¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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22º domingo Tiempo ordinario (A)
LA CRUZ ES OTRA
COSA
EVANGELIO
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 21-27
En aquel tiempo,
empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer
allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía
que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó
aparte y se puso a increparlo:
-«¡No lo permita
Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y
dijo a Pedro:
-«Quítate de mi
vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como
Dios.»
Entonces dijo Jesús
a sus discípulos:
-«El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere
salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a
un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
¿O qué podrá dar
para recobrarla?
Porque el Hijo del
hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a
cada uno según su conducta.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
31 de agosto de 2014
APRENDER A PERDER
El dicho está recogido en todos
los evangelios y se repite hasta seis veces: “Si uno quiere salvar su vida, la
perderá, pero el que la pierde por mí, la encontrará”. Jesús no está hablando
de un tema religioso. Está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero
valor de la vida.
El dicho está expresado de manera
paradójica y provocativa. Hay dos maneras muy diferentes de orientar la vida:
una conduce a la salvación, la otra a la perdición. Jesús invita a todos a
seguir el camino que parece más duro y menos atractivo, pues conduce al ser
humano a la salvación definitiva.
El primer camino consiste en
aferrarse a la vida viviendo exclusivamente para uno mismo: hacer del propio
“yo” la razón última y el objetivo supremo de la existencia. Este modo de
vivir, buscando siempre la propia ganancia o ventaja, conduce al ser humano a
la perdición.
El segundo camino consiste en
saber perder, viviendo como Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto
humanizador del Padre: saber renunciar a la propia seguridad o ganancia,
buscando no solo el propio bien sino también el bien de los demás. Este modo
generoso de vivir conduce al ser humano a su salvación.
Jesús está hablando desde su fe
en un Dios Salvador, pero sus palabras son una grave advertencia para todos.
¿Qué futuro le espera a una Humanidad dividida y fragmentada, donde los poderes
económicos buscan su propio beneficio; los países, su propio bienestar; los
individuos, su propio interés?
La lógica que dirige en estos
momentos la marcha del mundo es irracional. Los pueblos y los individuos
estamos cayendo poco a poco en la esclavitud del “tener siempre más”. Todo es
poco para sentirnos satisfechos. Para vivir bien, necesitamos siempre más
productividad, más consumo, más bienestar material, más poder sobre los demás.
Buscamos insaciablemente
bienestar, pero ¿no nos estamos deshumanizando siempre un poco más? Queremos
“progresar” cada vez más, pero, ¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar
a millones de seres humano en la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos
años podremos disfrutar de nuestro bienestar, cerrando nuestras fronteras a los
hambrientos?
Si los países privilegiados solo
buscamos “salvar” nuestro nivel de bienestar, si no queremos perder nuestro
potencial económico, jamás daremos pasos hacia una solidaridad a nivel mundial.
Pero no nos engañemos. El mundo será cada vez más inseguro y más inhabitable
para todos, también para nosotros. Para salvar la vida humana en el mundo,
hemos de aprender a perder.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
28 de agosto de 2011
DETRÁS DE JESÚS
Jesús pasó algún tiempo recorriendo las aldeas de
Galilea. Allí vivió los mejores momentos de su vida. La gente sencilla se
conmovía ante su mensaje de un Dios bueno y perdonador. Los pobres se sentían
defendidos. Los enfermos y desvalidos agradecían a Dios su poder de curar y
aliviar su sufrimiento. Sin embargo no se quedó para siempre entre aquellas
gentes que lo querían tanto.
Explicó a sus discípulos su decisión: «tenía que ir a Jerusalén», era
necesario anunciar la
Buena Noticia de Dios y su proyecto de un mundo más justo, en
el centro mismo de la religión judía. Era peligroso. Sabía que «allí iba a
padecer mucho». Los dirigentes religiosos y las autoridades del templo lo
iban a ejecutar. Confiaba en el Padre: «resucitaría
al tercer día».
