El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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2º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Vieron dónde
vivía y se quedaron con él.
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en
Jesús que pasaba, dice:
- «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se
volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
- «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron:
- «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo:
- «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día;
serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y
siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
- «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
- «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce
Pedro).»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015
18 de enero de 2015
Maestro.
¿Dónde vives?
APRENDER
A VIVIR
El evangelista Juan ha puesto un interés especial en
indicar a sus lectores cómo se inició el pequeño grupo de seguidores de Jesús.
Todo parece casual. El Bautista se fija en Jesús que pasaba por allí y les dice
a los discípulos que lo acompañan: «Éste es el Cordero de Dios».
Probablemente, los discípulos no le han entendido
gran cosa, pero comienzan a «seguir a Jesús». Durante un tiempo, caminan
en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto con él. Están siguiendo
a un desconocido y no saben exactamente por qué ni para qué.
Jesús rompe el silencio con una pregunta: «¿Qué
buscáis?» ¿Qué esperáis de mí? ¿Queréis orientar vuestra vida en la
dirección que llevo yo? Son cosas que es necesario aclarar bien. Los discípulos
le dicen: «Maestro, ¿dónde vives?» ¿Cuál es el secreto de tu vida? ¿Qué
es vivir para ti? Al parecer, no buscan conocer nuevas doctrinas. Quieren aprender
de Jesús un modo diferente de vivir. Quieren vivir como él.
Jesús les responde directamente: «Venid y lo
veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis información de
fuera. Venid a vivir conmigo y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento
mi vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.
Este es el paso decisivo que necesitamos dar hoy
para inaugurar una fase nueva en la historia del cristianismo. Millones de
personas se dicen cristianas, pero no han experimentado un verdadero contacto
con Jesús. No saben cómo vivió, ignoran su proyecto. No aprenden nada especial
de él.
Mientras tanto, en nuestras Iglesias no tenemos
capacidad para engendrar nuevos creyentes. Nuestra palabra ya no resulta
atractiva ni creíble. Al parecer, el cristianismo, tal como nosotros lo
entendemos y vivimos, interesa cada vez menos. Si alguien se nos acercara a
preguntarnos «dónde vivís» «qué hay de interesante en vuestras vidas», ¿cómo
responderíamos?
Es urgente que los cristianos se reúnan en pequeños
grupos para aprender a vivir al estilo de Jesús escuchando juntos el evangelio.
Él es más atractivo y creíble que todos nosotros. Puede engendrar nuevos
seguidores, pues enseña a vivir de manera diferente e interesante.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
15 de enero de 2012
APRENDER A VIVIR
El evangelista Juan narra los humildes comienzos del
pequeño grupo de seguidores de Jesús. Su relato comienza de manera misteriosa.
Se nos dice que Jesús «pasaba».
No sabemos de dónde viene ni adónde se dirige. No se detiene junto al Bautista.
Va más lejos que su mundo religioso del desierto. Por eso, indica a sus
discípulos que se fijen en él: «Éste
es el Cordero de Dios».
Jesús viene de Dios, no con poder y gloria, sino
como un cordero indefenso e inerme. Nunca se impondrá por la fuerza, a nadie
forzará a creer en él. Un día será sacrificado en una cruz. Los que quieran
seguirle lo habrán de acoger libremente.
Los dos discípulos que han escuchado al Bautista
comienzan a seguir a Jesús sin decir palabra. Hay algo en él que los atrae
aunque todavía no saben quién es ni hacia dónde los lleva. Sin embargo, para
seguir a Jesús no basta escuchar lo que otros dicen de él. Es necesaria una
experiencia personal.
Por eso, Jesús se vuelve y les hace una pregunta muy
importante: «¿Qué buscáis?».
Estas son las primeras palabras de Jesús a quienes lo siguen. No se puede
caminar tras sus pasos de cualquier manera. ¿Qué esperamos de él? ¿Por qué le
seguimos? ¿Qué buscamos?
Aquellos hombres no saben adónde los puede llevar la
aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que puede enseñarles algo que aún no
conocen: «Maestro, dónde vives?».
No buscan en él grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde vive, cómo
vive, y para qué. Desean que les enseñe a vivir. Jesús les dice: «Venid y lo veréis».
En la Iglesia y fuera de ella, son bastantes los que
viven hoy perdidos en el laberinto de la vida, sin caminos y sin orientación.
