Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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12 de enero de 2014
El Bautismo del Señor (A)
EVANGELIO
Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu de Dios
se posaba sobre él.
+
Lectura del santo evangelio según san Mateo 3, 13-17
En aquel tiempo,
fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba
disuadirlo, diciéndole:
-«Soy yo el que
necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»
Jesús le contestó:
-«Déjalo ahora.
Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »
Entonces Juan se lo
permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que
el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz
del cielo que decía-
-«Éste es mi Hijo,
el amado, mi predilecto.»
Palabra de Dios
HOMILIA
2013-2014 -
12 de enero de 2014.
UNA NUEVA
ETAPA
Antes de narrar su actividad
profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia que va a transformar
radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado por Juan, Jesús se
siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su Espíritu. Alentado
por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a todos, con su vida y
su mensaje, la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador del ser humano.
No es extraño que, al invitarnos
a vivir en los próximos años “una nueva etapa evangelizadora”, el Papa nos
recuerde que la Iglesia necesita más que nunca “evangelizadores con Espíritu”.
Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos puede infundir fuerza para
poner en marcha la conversión radical que necesita la Iglesia. ¿Por qué
caminos?
Esta renovación de la Iglesia
solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El Papa quiere que la gente de
hoy escuche el mismo mensaje que Jesús proclamaba por los caminos de Galilea,
no otro diferente. Hemos de “volver a la fuente y recuperar la frescura
original del Evangelio”. Solo de esta manera, “podremos romper esquemas
aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo”.
El Papa está pensando en una
renovación radical, “que no puede dejar las cosas como están; ya no sirve una
simple administración”. Por eso, nos pide “abandonar el cómodo criterio
pastoral del siempre se ha hecho así” e insiste una y otra vez: “Invito a todos
a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias
comunidades”.
Francisco busca una Iglesia en la
que solo nos preocupe comunicar la Buena Noticia de Jesús al mundo actual. “Más
que el temor a no equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en
las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven
jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras
afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles
vosotros de comer”.
El Papa quiere que construyamos
“una Iglesia con las puertas abiertas”, pues la alegría del Evangelio es para
todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder escuchar de sus labios
una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más genuino de Jesús rompiendo actitudes
muy arraigadas durante siglos! “A menudo nos comportamos como controladores de
la gracia y no como facilitadotes. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa
del Padre donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
9 de enero de 2011
¿ESTAMOS
APAGANDO EL ESPÍRITU?
Aunque el relato evangélico habla
de la inmersión de Jesús en el Jordán, lo decisivo no es este bautismo de agua
que recibe de manos del Bautista, sino la acogida del Espíritu que el Padre
envía sobre él.
Según la mentalidad bíblica, este
Espíritu hace vivir a Jesús desde el aliento vital de Dios, lleno de su amor y
su fuerza creadora, entregado a liberar, transformar y potenciar la vida. Por
eso, los primeros seguidores de Jesús lo recordaban como un Profeta que, "ungido por Dios con el Espíritu
Santo..., pasó la vida haciendo el bien". Este es el Espíritu que ha
de alentar a quienes siguen sus pasos.
La crisis religiosa de nuestros
días se está extendiendo con tal radicalidad que la indiferencia está afectando
ya a los mismos creyentes. Los indicios son cada vez más inquietantes. Hay
analistas que denuncian el "ateísmo interior" que está diluyendo la
fe de algunos que se dicen cristianos.
La Iglesia no es un "espacio
inmunizado". Hay practicantes que de hecho no cuentan con Dios. Pueden
pasar tranquilamente sin él. Dios no estimula su vida ni inspira su
comportamiento. Viven una religión vacía de comunicación con Dios. En la
práctica, Dios no existe para ellos. Sin advertirlo, se están instalando en la
"cultura de la ausencia de Dios".
¿Vamos a permanecer pasivos ante
esta extinción progresiva de la verdadera fe incluso dentro de nuestros hogares
y comunidades? ¿No nos estamos haciendo cada vez más indiferentes a la
indiferencia religiosa que parece invadirlo todo? ¿No ha llegado el momento de
reaccionar?