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Le horroriza
imaginar a Jesús clavado en una cruz. Sólo piensa en un Mesías triunfante. A
Jesús todo le tiene que salir bien. Por eso, lo toma aparte y se pone a
reprenderle: «No lo permita Dios,
Señor. Eso no puede pasarte».
Jesús reacciona con una dureza inesperada. Este
Pedro le resulta desconocido y extraño. No es el que poco antes lo ha
reconocido como "Hijo del Dios vivo". Es muy peligroso lo que está
insinuando. Por eso lo rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás».
El texto dice literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de
discípulo y aprende a seguirme. No te pongas delante de mí desviándonos a todos
de la voluntad del Padre.
Jesús quiere dejar las cosas muy claras. Ya no llama
a Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; ahora lo llama «piedra»
que me hace tropezar y me obstaculiza el camino. Ya no le dice que habla así
porque el Padre se lo ha revelado; le hace ver que su planteamiento viene de
Satanás.
La gran tentación de los cristianos es siempre
imitar a Pedro: confesar solemnemente a Jesús como "Hijo del Dios
vivo" y luego pretender seguirle sin cargar con la cruz. Vivir el
Evangelio sin renuncia ni coste alguno. Colaborar en el proyecto del reino de
Dios y su justicia sin sentir el rechazo o la persecución. Queremos seguir a
Jesús sin que nos pase lo que a él le pasó.
No es posible. Seguir los pasos de Jesús siempre es
peligroso. Quien se decide a ir detrás de él, termina casi siempre envuelto en
tensiones y conflictos. Será difícil que conozca la tranquilidad. Sin haberlo
buscado, se encontrará cargando con su cruz. Pero se encontrará también con su
paz y su amor inconfundible. Los cristianos no podemos ir delante de Jesús sino
detrás de él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
31 de agosto de 2008
LO QUE
TUVO QUE OÍR PEDRO
Quítate
de mi vista, Satanás.
La aparición de Jesús provocó en
los pueblos de Galilea sorpresa, admiración y entusiasmo. Los discípulos
soñaban con el éxito total. Jesús, por el contrario, sólo pensaba en la voluntad
del Padre. Quería cumplirla hasta el final.
Por eso empezó a explicar a sus
discípulos lo que le esperaba. Su intención era subir a Jerusalén a pesar de
que allí iba a «sufrir mucho» precisamente «por parte de» los dirigentes
religiosos. Su muerte entraba en los designios de Dios como consecuencia
inevitable de su actuación. Pero el Padre lo iba a resucitar. No se quedaría
pasivo e indiferente.
Pedro se rebela ante la sola idea
de imaginar a Jesús crucificado. No lo quiere ver fracasado. Sólo quiere seguir
a Jesús victorioso y triunfante. Por eso, lo «toma aparte», lo presiona y «lo
increpa» para que se olvide de lo que acaba de decir: «No lo permita Dios! No te puede pasar a ti eso».
La respuesta de Jesús es muy
fuerte: «Quítate de mi vista, Satanás».
No quiere ver a Pedro ante sus ojos, porque «le hace tropezar», es un obstáculo
en su camino. «Tú no piensas como Dios,
sino como los hombres». Tienes una manera de pensar que no es la del Padre
que piensa en la felicidad de todos sus hijos e hijas, sino la de hombres que
sólo piensan en su bienestar y sus intereses. Eres la encamación de Satanás.
Cuando Pedro se abre con
sencillez a la revelación del Padre, confiesa a Jesús como Hijo del Dios vivo y
se convierte en «Roca» sobre la que Jesús puede construir su Iglesia. Cuando,
siguiendo intereses humanos, pretende apartar a Jesús del camino de la cruz, se
convierte en «Tentador satánico» (!).
Los autores subrayan que Jesús
dice literalmente a Pedro: «Ponte detrás
de mí, Satanás». Ese es tu sitio. Colócate como seguidor fiel detrás de mí.
