El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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2º domingo de Pascua (C)
2º
domingo de Pascua (C)
EVANGELIO
A los ocho días,
llegó Jesús.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento
sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado
el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían:
- Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
- Si no veo en sus manos la señal
de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano
en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez
dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo:
- Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
- Trae tu dedo, aquí tienes mis
manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
- ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
- ¿Porque me has visto has
creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están
escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han
escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2015-2016 -
3 de abril de 2016
NO SEAS
INCRÉDULO SINO CREYENTE
No seas
incrédulo, sino creyente.
La figura de Tomás como discípulo
que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo,
el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús
resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada
apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino
creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer,
responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los
evangelios: «Señor mío y Dios mío».
¿Qué ha experimentado este
discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre
hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado
del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato,
Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de
Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.
A lo largo de estos años, hemos
cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más
frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno
hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de
responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto
de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo,
sino creyente».
Tal vez, necesitamos despertar
más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos
tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del
Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que
lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y
agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de
Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al
misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de
todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy
que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos
fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en
falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más
humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una
persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas
veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia
y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su
salvación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2012-2013 -
7 de abril de 2013
DE LA
DUDA A LA FE
El hombre moderno ha aprendido a
dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para
progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia
desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y
dudas.
Por eso, todos sintonizamos sin
dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican
que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto
al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es
clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás
no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma
que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su
propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Tomás ha podido expresar sus
dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo
han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les
han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja
entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de
discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas
deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir
honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy.
No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe
necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma
inquietud.
Pero nada puede remplazar a la
experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia
conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo
Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su
honestidad. Jesús le muestra sus heridas.
No son "pruebas" de la
resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por
eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas
incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente
necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar:
"Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos
descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder
el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial
que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en
confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de
nuestra fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
11 de abril de 2010
NO SEAS
INCRÉDULO SINO CREYENTE
(Ver homilía del ciclo C -
2015-2016)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
15 de abril de 2007
ABRIR LAS
PUERTAS
… con las
puertas cerradas por miedo a los judíos.
El evangelio de Juan describe con
trazos oscuros la situación de la comunidad cristiana cuando en su centro falta
Cristo resucitado. Sin su presencia viva, la Iglesia se convierte en un grupo
de hombres y mujeres que viven «en una
casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos».
Con las «puertas cerradas» no se puede escuchar lo que sucede fuera. No es
posible captar la acción del Espíritu en el mundo. No se abren espacios de
encuentro y diálogo con nadie. Se apaga la confianza en el ser humano y crecen
los recelos y prejuicios. Pero una Iglesia sin capacidad de dialogar es una
tragedia, pues los seguidores de Jesús estamos llamados a actualizar hoy el
eterno diálogo de Dios con el ser humano.
El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras
mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es
posible amar al mundo. Pero, si no lo amamos, no lo estamos mirando como lo
mira Dios. Y, si no lo miramos con los ojos de Dios, ¿cómo comunicaremos su
Buena Noticia?
Si vivimos con las puertas
cerradas, ¿quién dejará el redil para buscar a las ovejas perdidas? ¿Quién se
atreverá a tocar a algún leproso excluido? ¿Quién se sentará a la mesa con
pecadores o prostitutas? ¿Quién se acercará a los olvidados por la religión?
Los que quieran buscar al Dios de Jesús, se encontrarán con nuestras puertas
cerradas.
Nuestra primera tarea es dejar
entrar al resucitado a través de tantas barreras que levantamos para
defendernos del miedo. Que Jesús ocupe el centro de nuestras iglesias, grupos y
comunidades. Que sólo él sea fuente de vida, de alegría y de paz. Que nadie
ocupe su lugar. Que nadie se apropie de su mensaje. Que nadie imponga un estilo
diferente al suyo.
Ya no tenemos el poder de otros
tiempos. Sentimos la hostilidad y el rechazo en nuestro entorno. Somos
frágiles. Necesitamos más que nunca abrirnos al aliento del resucitado y acoger
su Espíritu Santo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
18 de abril de 2004
ALEGRÍA Y
PAZ
Se
llenaron de alegría.