Tal vez, lo primero es tomar
conciencia de que somos nosotros mismos los que podemos estar apagando el
Espíritu dentro de la Iglesia con nuestra ceguera y pasividad. Movidos por el
instinto de conservación, corremos el riesgo de dedicarnos a conservar el
pasado quizás porque nos resulta más cómodo que vivir en permanente conversión,
abiertos a la creatividad del Espíritu.
Seguramente, hemos de cuidar más
nuestro modo de relacionarnos con Dios, evitando formas superficiales y vacías,
vividas sólo desde lo exterior, y que pueden ser formas de huir de su Misterio
santo más que caminos para situarnos ante él en espíritu y en verdad.
Parece más necesario que nunca
promover esa "participación plena,
consciente y activa en las celebraciones litúrgicas", que el concilio
Vaticano II urge "con deseo
ardiente", pues considera que es "la
fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu
verdaderamente cristiano". Revitalizar la celebración es reavivar la
fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 – RECREADOS POR JESÚS
13 de enero de 2008
EL
ESPÍRITU BUENO DE DIOS
El
Espíritu de Dios… se posaba sobre él.
Jesús no es un hombre vacío ni
disperso interiormente. No actúa por aquellas aldeas de Galilea de manera
arbitraria ni movido por diferentes intereses. Los evangelios dejan claro desde
el principio que Jesús vive y actúa movido por «el Espíritu de Dios».
No quieren que se le confunda con
cualquier «maestro de la ley», preocupado por introducir más orden en el
comportamiento de Israel. No quiere que se le identifique con un profeta falso,
dispuesto a buscar un equilibrio entre la religión del templo y el poder de
Roma.
El evangelista Mateo quiere,
además, que nadie lo equipare con el Bautista. Que nadie lo vea como un simple
discípulo y colaborador de aquel gran profeta del desierto. Jesús es «el
Hijo amado» de Dios. Sobre él «desciende» el Espíritu de Dios. Sólo
él puede «bautizar» con Espíritu Santo y con fuego.
Según toda la tradición bíblica,
el «Espíritu de Dios» es el aliento de Dios que crea, envuelve y
sostiene la vida entera. La fuerza que Dios posee para renovar y transformar a
los vivientes. Su energía amorosa que busca siempre lo mejor para sus hijos e
hijas.
Por eso, Jesús se siente enviado,
no a condenar, destruir o maldecir, sino a curar, construir y bendecir. El
Espíritu de Dios lo conduce a potenciar y mejorar la vida. Lleno de ese «Espíritu»
bueno de Dios, se dedica a liberar de «espíritus malignos», que no hacen
sino dañar, esclavizar y deshumanizar.
Las primeras generaciones
cristianas tenían muy claro lo que había sido Jesús. Así resumían el recuerdo
que dejó grabado en sus seguidores: «Ungido por Dios con el Espíritu
Santo…, pasó la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él».
¿Qué «espíritu» nos anima hoy a
los seguidores de Jesús? ¿Cuál es la «pasión» que mueve a la Iglesia? ¿Cuál es
la «mística» que hace vivir y actuar a nuestras comunidades? ¿Qué estamos
poniendo en el mundo? Si el Espíritu de Jesús está en nosotros, viviremos «curando»
a tantos oprimidos, deprimidos, reprimidos y hasta suprimidos por el mal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
9 de enero de 2005
UN BAUTISMO NUEVO
Él os bautizará con Espíritu Santo.
El Bautista habla de manera muy clara: «Yo os bautizo con agua», pero esto sólo
no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro «más fuerte», lleno de Espíritu de Dios: «El os bautizará con espíritu santo y fuego».