No pretendas pervertir mi vida orientando mi proyecto hacia el poder y el
triunfo.
Es «satánico» confesar a Jesús
como «Hijo del Dios Vivo», y no seguirle en su camino hacia la cruz. Si en la Iglesia de hoy seguimos
actuando como Pedro, tendremos que oír también nosotros lo que él tuvo que oír
de labios de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
28 de agosto de 2005
ARRIESGARLO
TODO
El que la
pierda por mí, la encontrará.
No es fácil asomarse al mundo
interior de Jesús, pero en su corazón podemos intuir una doble experiencia: su
identificación con los últimos y su confianza total en el Padre. Por una parte,
sufría con la miseria, injusticia, desgracias y enfermedades que hacen sufrir tanto.
Por otra, confiaba totalmente en ese Dios Padre que nada quiere más que
arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus hijos.
Jesús estaba dispuesto a todo por
hacer realidad el deseo de Dios y por ver cuanto antes un mundo diferente: el
mundo que quería el Padre. Y, como es natural, quería ver entre sus seguidores
la misma actitud. Si seguían sus pasos, debían compartir su pasión por Dios y
su disponibilidad total al servicio de su reino. Quería encender en ellos el
fuego que llevaba dentro.
Hay frases que lo dicen todo. Las
fuentes cristianas han conservado, con pequeñas diferencias, un dicho dirigido
por Jesús a sus discípulos: «Si uno
quiere salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará».
Con estas palabras tan paradójicas, Jesús les está invitando a vivir como él:
agarrarse ciegamente a la vida puede llevar a perderla; arriesgarla de manera
generosa y valiente puede llevar a salvarla.
El pensamiento de Jesús es claro.
El que camina tras él, pero sigue aferrado a las seguridades, metas y
expectativas que le ofrece su vida, puede terminar perdiendo el mayor bien de
todos: la vida vivida según el proyecto de Dios. Por el contrario, el que lo
arriesga todo por seguirle, encontrará vida entrando con él en el reino de
Dios.
Quien sigue a Jesús tiene con
frecuencia la sensación de estar «perdiendo la vida» por una utopía
inalcanzable: ¿No estamos echando a perder nuestros mejores años soñando con
Jesús? ¿No estamos gastando nuestras mejores energías por una causa inútil?
¿Qué hacía Jesús cuando se veía
turbado por este tipo de pensamientos oscuros? Identificarse todavía más con
los que sufren y seguir confiando en ese Padre que ofrece una vida que no puede
deducirse de lo que ahora experimentamos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
1 de septiembre de 2002
CONTRA LA
MUERTE DEL ESPÍRITU
¿De qué
le sirve a un hombre ganar el mundo entero...?
Es un Manifiesto diferente. Lo
lanzaron hace unos años el escritor colombiano, Álvaro Mutis, premio Cervantes
y el editor Javier Ruiz Portella. No está redactado para denunciar políticas,
repudiar injusticias económicas o protestar contra actividades sociales
específicas. Su voz quiere alertar sobre algo más profundo y más grave: el
riesgo de que quede aniquilada la vida del espíritu.
Según el Manifiesto, una «profunda pérdida de sentido conmueve a la
sociedad contemporánea». Todo se ha reducido a «preservar y mejorar la vida material». Muchos viven sólo para
trabajar, producir, consumir y divertirse. El fondo del problema está en que el
hombre se ha proclamado no sólo «dueño de
la naturaleza», sino también «dueño y
señor del sentido».
