El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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El Bautismo del Señor (B)
EVANGELIO
Tú eres mi Hijo amado, el predilecto.
+
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 7-11
En aquel tiempo,
proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco
agacharme para desatarle las sandalias.
Yo os bautizado con
agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Por entonces llegó Jesús desde
Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizará el Jordán. Apenas salió del agua,
vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una
voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto».
Palabra de Dios
HOMILIA
2014-2015 -
11 de enero de 2015
ESCUCHAR LO QUE DICE EL ESPÍRITU
Él os
bautizará con Espíritu Santo.
Los primeros cristianos vivían convencidos de que
para seguir a Jesús es insuficiente un bautismo de agua o un rito parecido. Es
necesario vivir empapados de su Espíritu Santo. Por eso en los evangelios se
recogen de diversas maneras estas palabras del Bautista: «Yo os he bautizado
con agua, pero él (Jesús) os bautizará con Espíritu Santo».
No es extraño que en los momentos de crisis
recordaran de manera especial la necesidad de vivir guiados, sostenidos y
fortalecidos por su Espíritu. El Apocalipsis, escrito en los momentos críticos
que vive la Iglesia bajo el emperador Domiciano, repite una y otra vez a los
cristianos: «El que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las
Iglesias».
La mutación cultural sin precedentes que estamos
viviendo, nos está pidiendo hoy a los cristianos una fidelidad sin precedentes
al Espíritu de Jesús. Antes de pensar en estrategias y recetas automáticas ante
la crisis, hemos de preguntarnos cómo estamos acogiendo hoy nosotros el
Espíritu de Jesús.
En vez de lamentarnos una y otra vez de la
secularización creciente, hemos de preguntarnos qué caminos nuevos anda
buscando hoy Dios para encontrarse con los hombres y mujeres de nuestro tiempo;
cómo hemos de renovar nuestra manera de pensar, de decir y de vivir la fe para
que su Palabra pueda llegar hasta los interrogantes, las dudas y los miedos que
brotan en su corazón.
Antes de elaborar proyectos pensados hasta sus
últimos detalles, necesitamos transformar nuestra mirada, nuestra actitud y
nuestra relación con el mundo de hoy. Necesitamos parecernos más a Jesús. Dejarnos
trabajar por su Espíritu. Sólo Jesús puede darle a la Iglesia un rostro nuevo.
El Espíritu de Jesús sigue vivo y operante también
hoy en el corazón de las personas, aunque nosotros ni nos preguntemos cómo se
relaciona con quienes se han alejado definitivamente de la Iglesia. Ha llegado
el momento de aprender a ser la «Iglesia de Jesús» para todos, y esto sólo él
nos lo puede enseñar.
No hemos de hablar sólo en términos de crisis. Se
están creando unas condiciones en las que lo esencial del evangelio puede
resonar de manera nueva. Una Iglesia más frágil, débil y humilde puede hacer que
el Espíritu de Jesús sea entendido y acogido con más verdad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
8 de enero de 2012
EL ESPÍRITU DE JESÚS
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío
vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía
de Dios. Los cielos estaban "cerrados". Una especie de muro invisible
parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de
escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había
olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía
oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente
oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: "Ojalá rasgaras el
cielo y bajases".
Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos
tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del
Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él».
Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre
lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de
Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor
que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y
hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con
los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su
Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo.
La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un
personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se
enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.
Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la
alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se
resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los
miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el
descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización,
trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del
Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura
y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar
y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que
aportar a la sociedad actual tan vacía de interioridad, tan incapacitada para
el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO.
11 de enero de 2009
ESCUCHAR LO QUE DICE EL ESPÍRITU
Él os
bautizará con Espíritu Santo.
Los primeros cristianos vivían convencidos de que
para seguir a Jesús es insuficiente un bautismo de agua o un rito parecido. Es
necesario vivir empapados de su Espíritu Santo. Por eso en los evangelios se
recogen de diversas maneras estas palabras del Bautista: «Yo os he bautizado
con agua, pero él (Jesús) os bautizará con Espíritu Santo».