Son bastantes los «cristianos» que se han quedado en
la religión del Bautista. Han sido bautizados con «agua», pero no conocen el
bautismo del «espíritu». Tal vez, lo primero que necesitamos todos es dejamos
transformar por el Espíritu que cambió totalmente a Jesús. ¿Cómo es su vida
después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del Bautista y comienza a vivir desde
un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para el juicio inminente de
Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad
una familia más justa y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva, no
conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y
marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes.
Es ahí, en medio de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como «algo bueno»: un Padre que atrae a todos
a buscar juntos una vida más humana. Quien no le siente así a Dios, no sabe cómo
vivía Jesús.
Jesús abandona también el lenguaje amenazador del
Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a
Juan. El mundo debe saber lo bueno que es este Dios que busca y acoge siempre a
sus hijos perdidos porque sólo quiere salvar, no condenar. Quien no habla este
lenguaje de Jesús, no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica
a hacer «gestos de bondad» que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos,
defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y
prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de
Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de
bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
13 de enero de 2002
EXPERIENCIA
SANA
Tú eres
mi Hijo querido.
Hanna Wolf, teóloga y
psicoterapeuta alemana, afirma en uno de sus trabajos sobre Jesús que él ha
sido la primera persona en la historia que ha vivido y comunicado una
experiencia sana de Dios, sin proyectar sobre la divinidad los miedos,
fantasmas y ambiciones de los seres humanos.
Las fuentes cristianas hablan de
una experiencia inicial en la que Jesús escucha del cielo estas palabras: «Tú eres
mi Hijo querido». El relato es una elaboración posterior, pero apunta a una
realidad fácil de constatar.
Jesús le vive y le siente a Dios
como padre. Hay un dato que sorprende a los exegetas. Aunque Jesús habla
constantemente del «reino de Dios» como símbolo central de su mensaje, nunca le
invoca a Dios como rey o señor, sino como «padre» (abbá). No hay duda alguna.
Jesús no se presentaba ante Dios como un súbdito ante el emperador Tiberio o
como un reo ante el tribunal de Antipas. Se confía al misterio de Dios como un
hijo querido. Ésa es la primera actitud cristiana ante Dios.
Esta experiencia de Dios como
padre querido no le encierra a Jesús en una piedad individualista y excluyente.
Ese Padre es el Dios de todos los pueblos, el Padre cariñoso de todas sus
criaturas. Jesús lo llamaba «Padre del cielo» porque no está ligado a un lugar
sagrado, ni pertenece a un pueblo o una raza concreta. No cabe en ninguna
religión. Es Dios de todos, incluso de quienes lo olvidan. «El hace salir el
sol sobre buenos y malos». Desde este horizonte amplio le vivía Jesús a Dios.
Tampoco se encierra Jesús en una
experiencia egocéntrica de Dios. No le busca para tranquilizar sus miedos,
compensar sus vacíos o desarrollar sus fantasías religiosas. Lo único que busca
es que la justicia, la misericordia y la bondad de ese Padre se contagie a
todos, y la humanidad pueda conocer una vida más digna y más propia de hijos e
hijas de Dios.
No lo hemos de olvidar. El Dios
que nos muestra Jesús no está interesado, en primer término, en qué pensamos de
él o cómo le experimentamos sino en cómo nos comportamos con los que sufren.
Vivimos realmente como hijos de Dios cuando reaccionamos como hermanos ante
quienes no pueden disfrutar de una vida digna.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
10 de enero de 1999
CON ESPÍRITU Y FUEGO
El Espíritu de Dios bajaba.
Según el evangelio de Mateo, Jesús viene a bautizar
no con agua como hace el Bautista, sino con «Espíritu
Santo y fuego» (3, 11). Por eso, en un momento crucial de su vida, Jesús
proclama con fuerza: «Yo he venido a
traer fuego a la tierra y cuánto desearía que hubiera ya prendido» (Le 12,
49).
El fuego es en la tradición bíblica uno de los
grandes símbolos de la presencia del Dios vivo. El fuego representa para los
hebreos la «santidad incandescente» de Dios, atractiva y terrible al mismo
tiempo. Dios es fuego que atrae, calienta, ilumina y regenera, y es también
fuego que quema, devora, transforma y purifica. En la grandiosa escena del
monte Horeb, Moisés se siente atraído por la zarza que arde sin ser devorada
por el fuego, pero la voz de lo alto le recuerda que no puede acercarse a Dios
sin descalzar sus pies y purificarse.