Para los autores del Manifiesto,
lo que peligra hoy no son los beneficios materiales alcanzados por la ciencia y
la técnica, es la vida del espíritu la que se ve amenazada. La pregunta de
fondo es ésta: «para qué vivimos y
morimos nosotros. los hombres que creemos haber dominado el mundo..., el mundo
material, se entiende?, ¿cuál es nuestro sentido, nuestro proyecto, nuestros símbolos...,
estos valores sin los que ningún hombre ni ninguna colectividad existirían?,
¿cuál es nuestro destino?» Si ésta es la pregunta que da sentido a
cualquier civilización, hoy tendríamos que decir que «nuestro destino es estar privados de destino, es carecer de todo
destino que no sea nuestro inmediato sobrevivir». Lo más angustioso es que,
salvo algunas voces aisladas, la muerte del espíritu «parece dejar a nuestros contemporáneos sumidos en la más completa de
las indiferencias».
Mientras leía el Manifiesto,
resonaban en mí las palabras de Jesús: «¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? o ¿qué podrá
dar para recobrarla?»
Este texto, traducido de manera
incorrecta, ha sido leído en estos términos: ¿de qué le sirve al hombre ganar
este mundo si al final pierde su alma y se queda sin la vida eterna? Las
palabras de Jesús tienen otro sentido: ¿De qué le sirve al ser humano
ganarlo todo si se pierde él? Hay algo de valor infinito en la persona,
que, si se pierde, no puede ser recuperado con nada.
El Manifiesto habla también de un
sentido y un misterio que transciende al ser humano y que hoy se está
olvidando. Sin tomar una posición religiosa, los firmantes se preguntan, sin
embargo, si no hemos de plantearnos, sobre bases radicalmente nuevas, «la cuestión que la modernidad había creído
olvidar para siempre. la cuestión de Dios».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
29 de agosto de 1999
¿FE
CONGELADA?
...y me
siga.
Creer en Dios no es algo estático,
una manera de pensar o de sentir que se conserva congelada en algún rincón
interior de la persona. La fe consiste en vivir confiando en Dios, y la vida es
la vida; no se congela en ningún momento; está llamada a crecer y
desarrollarse. Cuando se vive ante Dios, no es posible quedarse siempre en el
mismo punto. El creyente busca siempre vivir con más hondura. Repiensa las
decisiones pasadas y toma otras nuevas. Trata de vivir siempre con más
coherencia y dignidad. Lucha, cae, se arrepiente, vuelve a empezar... pero no
permanece inerte.
Por eso, ser cristiano no
consiste sólo en evitar el pecado. En nuestras vidas siempre hay pecado porque
hay arrogancia, egoísmo, orgullo, exclusión del otro, acaparamiento y muchas
cosas más. El creyente no es perfecto, pero es de corazón inquieto. Su fe le
lleva a reconocer su pecado para reaccionar, levantarse, reorientar su vida,
crecer.
Los primeros cristianos nunca
entendieron su fe en Cristo de manera estática y repetitiva. Pensaron más bien
en un proceso de crecimiento constante. Para ellos, ser cristiano consiste en «seguir» a Jesús, caminar tras sus
huellas, aprender a vivir como él, reproducir su estilo de vida sencillo,
fraterno, cercano al sufrimiento ajeno, abierto a la confianza en Dios.
Por eso, cuando se nos pregunta
si somos cristianos, no deberíamos responder sin más: «Sí, soy cristiano».
Deberíamos decir: «Me voy haciendo cristiano», «estoy tratando de seguir con
más verdad a Cristo», «no quiero que se me escape la vida sin aprender a vivir
como El». Con este lenguaje modesto y realista solía hablar K Rahner, uno de los teólogos más
lúcidos del siglo veinte.
Ciertamente, es arriesgado y
exigente seguir a Cristo: no se puede servir al Dios de Jesús y dedicarse sólo
a ganar dinero; no es posible enfrentarse al futuro como él y volver la mirada
atrás; se corre el riesgo de verse sin apoyo donde reclinar la cabeza. Pero es
una manera apasionante de entender y afrontar la vida. A pesar de su
mediocridad, el verdadero creyente se da cuenta de que nada ni nadie podría
poner un estímulo más vigoroso y una fuerza más apasionante en su vida que este
planteamiento de «seguir» a Jesús. Un
planteamiento que nunca se sabe exactamente hasta dónde nos puede llevar.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
1 de septiembre de 1996
Que
cargue su cruz y me siga.
