El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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4º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Enseñaba con
autoridad.
+ Lectura del santo evangelio según san Marcos
1,21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus -discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando
el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su
doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenla un espíritu
inmundo, y se puso a gritar:
- «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó:
- «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
Todos se preguntaron estupefactos:
- «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los
espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca
entera de Galilea.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
1 de febrero de 2015
Este
enseñar con autoridad es nuevo.
UN ENSEÑAR NUEVO
El episodio es sorprendente y sobrecogedor. Todo
ocurre en la «sinagoga», el lugar donde se enseña oficialmente la Ley,
tal como es interpretada por los maestros autorizados. Sucede en «sábado»,
el día en que los judíos observantes se reúnen para escuchar el comentario de
sus dirigentes. Es en este marco donde Jesús comienza por vez primera a «enseñar».
Nada se dice del contenido de sus palabras. No es
eso lo que aquí interesa, sino el impacto que produce su intervención. Jesús
provoca asombro y admiración. La gente capta en él algo especial que no
encuentra en sus maestros religiosos: Jesús «no enseña como los escribas,
sino con autoridad».
Los letrados enseñan en nombre de la institución. Se
atienen a las tradiciones. Citan una y otra vez a maestros ilustres del pasado.
Su autoridad proviene de su función de interpretar oficialmente la Ley. La
autoridad de Jesús es diferente. No viene de la institución. No se basa en la
tradición. Tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu vivificador de Dios.
Lo van a poder comprobar enseguida. De forma
inesperada, un poseído interrumpe a gritos su enseñanza. No la puede soportar.
Está aterrorizado: «¿Has venido a acabar con nosotros?» Aquel hombre se
sentía bien al escuchar la enseñanza de los escribas. ¿Por qué se siente ahora
amenazado?
Jesús no viene a destruir a nadie. Precisamente su
«autoridad» está en dar vida a las personas. Su enseñanza humaniza y libera de
esclavitudes. Sus palabras invitan a confiar en Dios. Su mensaje es la mejor
noticia que puede escuchar aquel hombre atormentado interiormente. Cuando Jesús
lo cura, la gente exclama: «este enseñar con autoridad es nuevo».
Los sondeos indican que la palabra de la Iglesia
está perdiendo autoridad y credibilidad. No basta hablar de manera autoritaria
para anunciar la Buena Noticia de Dios. No es suficiente transmitir
correctamente la tradición para abrir los corazones a la alegría de la fe. Lo
que necesitamos urgentemente es un «enseñar nuevo».
No somos «escribas», sino discípulos de Jesús. Hemos
de comunicar su mensaje, no nuestras tradiciones. Hemos de enseñar curando la
vida, no adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu, no nuestras
teologías.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
29 de enero de 2012
CURADOR
Según Marcos, la primera
actuación pública de Jesús fue la curación de un hombre poseído por un espíritu
maligno en la sinagoga de Cafarnaún. Es una escena sobrecogedora, narrada para
que, desde el comienzo, los lectores descubran la fuerza curadora y liberadora
de Jesús.
Es sábado y el pueblo se
encuentra reunido en la sinagoga para escuchar el comentario de la Ley
explicado por los escribas. Por primera vez Jesús va a proclamar la Buena
Noticia de Dios precisamente en el lugar donde se enseña oficialmente al pueblo
las tradiciones religiosas de Israel.
La gente queda sorprendida al
escucharle. Tienen la impresión de que hasta ahora han estado escuchando
noticias viejas, dichas sin autoridad. Jesús es diferente. No repite lo que ha
oído a otros. Habla con autoridad. Anuncia con libertad y sin miedos a un Dios
Bueno.
De pronto un hombre «se pone a
gritar: ¿Has venido a acabar con nosotros?». Al escuchar el mensaje de Jesús,
se ha sentido amenazado. Su mundo religioso se le derrumba. Se nos dice que
está poseído por un «espíritu inmundo», hostil a Dios. ¿Qué fuerzas extrañas le
impiden seguir escuchando a Jesús? ¿Qué experiencias dañosas y perversas le
bloquean el camino hacia el Dios Bueno que él anuncia?