Algunos comienzan a sentir con fuerza la necesidad de aprender a vivir de
manera diferente, más humana, más sana y más digna. Encontrarse con Jesús puede
ser para ellos la gran noticia.
Es difícil acercarse a ese Jesús narrado por los
evangelistas sin sentirnos atraídos por su persona. Jesús abre un horizonte
nuevo a nuestra vida. Enseña a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo
mejor. Poco a poco nos va liberando de engaños, miedos y egoísmos que nos están
bloqueando.
Quien se pone en camino tras él comienza a recuperar
la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empieza a vivir con más
verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. Cuando uno se encuentra con
Jesús tiene la sensación de que empieza por fin a vivir la vida desde su raíz,
pues comienza a vivir desde un Dios Bueno, más humano, más amigo y salvador que
todas nuestras teorías. Todo empieza a ser diferente.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
18 de enero de 2009
APRENDER
A VIVIR
(Ver homilía del 18 de enero de 2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
15 de enero de 2006
CREER EN
JESÚS
Venid y
veréis.
Dos discípulos, orientados por el
Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Durante un cierto tiempo caminan tras él
en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto. De pronto, Jesús se
vuelve y les hace una pregunta decisiva: « ¿Qué
buscáis?», ¿qué esperáis de mí?
Ellos le responden con otra
pregunta: Rabí, « ¿dónde vives?»,
¿cuál es el secreto de tu vida?, ¿desde dónde vives tú?, ¿qué es para ti vivir?
Jesús les contesta: «Venid y veréis».
Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis otra información. Venid a
convivir conmigo. Descubriréis quién soy y cómo puedo transformar vuestra vida.
Este pequeño diálogo puede
arrojar más luz sobre lo esencial de la fe cristiana que muchas palabras
complicadas. En definitiva, ¿qué es lo decisivo para ser cristiano?
En primer lugar, buscar. Cuando uno no busca nada en la
vida y se conforma con «ir tirando» o ser «un vividor», no es posible
encontrarse con Jesús. La mejor manera de no entender nada sobre la fe
cristiana es no tener interés por vivir de manera acertada.
Lo importante no es buscar algo,
sino buscar a alguien. No descartemos
nada. Si un día sentimos que la persona de Jesús nos «toca», es el momento de
dejamos alcanzar por él, sin defensas ni reservas. Hay que olvidar convicciones
y dudas, doctrinas y esquemas. No se nos pide que seamos más religiosos ni más
piadosos. Sólo que le conozcamos mejor.
No se trata de conocer cosas
sobre Jesús, sino de sintonizar con
él, interiorizar sus actitudes fundamentales, y experimentar que su persona nos
hace bien, reaviva nuestro espíritu y nos infunde fuerza y esperanza para
vivir. Cuando esto se produce, uno se empieza a dar cuenta de lo poco que creía
en él, lo mal que había entendido casi todo.
Pero lo decisivo para ser
cristiano es tratar de vivir como vivía
él, aunque sea de manera muy pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó,
dar importancia a lo que daba él, interesarse por lo que él se interesó. Mirar
la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba: escuchar,
acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba, orar
como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él. ¿Qué se siente cuando
uno trata de vivir así? ¿No es esto aprender a vivir?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
19 de enero de 2003
FELICIDAD
Y FE CRISTIANA
¿Qué
buscáis?
El año 1988, el Consejo
Pontificio para el diálogo con los no creyentes, presidido por el cardenal Paul Poupard, escogía como tema de
estudio una cuestión poco frecuente en la reflexión teológica: «Felicidad y fe cristiana».
El camino ha sido largo.
Creyentes y no creyentes del mundo entero fueron aportando durante varios años
su experiencia y reflexión en tomo a cuestiones apasionantes: ¿De qué manera
busca hoy la felicidad el hombre contemporáneo? ¿Ayudan las religiones a
alcanzar la felicidad o, por el contrario, la obstaculizan? ¿Cómo perciben los
hombres de hoy la relación entre el cristianismo y la felicidad? ¿Cómo debería
presentar la Iglesia el mensaje evangélico, para que fuera percibido como
«buena noticia» de cara a la felicidad, no sólo en la eternidad, sino, en la
medida de lo posible, también en esta vida?
