mirarán
con extrañeza y hasta casi con pena a esos creyentes que se reúnen a celebrar
al Crucificado.
Para muchos de ellos, adorar la
Cruz es justificar lo inhumano, bendecir el dolor, fomentar una ascesis
morbosa, coartar la alegría de vivir.
La cruz impide buscar libremente
la expansión y el gozo de la vida. La cruz glorifica las desdichas, el sufrimiento,
las humillaciones y la muerte. La cruz es enemiga de la vida y va en contra de
nuestro deseo más íntimo de ser felices.
Todo esto se puede pensar y decir
cuando se prescinde de Aquel que fue crucificado o se ignora lo que fue la
crucifixión.
Porque Jesús no murió en una cruz
para magnificar el dolor, promover un ideal ascético de sufrimiento o ir en
contra de la felicidad y la vida.
Jesús ha muerto no porque
despreciaba la vida sino porque la amaba tanto que no quiso consentir que fuera
disfrutada sólo por unos pocos privilegiados.
Jesús ha muerto no porque
menospreciaba la felicidad sino para dar testimonio de la seriedad con que se
ha de respetar y buscar la felicidad de todos los hombres, incluso de los más
pobres e indefensos.
Jesús ha muerto no porque se
resignó a las opresiones e injusticias sino porque se puso del lado de los
oprimidos sin caer en el juego de desencadenar nuevas violencias e injusticias
en nombre de ellos.
La Cruz de Jesucristo, lejos de
justificar el dolor y la desdicha, desenmascara la inhumanidad de nuestra
sociedad donde el juego de intereses termina por excluir y crucificar siempre a
los más débiles.
La Cruz de Jesucristo que
celebraremos los cristianos esta semana no se opone a la felicidad, sino sólo a
la de aquellos que disfrutan egoístamente de la vida, burlándose del
sufrimiento de los crucificados y desheredados de la tierra.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
23 de marzo de 1986
MÁS QUE
LA VIDA
Le
cargaron la cruz.
La primera palabra de Jesús no es
la cruz. Y su mensaje central no es la predicación de la muerte sino el anuncio
de una Buena Noticia: la bondad infinita de Dios que quiere la felicidad total
del hombre.
Por eso, la actuación de Jesús no
ha consistido en «producir cruces» ni crear sufrimiento. Ni su palabra ha sido
para legitimar las cruces que unos hombres imponen sobre los hombros de otros.
Toda su vida ha sido, por el
contrario, una lucha contra el sufrimiento. Un combate por liberar a los
crucificados de toda clase de sufrimiento y de mal.
Es esto lo que resuena a través
de todo el evangelio: una llamada a todos para evitar el sufrimiento producido
por los hombres, y una esperanza para dar sentido último a la cruz inevitable
de nuestra existencia finita y mortal.
Los creyentes no debemos olvidar
nunca que toda la actuación y el mensaje de Jesús está orientado a liberarnos
de las cruces de la vida y a hacernos más llevadero el peso de nuestra
existencia.
Pero tampoco hemos de olvidar que
esta Buena Noticia propuesta por Jesús ha sido frontalmente rechazada y ha
provocado una reacción violenta contra él.
Jesús ha experimentado en su
propia carne que es peligroso «ir demasiado lejos» en el amor a los
crucificados y que no se puede exigir impunemente a una sociedad que busque
realmente la felicidad de todos.
Y es precisamente en este momento
en que se ve rechazado por todos cuando Jesús asume la cruz. No deja que el
odio tenga la última palabra. Y decide no huir, sino ofrecer su vida y
sacrificarse.
Y es entonces cuando se nos
desvela el verdadero misterio de la cruz y el significado último del Evangelio:
«La vida en la tierra no es el valor supremo. Hay cosas por las que merece la
pena entregar la vida. Morir así es un valor supremo» (L. Boff).
En el Crucificado descubrimos que
es el amor a Dios y la solidaridad con los hermanos lo que da un sentido último
a todo nuestro ser y nuestro hacer.
Hay un modo de vivir y de morir
que no se perderá jamás en el vacío. Hay algo que es más fuerte que la misma
muerte y es el amor.
La resurrección nos revelará todo
el vigor y la fuerza salvadora que se encierra en esta vida sacrificada. Esta
vida entregada por amor no ha sido vencida. Al contrario, ha encontrado su
plenitud en la vida misma de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
27 de marzo de 1983
TOMAR LA
CRUZ
Y le
cargaron la cruz.
Tarde o temprano, todos nos
encontramos en la vida con el sufrimiento y podemos experimentar en nuestra
propia carne la verdad de aquellas palabras del libro de Job: «El hombre nacido de mujer es corto de días y harto de
inquietudes».
Y, sin embargo, el hombre no ha
nacido para sufrir. Y ante la experiencia dolorosa del sufrimiento hay algo que
se nos revela en lo más hondo de nuestro ser. No queremos sufrir.
Tampoco el creyente que trata de
seguir al Crucificado, busca de manera masoquista sufrir. Trata sencillamente
de descubrir desde Jesús cuál es la manera más humana y liberadora de asumir y
vivir el sufrimiento propio y ajeno.
El sufrimiento siempre es algo
malo. Y es equivocado e inútil pretender piadosamente convertirlo en algo bueno
y deseable.
La fe no cambia la naturaleza del
mal. El mal continúa siendo algo malo. Pero, precisamente por eso, puede
convertirse para el creyente en el medio más realista, verdadero y convincente
para vivir su fe total en el Padre y su solidaridad y amor desinteresado a los
hermanos.