No es extraño que en los momentos de crisis recordaran
de manera especial la necesidad de vivir guiados, sostenidos y fortalecidos por
su Espíritu. El Apocalipsis, escrito en los momentos críticos que vive la
Iglesia bajo el emperador Domiciano, repite una y otra vez a los cristianos: «El
que tenga oídos, que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias».
La mutación cultural sin precedentes que estamos
viviendo, nos está pidiendo hoy a los cristianos una fidelidad sin precedentes
al Espíritu de Jesús. Antes de pensar en estrategias y recetas automáticas ante
la crisis, hemos de preguntarnos cómo estamos acogiendo hoy nosotros el
Espíritu de Jesús.
En vez de lamentarnos una y otra vez de la
secularización creciente, hemos de preguntarnos qué caminos nuevos anda
buscando hoy Dios para encontrarse con los hombres y mujeres de nuestro tiempo;
cómo hemos de renovar nuestra manera de pensar, de decir y de vivir la fe para
que su Palabra pueda llegar hasta los interrogantes, las dudas y los miedos que
brotan en su corazón.
Antes de elaborar proyectos pensados hasta sus
últimos detalles, necesitamos transformar nuestra mirada, nuestra actitud y
nuestra relación con el mundo de hoy. Necesitamos parecernos más a Jesús.
Dejarnos trabajar por su Espíritu. Sólo Jesús puede darle a la Iglesia un
rostro nuevo.
El Espíritu de Jesús sigue vivo y operante también
hoy en el corazón de las personas, aunque nosotros ni nos preguntemos cómo se
relaciona con quienes se han alejado definitivamente de la Iglesia. Ha llegado
el momento de aprender a ser la «Iglesia de Jesús» para todos, y esto sólo él
nos lo puede enseñar.
No hemos de hablar sólo en términos de crisis. Se
están creando unas condiciones en las que lo esencial del evangelio puede
resonar de manera nueva. Una Iglesia más frágil, débil y humilde puede hacer que
el Espíritu de Jesús sea entendido y acogido con más verdad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
8 de enero de 2006
EL
ESPÍRITU BUENO DE DIOS
Él os
bautizará con Espíritu Santo.
Jesús no es un hombre vacío ni
disperso interiormente. No actúa por aquellas aldeas de Galilea de manera
arbitraria ni movido por diferentes intereses. Los evangelios dejan claro desde
el principio que Jesús vive y actúa movido por «el Espíritu de Dios».
No quieren que se le confunda con
cualquier «maestro de la ley», preocupado por introducir más orden en el
comportamiento de Israel. No quiere que se le identifique con un profeta falso,
dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de
Roma.
El evangelista Mateo quiere,
además, que nadie lo equipare con el Bautista. Que nadie lo vea como un simple
discípulo y colaborador de aquel gran profeta del desierto. Jesús es «el Hijo amado» de Dios. Sobre él «desciende» el Espíritu de Dios. Sólo él
puede «bautizar» con Espíritu Santo.
Según toda la tradición bíblica,
el «Espíritu de Dios» es el aliento de Dios que crea, envuelve y sostiene la
vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a los
vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e
hijas.
Por eso, Jesús se siente enviado,
no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y bendecir. El
Espíritu de Dios lo conduce a potenciar y mejorar la vida. Lleno de ese «Espíritu» bueno de Dios, se dedica a
liberar de «espíritus malignos», que
no hacen sino dañar, esclavizar y deshumanizar.
Las primeras generaciones
cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús. Así resumían el recuerdo
que dejó grabado en sus seguidores: «Ungido
por Dios con el Espíritu Santo..., pasó la vida haciendo el bien y curando a
todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».
¿Qué «espíritu» nos anima hoy a
los seguidores de Jesús? ¿Cuál es la «pasión» que mueve a la Iglesia? ¿Cuál es
la «mística» que hace vivir y actuar a nuestras comunidades? ¿Qué estamos
poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos «curando» a tantos oprimidos, deprimidos,
reprimidos y hasta suprimidos por el mal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
12 de enero de 2003
IMAGEN
SANA DE DIOS
Vio
rasgarse el cielo.
Son bastantes los cristianos que
no saben muy bien en qué Dios creen. Su idea de Dios no es unitaria. Se compone
más bien de elementos diversos y heterogéneos. Junto a aspectos genuinos
provenientes de Jesús hay otros regresivos que pertenecen a diferentes estados
de la evolución religiosa de la humanidad. Junto a subrayados sublimes del amor
de Dios hay miedos primitivos a caer en sus manos.
Se intenta conciliar de muchas
maneras amor e ira de Dios, bondad insondable y justicia rigurosa, miedo y
confianza, tribunal imparcial y gracia. No es fácil. En el corazón de no pocos
sigue vigente una imagen confusa de Dios, que hace daño e impide vivir con gozo
y confianza la relación con el Creador.
En la conciencia humana brota de
manera bastante espontánea la imagen de un Dios patriarcal, contaminada por la
proyección de nuestros deseos y miedos, nuestras ansias y decepciones. Un Dios
omnipotente, preocupado permanentemente por su honor, dispuesto siempre a
castigar, que sólo busca de los hombres reconocimiento y sumisión.
Esta imagen de Dios puede
alejamos cada vez más de su presencia amistosa. Por lo general, las religiones
van introduciendo entre Dios y los pobres humanos mucho culto, muchos ritos y prácticas.
Pero su cercanía amorosa corre el riesgo de diluirse.
Jesús representa, para muchos
investigadores, la primera imagen verdaderamente sana de Dios en la historia
universal. Su idea de un Dios Padre y su modo de relacionarse con él están
libres de falsos miedos y proyecciones. El cambio fundamental que introduce es
éste: la actitud religiosa hacia un Dios patriarcal se funda en la convicción
de que el hombre existe para Dios; la actitud de Jesús hacia su Padre se funda
en la seguridad de que Dios existe para el hombre.
El evangelio de Marcos narra el
bautismo de Jesús en el Jordán sugiriendo la nueva experiencia de Dios que
Jesús vivirá y comunicará a lo largo de su vida. Según el relato, el «cielo se abre» pero no para descubrimos
la ira de Dios que llega con su hacha amenazadora, como pensaba el Bautista,
sino para que descienda el Espíritu de Dios, es decir su amor vivificador. Del
cielo abierto sólo llega una voz: «Tú
eres mi Hijo amado».
Es una pena que, a pesar de
decimos seguidores de Jesús, volvamos tan fácilmente a imágenes regresivas del
Antiguo Testamento abandonando su experiencia más genuina de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
9 de enero de 2000
EL CIELO
ABIERTO
Vio rasgarse
el cielo.
El Bautista representa como pocos
el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse,
reorientar la existencia y comenzar una vida más digna. Este es su mensaje:
«Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».
Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia: «Tengo
que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».
Este deseo de purificación y
ascesis es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocernos la experiencia:
nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con
responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se
despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del
tiempo nos devuelve a la mediocridad de siempre. El mismo Bautista reconoce el
límite de su esfuerzo: «Yo os bautizo sólo con agua...; alguien más fuerte os
bautizará con Espíritu y fuego».
El bautismo de Jesús encierra un
mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista. Los evangelistas han cuidado
con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e impenetrable,
se abre para mostrar su secreto. Al abrirse, no descarga la ira divina que
anunciaba el Bautista, sino que regala el amor de Dios, el Espíritu que se posa
pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Tú eres mi Hijo amado».
El mensaje es claro: con Cristo,
el cielo ha quedado abierto; de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con
confianza. A pesar de nuestros errores y mediocridad insoportable, también para
nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las
podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una hija
amada». En adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia sucia» que
hemos de purificar constantemente, sino como el regalo de la «dignidad de hijos
de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.
Para quien vive de esta fe, la
vida está llena de momentos de gracia: el nacimiento de un hijo, el contacto
con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen en nuestra vida
una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver «el cielo abierto». Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos
vivos; se despierta lo mejor que hay en nuestro corazón. Lo que tal vez
habíamos soñado secretamente se nos regala ahora de forma inesperada: un inicio
nuevo, una purificación diferente, un «bautismo
de Espíritu y de fuego». Detrás de esas experiencias está Dios amándonos
como a hijos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
12 de enero de 1997
BAUTIZAR
AL HIJO
… a que
Juan lo bautizara en el Jordán.
¿Bautizamos al hijo o lo dejamos
sin bautizar? Esta es la pregunta que se hacen algunos padres jóvenes al nacer
su hijo. ¿Cómo actuar cuando los padres han abandonado la práctica religiosa y
viven su fe de manera débil y vacilante? ¿Qué decisión tomar cuando son
divorciados, están casados civilmente o viven en «libre unión»? Conozco las
dudas de no pocos. De ahí mi deseo de ofrecer algunos criterios básicos en esta
fiesta del «Bautismo del Señor».
Lo primero que se ha de buscar
siempre es el bien del niño. No se organiza el bautizo para cumplir una
tradición social, para no dar un disgusto a los abuelos o con el fin de tener
una ocasión para celebrar el nacimiento. Si los padres bautizan al hijo es para
celebrar el amor salvador de Dios hacia esa pequeña criatura.
No es razón para privar al niño
del bautismo el temor a condicionar su libertad para el futuro. El niño viene
al mundo dependiendo de los demás en todo. No se le ha pedido permiso ni
siquiera para nacer. No ha podido escoger a sus padres ni elegir su lengua
materna o su entorno social o cultural. Al bautizarlo, los padres lo orientan
hacia la religión cristiana y hacia Jesucristo. Pero será él mismo quien, como en
todo lo demás, decidirá más tarde la trayectoria de su vida.
Todos los padres tienen derecho a
pedir para sus hijos el bautismo cualquiera que sea su situación matrimonial o
el grado de su fe actual. La condición de los padres no tiene por qué perjudicar
al hijo. Pero si piden el bautismo, están pidiendo una celebración religiosa.
Por eso han de hacerlo por motivos religiosos, por muy débiles que éstos puedan
ser, y aunque no entiendan muy bien todo lo que piden para su hijo.
Por otra parte, al pedir el
bautismo cristiano, están pidiendo para el niño la fe cristiana y esto exige
que los padres se comprometan a educarlo cristianamente o, al menos, que no se
opongan a la catequesis que el niño ha de recibir más adelante en la comunidad
cristiana. De no ser así, el bautizo quedaría privado de sentido.
Dada la situación actual de no
pocos padres, una postura responsable podría ser más o menos ésta: «Dios ama a
nuestro hijo. Lo ama incluso más que nosotros mismos. Nuestra fe es hoy débil,
no somos coherentes con todas las exigencias del cristianismo, pero deseamos
para nuestro hijo lo mejor. Lo bautizamos porque queremos poner su vida bajo la
acción salvadora de Jesucristo y de su Iglesia. Dios entiende nuestro gesto.
Más tarde apoyaremos a nuestro hijo para que conozca a Jesús y su evangelio
mejor que nosotros».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
9 de enero de 1994
¿DONDE
ESTA LA BENDICION?
Tú eres
mi Hijo amado.
Dice Henri Nouwen en uno de sus escritos que los hombres y mujeres de
hoy, seres llenos de miedos e inseguridad, necesitan más que nunca ser
bendecidos. Los niños necesitan la bendición de sus padres y éstos necesitan la
bendición de sus hijos.
El escritor recuerda con emoción
la primera vez que, en una sinagoga de Nueva York, fue testigo de la bendición
de un hijo judío por sus padres: «Hijo, te pase lo que te pase en la vida,
tengas éxito o no, llegues a ser importante o no, goces de salud o no, recuerda
siempre cuánto te aman tu padre y tu madre.»
El hombre contemporáneo ignora lo
que es la bendición y el sentido profundo que encierra. Los padres ya no
bendicen a sus hijos. Las bendiciones litúrgicas han perdido su sabor original.
Ya no se sabe lo que es la bendición nupcial. Se ha olvidado que «bendecir»
(del latín benedicere) significa
literalmente «hablar bien», decirle cosas buenas a alguien. Y, sobre todo,
decirle nuestro amor y nuestro deseo de que sea feliz.
Y, sin embargo, las personas
necesitan oír cosas buenas. Hay entre nosotros demasiada condena. Son muchos
los que se sienten maldecidos, más que bendecidos. Bastantes se maldicen
incluso a sí mismos. Se sienten malos, inútiles, sin valor alguno. Bajo una
aparente arrogancia se esconde con frecuencia un ser inseguro que, en el fondo,
no se aprecia a sí mismo.
El problema de muchos no es si
aman o no aman, si creen en Dios o no creen. Su problema radica en que no se
aman a sí mismos. Y no es fácil desbloquear ese estado de cosas. Amarse a sí
mismo cuando uno sabe cómo es, puede ser de las cosas más difíciles.
Lo que muchos necesitan escuchar
hoy en el fondo de su ser es una palabra de bendición. Saber que son amados, a
pesar de su mediocridad y sus errores, a pesar de tanto egoísmo inconfesable.
Pero, ¿dónde está la bendición? ¿Cómo puede estar uno seguro de que es amado?
Una de las mayores desgracias del
cristianismo contemporáneo es haber olvidado, en buena parte, esta experiencia
nuclear de la fe cristiana: «Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y sin
pecado, sino porque Dios es bueno y me ama de manera incondicional y gratuita
en Jesucristo.» Soy amado por Dios ahora mismo, tal como soy, antes de que
empiece a cambiar.
Los evangelistas narran que
Jesús, al ser bautizado por Juan, escuchó la bendición de Dios: «Tú eres mi Hijo amado.» También a nosotros
nos alcanza esa bendición de Dios sobre Cristo. Cada uno de nosotros puede
escucharla en el fondo de su corazón: «Tú
eres mi hijo amado.» Eso será también este año lo más importante. Cuando
las cosas se te pongan difíciles y la vida te parezca un peso insoportable,
recuerda siempre que eres amado con amor eterno.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
13 de enero de 1991
CANSANCIO
… con
Espíritu Santo
No sabemos a veces ni cómo
sobreviene, pero hay momentos en que el hombre se cansa de casi todo. Se cansa
de las ocupaciones que llenan su vida y de las personas que le rodean. Se cansa
de luchar, de vivir, de ser bueno.
No es fácil siempre precisar en
qué consiste este cansancio y cuáles son sus raíces; por qué a los días de gozo
y plenitud suceden esos días grises en que todo parece eclipsarse; por qué hay
momentos en que todo se nos hace más duro y pesado.
Antes que nada, hemos de recordar
que el cansancio es algo propio de la condición humana. El esfuerzo desgasta
nuestro cuerpo y nuestro espíritu. No hay otra forma de vivir. Este cansancio
lo hemos de aceptar como “compañero de nuestro camino”.
Pero hay otros cansancios
negativos y destructores que tienen su raíz más honda en un estilo equivocado
de vivir. Así, quien vive cogido por el activismo y la ocupación permanente, sin
alimentarse nunca por dentro, tarde o temprano cae en un cansancio inevitable.
No hemos de olvidar, por otra
parte, que la incoherencia interior, el engaño permanente o el vivir sin
satisfacer las verdaderas aspiraciones del ser humano, llega a engendrar en la
persona hastío y decepción.
El cansancio puede invadir
entonces las zonas más profundas de nuestro ser vaciando nuestra vida de toda
ilusión creadora, apagando el amor en la pareja o debilitando de raíz la misma
fe religiosa.
¿Qué hacer para no dejarnos
arrastrar por el desaliento y la pereza total? ¿Dónde encontrar fuerzas y
recursos para liberarnos de ese cansancio que puede arruinar nuestra vida
entera?
Es necesario, sin duda, adoptar
una actitud de sano realismo y de paciencia para aceptar nuestras limitaciones
y desgastes sin ceder al desaliento. Es importante también no caer en el
aislamiento sino saber pedir una mano a quien nos puede aliviar y estimular de
nuevo.
Pero, cuando el cansancio ha
tocado nuestras raíces, es necesario antes que nada, una renovación de nuestro
espíritu, una transformación interior.
Según el Bautista, lo propio de
Cristo es precisamente su capacidad para “bautizar
con Espíritu Santo” es decir, con ese Espíritu creador de Dios que puede
despertar nuestras almas cansadas, liberarnos del pecado convertido en
costumbre y comunicarnos nueva vitalidad.
Por eso, tal vez, la oración más
apropiada en las horas bajas del cansancio sea esa invocación humilde y confiada:
“Ven Espíritu Santo e infunde en mí la fuerza de tu amor”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
10 de enero de 1988
MEDIOCRIDAD
ESPIRITUAL
El os
bautizará con Espíritu Santo.
Son muchos los problemas que parecen
preocupar a la Iglesia al acercarse al siglo XXI.
Si uno se asoma a la producción
teológica y pastoral del momento o sigue de cerca cualquier revista de
información eclesiástica, podría tener la impresión de que casi todo es
problemático o preocupante.
Sin embargo, hace unos años, K Rahner se atrevía a señalar, por
encima de otras cuestiones y problemas más secundarios, como primer problema y
el más urgente, el de la “mediocridad
espiritual”.
Según el gran teólogo alemán, el
verdadero problema de la Iglesia contemporánea es ese “seguir tirando con una
resignación y un tedio cada vez mayores por los carriles habituales de una
mediocridad espiritual».
De poco sirve reforzar las
instituciones, salvaguardar los ritos, custodiar la ortodoxia o imaginar nuevos
proyectos evangelizadores, si falta en la vida de los creyentes una experiencia
viva de Dios.
Si la Iglesia quiere ser fiel a
sí misma y no asfixiarse en sus propios problemas, si quiere aportar algo
original y salvador al hombre contemporáneo, tiene que redescubrir una y otra
vez que sólo en Dios está su verdadera fuerza.
Sé lo peligroso que es hablar de
Dios de cualquier manera. Sé que se ha abusado ya demasiado de esta palabra. Sé
que todo puede ser una vez más mal entendido. Pero, a pesar de todo, hay que
seguir recordando que la Iglesia se ha de ocupar ante todo y sobre todo de
Dios.
La Iglesia habla mucho y se
preocupa de muchas cosas importantes. Pero, ¿dónde y cuándo escucha a Dios?
¿Dónde y cuándo se coloca humilde y sinceramente ante su único Señor?
Los creyentes hablamos de Dios.
Pero, ¿buscamos al que está detrás de esa palabra? ¿Hablamos alguna vez desde
la propia experiencia? ¿Gozamos y padecemos la presencia de Dios en nuestras
vidas?
Nos hemos acostumbrado a decir
que creemos en Dios sin que nada “decisivo» suceda en nosotros. Incluso el
“tener fe” parece dispensarles a algunos de buscar y anhelar el rostro de Dios.
Reconocer nuestra mediocridad
espiritual no transforma nuestras vidas pero puede ayudarnos a vislumbrar hasta
qué punto necesitamos “ser bautizados con
Espíritu Santo “según la terminología del Bautista.
Tal vez ésa es la primera tarea
de la Iglesia hoy. Redescubrir y acoger en sí misma la fuerza viva del Espíritu
de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
13 de enero de 1985
PASAR DE
DIOS
Os
bautizará con Espíritu Santo.
A nuestra vida, para ser humana,
le falta una dimensión esencial: la
interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni
en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma.
Pasamos rápidamente por todo y
nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y
mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría curar,
pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones.
Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra
parte, ¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida
interior, la meditación o la búsqueda de Dios?
Privados de vida interior,
sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas
y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos hemos adaptado
ya y hasta hemos aprendido a vivir «como cosas en medio de cosas» (J. Onimus).
Pero, lo triste es observar que,
con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida
interior a las personas. En un mundo que ha apostado por «lo exterior», Dios
queda como un objeto demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para
la vida diaria.
Por ello, no es extraño ver que
muchos hombres y mujeres «pasan de Dios», lo ignoran, no saben de qué se trata,
han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo cierto
es que no les «sirve» para nada útil.
Los evangelistas presentan a
Jesús como el que viene a «bautizar con
Espíritu Santo», es decir, como alguien que puede limpiar nuestra
existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de
la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese «Bautismo de Espíritu
Santo» al hombre de hoy.
Necesitamos ese Espíritu que nos
enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el
hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a ese Dios
que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra
existencia.
No basta que el Evangelio sea
predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no
escuchan ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la experiencia
real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.
Hombres y mujeres, convertidos en
paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior y
vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos
hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un
Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede
transformar nuestra existencia?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
10 de enero de 1982
RENOVAR
EL BAUTISMO
Llegó
desde Nazaret a que Juan lo bautizara.
El bautismo en el Jordán es uno
de los hechos mejor atestiguados en la vida de Jesús. Sin duda, Jesús ha
querido solidarizarse con el movimiento de conversión suscitado en el pueblo
por Juan el Bautista.
El episodio ha sido
posteriormente reelaborado por los evangelistas, que convierten el
acontecimiento en una presentación teológica de Jesús.
Los cielos, cerrados durante
largo tiempo, vuelven a abrirse. El Espíritu de Yahvé interviene de nuevo en la
historia. Se escucha de nuevo la palabra de Dios. El Hijo amado está ya entre
los hombres. Llega la esperada salvación.
Nada nos impide pensar que en el
origen de este relato teológico se encuentra, con toda probabilidad, la
experiencia vivida por Jesús de sentirse habitado por el Espíritu de Dios y
enviado a inaugurar el tiempo de salvación.
Más tarde, los cristianos
conservarán esta práctica bautismal para significar su adhesión al evangelio,
su apertura al Espíritu de Jesús, y su entrada en la comunidad creyente.
Naturalmente, el Bautismo era,
normalmente, la culminación de todo un proceso de conversión, y venía a
expresar, de manera viva, la aceptación consciente y responsable de la fe.
Hoy no es así. Nosotros hemos
sido bautizados a los pocos días de nuestro nacimiento, sin posibilidad alguna
de que el Bautismo fuera un gesto personal nacido de nuestra propia decisión.
Esta práctica del Bautismo de los
niños se introdujo muy pronto en las comunidades cristianas y, sin duda, tiene
un hondo significado en la familia creyente que desea ver a su hijo integrado
en la comunidad cristiana.
Sin embargo, y por legítima que
sea esta costumbre multisecular, es evidente que implica graves riesgos si no
adoptamos una postura responsable.
El bautismo de los niños no puede
ser entendido como culminación de un proceso de conversión. Tendrá sentido si
se lo considera como el inicio de una vida que deberá ser ratificada más tarde.
El nacimiento que está pidiendo un crecimiento ulterior en la fe.
El Bautismo que recibimos de
niños está exigiendo de nosotros los adultos, una confirmación en la fe, una
ratificación personal. Sin ella, nuestro Bautismo queda incompleto, como signo
vacío de su contenido total, como llamada sin eco ni respuesta verdadera.
José Antonio Pagola
Para
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