Es difícil no sentir desconcierto
y malestar al escuchar una vez más las palabras de Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. » Entendemos muy bien la reacción de Pedro que, al oír a
Jesús hablar de rechazo y sufrimiento «se
lo lleva aparte y se pone a increparlo». Dice el teólogo mártir D. Bonhoffer que esta reacción de Pedro
«prueba que, desde el principio, la
Iglesia se ha escandalizado del Cristo sufriente. No quiere
que su Señor le imponga la ley del sufrimiento.»
Este escándalo puede hacerse hoy
insoportable para los que vivimos en lo que Kolakowsky
llama «la cultura de analgésicos», esa sociedad obsesionada por eliminar el
sufrimiento y malestar por medio de toda clase de drogas, narcóticos y
evasiones.
Si queremos clarificar cuál ha de
ser la actitud cristiana, hemos de comprender bien en qué consiste la cruz para
el cristiano, pues puede suceder que nosotros la pongamos donde Jesús nunca la
puso.
Nosotros llamamos fácilmente
«cruz» a todo aquello que nos hace sufrir, incluso a ese sufrimiento que
aparece en nuestra vida generado por nuestro propio pecado o manera equivocada
de vivir. Pero no hemos de confundir la cruz con cualquier desgracia,
contrariedad o malestar que se produce en la vida.
La cruz es otra cosa. Jesús llama
a sus discípulos a que le sigan fielmente y se pongan al servicio de un mundo
más humano: el Reino de Dios. Esto es lo primero. La cruz no es sino el
sufrimiento que se producirá en nuestra vida como consecuencia de ese
seguimiento. El destino doloroso que habremos de compartir con Cristo, si
seguimos realmente sus pasos. Por eso, no hemos de confundir el «llevar la
cruz» con posturas masoquistas o actitudes de resignación estéril, falsa
mortificación o lo que P Evdokimov
llama «ascetismo barato» e individualista.
Por otra parte, hemos de entender
correctamente ese «negarse a sí mismo»
que pide Jesús para cargar con la cruz y seguirle. «Negarse a sí mismo» no significa mortificarse de cualquier manera,
castigarse a sí mismo y, menos aún, anularse o autodestruirse. «Negarse a sí mismo» es no vivir
pendiente de uno mismo, olvidarse del propio «ego» para construir la existencia
sobre Jesucristo. Liberarnos de nosotros mismos para adherirnos radicalmente a
él. Dicho de otra manera, «llevar la cruz» significa seguir a Jesús dispuestos
a asumir la inseguridad, la conflictividad, el rechazo y la persecución que
hubo de padecer el mismo Crucificado.
Pero los creyentes no vivimos la
cruz como derrotados, sino como portadores de una esperanza final. Todo el que
pierda su vida por Jesucristo la encontrará. El Dios que resucitó a Jesús nos
resucitará también a una vida plena.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
29 de agosto de 1993
CON
DISCRECION
Que
cargue con su cruz y me siga.
No es fácil hablar del
sufrimiento. Siempre recordaré las palabras de aquel Arzobispo de París,
cardenal Veuillot, que, en medio de
los agudos sufrimientos de un cáncer en fase terminal, decía así: «Nosotros
sabemos decir frases hermosas sobre el sufrimiento. Yo mismo he hablado de ello
con calor. Decid a los sacerdotes que no digan nada. Nosotros ignoramos lo que
es sufrir, y yo ahora lloro sufriendo.»
Los que han sufrido o sufren
intensamente, conocen la verdad que encierran estas palabras. Los demás hemos
de escucharlas con atención, para que nuestra reflexión sea humilde y discreta.
Ante el misterio del sufrimiento poco podemos hacer si no es estar cerca de
quien sufre.