Olivier Clement ha subrayado la importancia de esta
simbología básica en esta «época
nocturna» de materialismo, escepticismo y frívolos sincretismos religiosos.
Es urgente, según el afamado teólogo ortodoxo, encender en el corazón del
hombre moderno el deseo y la pasión por el Dios vivo. Es la tarea primera y
decisiva.
La iglesia sigue bautizando con agua a los niños
presentados por padres de fe vacilante o casi apagada. Pero lo que se necesita
es un «bautismo de Espíritu Santo y de
fuego» que recuerde a todos que el primer gemido de ese niño recién nacido
y el último suspiro cuando esté agonizando no hacen sino gritar la necesidad
que tiene todo ser humano de Dios.
La primera tarea es despertar el deseo de Dios,
desbloquearlo y hacerlo crecer. Purificar caricaturas indignas de la divinidad
y hacer resplandecer su verdadero rostro encarnado en Cristo. Purificar una
cierta religión que no cesa de proyectar sobre Dios las obsesiones individuales
y colectivas de los hombres para manipularlo como a un ídolo, y devolver a la
celebración su contenido de alabanza y acción de gracias a Aquel en quien «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch
17, 28).
Termina el tiempo litúrgico de la Navidad. Todo vuelve
a ser como siempre. Pero hay algo que debe quedar grabado a fuego en nuestro
corazón: Jamás hemos de sentirnos solos, excluidos o perdidos; nunca hemos de
hundirnos en la vergüenza o la desesperación. Encarnado en ese Niño de Belén,
Dios nos espera siempre en el silencio de su amor infinito. Podemos acercamos a
El sin temor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
7 de enero de 1996
DESPERTAR EL ESPÍRITU
El Espíritu de Dios bajaba.
«Ni siquiera hemos oído hablar de que
haya un Espíritu Santo.» Esta
fue la respuesta que recibió san Pablo cuando preguntó a los de Éfeso si habían
recibido el Espíritu al ser bautizados. No sé qué responderían hoy los
bautizados, pero lo cierto es que para bastantes el Espíritu Santo no tiene
interés alguno. Sin embargo, «vivir del Espíritu Santo de Dios» constituía para
las primeras generaciones cristianas su mayor originalidad. El mismo Bautista
había bautizado sólo «con agua». Es
Jesús quien bautiza a sus seguidores «con
Espíritu Santo».
Siguiendo el plan trazado por Juan Pablo II como
preparación para el Jubileo del año dos mil, después de haber meditado sobre
Jesucristo, Hijo de Dios encarnado (1997) y antes de invocar al Dios, Padre de
todos los hombres (1999), la
Iglesia católica ha dedicado el año 1998 a acoger con fe al
Espíritu Santo de Dios. ¿Qué puede haber más importante para la Iglesia que ayudar al
hombre moderno a despertar el Espíritu de Dios en el fondo de su conciencia? ¿Y
qué puede ser más decisivo hoy para el ser humano que recuperar su alma?
Es el Espíritu Santo de Dios, vivo entre los
creyentes, el que mantiene en la
Tierra «el fuego de Jesús», su defensa del pobre, su amor
apasionado a los desvalidos, su lucha por un mundo más humano, su confianza
absoluta en un Dios amigo de los hombres. Sin ese Espíritu no hay Iglesia ni
evangelio ni religión alguna. Sin el Espíritu de Dios, todo se apaga y se
desfigura.
Pero, además, es ese Espíritu de Dios, presente en
todo ser humano, el que permite mirar con esperanza al futuro de la humanidad.