Jesús no se acobarda. Ve al pobre
hombre oprimido por el mal, y grita: «Cállate y sal de él». Ordena que se
callen esas voces malignas que no le dejan encontrarse con Dios ni consigo
mismo. Que recupere el silencio que sana lo más profundo del ser humano.
El narrador describe la curación
de manera dramática. En un último esfuerzo por destruirlo, el espíritu «lo
retorció y, dando un grito muy fuerte, salió». Jesús ha logrado liberar al
hombre de su violencia interior. Ha puesto fin a las tinieblas y al miedo a
Dios. En adelante podrá escuchar la Buena Noticia de Jesús.
No pocas personas viven en su
interior de imágenes falsas de Dios que les hacen vivir sin dignidad y sin
verdad. Lo sienten, no como una presencia amistosa que invita a vivir de manera
creativa, sino como una sombra amenazadora que controla su existencia. Jesús
siempre empieza a curar liberando de un Dios opresor.
Sus palabras despiertan la
confianza y hacen desaparecer los miedos. Sus parábolas atraen hacia el amor a
Dios, no hacia el sometimiento ciego a la ley. Su presencia hace crecer la
libertad, no las servidumbres; suscita el amor a la vida, no el resentimiento.
Jesús cura porque enseña a vivir sólo de la bondad, el perdón y el amor que no
excluye a nadie. Sana porque libera del poder de las cosas, del autoengaño y de
la egolatría.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
1 de febrero de 2009
UN ENSEÑAR NUEVO
(Ver homilía del 1 de febrero de 2015).
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
29 de enero de 2006
APRENDER
A ENSEÑAR
No enseñaba
como los letrados sino con autoridad.
El modo de enseñar de Jesús
provocó en la gente la impresión de que estaban ante algo desconocido y
admirable. Lo señala la fuente cristiana más antigua y los investigadores
piensan que fue así realmente. Jesús no enseñaba como los «letrados» de la Ley.
Lo hacía con «autoridad»: su palabra
liberaba a las personas de «espíritus malignos».
No hay que confundir «autoridad»
con «poder». El evangelista Marcos es muy preciso en su lenguaje. La palabra de
Jesús no proviene del poder. Jesús no trata de imponer su propia voluntad sobre
los demás. No enseña para controlar el comportamiento de la gente. No utiliza
la coacción ni las amenazas.
Su palabra no es como la de los
letrados de la religión judía. No está revestida de poder institucional. Su
«autoridad» nace de la fuerza del Espíritu. Proviene del amor a la gente. Busca
aliviar el sufrimiento, curar heridas, promover una vida más sana. Jesús no
genera sumisión, infantilismo o pasividad. Libera de miedos, infunde confianza
en Dios, anima a las personas a buscar un mundo nuevo.
A nadie se le oculta que estamos
viviendo una grave crisis de autoridad. La confianza en la palabra
institucional está bajo mínimos. Dentro de la Iglesia se habla de una fuerte
«devaluación del magisterio». Las homilías aburren. Las palabras están
desgastadas.
¿No es el momento de volver a
Jesús y aprender a enseñar como lo hacía él? La palabra de la Iglesia ha de
nacer del amor real a las personas. Ha de ser dicha después de una atenta escucha
del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Ha de ser cercana, acogedora,
capaz de acompañar la vida doliente del ser humano.
Necesitamos una palabra más
liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del Espíritu. Una
enseñanza nacida del respeto y la estima positiva de las personas, que genere
esperanza y cure heridas. Sería grave que, dentro de la Iglesia, se escuchara
una «doctrina de letrados» y no la palabra curadora de Jesús que tanto necesita
hoy la gente para vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
DESCONOCIDOS
Y TEMIDOS
Hasta a
los espíritus inmundos les manda.
Unos están recluidos
definitivamente en un centro. Otros deambulan por nuestras calles. La inmensa
mayoría vive con su familia. Están entre nosotros, pero apenas suscitan el
interés de nadie. Son los enfermos mentales.
No resulta fácil penetrar en su
mundo de dolor y soledad. Privados, en algún grado, de vida consciente y
afectiva sana, apenas gozan de prestigio o ascendiente. Muchos de ellos son
seres débiles y vulnerables, o viven atormentados por el miedo en una sociedad
que los teme o se desentiende de ellos.