Como sucede con frecuencia, la
publicación del estudio final no tuvo mucho eco, pero, a mi juicio, se trata de
uno de los documentos eclesiásticos más interesantes de estos últimos años,
tanto por las claves que ofrece para comprender el hecho religioso como por el
talante dialogante con la cultura actual.
El estudio llega a una doble
constatación fundamental. La búsqueda de felicidad está en el centro del deseo
humano, como se puede comprobar en la experiencia de todos los tiempos y todas
las culturas. La búsqueda de felicidad «está
también en el centro de la revelación de Dios en Cristo»; quien no ha
descubierto la vinculación existente entre cristianismo y felicidad, no ha
descubierto todavía la fe cristiana en su verdadero ser.
Esta doble afirmación obliga, por
una parte, a hacer una crítica del carácter dañoso e ilusorio de no pocas
versiones de la felicidad que se difunden en la sociedad actual. Pero, al mismo
tiempo, urge a la Iglesia a preguntarse por qué, de hecho, tantos hombres y
mujeres no pueden experimentar la fe cristiana como fuente de felicidad real.
La crisis de la cultura moderna
es, en gran parte, una crisis de búsqueda de felicidad. El hombre de hoy no
está acertando en su manera de entender y de buscar la felicidad. Por eso, la
Iglesia puede prestar un servicio importante desde el evangelio, colaborando a
que la humanidad se libere de visiones reductoras y dañosas, y descubra que el
deseo más radical del ser humano es, en esencia, deseo de amar y ser amado. Por
eso, ha de repetir a los hombres de hoy la pregunta de Jesús: «¿Qué buscáis?»
Pero, al mismo tiempo, la crisis
religiosa es también, en buena parte, crisis de una Iglesia que no acierta a
ayudar a los hombres y mujeres de hoy a vivir la relación con Dios de tal
manera que puedan experimentarlo como fuente de vida sana y, en su medida,
feliz, en el interior de su vida personal y colectiva. Por eso, también la
Iglesia tiene que escuchar la pregunta de aquellos discípulos: «¿Dónde vives?» ¿Qué vida hay dentro de
ti? ¿Qué aportas tú a la felicidad del hombre contemporáneo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
16 de enero de 2000
HACERSE
MÁS CRISTIANO
Venid y
lo veréis.
¿Esto que vivo yo es fe?, ¿cómo
se hace uno más creyente?, ¿qué pasos hay que dar? Son preguntas que escucho
con frecuencia a personas que desean hacer un recorrido interior hacia
Jesucristo pero no saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar su propia
llamada, pero a todos nos puede hacer bien recordar cosas esenciales.
Creer en Jesucristo no es tener
una opinión sobre él. Me han hablado muchas veces de él; tal vez, he leído algo
sobre su vida; me atrae su personalidad; tengo una idea de su mensaje. No
basta. Si quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo,
tengo que movilizar todo mi mundo interior.
Es muy importante no pensar en
Cristo como alguien ausente y lejano. No quedarnos en «el Niño de Belén», el
«Maestro de Galilea» o «el Crucificado del Calvario». No reducirlo tampoco a
una idea o un concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien que está en mi
vida y con quien puedo comunicarme en la experiencia de cada día.
No pretendas imitarle
rápidamente. Antes, es mejor penetrar en una comprensión más intima de su
persona. Dejarnos seducir por su misterio. Captar el espíritu que le hace vivir
de una manera tan humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano, su pasión
por la vida, su ternura hacia el débil, su confianza total en la salvación de
Dios.
Un paso decisivo puede ser leer
los evangelios para buscar personalmente la verdad de Jesús. No hace falta
saber mucho para entender su mensaje. No es necesario dominar las técnicas más
modernas de interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida desde mi
propia experiencia. Guardar sus palabras dentro del corazón. Alimentar el gusto
de la vida con su fuego.
Leer el Evangelio no es
exactamente encontrar «recetas» para vivir. Es otra cosa. Es experimentar que,
viviendo como él, se puede vivir de manera diferente, con libertad y alegría
interior. Los primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «sentir como sentía él» (Flp 2, 5); «revestirse de Cristo» (Ga 3, 27),
reproducir en nosotros su vida. Esto es lo esencial. Por eso, cuando dos
discípulos preguntan a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?, ¿qué es para ti vivir?»,
él les responde: «Venid y lo veréis».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
19 de enero de 1997
DIOS NO
ME DICE NADA
Venid y
lo veréis.