¿Cómo responder si no a las preguntas más inquietantes de nuestro tiempo?, ¿qué
les espera a las nuevas generaciones?, ¿se contentarán con una vida reducida a
mercantilismo, organización técnica e imposición del más fuerte?, ¿dejará de
existir el amor, la poesía, la apertura al Misterio?, ¿nunca se amarán de
verdad los diferentes pueblos de la
Tierra ?, ¿nunca escucharán los hombres esa aspiración que
llevan dentro de sí, de ser buenos unos con otros?
Es el Espíritu de Dios quien puede «salvar» a este
hombre de nuestros días, con tanto poder para conseguir los logros más
sorprendentes, pero tan incapaz de hacerse a sí mismo más humano. Ese Espíritu,
acogido de forma responsable en el interior de las conciencias, puede
liberarnos de la violencia absurda y estéril, de los partidismos ciegos, de la
cerrazón ideológica que no conduce a ninguna parte; puede reconstruir nuestro
mundo interior y liberarnos de ese «vacío» que crece en muchas personas tanto
más quizá cuanto más desbordante resulta la vida exterior.
Acoger el Espíritu de Dios puede parecer una empresa
casi imposible. Sin embargo, no es tan difícil dar los primeros pasos. Por
ejemplo, escuchar sinceramente los deseos de bondad, generosidad y nobleza que
brotan del corazón de todo hombre, y encontrar algún espacio para dirigirnos a
Dios sin mentirnos a nosotros mismos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
10 de enero de 1993
EXPERIENCIA PERSONAL
El Espíritu de Dios bajaba...
El encuentro con Juan el Bautista fue para Jesús una
experiencia que dio un giro a su vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús
no vuelve ya a su trabajo de Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del
Bautista. Su vida se centra ahora en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un
Dios que quiere salvar al hombre.
Pero lo que transforma la trayectoria de Jesús no
son las palabras que escucha de labios del Bautista, ni el rito purificador del
bautismo. Jesús vive algo más profundo. Se siente inundado por el Espíritu del
Padre. Se reconoce a sí mismo como Hijo de Dios. Su vida no será en adelante
sino reflejar y anunciar ese amor insondable de un Dios Padre.
Esta experiencia de Jesús encierra también un
significado para nosotros. La fe es un itinerario personal que cada uno hemos
de recorrer. Es muy importante, sin duda, lo que hemos escuchado desde niños a
nuestros padres y educadores. Es importante lo que escuchamos a sacerdotes y
predicadores. Pero, al final, siempre hemos de hacernos una pregunta: ¿En quién
creo yo? ¿Creo en Dios o creo en aquellos que me hablan acerca de El?
No hemos de olvidar que la fe es siempre una
experiencia personal que no puede ser reemplazada por la obediencia ciega a lo
que nos dicen otros. Desde fuera nos pueden orientar hacia la fe, pero soy yo
mismo quien debo abrirme de manera confiada a Dios.
Por eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin
más, un determinado conjunto de fórmulas. Ser creyente no depende
primordialmente del contenido doctrinal que se recoge en un catecismo. Todo eso
es muy importante, sin duda, para configurar nuestra visión cristiana de la
existencia. Pero, antes que eso y dando sentido a todo, está ese dinamismo
interior que, desde dentro, nos lleva a amar, confiar y esperar siempre en el
Dios revelado en Jesucristo.
La fe no es tampoco un capital que recibimos en el
bautismo y del que luego podemos disponer tranquilamente. No es algo adquirido
en propiedad para siempre. Ser creyente es vivir permanentemente a la escucha
del Dios de Jesucristo, aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y
liberada.
Esta fe no está hecha sólo de certezas. A lo largo
de la vida, el creyente ha de aceptar también vivir muchas veces en la
oscuridad. Como decía aquel gran teólogo que fue Romano Guardini, «fe es tener suficiente luz como para soportar las
oscuridades». La fe está hecha, sobre todo, de fidelidad. El verdadero creyente
sabe creer en la oscuridad lo que ha visto en momentos de luz. Siempre sigue
buscando a ese Dios que está más allá de todas nuestras fórmulas claras u
oscuras. El P de Lubac escribía que
«las ideas que nosotros nos hacemos de Dios son como las olas del mar sobre las
cuales el nadador se apoya para superarlas». Lo decisivo es la fidelidad al
Dios que se nos va manifestando en su Hijo Jesucristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
7 de enero de 1990
SENTIRSE
BIEN
El Espíritu de Dios bajaba...