Desde tiempo inmemorial, un
conjunto de prejuicios, miedos y recelos y ha ido levantando una especie de
muro invisible entre ese mundo de oscuridad y dolor, y la vida de quienes nos
consideramos «sanos». El enfermo psíquico crea inseguridad y su presencia
parece siempre peligrosa. Lo más prudente es defender nuestra «normalidad»,
recluyéndolos distanciándolos de nuestro entorno.
Hoy, sin embargo, se habla mucho
de la inserción social de los enfermos mentales y del apoyo terapéutico que
puede significar su integración en la convivencia. Pero todo ello no deja de
ser una bella teoría si no se produce un cambio de actitud ante el enfermo
psíquico y no se ayuda de forma más eficaz a tantas familias que se sienten
solas o con poco apoyo para hacer frente a los problemas que se les vienen
encima con la enfermedad de uno de sus miembros.
Hay familias que saben cuidar a
su ser querido con amor y paciencia, colaborando positivamente con los médicos.
Pero hay también hogares donde el enfermo resulta una carga dificii de
sobrellevar. Poco a poco, la convivencia se deteriora y toda la familia va
quedando afectada negativamente favoreciendo, a su vez, el empeoramiento del
enfermo.
Es una ironía, entonces, seguir
defendiendo teóricamente la mejor calidad de vida para el enfermo psíquico, su
integración social o el derecho a una atención adecuada a sus necesidades
afectivas, familiares y sociales. Todo esto ha de ser así, pero, para ello, es
necesaria una ayuda más real a las familias y una colaboración más estrecha
entre los médicos que atienden al enfermo y personas que sepan estar junto a él
desde una relación humana y amistosa.
¿Qué lugar ocupan estos enfermos
en nuestras comunidades cristianas? ¿No son los grandes olvidados? El evangelio
de Marcos subraya de manera especial la atención de Jesús a «los poseídos por espíritus malignos». Su
cercanía a las personas más indefensas y desvalidas ante el mal, siempre será
para nosotros una llamada interpeladora.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
30 de enero de 2000
SANAR
Hasta a
los espíritus inmundos les manda.
Las primeras tradiciones
cristianas describen a Jesús como alguien que pone en marcha un profundo
proceso de sanación tanto individual como social. Ésa fue su intención de
fondo: curar, aliviar, restaurar la vida. Los evangelistas ponen en boca de
Jesús frases que lo dicen todo: «Yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
Por eso, las curaciones que Jesús
lleva a cabo a nivel físico, psicológico o espiritual son el símbolo que mejor
condensa e ilumina el sentido de su vida. Jesús no realiza curaciones de manera
arbitraria o por puro sensacionalismo. Lo que busca es la salud integral de las
personas: que todos los que se sienten enfermos, abatidos, rotos o humillados,
puedan experimentar la salud como signo de un Dios amigo que quiere para el ser
humano vida y salvación.
No hemos de pensar sólo en las
curaciones. Toda su actuación trata de encaminar a las personas hacia una vida
más sana: su rebeldía frente a tantos comportamientos patológicos de raíz
religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo vacío de amor...); su lucha por
crear una convivencia más humana y solidaria; su ofrecimiento de perdón a
gentes hundidas en la culpabilidad y la ruptura interior; su ternura hacia los
maltratados por la vida o por la sociedad; sus esfuerzos por liberar a todos
del miedo y la inseguridad para vivir desde la confianza absoluta en Dios.
No es extraño que, al confiar su
misión a los discípulos, Jesús los imagine no como doctores, jerarcas,
liturgistas o teólogos, sino como grandes curadores: «Proclamad que el Reinado de Dios está cerca: curad enfermos, resucitad
muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios». La primera tarea de la
Iglesia no es celebrar cultos, elaborar teología, predicar moral, sino curar,
liberar del mal, sacar del abatimiento, sanear la vida, ayudar a vivir de
manera saludable. Esa lucha por la salud integral es camino de salvación.