Esa es precisamente la postura de
Jesús. Movido por su fidelidad al Padre y su amor a los hombres, acepta el
sufrimiento como la realidad donde mejor puede vivir y manifestar su fe
absoluta en el Padre y su amor radical a los hombres.
No se trata pues de subrayar
morbosamente el carácter doloroso y penoso de la vida. Se trata de vivir
sencillamente nuestra vocación de hombres y creyentes, sin reservas e
incondicionalmente, asumiendo si es preciso el dolor y la tribulación.
Quizás tengamos que aprender los
creyentes a descubrir las exigencias concretas que puede tener hoy el tomar la cruz de Cristo.
Cosas tan necesarias en nuestra
sociedad como éstas: preferir sufrir injustamente antes que colaborar con la
injusticia; compartir solidariamente el sufrimiento de los necesitados; aceptar
las consecuencias dolorosas de una defensa firme de la justicia, la verdad y la
libertad; sufrir la inseguridad, la debilidad y los riesgos de una actuación
honrada y consecuente con la fe cristiana; comprender el valor de una vida
austera y equilibrada en medio de esta sociedad de bienestar y consumo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
NO TE
BAJES DE LA CRUZ
Según el relato evangélico, los
que pasaban ante Jesús crucificado se burlaban de él y, riéndose de su
sufrimiento, le hacían dos sugerencias sarcásticas: Si eres Hijo de Dios, «sálvate a ti mismo» y «bájate de la cruz».
Ésa es exactamente nuestra reacción ante el sufrimiento: salvarnos a
nosotros mismos, pensar sólo en nuestro bienestar y, por consiguiente, evitar
la cruz, pasarnos la vida sorteando todo lo que nos puede hacer sufrir. ¿Será
Dios así? ¿Alguien que sólo piensa en sí mismo y en su felicidad?
Jesús no responde a la provocación de los que se burlan de él. No
pronuncia palabra alguna. No es el momento de dar explicaciones. Su respuesta
es el silencio. Un silencio que es respeto a quienes lo desprecian, comprensión
de su ceguera y, sobre todo, compasión y amor.
Jesús sólo rompe su silencio para dirigirse a Dios con un grito
desgarrador: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» No le pide que
lo salve bajándolo de la cruz. Sólo que no se oculte, ni lo abandone en este
momento de muerte y sufrimiento extremo. Y Dios, su Padre, permanece, en
silencio.
Sólo escuchando hasta el fondo ese silencio de Dios, descubrimos algo de
su misterio. Dios no es un ser poderoso y triunfante, tranquilo y feliz, ajeno
al sufrimiento humano, sino un Dios callado, impotente y humillado, que sufre
con nosotros el dolor, la oscuridad y hasta la misma muerte.
Por eso, al contemplar al crucificado, nuestra reacción no es de burla o
desprecio, sino de oración confiada y agradecida: «No te bajes de la cruz. No
nos dejes solos en nuestra aflicción. ¿Para qué nos serviría un Dios que no
conociera nuestra cruz? ¿Quién nos podría entender?
¿En quién podrían esperar los torturados de tantas cárceles secretas?
¿Dónde podrían poner su esperanza tantas mujeres humilladas y violentadas sin
defensa alguna? ¿A qué se agarrarían los enfermos crónicos y los moribundos?
¿Quién podría ofrecer consuelo a las víctimas de tantas guerras, terrorismos,
hambres y miserias? No. No te bajes de la cruz pues si no te sentimos «crucificado»
junto a nosotros, nos veremos más «perdidos».
Es difícil imaginar algo más escandaloso que
un «Dios crucificado». Y tampoco algo más atractivo y esperanzador. No sé si
podría creer en un Dios que fuera sólo poder. Creo que los humanos sólo podemos
confiar en un Dios débil, que sufre con nosotros y por nosotros, y sólo así
despierta en nosotros la esperanza.
Estos días he podido ver con qué arrogancia actúan los poderosos y con
qué facilidad se destruye a los débiles; quiénes son los satisfechos y quiénes
los desgraciados; dónde están los que deciden y organizan todo, y dónde mueren
las víctimas que lo padecen todo.
¿A qué me podría yo agarrar si Dios fuera simplemente un ser poderoso y
satisfecho, que decide y organiza el mundo a su antojo, muy parecido a los
poderosos de la tierra, sólo que más fuerte que ellos? ¿Quién me podría dar una
esperanza si no supiera que Dios está sufriendo con las víctimas y en las
víctimas? ¿Quién me podría consolar si no supiera que un «Dios crucificado» es
lo más opuesto a estos «dioses» que sólo saben crucificar?
Ese Dios crucificado me ayuda a ver la realidad desde los crucificados.
Desde estos hombres y mujeres abatidos sin miramiento alguno, se ve mejor cómo
está el mundo y qué le falta para ser humano. El mal tiende a disfrazarse, pero
allí donde alguien es crucificado, todo se esclarece. Sabemos dónde está Dios y
dónde están los que se le oponen.
Los crucificados no me dejan creer en esas grandes palabras como
«progreso», «democracia» o «libertad», cuando sirven para matar inocentes.
Siempre se ha matado en nombre de algún «dios». El poder tiende a sacralizarse
a sí mismo, se presenta como intocable e indiscutible, se legitima en los votos
o en las grandes causas. Da lo mismo. Cuando aterroriza y destruye a inocentes,
queda desenmascarado. Ese poder nada tiene que ver con el verdadero Dios.
Esta Semana Santa, al besar la Cruz, quiero besar a todos los
crucificados, pedirles perdón y ver en ellos a ese Dios crucificado que me
llama a recordarlos y defenderlos siempre.
José Antonio Pagola
Para
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