Hace unos días hemos comenzado un
año nuevo. Naturalmente el nuevo calendario no cambia las cosas. Los problemas
y sufrimientos siguen ahí. ¿Qué tendré que hacer yo para sentirme bien?
A veces pensamos que lo decisivo
es que cambien las cosas a nuestro alrededor. Esperamos que nos sucedan cosas
buenas, que las personas nos traten mejor, que todo nos vaya bien y responda a nuestros
deseos.
Pero, con el pasar de los años,
es imposible tanta ingenuidad. Una pregunta comienza entonces a despertarse en
nosotros: Para sentirme mejor, ¿tiene que suceder algo fuera de mí o justamente
dentro de mí mismo?
Por eso, al comenzar el año, son
bastantes las personas que se proponen vivir de manera más sana y ordenada,
cuidar más su cuerpo, estar más en contacto con la naturaleza.
Otras han descubierto que es su
vida interior la que está descuidada y maltrecha. Y con esfuerzo admirable se
ejercitan en técnicas de interiorización y meditación, buscando paz y sosiego
interior.
Pero llega fácilmente un momento
en que la persona siente que su yo más profundo pide algo más. Al parecer, el
ser humano no puede crecer de manera plena y armoniosa si faltan dos
experiencias fundamentales.
La primera de ellas es el
amor. Parece un tópico decir que la gente está enferma por falta de amor y
que lo que muchos necesitan urgentemente es sentirse amados, pero realmente es
así. La segunda es el sentido. No hay vida humana completa, a menos que
la persona encuentre una motivación y una razón honda para vivir.
La fe cristiana no es ninguna
receta para encontrar felicidad. Ser creyente no hace desaparecer de nuestra
vida los conflictos, contradicciones y sufrimientos propios del ser humano.
Pero en el núcleo de la fe cristiana hay una experiencia básica que
puede dar un sentido nuevo a todo: Yo soy amado, no porque soy bueno, santo y
sin pecado, sino porque estoy habitado y sostenido por un Dios santo que es
amor insondable y gratuito.
Contra lo que algunos puedan
pensar, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama y me
ama incondicionalmente, tal como soy y antes de que cambie.
Esta es la experiencia
fundamental del Espíritu. El «bautismo del Espíritu» que nos recuerda el relato
evangélico y que tanto necesitamos los creyentes de hoy. «El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado» (Rm 5,5).
Si no conocemos esta experiencia,
desconocemos lo decisivo. Si la perdemos, lo perdemos todo. El sentido, la
esperanza, la vida entera del creyente nace y se sostiene en la seguridad
inquebrantable de saberse amado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
11 de enero de 1987
EL TEDIO DEL DOMINGO
Cumplamos lo que Dios quiere.
Son pocos los que, en la sociedad actual, recuerdan
el origen y la dimensión religiosa del domingo. Vaciado de todo contenido
sagrado, el domingo se ha convertido sencillamente en una ruptura del ritmo de
trabajo para poder descansar, disfrutar y divertirse.
Pero, aunque pueda parecer extraño, diferentes
estudios señalan que el domingo no es precisamente un día agradable y gozoso
para muchas personas.
Reducido a una dimensión puramente profana, el
domingo ha venido a ser un tiempo en el que socialmente se impone una especie
de obligación de sentirse alegre y feliz.
Pero esto no es nada fácil cuando uno no conoce la
alegría interior. Por eso, son bastantes los que, precisamente el domingo,
libres ya de las actividades y obligaciones cotidianas, se ven enfrentados
todavía con más crudeza a su propio vacío, soledad o aburrimiento.