El sufrimiento rompe todas
nuestras seguridades y certezas. Antes, la vida nos parecía, tal vez, sólida y
tranquila: proyectos, amor, trabajo, familia... Ahora, todo nos parece vano y
sin sentido. De pronto descubrimos la fragilidad de todo, esa «tristeza de la
finitud» de la que habla P Ricoeur.
Al mismo tiempo, el sufrimiento
parece hundirnos en la soledad extrema. ¿Quién puede llegar a entendernos de
verdad? Las palabras y los gestos de las personas más cercanas quedan lejos de
lo que estamos viviendo por dentro. A pesar de sus esfuerzos y su buena
voluntad, hay una especie de impotencia inevitable en todos los que se acercan
a aliviarnos.
No sirven entonces las bellas
teorías sobre el sentido del dolor ni los discursos espirituales sobre el valor
del sufrimiento. Uno mismo tiene que aprender a seguir siendo humano en medio
de lo que parece absurdo y sin sentido.
Las reacciones ante el
sufrimiento pueden ser muy variadas. Hay quienes se rebelan hasta el
agotamiento y la desesperación. No pocos se dejan destruir por la angustia y la
ansiedad. Otros buscan la evasión y el autoengaño. Bastantes se encierran en su
propio sufrimiento aislándose de todo lo que pudiera aportarles alivio o
consuelo. En realidad, no es fácil ser dueño de sí mismo en medio del dolor.
El cristiano no tiene una «receta
mágica» para superar el sufrimiento. No conoce el sentido último del mal. No se
siente tampoco un «superhombre» inaccesible a la angustia o la desesperación.
Como todo ser humano se sabe frágil e impotente ante el dolor.
La fuerza y la luz le llegan al
creyente desde el Crucificado. En la cruz no hay teorías ni discursos hermosos.
Sólo hay un Dios que sufre en silencio con nosotros. Un Dios cercano, amigo del
hombre. Un Dios que arrastra la historia doliente de la humanidad hacia su
salvación. De ahí las palabras del Maestro:
«Quien quiera venirse conmigo... que cargue con su cruz y me siga.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
2 de septiembre de 1990
ANTE EL SUFRIMIENTO
Que cargue su cruz y me siga.
Pocos aspectos del mensaje evangélico han sido tan
distorsionados y desfigurados como la llamada de Jesús a «tomar la cruz». De
ahí que no pocos cristianos tengan ideas bastante confusas sobre la actitud
cristiana a adoptar ante el sufrimiento.
Recordemos algunos datos que no hemos de ignorar si
queremos seguir al Crucificado con mayor fidelidad.
En Jesús no encontramos ese sufrimiento que hay
tantas veces en nosotros, generado por nuestro propio pecado o nuestra manera
desacertada de vivir. Jesús no ha conocido los sufrimientos que nacen de la
envidia, el resentimiento, el vacío interior o el apego egoísta a las cosas y a
las personas.
Hay, por tanto, en nuestra vida un sufrimiento
(según los expertos, puede llegar en algunas personas al 90% de su sufrimiento)
que hemos de ir suprimiendo de nosotros precisamente si queremos seguir a
Cristo.
Por otra parte, Jesús no ama ni busca
arbitrariamente el sufrimiento ni para El m para los demás, como si el
sufrimiento encerrara algo especialmente grato a Dios.
Es una equivocación creer que uno sigue más de cerca
a Cristo porque busca sufrir arbitrariamente y sin necesidad alguna. Lo que
agrada a Dios no es el sufrimiento, sino la actitud con que una persona asume
el sufrimiento en seguimiento fiel a Cristo.
Jesús, además, se compromete con todas sus fuerzas
para hacer desaparecer de entre los hombres el sufrimiento. Toda su vida ha
sido una lucha constante por arrancar al ser humano de ese sufrimiento que se
esconde en la enfermedad, el hambre, la injusticia, los abusos, el pecado, la
muerte.