El interés por Dios no desaparece
tan fácilmente de la conciencia de la persona. A veces puede parecer que ha
muerto para siempre. Otras, parecerá brotar de nuevo. Será una inquietud débil
y apenas perceptible o una necesidad fuerte y poderosa. Poco importa. Dios
sigue ahí.
Esta «necesidad» de Dios no se
presenta siempre bajo forma de experiencia religiosa. Puede ocurrir incluso que
el término «Dios» ya no le diga apenas nada a la persona, porque lo percibe
como una palabra cargada de experiencias negativas y poco gratas o como una
idea abstracta y confusa, sin apenas resonancia alguna en su corazón. Con el
paso de los años, Dios ha podido quedar irreconocible si sólo es presentado
mediante cierto lenguaje religioso.
Por otra parte, la presencia de
Dios puede estar encubierta por otro tipo de experiencias que la persona conoce
bien: vacío interior, malestar por una vida trivial y mediocre, deseo de vivir
algo diferente. O puede dejarse escuchar tras esas preguntas que, más de una
vez, brotan inevitablemente del fondo del individuo: ¿qué es la vida?, ¿qué era
yo antes de nacer?, ¿qué me espera al final?, ¿no encontraré nunca la paz que
mi corazón anhela?
Esta presencia de Dios es
inconfundible, y la persona lo sabe casi siempre. Es una presencia que reclama
e invita suavemente a la confianza. Su llamada no es una más entre otras. No se
identifica con nuestros gustos, deseos y proyectos. Es diferente. Viene de más
allá que de nosotros mismos. Podemos acogerla o dejar que resbale una vez más
sobre nosotros. Pero Dios sigue visitando a las personas. Así dice el libro del
Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta
y llamo: si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa» (3,
20).
«Abrir la puerta» significa decir
un pequeño «sí», aunque todavía sea un «sí» débil e indeciso. Dar cabida en
nuestra vida a Alguien a quien todavía apenas conocemos, dejarnos acompañar por
su presencia, no encerrarnos en la propia soledad, retirar poco a poco recelos,
resistencias y obstáculos. Empezar a conocer una experiencia religiosa
diferente, descubrir, quizás por vez primera, que acoger a Dios hace bien.
El relato evangélico nos describe
un diálogo inolvidable entre Jesús y dos discípulos que se acercan a él. Jesús
les pregunta: « ¿Qué buscáis?» Ellos
le responden: « ¿Dónde vives?» Y
Jesús les invita: «Venid y lo veréis.
» Quien busca sinceramente a Jesús para captar el misterio que en él se
encierra, ha de comprobar por experiencia qué es vivir con él y como él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
16 de enero de 1994
FELICIDAD
Y FE CRISTIANA
¿Qué
buscáis?
El año 1988, el Consejo
Pontificio para el diálogo con los no creyentes, presidido por el cardenal Paul Poupard, escogía como tema de
estudio una cuestión poco frecuente en la reflexión teológica: «Felicidad y fe cristiana.»
El camino ha sido largo.
Creyentes y no creyentes del mundo entero han ido aportando durante estos años
su experiencia y reflexión en torno a cuestiones apasionantes: ¿De qué manera
busca hoy la felicidad el hombre contemporáneo? ¿Ayudan las religiones a
alcanzar felicidad o, por el contrario, la obstaculizan? ¿Cómo perciben los hombres
de hoy la relación entre el cristianismo y la felicidad? ¿Cómo debería
presentar la Iglesia el mensaje evangélico, para que fuera percibido como
«buena noticia» de cara a la felicidad, no solo en la eternidad, sino, en la
medida de lo posible, también en esta vida?
Como sucede con frecuencia, la
publicación del estudio final no parece haber tenido mucho eco, pero, a mi
juicio, se trata de uno de los documentos eclesiásticos más interesantes de
estos últimos años, tanto por las claves que ofrece para comprender el hecho
religioso como por el talante dialogante con la cultura actual.
El estudio llega a una doble
constatación fundamental. La búsqueda de felicidad está en el centro del deseo
humano, como se puede comprobar en la experiencia de todos los tiempos y todas
las culturas. La búsqueda de felicidad «está
también en el centro de la revelación de Dios en Cristo»; quien no ha
descubierto la vinculación existente entre cristianismo y felicidad, no ha
descubierto todavía la fe cristiana en su verdadero ser.