Las tardes de domingo son tardes duras y difíciles
para aquéllos a quienes la vida ha decepcionado o para quienes, al encontrarse
consigo mismos, sólo encuentran su propio vacío e insatisfacción.
Cuántos hombres y mujeres experimentan hoy en su
propia alma aquellas sabias palabras de B.
Pascal: “He dicho con frecuencia que toda la desgracia de los seres humanos
procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en paz en una habitación.
Así transcurre toda la vida. Se busca el descanso, luchando contra algunos
obstáculos y, cuando se han superado, el descanso se vuelve insoportable por el
tedio que engendra».
La salida no es sencilla. No basta divertirnos
buscando sensaciones siempre más intensas o estimulantes, siempre más fuertes.
Aunque lo queramos ignorar, el vacío y la insatisfacción están siempre ahí. Al
final, todo es aburrido para quien lleva el aburrimiento en su propio interior.
Es fácil vaciar de sentido religioso el domingo y la
vida entera, pero, ¿no se empobrece y entristece el ser mismo del hombre cuando
olvida a ese Dios del que ha nacido y en quien encontrará su último descanso?
Tal vez una de las tareas más urgentes y más
descuidadas en la Iglesia
sea ésta de recuperar el contenido del domingo cristiano en toda su hondura.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
8 de enero de 1984
Se abrió el cielo.
Con la muerte de los últimos profetas, se había
extendido en el judaísmo tardío el convencimiento general de que el pecado de
Israel había alejado el Espíritu de Dios de los suyos.
Dios se calla y el pueblo sufre su silencio. Los
cielos permanecen cerrados e impenetrables. Los hombres caminan tristes a
través de una tierra sin horizontes.
La escena del Bautismo de Jesús narrada por los
evangelios cristianos significa una noticia revolucionaria para los primeros
creyentes. El cielo se abre. El Espíritu de Dios desciende de nuevo sobre los
hombres. La vida no es algo cerrado. Se nos abre con Jesús un horizonte
infinito.
Las navidades han quedado ya atrás. Muchos no habrán
traspasado la corteza artificial de estas fiestas ni habrán gustado el misterio
que las hizo nacer. No habrán descubierto la gran noticia: El cielo se ha abierto. Dios está con nosotros.
Pero ésta es la gran verdad que no se termina con
estas fiestas. Oculto para unos, desconocido para muchos, Dios está con
nosotros. No el dios frío de la razón, no el dios distante del puro misterio,
sino un Dios hecho carne, hermano y amigo.
Esta solidaridad de Dios con los hombres pone el
cimiento más profundo que podemos concebir a la solidaridad y fraternidad entre
los hombres, y la esperanza más viva que puede alimentar la tierra.
Por eso, las luces y estrellas de nuestra navidad no
hacen sino iluminar con más fuerza la contradicción en que vivimos tantos
cristianos, encerrados en nuestro propio egoísmo, demasiado alejados de un Dios
Padre y demasiado extraños a los que no viven para nuestros intereses.
Es fácil cantar villancicos en un hogar caliente y
después de una buena cena, a un Jesús de barro. Es más difícil vivir
compartiendo lo que uno es y tiene con ese Jesús de carne que son los
desheredados de la tierra.
Sin embargo, es así como se celebra la navidad día a
día. No despertando una euforia pasajera en unas copas de champán, sino
alimentando nuestra alegría interior y nuestra esperanza en la cercanía de un
Dios que está presente en nuestro vivir diario. No disfrutando alocadamente y
sin límite alguno de los excesos de esta sociedad consumista, sino aprendiendo
a compartir con sencillez los gozos y sufrimientos de la gente.
Celebramos la navidad día a día siempre que dejamos
«nacer» a Dios en nuestra vida y «bautizamos» nuestro vivir diario con el
Espíritu que animó a Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
11 de enero de 1981
ESCUCHAR LA PROPIA VOCACIÓN
Y vino una voz del cielo.
Los relatos evangélicos no se detienen demasiado en
la descripción del bautismo de Jesús. Dan más importancia a la experiencia
vivida por él en aquella hora, y que es determinante para su actuación futura.