Lo denunciaba hace algunos años B. Häring, uno de los más prestigiosos
moralistas del siglo XX: la Iglesia ha de recuperar su misión sanadora si
quiere enseñar el camino de la salvación. Anunciar la salvación eterna de
manera doctrinal, intervenir sólo con llamamientos morales o promesas de
salvación desprovistas de experiencia sanadora en el presente, pretender
despertar la esperanza sin que se pueda sentir que la fe hace bien, es un
error. Jesús no actuó así.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
NADIE
ESTÁ PERDIDO PARA DIOS
Hasta los
espíritus inmundos.., lo obedecen.
«Estoy perdido... No hay nada que
hacer.» Qué duro es escuchar a quien se nos confía con estas o parecidas palabras.
Pocos sentimientos habrá tan penosos para el ser humano como esa sensación de
verse hundido sin remedio.
Todo se desata, a veces, a partir
de una desgracia que el individuo se siente incapaz de soportar: «Es demasiado
para mí. No puedo más. Voy a volverme loco.» La persona no sabe dónde encontrar
consuelo. Ya nada será como antes. Algo se ha roto para siempre.
Otras veces es la soledad sentida
de manera angustiosa: «Nadie me entiende. Nadie me quiere. Todos me han dejado
solo.» Frustrada en lo más íntimo, la persona se hunde en la amargura. Sabe que
nadie le espera ya en ningún lugar. ¿Qué sentido puede tener seguir viviendo
sin la presencia de una persona amada?
En algunos momentos puede
aparecer una inexplicable sensación de malestar: «No tengo ganas de vivir. Nada
me llena. Todo me da igual.» La persona no sabe cómo sacudirse de encima esa
fastidiosa impresión de vacío y falsedad. Hay que seguir viviendo, pero uno se
siente acabado.
En otras ocasiones el ser humano
experimenta el cansancio de su propio corazón: «Estoy harto de todo y de
todos.» Una especie de entumecimiento interior se apodera de la persona. Hay
que «seguir tirando», pero hace tiempo que la vida se ha apagado.
No es tampoco tan extraña la
experiencia del pecado: «Mi vida es un desastre. He dado muchos pasos
equivocados. Poco a poco me he ido alejando de Dios, y ahora no tengo fuerzas
para cambiar.» La persona no se atreve ya a enfrentarse a su propia conciencia.
Siente confusamente el peso de la culpa, pero no sabe cómo salir de ese estado.
Las parábolas de la oveja
perdida, la moneda perdida y el hijo perdido (Lucas 15, 1-32) insisten todas ellas en lo mismo: Dios es alguien
que se alegra con la recuperación de todo hombre o mujer que se veía perdido.
No hay desgracia ni pecado, no hay cansancio ni soledad, no hay crimen ni
oscuridad que te pueda destruir definitivamente. Nadie está perdido para Dios.
Esta es la Buena Noticia del
evangelio: No hay desesperación definitiva; siempre se puede seguir esperando
incluso «contra toda esperanza». Dios es Salvador para todos aquellos que se
ven desbordados por el mal, el pecado, la impotencia o la fragilidad. Esto es
lo que descubren con admiración aquellas gentes de Galilea que son testigos del
poder y la bondad de Jesús que libera del «espíritu
inmundo» a aquel pobre hombre que se retuerce poseído por el mal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
30 de enero de 1994
UN DIOS
AMIGO
Hasta a
los espíritus inmundos les manda.
Hace ya algunos años, A.N Whithead escribió una frase
brillante, que luego ha sido largamente citada y comentada. Según este conocido
matemático, filósofo y teólogo, «religión
es lo que el individuo hace con su propia soledad». Es en la intimidad de
cada persona donde se juega, en último término, su actitud religiosa, pues en
esa soledad interior va respondiendo a las preguntas últimas: ¿quién soy yo en
realidad?, ¿qué puedo saber de la vida?, ¿en qué puedo creer o esperar?
No es fácil saber qué sucede hoy
en la interioridad de los individuos y cómo se las ve cada uno con Dios. La
cultura moderna ha transformado profundamente la estructura interna de las
personas. Hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos y menos
consistentes, más escépticos y menos confiados. Sin embargo, el mismo Whithead ofrece algunas pistas para
entender cómo se gesta la actitud religiosa en nuestros días.