No les resultaba fácil a los
discípulos y discípulas expresar lo que estaban viviendo. Se les ve acudir a
toda clase de recursos narrativos. El núcleo, sin embargo, siempre es el mismo:
Jesús vive y está de nuevo con ellos. Esto es lo decisivo. Recuperan a Jesús
lleno de vida.
Los discípulos se encuentran con
el que los había llamado y al que habían dejado solo. Las mujeres abrazan al que
había defendido su dignidad y las había acogido como amigas. Pedro llora al
verlo: ya no sabe si lo quiere más que los demás, sólo sabe que lo ama. María
de Magdala abre su corazón a quien la había seducido para siempre. Los pobres,
las prostitutas y los indeseables lo sienten de nuevo cerca, como en aquellas
inolvidables comidas junto a él.
Ya no será como en Galilea.
Tendrán que aprender a vivir de la fe. Deberán llenarse de su Espíritu. Tendrán
que recordar sus palabras y actualizar sus gestos. Pero, Jesús, el Señor, está
con ellos lleno de vida para siempre.
Todos experimentan lo mismo: una
paz honda y una alegría incontenible. Las fuentes evangélicas, tan sobrias
siempre para hablar de sentimientos, lo subrayan una y otra vez: el resucitado
despierta en ellos alegría y paz. Es tan central esta experiencia que se puede
decir, sin exagerar, que de esta paz y esta alegría nació la fuerza
evangelizadora de los seguidores de Jesús.
¿Dónde está hoy esa alegría en
una Iglesia, a veces tan cansada, tan seria, tan poco dada a la sonrisa, con
tan poco humor y humildad para reconocer, sin problemas, sus errores y
limitaciones? ¿Dónde está esa paz en una Iglesia tan llena de miedos, tan
obsesionada por sus propios problemas, buscando casi siempre su propia defensa
antes que la felicidad de la gente?
¿Hasta cuándo podremos seguir
defendiendo nuestras doctrinas de manera tan monótona y aburrida, si, al mismo
tiempo, no experimentamos la alegría de «vivir en Cristo»? ¿A quién atraerá
nuestra fe si, a veces, no podemos ya ni aparentar que vivimos de ella?
Y, si no vivimos del Resucitado,
¿quién va a llenar nuestro corazón, dónde se va a alimentar nuestra alegría? Y,
si falta la alegría que brota de él, ¿quién va a comunicar algo «nuevo y bueno»
a quienes dudan, quién va a enseñar a creer de manera más viva, quién va a
contagiar esperanza a los que sufren?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
22 de abril de 2001
EL REGALO
DE LA ALEGRÍA
Se
llenaron de alegría.
Todos hemos conocido alguna vez
momentos de alegría intensa y clara. Tal vez, sólo ha sido una experiencia
breve y frágil, pero suficiente para vivir una sensación de plenitud y cumplimiento.
Nadie nos lo tiene que decir desde fuera. Cada uno sabemos que en el fondo de
nuestro ser está latente la necesidad de la alegría. Su presencia no es algo
secundario y de poca importancia. La necesitamos para vivir. La alegría ilumina
nuestro misterio interior y nos devuelve la vida. La tristeza lo apaga todo.
Con la alegría todo recobra un color nuevo; la vida tiene sentido; todo se
puede vivir de otra manera.
No es fácil decir en qué consiste
la alegría, pero ciertamente hay que buscarla por dentro. La sentimos en
nuestro interior, no en lo externo de nuestra persona. Puede iluminar nuestro rostro
y hacer brillar nuestra mirada, pero nace en lo más íntimo de nuestro ser.
Nadie puede poner alegría en nosotros si nosotros no la dejamos nacer en
nuestro corazón.
Hay algo paradójico en la
alegría. No está a nuestro alcance, no la podemos «fabricar» cuando queremos,
no la recuperamos a base de esfuerzo, es una especie de «regalo» misterioso.
Sin embargo, en buena parte, somos responsables de nuestra alegría, pues
nosotros mismos la podemos impedir o ahogar.
Desde una perspectiva cristiana,
la raíz última del gozo está en Dios. La alegría no es simplemente un estado de
ánimo. Es la presencia viva de Cristo en nosotros, la experiencia de la
cercanía y de la amistad de Dios, el fruto primero de la acción del Espíritu en
nuestro corazón. El relato evangélico dice que «los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor».