El que quiera seguirle no podrá ignorar a los que
sufren. Al contrario, su primera tarea será quitar sufrimiento de la vida de
los hombres. Como ha dicho un teólogo, «no hay derecho a ser feliz sin los
demás ni contra los demás» (Larrañeta).
Por último, cuando Jesús se encuentra con el
sufrimiento provocado por quienes se oponen a su misión, no lo rehuye, sino que
lo asume en una actitud de fidelidad total al Padre y de servicio incondicional
a los hombres.
Antes que nada, «tomar la cruz» es seguir fielmente
a Cristo y aceptar las consecuencias dolorosas que se seguirán, sin duda, de
este seguimiento.
Hay rechazos, padecimientos y daños que el cristiano
ha de asumir siempre. Es el sufrimiento que sólo podríamos hacer desaparecer de
nuestra vida dejando de seguir a Cristo. Ahí está para cada uno de nosotros la
cruz que hemos de llevar detrás de él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
30 de agosto de 1987
SUFRIR
Que
cargue con su cruz y me siga.
Querámoslo o no, el sufrimiento
está incrustado en el interior mismo de nuestra experiencia humana y sería una
ingenuidad tratar de soslayarlo.
A veces, es el dolor físico que
sacude nuestro organismo. Otras, el sufrimiento moral, la muerte del ser
querido, la amistad rota, el conflicto, la inseguridad, el miedo o la
depresión.
El sufrimiento intenso e
inesperado que pronto pasará o la situación penosa que se prolonga consumiendo
nuestro ser y destruyendo nuestra alegría de vivir.
A lo largo de la historia, han
sido muy diversas las posturas que el hombre ha adoptado ante el mal.
Los estoicos han creído que la
postura más humana era enfrentarse al dolor y aguantarlo con dignidad. La
escuela de Epicuro propagó una actitud pragmática: huir del sufrimiento
disfrutando al máximo mientras se pueda. El budismo, por su parte, intenta
arrancar el sufrimiento del corazón del hombre suprimiendo o negando “el
deseo”.
Luego, en la vida diaria, cada
uno se defiende como puede. Unos se rebelan ante lo inevitable; otros adoptan
una postura de resignación; hay quienes se hunden en el pesimismo y el
victimalismo; alguno, por el contrario, necesita sufrir para sentirse vivo...
Jesús nos invita a cargar con
nuestra cruz y seguirle a él. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a ver qué
actitud adopta concretamente ante el sufrimiento.
Jesús no hace de su sufrimiento
el centro en torno al cual han de girar los demás. Al contrario, el suyo es un
dolor solidario, abierto a los demás, fecundo.
No adopta una actitud victimista.
No vive compadeciéndose de sí mismo sino escuchando los padecimientos de los
demás. No se queja ni lamenta de su situación. Está atento más bien a los
lamentos y lágrimas de los que le rodean.
No se agobia con fantasmas de
posibles sufrimientos futuros. Vive cada momento acogiendo y regalando la vida
que recibe del Padre. Su sabia consigna dice así: «No os agobiéis por el
mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día 1e bastan sus disgustos»
(Mt6, 34).
Y por encima de todo, confía en
el Padre, se pone serenamente en sus manos. E, incluso, cuando la angustia le
ahoga el corazón, de sus labios sólo brota una plegaria: “Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
2 de septiembre de 1984
ESTROPEAR
LA VIDA
¿De qué
le sirve ganar el mundo entero...?
Casi sin darnos cuenta, hemos
construido una sociedad donde lo importante es «obtenerlo todo y ahora mismo».
Una educación excesivamente
permisiva, una falta casi total de autodisciplina, un ambiente social lleno de
estímulos que nos empujan sólo a ganar, gozar, gastar y disfrutar, el miedo a
no vivir intensamente, el temor a aparecer como fracasados y reprimidos… nos
está llevando a un estilo de vida donde la renuncia no tiene ya lugar alguno.
Pero comenzamos a constatar que
no es ése el camino acertado para vivir en plenitud.