Para bastantes, Dios no es sino
un «concepto». Una idea, tal vez sublime y excelsa, pero que no se deja sentir
en su interior. No niegan que exista —«algo tiene que haber»—, pero no saben
relacionarse con él. Dios está situado en el mundo de las ideas, pero no es
reconocido como alguien vivo y personal, que fundamenta y suscita la vida de la
persona. Estos pueden hablar y discutir sobre Dios, pero nunca hablan a Dios en
la soledad de su corazón.
Hay otros que sí sienten a Dios
en su interior, pero lo intuyen como «enemigo». Alguien que les cierra el
camino, les señala los límites y no les deja vivir en paz. Cuando se encuentran
con él, siempre se topan con un señor soberano y omnipotente, que frena sus
pretensiones de autonomía y felicidad. Para éstos, Dios es una «amenaza
oscura», que hace la vida más difícil y dura de lo que ya es por sí misma.
Bien diferente es, por el
contrario, la experiencia de quienes buscan a Dios siguiendo los pasos de
Jesús. Estos sienten a Dios, no como el señor amenazador que exige y oprime,
sino como el «amigo» que sustenta, comparte, perdona y hace vivir.
Estoy cada vez más convencido de
que el proceso religioso que muchas personas necesitan recorrer, es el que
lleva desde el Dios «enemigo» al Dios «amigo» y compañero de camino. Si hoy
muchos abandonan a Dios y le dan la espalda, es porque solo lo experimentan
como exigencia, y no como don y misericordia.
La experiencia de los que se
encontraron con Jesús fue muy diferente. Podían comprobar que Jesús no solo
hablaba de Dios con autoridad, sino que curaba a las personas y las liberaba
del mal en el nombre de un Dios amigo de la dicha del ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
3 de febrero de 1991
UN
PROGRESISMO INGENUO
Se
quedaron asombrados de su enseñanza.
Uno de ios dogmas fundamentales
de la cultura moderna es la fe en el poder absoluto de la razón. Con la fuerza
de la razón, el hombre es capaz de resolver los problemas de la existencia.
En la raíz de esta postura
“racionalista” hay una convicción que ha ido creciendo progresivamente. Lo
único que existe es lo que el hombre puede verificar con su razón. Fuera de lo que
el ser humano puede comprobar, no hay nada real.
Si esto es así, naturalmente ya
no hay sitio para Dios ni para la religión. El mundo se reduce sencillamente a
un sistema cerrado que el hombre puede dominar desarrollando la ciencia y las
tecnologías. La fe en un Dios trascendente queda descalificada de raíz como una
postura ingenua y primitiva.
Durante muchos años esta visión
“racionalista” fue cultivada en círculos intelectuales y científicos, sin
provocar grandes reacciones en las masas. Pero la situación ha cambiado
profundamente con la llegada de los grandes medios de comunicación social. Por
todas partes se divulga hoy una cultura “racionalista” donde lo religioso
aparece como una postura que todavía personas desfasadas pueden cultivar en su
corazón, pero que está ya superada hace tiempo por la ciencia y el progreso.
En cualquier programa televisivo
se pueden escuchar toda clase de comentarios irónicos y frívolos sobre lo
religioso, hechos por “personajes” de la vida social, interesados en dejar bien
claro su agnosticismo para no ser tachados de poco progresistas.
Lo curioso es que, como siempre,
todo esto sucede precisamente cuando en ¡os sectores científicos más serios y
rigurosos del momento actual se respira un clima totalmente diferente.
Hace tiempo que los científicos
más prestigiosos hablan de que la razón no puede responder a todos los
interrogantes que plantea la existencia. Y son ellos mismos los que afirman la
necesidad de que, junto a la ciencia, la humanidad siga cultivando la poesía,
la ética, la metafísica, la religión.
Por otra parte, se ha ido tomando
conciencia de que la pretensión “racionalista” de que no existe nada más que lo
que el hombre puede conocer con su razón, no se basa en ningún análisis
científico de la realidad. El hombre moderno ha decidido que no hay nada fuera
de lo que él mismo puede comprobar, pero esta convicción primera no proviene de
ninguna verificación racional. Es un prejuicio o creencia acrítica, anterior a
cualquier intervención de la razón.