Es fácil estropear esta alegría
interior. Basta con encerrarse en uno mismo, endurecer el corazón, no ser fiel
a la propia conciencia, alimentar nostalgias y deseos imposibles, pretender
acapararlo todo. Por el contrario, la mejor manera de alimentar la alegría es
vivir amando. Quien no conoce el amor cae fácilmente en la tristeza. Por eso,
el culmen de la alegría se alcanza cuando dos personas se miran desde un amor
recíproco desinteresado. Es fácil que entonces presientan la alegría que nace
de ese Dios que es sólo Amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
19 de abril de 1998
FE Y
PROGRESO
Dichosos
los que crean sin haber visto.
Se habla hoy una y otra vez de
crisis de fe. El término «crisis» tiene actualmente un sentido peyorativo. Sin
embargo, proviene del verbo griego «krínein»
que significa discernir, separar, juzgar. Una situación de crisis de fe es un
momento decisivo que invita a clarificar las cosas y descubrir qué es en verdad
ser creyente.
Se piensa con frecuencia que el
moderno progreso de la ciencia y de la técnica es una amenaza para la fe. No es
así. Dios ha creado al ser humano precisamente para que desarrolle su capacidad
creativa. La fe no ha de temer el progreso científico. Al contrario, en ese
progreso ha de encontrar el mejor espacio para crecer.
El progreso moderno se fundamenta
básicamente en el cálculo y la eficacia. Para progresar científicamente es
necesario el cálculo riguroso y preciso. Por otra parte, hay que asegurar y
verificar la eficiencia. ¿Se resuelve así el problema de la vida? ¿Logra el ser
humano de este modo satisfacer su anhelo de verdad, sentido y plenitud?
En medio del progreso, la persona
ha de ser inteligente. Ha de saber leer dentro de la realidad (inteligencia
viene de «intus-legere»), penetrar en
el sentido de la existencia, encontrar el camino acertado para responder a sus
anhelos más hondos. La fe no va contra la inteligencia, sino que la estimula.
La fe va más allá del progreso
técnico. El creyente va al fondo de esa realidad que la técnica trabaja en sus
aspectos más externos, escucha el misterio último de la existencia, se deja
interrogar por la vida. La fe no nace como conclusión de una investigación
científica, sino como gracia a la que se abre quien está atento a la vida y
vive en actitud acogedora. La fe poco tiene que ver con la rigidez de la
ciencia. Es más bien la acogida confiada del Misterio más allá de la ciencia.
El relato del encuentro de Tomás con Cristo resucitado es
iluminador. Tomás adopta en principio
una actitud científica: pide pruebas rigurosas y verificación eficiente. No es
ése el camino de la fe. Cuando se encuentra con Cristo cambia de postura. No
mete sus dedos ni su mano en las llagas. Reconoce sus límites, se deja
interrogar por el Misterio, lo acoge y termina en actitud de adoración. Se hace
creyente. El cristiano valora el progreso moderno que tanto puede humanizar la
vida, pero no se cierra al misterio de Dios en quien está la salvación
definitiva del ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
23 de abril de 1995
NO SEAS
INCREDULO
No seas
incrédulo, sino creyente.
Los positivismos de todos los
tiempos han defendido algo que se puede formular así: «No existe más realidad
ni hay más verdad que la que yo puedo ver y tocar.» Naturalmente, las preguntas
que a uno le brotan no son pocas: ¿Quién me garantiza a mí que no existe
ninguna realidad más allá de lo que yo puedo comprobar?, ¿quién me asegura que
mi razón es la medida de todo?, ¿no puedo sospechar que la profundidad y la
grandeza de la existencia es más de lo que yo puedo abarcar directamente?
No hace mucho hablaba de estas
cosas con un catedrático, de gran prestigio en su propio campo. Había
intervenido yo el día anterior en unas Jornadas de la Universidad Balear con
una ponencia poco habitual en esos foros: «¿Cómo nació la fe en la resurrección
de Jesús?» El profesor se declaraba agnóstico pero estaba enormemente
interesado por el origen de la fe cristiana.