Esta doble afirmación obliga, por
una parte, a hacer una critica del carácter dañoso e ilusorio de no pocas
versiones de la felicidad que se difunden en la sociedad actual. Pero, al mismo
tiempo, urge a la Iglesia a preguntarse por qué, de hecho, tantos hombres y
mujeres no pueden experimentar la fe cristiana como fuente de felicidad real.
La crisis de la cultura moderna
es, en gran parte, una crisis de búsqueda de felicidad. El hombre de hoy no
está acertando en su manera de entender y de buscar la felicidad. Por eso, la
Iglesia puede prestar un servicio importante desde el evangelio colaborando a
que la humanidad se libere de visiones reductoras y dañosas, y descubra que el
deseo más radical del ser humano es, en esencia, deseo de amar y ser amado. Por
eso, ha de repetir a los hombres de hoy la pregunta de Jesús: «¿Qué buscáis?»
Pero, al mismo tiempo, la crisis
religiosa es también, en buena parte, crisis de una Iglesia que no acierta a
ayudar a los hombres y mujeres de hoy a vivir la relación con Dios de tal
manera que puedan experimentarlo como fuente de vida sana y, en su medida,
feliz, en el interior de su vida personal y colectiva. Por eso, también la
Iglesia tiene que escuchar la pregunta de aquellos discípulos: « ¿Dónde vives?» ¿Qué vida hay dentro de
ti? ¿Qué aportas tú a la felicidad del hombre contemporáneo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
20 de enero de 1991
SIN
CONOCER
¿Dónde
vives?
Un número grande de personas
están abandonando hoy la fe antes de haberla conocido desde dentro. A veces
hablan de Dios, pero es fácil observar que no han tenido la experiencia de
encontrarse con él en el fondo de su corazón.
Tienen algunas ideas generales
sobre el credo de los cristianos. Han oído hablar de un Dios que prohíbe
ciertas cosas y que promete la vida eterna a quienes le obedecen. Pero no
conocen del evangelio mucho más.
Es normal que esa idea que tienen
de la fe no les resulte atractiva. No ven qué es lo que podrían ganar creyendo,
ni qué les podría aportar el evangelio si no es toda una lista de obligaciones,
además de esa promesa tan lejana y difícil de creer como es “la vida eterna”.
No sospechan que la fe del
verdadero creyente se alimenta de una experiencia que desde fuera no se puede
conocer. Como todo el mundo, también los creyentes saben lo que es el
sufrimiento y la desgracia. Su fe no los dispensa de los problemas y
dificultades de cada día. Pero en la medida en que la viven a fondo, su fe les
aporta una luz, un estímulo y un horizonte nuevos.
En primer lugar, el creyente
puede acoger la vida día a día como don de Dios. La vida no es puro azar;
tampoco una lucha solitaria frente a las adversidades. En el fondo mismo de la
vida hay Alguien que cuida de nosotros. Nadie está olvidado. Somos seres aceptados
y amados. Así dice el Maestro Eckhart:
“Si le dieras gracias a Dios por todas las alegrías que él te da, no te
quedaría tiempo para lamentarte”.
El creyente conoce también la
alegría de saberse perdonado. En medio de sus errores y mediocridad puede vivir
la experiencia de la inmensa comprensión de Dios. El hombre de fe no se siente
mejor que los demás. Conoce el pecado y la fragilidad. Su suerte es poder
sentirse renovado interiormente para comenzar siempre de nuevo una vida más
humana.
El creyente cuenta también con
una luz nueva frente al mal. No se ve liberado del sufrimiento, pero sí de la
pena de sufrir en vano. Su fe no es una droga ni un tranquilizante frente a las
desgracias. Pero la comunión con el Crucificado le permite vivir el sufrimiento
sin autodestruirse ni caer en la desesperación.
Siempre me ha conmovido esa
postura noble del gran científico ateo Jean
Rostand. “Vosotros tenéis la suerte de creer” le gustaba repetir a sus
amigos cristianos, y añadía: “De lo que yo estoy seguro es que me gustaría que
Dios existiera”. Qué diferente es hoy la postura de quienes teniendo todavía fe
en su corazón, la descuidan hasta perderla del todo.
La escena evangélica nos presenta
a unos discípulos interesados en conocer mejor el mundo de Jesús. El Maestro
les pregunta: “¿Qué buscáis?”, y
ellos contestan: “Maestro, ¿dónde vives?”.
