Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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15 de agosto de 2013
La Asunción de la Virgen María (C)
EVANGELIO
El Poderoso ha hecho
obras grandes por mí; enaltece a los humildes.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 1,39-56
En aquellos días, María se puso
en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en
grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo
llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que
has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."
María dijo: "Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque
ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él
hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en
favor de Abrahán y su descendencia para siempre." María se quedó con
Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
15 de agosto de 2013
Título
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José Antonio Pagola
HOMILIA
SEGUIDORA
FIEL DE JESÚS
Los evangelistas presentan a la
Virgen con rasgos que pueden reavivar nuestra devoción a María, la Madre de
Jesús. Su visión nos ayuda a amarla, meditarla, imitarla, rezarla y confiar en
ella con espíritu nuevo y más evangélico.
María es la gran creyente. La
primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos
y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los
pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo
perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que
acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de
Jesús.
Lucas, por su parte, nos invita a
hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia
Jesús, pues en el "Magníficat" brilla en todo su esplendor la fe de
María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.
María comienza proclamando la
grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra
en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María
es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los
sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre,
porque se oculta a «sabios y entendidos»
y se revela a «los sencillos». La fe
de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.
María proclama al Dios «Poderoso»
porque «su misericordia llega a sus
fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la
compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica
Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos
los tiempos: «sed misericordiosos como
vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta
como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del
mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.
María proclama también al Dios de
los pobres porque «derriba del trono a
los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el
contrario, «enaltece a los humildes»
para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y
«los despide vacíos»; por el
contrario, a los hambrientos «los colma
de bienes» para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo gritaba
Jesús: «los últimos serán los primeros».
María nos lleva a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.
María nos enseña como nadie a
seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más
fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.
José Antonio Pagola
HOMILIA
MADRE DE
LA ESPERANZA
Madre de
la esperanza.
Hoy es fiesta grande para los
creyentes. Una fiesta que no es sino el eco del anuncio pascual: Cristo ha resucitado.
También María ha sido resucitada
por Dios. Aquella mujer que supo acoger como nadie la salvación que se le
ofrecía en su propio Hijo, ha alcanzado ya la vida definitiva.
La que supo sufrir junto a la
cruz la injusticia y el dolor de perder a su Hijo, comparte hoy su vida
gloriosa de resucitado y nos invita a caminar por la vida con esperanza.
Porque, antes que nada, la
asunción de María es una fiesta que confirma nuestra esperanza cristiana: hay
salvación para el hombre. Hay una vida definitiva que se ha cumplido ya en
Cristo y que se le ha regalado ya a María en plenitud. Hay resurrección.
María es la Madre de nuestra esperanza. Ella es «la perfectamente redimida» (K. Rahner). En ella se ha realizado ya
de manera eminente y plena lo que esperamos un día vivir también nosotros.
Pero María es sobre todo Madre de
esperanza para los más pobres y los más crucificados de este mundo. Si María es
grande y bienaventurada para siempre es porque Dios es el Dios de los pobres.
María se alegra de que Dios sea
así. El Dios de los pobres y los humillados. El que ha sabido mirar la
humillación y bajeza de su esclava. El que no se ha detenido ante Popea o
Cleopatra, sino que ha fijado su mirada en una pobre campesina sin aureola,
cultura ni riquezas.
Al cantar hoy el Magnificat, recordemos quién es el Dios
que ha glorificado a María y en el que ella ha puesto todo su gozo y su
esperanza.
No es el Dios neutral e
indiferente en el que, con frecuencia, nosotros pensamos. Es el Dios de los
pobres. «El que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; el
que coIma de bienes a los hambrientos, y a los ricos despide con las manos
vacías».
Estas palabras, como dice J. L. González Faus, «no son palabras de
ningún profeta agresivo ni de ningún guerrillero violento, sino que han brotado
de la ternura, la limpieza y el gozo que caben en el corazón de M .ría; ese
corazón que había guardado la memoria y el gozo de Jesús, quien bendecía al
Padre porque ha ocultado su reino a los aristócratas de la tierra y lo ha
revelado a los poca cosa».
José Antonio Pagola
HOMILIA
MARÍA
Se ha dicho que muchos cristianos
de hoy vibran menos que los creyentes de otras épocas ante la figura de María.
Quizás somos víctimas de bastantes recelos y sospechas ante deformaciones
habidas en la piedad mariana.
Y es que a veces se insistía de
manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que
protege a sus hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más de
acuerdo con el Espíritu de Jesús. Otras veces, algunos tipos de devoción
mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia de
una madre idealizada y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.
Quizás esta misma idealización de
María como la “mujer única” ha podido también alimentar un cierto menosprecio a
la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Pienso que al menos,
no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que desde frentes diversos
se nos hace a los católicos.
Y sin embargo sería lamentable
que los católicos empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo
que María puede significar para nosotros los creyentes.
Porque una piedad mariana bien
entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra
vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino.
Porque el mismo Dios ha querido
encarnarse en el seno de una mujer. Y desde entonces, podemos decir que “lo
femenino es camino hacia Dios y camino que viene de Dios”.
La humanidad necesita siempre de
esa riqueza que asociamos a lo femenino porque aunque también se da en el
varón, se condensa de una manera especial en la mujer. Es la riqueza de la
intimidad, de la acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio,
gestación, donación de vida.
Ciertamente, no manifiestan este
aprecio quienes violentan con malos tratos a mujeres, una dramática realidad
que preocupa y escandaliza hoy. No sólo
por la repugnancia de los hechos, sino por las circunstancias que los rodean.
Pero, además, es claro que la sobreabundancia de estas agresiones domésticas
manifiesta una enfermedad, deformación, patología social, de la que todos hemos
de declararnos responsables. Porque todo indica que tanto el problema en sí
como su ocultación tienen su origen en una grave deformación cultural. El
machismo rampante de nuestra sociedad no es un tópico, algo imaginario.
Hoy también en muchos ambientes
la mujer sigue personificando la dependencia, subsidiaridad y la sumisión al
hombre y es esa injusta mentalidad la
que está en el origen de la humillación y del maltrato. Ahí radica la gran
tarea pendiente para todos: la plena equiparación de la mujer con el hombre y
su consideración definitiva y consecuente como ser humano en todas las
culturas. En definitiva es apreciar lo femenino como uno de los dos elementos
esenciales de lo humano.
Pero es que además, para nosotros
los creyentes, siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a cauces
posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos de una
madre. Siempre que marginamos a María de
nuestra vida, los creyentes empobrecemos nuestra fe.
La Virgen siempre nos es una
figura querida, que supo actuar con sencillez, con eficacia amable, con
constancia sin refunfuñar. Suya es la
frase “haced lo que El os diga”. Una buena actitud, sin duda.
¿Cuál es tu compromiso como
cristiano para transformar la sociedad y la Iglesia?
¿Qué significa la figura de María
en tu vida religiosa?
José Antonio Pagola
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