Conversamos largamente sobre
Cristo: ¿Está actualmente vivo?, ¿es un difunto más?, ¿cómo creer en él si no
podemos verle?, ¿quién puede garantizar que nos aporta algo positivo?, ¿tiene
sentido el empeñarnos en mantener viva esta reliquia del pasado? En muchas
cosas sintonizábamos: los dos queríamos conocer la verdad; ambos sabíamos que
no podíamos fundamentar nuestras respectivas posturas en pruebas científicas:
yo acepto una Causa y un Origen misterioso que llamo «Dios»; él admitía una
misteriosa ausencia de toda causa y origen.
En un determinado momento nos
preguntamos por qué él tendía a negar a Dios y por qué yo me inclinaba a creer
en Él. El catedrático, buen conocedor del evangelio, me dijo: «Mi postura es la
de Tomás: yo necesito ver con mis propios ojos y tocar con mis propias manos.»
Yo le hice ver entonces que el relato evangélico está redactado con mucho
cuidado; en definitiva, Tomás no llega a meter sus dedos ni su mano en las
llagas, sino que confiesa a Jesús como «Señor
y Dios» después de haber escuchado desde el fondo de su ser esta llamada: «No seas incrédulo, sino creyente. »
Entonces aquel hombre me hizo esta confesión sincera y sorprendente: «Si es
así, no me parezco a Tomás, pues yo, en mi lucha interior, me he sorprendido a
mí mismo en alguna ocasión haciéndole a Dios esta extraña petición: “Consérvame
en la incredulidad”.»
Los dos quedamos en silencio.
Estábamos hablando de algo que nos superaba a ambos. ¿Quién puede conocer los
subterfugios y resistencias de los humanos ante la visita de Dios? El Misterio
último de la vida nos desborda a creyentes y agnósticos. El corazón humano es
pequeño y débil. Tal vez, su mayor grandeza está en escuchar esa llamada
misteriosa: «No seas incrédulo, sino
creyente. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
26 de abril de 1992
DANOS LA
PAZ
Paz a
vosotros.
En medio de este pueblo,
enfrentado por tantos conflictos y desgarrado por tanta violencia, escucho en
silencio, Señor, las primeras palabras que pronuncian tus labios de resucitado,
después que los hombres te han crucificado: «Paz
a vosotros.»
Y entiendo con una luz nueva que
la paz no es un vago deseo, propio de gente ingenua que no tiene los pies en el
suelo, sino el destino último del hombre, lo que más profundamente deseas tú
para todos los pueblos y, también, para el nuestro.
Escuchando tus palabras, veo con
más claridad que los que pecan de falta de realismo son quienes, en nombre de
alguna causa, promueven el odio y la violencia porque no creen en el hombre ni
en sus posibilidades.
Este es, Señor, nuestro gran
pecado. No nos atrevemos a experimentar los caminos de la no-violencia. No nos
fiamos del diálogo. No creemos que al mal sólo se le vence con el bien, a la
injuria con el perdón, a la violencia con la paz.
Y aquí seguimos, divididos y
enfrentados. Unos celebran el «Aberri
Eguna», otros no. Unos lo celebran con una consigna y otros con otra.
Fácilmente nos sentimos no sólo adversarios, sino también enemigos. Pero tú nos
recuerdas que todos somos hermanos y no estamos hechos para vivir
permanentemente en la violencia y el rechazo mutuo, sino en el diálogo y la
paz.
Ese saludo pascual, «Paz a vosotros», que repites una y otra
vez a los hombres, nos llama a todos a la conversión, pues todos hemos
obstaculizado la paz cuando hemos ahondado la división entre nosotros, cuando
hemos creado un clima de mutua intolerancia, hemos alentado de alguna manera el
odio o hemos permanecido indiferentes, sin reaccionar ante atentados violentos
e injusticias de todo tipo.
Señor, limpia nuestro corazón,
pues en su interior se genera, en definitiva, la violencia, el odio y la
venganza. Sanea nuestra mente que tiende a absolutizar siempre lo propio para
imponerlo con fuerza a los demás. Transforma nuestros sentimientos y siembra en
nosotros la concordia, la ternura y la compasión ante todo ser humano.
Enséñanos a buscar la paz por caminos de justicia, diálogo y verdad.
Pero, por mucho que nosotros
trabajemos en favor de la paz, nunca podremos presentarnos ante ti con una paz
construida, lograda. Pobre paz la que sea sólo una paz hecha por nosotros. Por
eso, escucha tú el deseo de este pueblo, cansado ya de tanta violencia, que
pide y necesita paz. Tú que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
2 de abril de 1989
EXPERIMENTAR
LA PAZ
La paz a
vosotros.
Los relatos cristianos tienen
especial interés en señalar que el encuentro con el Resucitado es siempre una
experiencia pacificadora. Este es su saludo y su regalo: “La paz a vosotros”.
El hombre contemporáneo habla
mucho de la necesidad de evitar las guerras y conflictos armados entre los
pueblos. Podemos leer toda clase de libros, artículos y reflexiones sobre la
necesidad de detener la carrera de armamentos y suprimir la fabricación de
armas nucleares antes de que la humanidad sea destruida.
Pero apenas habla nadie de la
necesidad de paz interior. Esa paz personal sin la cual la vida de cada hombre
o mujer puede quedar destruida.
Esa paz no proviene sólo de
circunstancias externas ni consiste en no tener problemas o conflictos de
importancia. Es más bien una plenitud de vida que se experimenta gozosamente en
lo más profundo del corazón como conquista y como don.
Esta paz nace de una confianza
creciente en el Dios que nos salva, y se va difundiendo en todo nuestro ser,
liberándonos de miedos di fusos o concretos, de angustias inmediatas o
antiguas, de culpabilidades recientes o pasadas.
Esta paz exige enfrentarnos con
nuestra propia verdad y reconciliarnos con nosotros mismos. Las cosas, las
personas, el ajetreo de cada día, los problemas tiran de nosotros, nos
dispersan, nos disgregan y nos distancian de nosotros mismos. Necesitamos poner
cada cosa en su verdadero sitio, dar una unidad más profunda a nuestra vida,
aceptar humildemente lo que somos, enraizar nuestra existencia en Dios.
No necesito entonces agarrarme
nerviosamente a mí y a mis cosas puesto que soy sostenido por el Creador mismo
de la vida. No necesito cargar con el peso de mis equivocaciones y mis pecados
pues soy acogido y perdonado por quien es el Amor.
Puedo ser paciente conmigo mismo
y aceptar humildemente mi fragilidad y mi pequeñez. Puedo autoestimarme sin
hundirme en la amargura y en la desesperanza, a pesar de todas mis
limitaciones.
Quien no está en paz consigo
mismo no puede ser pacificador sino que vive vertiendo en la sociedad su
amargura interior, su desintegración, su fracaso personal.
Quien conoce esta paz interior y
la sabe guardar y hacer crecer en su corazón, se convierte en “constructor de
paz” en la convivencia diaria. Celebrar la resurrección del Señor es acoger esa
paz y difundirla en el mundo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
6 de abril de 1986
SIN HABER
VISTO
Dichosos los que crean sin haber visto.
Las experiencias de Pascua
terminaron un día. Ninguno de nosotros se ha vuelto a encontrar con Jesús, el
resucitado. Al parecer, ya no tenemos, hoy día, experiencias semejantes.
Pero, si las experiencias que se
esconden tras esos relatos no son ya accesibles a nosotros, y si no pueden ser
revividas, de alguna manera, en nuestra propia experiencia, ¿no quedarán todos
estos relatos maravillosos en algo muerto que ni la mejor de las exégesis
logrará devolver a la vida?
Sin duda, ha habido a lo largo de
la historia, hombres que han vivido experiencias extraordinarias. No se puede
leer sin emoción el fragmento que encontraron en una prenda de vestir de Blas
Pascal.
Con toda exactitud nos indica el
gran científico y pensador francés el momento preciso en que vivió una
experiencia estremecedora que dejó huella imborrable en su alma.
No parece tener palabras
adecuadas para describirla: «Seguridad plena, seguridad plena... Alegría,
alegría, alegría, lágrimas de alegría... Jesucristo. Yo me he separado de El;
he huido de El; le he negado y crucificado. Que no me aparte de El jamás. El
está únicamente en los caminos que se nos enseñan en el Evangelio».
No se trata de vivir experiencias
tan profundas y singulares como la vivida por Pascal. Mucho menos, todavía,
pretender encontrarnos con Jesús resucitado de manera idéntica a como se
encontraron con él los primeros discípulos sobre cuyo testimonio único
descansan todas nuestras experiencias de fe.
Pero, ¿hemos de renunciar a toda
experiencia personal de encuentro con el que está Vivo? Obsesionados sólo por
la razón, ¿no nos estamos convirtiendo en seres insensibles, incapaces de
escapar de una red de razonamientos y raciocinios que nos impiden captar
llamadas importantes de la vida?
¿No tenemos ya nadie esas
experiencias de encuentro reconciliador con Cristo en donde uno encuentra esa
paz que le recompone a uno el alma, le reorganiza de nuevo la vida y le
introduce en una existencia más clara y transparente?
¿No hemos tenido nunca la
«certeza creyente» de que el que murió en la cruz vive y está próximo a
nosotros? ¿No hemos experimentado nunca que Cristo resucita hoy en las raíces
mismas de nuestra propia vida?
¿No hemos experimentado nunca que
algo se conmovía interiormente en nosotros ante Cristo, que se despertaba en
nosotros la alegría, la seducción y la ternura y que algo se ponía en nosotros
en seguimiento de ese Jesús vivo?
El hombre crítico, atento sólo a
la voz de la razón y sordo a cualquier otra llamada, objetará que todo esto es
especulación irreal a la que no responde realidad objetiva alguna.
Pero el creyente comprobará
humildemente la verdad de las palabras de Jesús: «Dichosos los que creen sin
haber visto».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
10 de abril de 1983
RESUCITAR
LO MUERTO
Exhaló su aliento sobre ellos.
La muerte no es sólo el final
biológico del hombre. Antes de que llegue el término de nuestros días, la
muerte puede invadir diversas zonas de nuestra vida.
No es difícil constatar cómo, por
diversos factores y circunstancias, se nos van muriendo a veces, la confianza
en las personas, la fe en el valor mismo de la vida, la capacidad para todo
aquello que exija esfuerzo generoso, el valor para correr riesgos.
Quizá, casi inconscientemente, se
va apoderando de nosotros la pasividad, la inercia y la inhibición. Poco a poco
vamos cayendo en el escepticismo, el desencanto y la pereza total.
Quizás ya no esperamos gran cosa
de la vida. No creemos ya demasiado ni en nosotros mismos ni en los demás. El
pesimismo, la amargura y el malhumor se adueñan cada vez más fácilmente de
nosotros.
Acaso descubrimos que en el fondo
de nuestro ser la vida se nos encoge y se nos va empequeñeciendo. Quizás el
pecado se ha ido convirtiendo en costumbre que somos incapaces de arrancar, y
se nos ha muerto ya hace tiempo la fe en nuestra propia conversión.
Tal vez sabemos, aunque no lo
queramos confesar abiertamente, que nuestra fe es demasiado convencional y
vacía, costumbre religiosa sin vida, inercia tradicional, formalismo externo
sin compromiso alguno, «letra muerta» sin espíritu vivificador.
El encuentro con Jesús Resucitado
fue para los primeros creyentes una llamada a «resucitar» su fe y reanimar toda
su vida.
El relato evangélico nos describe
con tonos muy oscuros la situación de la primera comunidad sin Jesús. Son un
grupo humano replegado sobre sí mismo, sin horizontes, «con las puertas
cerradas», sin objetivos ni misión alguna, sin luz, llenos de miedo y a la
defensiva.
Es el encuentro con Jesús
Resucitado el que transforma a estos hombres, los reanima, los llena de alegría
y paz verdadera, los libera del miedo y la cobardía, les abre horizontes nuevos
y los impulsa a una misión.
¿No deben ser nuestras
comunidades cristianas un lugar en el que podamos encontrarnos con este Jesús
Resucitado y recibir su impulso resucitador? ¿No necesitamos escuchar con más
fidelidad su palabra y alimentarnos con más fe en su Eucaristía, para sentir
sobre nosotros su aliento recreador?
José Antonio Pagola
Para
ver las homilías correspondientes a este Evangelio correspondientes al CICLO B.
Para
ver las homilías correspondientes a este Evangelio correspondientes al CICLO A.
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