La respuesta de Jesús es todo un programa: “Venid
y lo veréis”. No hay recetas mágicas para reavivar la fe. El camino es
buscar, entrar en contacto con Jesús y su mensaje, y experimentar una manera
nueva de vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
17 de enero de 1988
OTRA
MANERA DE VIVIR
¿ Qué
buscáis?
No es fácil responder a esa
pregunta sencilla pero comprometedora que Jesús hace a los discípulos: “Qué
buscáis?”.
La inmensa mayoría de las
personas no parecen buscar nada especial. Aceptan la vida tal como se les
presenta. Les basta vivir lo de siempre, lo de todos. No necesitan nada más.
Son pocos los que se sienten
atraídos por la verdad última del mundo y de la vida y se aventuran a buscar el
sentido profundo de su existencia.
Por eso, he de confesar que el
nuevo libro de José María Mendiola me
ha sorprendido. “La vida es fácil» no
es el título provocativo de un libro más. Es la experiencia y el testimonio de
un hombre que ha buscado y al que se le ha regalado «otra manera de vivir” que
pocos sospechan.
No es frecuente toparse hoy con
alguien que «ha despertado del sueño”, ha vislumbrado la Realidad que se oculta
tras las apariencias de nuestra existencia y ha encontrado su único Norte en
Dios.
Rezumando sinceridad a través de
todas las páginas de su libro, el escritor donostiarra se atreve a decirnos que
Dios es lo único que le interesa en esta vida.
El que habla no es un místico que
habita en el desierto sino un hombre casado y con cinco hijos que se pasea por
las calles de Donostia. No es un santo. Y lo quiere dejar bien sentado desde el
comienzo. Se siente más bien una persona “cargada de defectos y apegos”, capaz
de ceder a cualquier tentación medianamente importante.
Lo decisivo es otra cosa. Esa
presencia nueva e insospechada de Dios, ignorado u olvidado en otros tiempos y
hoy fuente de gozo imposible de explicar a otros con palabras y conceptos. Sin
esa presencia su vida sería hoy “como comida sin sal”.
No sé cuántos entenderán al
escritor. Sin confesarlo abiertamente, tal vez serán bastantes ios que lo
envidien. Su testimonio en medio de la alarmante superficialidad que nos rodea,
me parece a mí un verdadero regalo.
Los que lo lean, encontrarán en
su libro “como una flecha indicadora” y una invitación que apunta siempre en la
misma dirección: «Prueba a encontrar a
Dios ahora ».
Lo importante es atreverse a
buscar. Estar atentos a lo que sucede en el interior de nuestra existencia.
Despertar. Abrirnos al misterio de Dios. “Si por un solo segundo quieres
encontrarte con El, ya le has encontrado”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
20 de enero de 1985
¿QUE
BUSCAMOS?
Les
preguntó: ¿Qué buscáis?
Las primeras palabras que Jesús
pronuncia en el evangelio de Juan nos dejan desconcertados porque van al fondo
y tocan las raíces mismas de nuestra vida. ¿Qué
buscáis?
No es fácil responder a esta
pregunta sencilla, directa, fundamental, desde el interior de una cultura
cerrada, como la nuestra, que parece preocuparse sólo de los medios, olvidando
siempre el fin último de todo.
¿Qué es lo que buscamos
exactamente? Para algunos, la vida es «un gran supermercado» (D. Sölle) y lo único que les interesa es
adquirir objetos con los que poder consolar un poco su existencia.
Otros lo que buscan es escapar de
la enfermedad, la soledad, la tristeza, los conflictos o el miedo. Pero,
escapar ¿hacia dónde? ¿hacia quién?
Otros ya no pueden más. Lo que
quieren es que se les deje solos. Olvidar a los demás y ser olvidados por
todos. No preocuparse por nadie y que nadie se preocupe de ellos.
La mayoría buscamos sencillamente
cubrir nuestras necesidades diarias y seguimos luchando por ir cumpliendo
nuestros pequeños deseos. Pero, aunque todos ellos se cumplieran, ¿quedaría
nuestro corazón satisfecho? ¿se habría apaciguado nuestra sed de consuelo,
liberación, felicidad y plenitud?
En el fondo, ¿no andamos lo
hombres buscando algo más que una simple mejora de nuestra situación? ¿No
anhelamos algo que, ciertamente, no podemos esperar de ningún proyecto político
o social?