Cuando, sistemáticamente, vamos
satisfaciendo nuestros deseos de manera inmediata, no crecemos como hombres. No
acertamos a saborear con gozo la satisfacción obtenida. Nuestro espíritu no se
aquieta. Siempre surge un nuevo deseo más apremiante y excitante que el
anterior.
Y comenzamos a vivir en tensión,
sin saber ya cómo saciar nuestros deseos e insatisfacciones cada vez más
voraces. Y la existencia se nos convierte en una carrera alocada donde lo único
que nos llena es tener siempre más y disfrutar con mayor intensidad.
Y tras la satisfacción lograda,
de nuevo el vacío, el decaimiento, la tristeza y el hastío. Y de nuevo, vuelta
a empezar, atrapados en una trampa que no tiene salida hacia la verdadera
libertad.
Quizás esta experiencia nos puede
ayudar a entender mejor las palabras de Jesús: «¿de qué le sirve a un hombre
ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?».
Lo queramos o no, el hombre
madura y crece, cuando sabe renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa
de todos sus deseos en aras de una libertad, unos valores y una plenitud de
vida más noble, digna y enriquecedora.
Todavía más. Si uno quiere
obtenerlo todo ahora, inmediatamente, a cualquier precio y de cualquier manera,
sin abrirse a una vida futura, eterna y definitiva, corre el riesgo de perderse
definitivamente.
¿No hemos de introducir en
nuestras vidas una dosis mayor de renuncia, sana austeridad y simplicidad en el
vivir?
El que quiere seguir a Jesús
hasta la plenitud de la resurrección ha de saber vivir de manera crucificada.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
30 de agosto de 1981
RENUNCIAR
...que se
niegue a si mismo.
Alguien ha señalado como uno de
los rasgos más característicos de la sociedad occidental la incapacidad para el
sufrimiento y la renuncia.
Nuestra civilización del confort
y la comodidad no quiere oír ni entender que no puede construirse un verdadero
hombre sin renuncia y ascesis. No quiere saber que una sociedad incapaz de «renunciar» es una sociedad que avanza
hacia su propia descomposición.
D. Sölle se pregunta «qué será de una sociedad que evita cómodamente
determinadas formas de sufrimiento». Y nos recuerda todo un conjunto de hechos
cada vez más frecuentes entre nosotros.
¿Qué pensar de una sociedad que
disuelve el matrimonio en cuanto ha comenzado a parecer insoportable la
relación entre los dos cónyuges?
¿Qué decir de unas generaciones
de padres y de hijos que cortan lo más rápidamente posible las relaciones entre
sí, para evitar los conflictos y vivir con mayor tranquilidad?
¿Qué decir de una sociedad que
saca rápidamente de casa a los inválidos y a los ancianos, y que borra de su
memoria con toda prontitud el recuerdo de sus muertos?
¿Qué decir de una época en la
que, cada vez con mayor naturalidad, se suprime la vida del niño, sin permitir
el nacimiento de quien puede «estorbar» la vida de quienes lo han engendrado?
¿Qué decir de quienes no se
detienen ante los derechos más fundamentales de las personas y actúan sin
escrúpulo alguno, movidos sólo por el éxito económico, el triunfo social y las
ansias de tener cada vez más?
Con una cierta ingenuidad hemos
pensado que nos debemos liberar de toda renuncia o ascesis, sin darnos cuenta
de que estamos así renunciando a la posibilidad de ser más humanos.
Incluso, hemos tratado de educar
a nuestros hijos evitándoles todo contratiempo y sufrimiento innecesarios, sin
darnos cuenta que así 1os incapacitábamos para el crecimiento humano en la
lucha y la adversidad.
Las palabras de Jesús tantas
veces rechazadas y despreciadas como «una moral de esclavos», pueden cobrar de
nuevo toda su actualidad. «El que quiera venirse conmigo, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y que me siga».
José Antonio Pagola
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