Por eso, son muchos los que
piensan que ha llegado el momento de revisar, por una parte, la naturaleza del
conocimiento científico y de explorar, por otra, las verdaderas raíces de la
experiencia religiosa. Ciencia y religión no se excluyen. La humanidad las
necesita a ambas para su crecimiento.
Lo progresista no es burlarse de
la religión sino abrirse sin prejuicios a toda la verdad de la existencia. La
“verdad” que se encierra en la experiencia religiosa es diferente de la
“verdad” que aporta la ciencia. De alguna manera, es esto lo que descubren las
gentes de Cafarnaum cuando experimentan que “la enseñanza” de Jesús encierra una “autoridad” diferente a la de “los
letrados “.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
31 de enero de 1988
CON
AUTORIDAD
Con
autoridad.
Por lo general, solemos confundir
fácilmente «autoridad” con «poder”, pues normalmente toda autoridad necesita
para ser ejercida un cierto poder.
Sin embargo, hay personas que
tienen autoridad no porque estén investidas de poder o se les haya encomendado
una función social, sino porque su manera de ser y de vivir es reconocida y
aceptada por los demás.
Son personas que irradian
autoridad. No se imponen por su poderío o su fuerza. Es su vida la que atrae y
deja huella profunda en quienes los conocen o tratan.
«Autoridad» es un término que
viene del latín «augere” que
significa «hacer crecer”, “agrandar”, “enriquecer», pues las personas con
autoridad ayudan a crecer, nos estimulan, enriquecen la vida de los demás.
Esta autoridad nace de la misma
persona, de su honestidad, de su actitud responsable y coherente, de su
fidelidad. Ningún poder ni cargo, por importante que sean, pueden sustituirla
cuando falta.
Tal vez éste sea uno de los
problemas más graves de la actual sociedad occidental. Contamos con personas
que tienen “poder oficiala pero no es fácil encontrar hombres y mujeres con
autoridad para convertirse en guías y modelos a seguir.
El problema se agudiza cuando el poder
o cargo oficial es desempeñado por una persona indigna y sin autoridad moral
alguna debido a su comportamiento personal.
Es comprensible que los que
ostentan un poder oficial pretendan deslindar netamente su cargo público de lo
que constituye su vida personal privada.
Ciertamente, un hombre puede ser
fiel a su cargo aunque no sea fiel a su esposa. Puede cumplir honestamente su
responsabilidad pública aunque actúe de manera irresponsable en su vida
privada.
Pero no es el mejor camino para
despertar en los ciudadanos una mayor confianza en los poderes públicos y una
mayor colaboración con sus directrices.
El evangelista Marcos nos
recuerda que en el pueblo judío se despertó la admiración y el seguimiento a
Jesús cuando vieron en él a un hombre que actuaba no como los escribas, sino «con
autoridad».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
3 de febrero de 1985
ENSEÑAR
CON AUTORIDAD
no como
los letrados, sino con autoridad...
Jesús no fue un profesional
especializado en comentar la Biblia o interpretar correctamente su contenido.
Su palabra clara, directa, auténtica, tenía otra fuerza diferente que el pueblo
supo inmediatamente captar.
No es un discurso lo que sale de
labios de Jesús. Tampoco una instrucción. Su palabra es una llamada, un mensaje
vivo que provoca impacto y se abre camino en lo más hondo de las gentes.
El pueblo queda asombrado «porque no enseña como ¡os letrados, sino con
autoridad». Esta autoridad no está ligada a ningún título o poder social.
No proviene tampoco de las ideas que expone o la doctrina que enseña. La fuerza
de su palabra es él mismo, su persona, su espíritu, su libertad.
Jesús no es «un vendedor de
ideologías» ni un repetidor de lecciones aprendidas de antemano. Es un maestro
de vida que coloca al hombre ante las cuestiones más decisivas y vitales. Un
hombre que enseña a vivir.
Es duro reconocer que, con
frecuencia, las nuevas generaciones no encuentran «maestros de vida» a quienes
poder escuchar. ¿Qué autoridad pueden tener las palabras de muchos políticos,
dirigentes o responsable civiles y religiosos, si no están acompañadas de un
testimonio claro de honestidad y responsabilidad personal?