Se dice que el hombre
contemporáneo ha olvidado a Dios. Pero la verdad es que, cuando un ser humano
se interroga con un poco de honradez, no le es fácil borrar de su corazón «la
nostalgia de Dios».
¿Quién soy yo? ¿Un ser minúsculo,
surgido por azar en una par- cela ínfima de espacio y de tiempo, arrojado a la
vida para desaparecer enseguida en la nada de donde se me ha sacado sin razón
alguna y sólo para sufrir? ¿Eso es todo? ¿No hay nada más?
Lo más honrado que puede hacer el
hombre es «buscar». No cerrar ninguna
puerta. No desechar ninguna llamada. Buscar a Dios, tal vez con el último resto
de sus fuerzas y de su fe. Tal vez, desde la mediocridad, la angustia o el
desaliento.
Dios no juega al escondite ni se
esconde de quien lo busca honradamente. Dios está ya en el interior mismo de
esa búsqueda.
Más aún. Dios se deja encontrar,
incluso, por quienes apenas le buscamos. Así dice e1 Señor en Isaías: «Yo me he
dejado encontrar por quienes no preguntaban por mí. Me he dejado hallar por
quienes no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy» (Is 65, 1-2).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
17 de enero de 1982
¿QUE
BUSCAIS?
¿Qué
buscáis?
Hay preguntas enormemente
sencillas y elementales, que si nos atrevemos a escucharlas con sinceridad, son
capaces de trastocar nuestra vida entera.
Una de ellas es la que Jesús
dirige a los dos discípulos del Bautista que le siguen: «¿Qué buscáis?».
No es fácil responder con
prontitud a esta pregunta. En definitiva, ¿qué es lo que andamos buscando cada
uno, en nuestras luchas, esfuerzos y trabajos? ¿Qué objetivo último se esconde
tras tantos proyectos, ilusiones y anhelos humanos?
¿Buscamos cada uno algo
totalmente distinto a lo que buscan los demás? ¿Buscamos todos lo mismo? ¿Cuál
es la última meta hacia la que encaminamos nuestros pasos?
Probablemente, sin saber
precisarlo demasiado, muchos nos hablarían de felicidad, paz, seguridad, plenitud,
amor, reconciliación total. Los hombres somos un deseo insaciable de algo que
todavía no poseemos. Hay en nosotros algo que quiere vivir, vivir intensamente,
vivir en plenitud, vivir para siempre.
Hay algo en el hombre que no se
sacia jamás con el dinero, el sexo, el poder ni el éxito. Siempre hay «un espacio vacío» que nos llama a seguir
buscando.
No deja de sorprender en nuestra
sociedad occidental el número de jóvenes y adultos que se sienten atraídos por
las religiones orientales o el budismo Zen. Hombres y mujeres que buscan en la
oración, el silencio interior y la meditación, una experiencia que transfigure
su existencia.
Sin duda, se trata de una
reacción vital frente a una civilización que adormece el vigor espiritual del
hombre, y frente a una sociedad tan saturada de confort, conformismo y
banalidad.
Y los cristianos, ¿buscamos algo?
¿Qué buscamos al creer en Jesús? Ciertamente, no es posible encontrarse
vitalmente con Cristo si uno no adopta una postura de búsqueda sincera. No es
posible un encuentro auténtico con él desde una actitud de indiferencia, apatía
e insensibilidad ante la propia vida y la de los demás.
En nuestros tiempos se hace cada
vez más difícil creer en algo. La vida nos escarmienta muy pronto, y uno no
sabe ya en qué o en quién apoyar su existencia. Se diría que sólo podemos creer
en alguien, cuando comprobamos por experiencia que su presencia nos hace vivir.
Lo mismo podríamos decir de
nuestra fe en Dios. «Quién no ha querido saber si Dios existe, no como una
fuerza ciega, sino como alguien que hace vivir? ¿Quién de entre nosotros no ha
deseado, al menos alguna vez, creer porque presentía que es necesario creer
para vivir?» (Andre Briew).
Los cristianos de hoy nos descubriremos
con gozo como creyentes, cuando hayamos hecho la experiencia personal de buscar
a Dios, y hayamos experimentado en lo íntimo de nuestro ser que también hoy
Dios hace vivir a quien lo busca.
José Antonio Pagola
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