Jesús no volverá ya a su casa de Nazaret. Tampoco se
quedará entre los discípulos del Bautista. Animado por el Espíritu comenzará
una vida nueva, totalmente entregado al servicio de su misión evangelizadora.
Podemos decir que la hora del bautismo ha sido para
Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación profética,
ha sido consciente de vivir poseído por el Espíritu del Padre, y ha escuchado
la llamada a anunciar un mensaje de salvación a los hombres.
Escuchar la vocación no es un asunto de un grupo de
hombres y mujeres, llamados a vivir de manera especial una misión privilegiada.
Tarde o temprano todos nos tenemos que preguntar
cuál es la razón última de nuestro vivir diario y para qué comenzamos un nuevo
día cada amanecer.
No se trata de descubrir grandes cosas.
Sencillamente, saber que nuestra pequeña vida puede tener un sentido para los
demás. Y que nuestro vivir diario puede ser vida para alguien.
No se trata tampoco de escuchar un día una llamada
definitiva. El sentido de la vida hay que descubrirlo a lo largo de los días,
mañana tras mañana.
En toda vocación hay algo de incierto. Siempre se
nos pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura.
Solamente en la medida en que un hombre va
respondiendo con fidelidad a su misión, va descubriendo, precisamente desde esa
respuesta, todo el horizonte de exigencias y promesas que se encierra en toda
tarea humana vivida con fidelidad.
Vivimos con frecuencia un ritmo de vida, trabajo y
ocupaciones, que nos aturde, distrae y deshumaniza. Hacemos muchas cosas a lo
largo de los días, pero, ¿sabemos exactamente por qué y para qué? Nos movemos
constantemente de un lado para otro, pero, ¿sabemos hacia dónde caminar?
Escuchamos muchas voces, gritos y llamadas, pero,
¿somos capaces de escuchar la voz del Espíritu que nos invita a vivir con
fidelidad nuestra misión de cada día?
José Antonio Pagola
HOMILIA
El cielo
abierto
Tú eres mi hijo querido.
EL Bautista representa como pocos
el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse,
reorientar la existencia y comenzar una vida más digna. Este es su mensaje:
«Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».
Esto es también lo que escuchamos más de una vez en el fondo de la conciencia:
«Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna».
Este deseo de purificación y
ascesis es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la
experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con
responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se
despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del
tiempo nos devuelve a la mediocridad de siempre. El mismo Bautista reconoce el
límite de su esfuerzo: «Yo os bautizo sólo con agua...; alguien más fuerte
os bautizará con espíritu y fuego». El bautismo de Jesús encierra una
mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista. Los evangelistas han cuidado
con verdadero arte la escena. El cielo, que permanecía cerrado e impenetrable,
se abre para mostrar su secreto.
Al abrirse, no descarga la ira
divina que anunciaba el Bautista sino que regala el amor de Dios, el Espíritu
que se posa pacíficamente sobre Jesús. Del cielo se escucha una voz: «Este es
mi Hijo amado». El mensaje es claro: con Cristo, el cielo ha quedado abierto;
de Dios sólo brota amor y paz; podemos vivir con confianza. A pesar de nuestros
errores y mediocridad insoportable, también para nosotros «el cielo ha quedado
abierto».
Las palabras que escucha Jesús
las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado, una
hija amada». En adelante podemos afrontar la vida, no como una «historia
sucia» que hemos de purificar constantemente, sino como el regalo de la
«dignidad de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento. Para quien
vive de esta fe, la vida está llena de momentos de gracia; el nacimiento de un
hijo, el contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio ponen
en nuestra vida una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver «el cielo
abierto». Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo
mejor que hay en nuestro corazón. Lo que tal vez habíamos soñado secretamente
se nos regala ahora de forma inesperada; un inicio nuevo, una purificación
diferente, un «bautismo de espíritu y de fuego». Detrás de esas
experiencias, está Dios amándonos como a hijos.
José Antonio Pagola
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