Por otra parte, ¿qué vida pueden
encontrar nuestros jóvenes en una enseñanza mutilada, que proporciona datos,
cifras y códigos, pero no ofrece respuesta alguna a las cuestiones más
inquietantes que anidan en el ser humano?
Difícilmente ayudará a crecer a
los alumnos una enseñanza reducida a información científica en la que el
enseñante puede ser sustituido por el programa correspondiente del «video» o
del ordenador.
Nuestra sociedad necesita «profesores de existencia». Hombres y
mujeres que enseñen el arte de abrir los ojos, maravillarse ante la vida e
interrogarse con sencillez por el sentido último de todo.
Maestros que, con su testimonio
personal de vida, siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse
honradamente los interrogantes más hondos de la existencia.
Hacen pensar las palabras del
escritor anarquista A. Robin, por lo
que pueden presagiar para nuestra sociedad: «Se suprimirá la fe en nombre de la
luz; después se suprimirá la luz. Se suprimirá el alma en nombre de la razón;
después se suprimirá la razón. Se suprimirá la caridad en nombre de la
justicia; después se suprimirá la justicia. Se suprimirá el espíritu de verdad
en nombre del espíritu crítico; después se suprimirá el espíritu crítico».
El Evangelio de Jesús no es algo
superfluo e inútil para una sociedad que corre el riesgo de seguir tales
derroteros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
31 de enero de 1982
LA FUERZA
DE LO DEMONIACO
Hasta los
espíritus inmundos k obedecen.
Durante estos últimos años,
varias novelas, llevadas posteriormente a la pantalla, han puesto de relieve
que la imagen diabólica, un tanto arrinconada por la civilización contemporánea,
sigue teniendo una confusa vigencia en la conciencia de grandes masas.
Obras como «El exorcista» de W. P. Blatty, «La semilla del diablo» de
I. Levin y «El Otro» de Th. Tryon, y la proliferación inesperada
de cultos satánicos en Norteamérica y Europa, nos han descubierto que la figura
siniestra de lo demoníaco tiene todavía una fuerza que nadie hubiera podido
sospechar.
Y es que también el hombre de
hoy, al enfrentarse a la existencia, sigue percibiendo lo que Van der Leeuw ha llamado «la angustia
indeterminada ante lo horrible, lo inabarcable». También el hombre
contemporáneo se sigue conmoviendo cuando las fuerzas del mal adquieren un
carácter amenazador incontrolable y de raíces impenetrables.
Paul Valory decía en su «Fausto» que la actuación
primordial del demonio consiste en «mostrar a los hombres en un espejo sus
deseos más ocultos». Lo que ha aterrorizado a los hombres no ha sido la entidad
misma de los demonios, sino lo que lo demoníaco refleja: los instintos de
agresión, destrucción y muerte que hay en nosotros, y que pueden desbordarse en
un momento dado.
Y es esto lo que tampoco hoy
deberíamos olvidar. En la historia grande de los pueblos y en la pequeña
historia individual de cada uno, siempre existe la posibilidad de que el lado
tenebroso y maligno de la existencia humana se rebele y nos desborde hasta
límites insospechados.
Por eso siguen teniendo
actualidad y vigencia esos relatos que encontramos en los evangelios, y donde
se nos presenta a Jesús expulsando demonios con fuerza salvadora.
Los psicoanalistas nos han
descubierto que lo inhumano, la sangre, el dolor, la destrucción y la muerte,
ejercen una extraña atracción sobre el siquismo humano. Y que el hombre
necesita abrirse a la vida, y entrar en una dinámica de amor y creatividad, si
no quiere verse amenazado por la destrucción.
Este Jesús, que no expulsa
demonios con fórmulas mágicas de exorcista, sino como el enviado del Dios de la
vida y la salud, que predica con fuerza liberadora el amor, y que nos invita a
entrar en el reino de la ternura, la fraternidad y la libertad, puede ser
también hoy Alguien capaz de acallar las fuerzas del mal y liberarnos de la
esclavitud de tantos males que parecen escapar a nuestro control.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola