Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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11 de agosto de 2013
19º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Estad preparados.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 12,32-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos:
[No temas, pequeño rebaño:
porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes, y dad
limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el
cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.]
Tened ceñida la cintura y
encendidas las lámparas: vosotros estad como los que aguardan a que su señor
vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes
el señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de
madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el
dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad
preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre.
[Pedro le preguntó:
- Señor, ¿has dicho esa parábola
por nosotros o por todos?
El Señor le respondió:
- ¿Quién es el administrador
fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que
les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo
al llegar lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de
todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: «Mi
amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a
comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora
que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son
fieles.
El criado que sabe lo que su amo
quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no
lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio mucho se
le exigirá; al que mucho se le confió más se le exigirá.]
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
11 de agosto de 2013
VIVIR EN
MINORÍA
Lucas ha recopilado en su
evangelio unas palabras, llenas de afecto y cariño, dirigidas por Jesús a sus
seguidores y seguidoras. Con frecuencia, suelen pasar desapercibidas. Sin
embargo, leídas hoy con atención desde nuestras parroquias y comunidades
cristianas, cobran una sorprendente actualidad. Es lo que necesitamos escuchar
de Jesús en estos tiempos no fáciles para la fe.
“Mi pequeño rebaño”. Jesús mira
con ternura inmensa a su pequeño grupo de seguidores. Son pocos. Tienen
vocación de minoría. No han de pensar en grandezas. Así los imagina Jesús
siempre: como un poco de “levadura” oculto en la masa, una pequeña “luz” en
medio de la oscuridad, un puñado de “sal” para poner sabor a la vida.
Después de siglos de
“imperialismo cristiano”, los discípulos de Jesús hemos de aprender a vivir en
minoría. Es un error añorar una Iglesia poderosa y fuerte. Es un engaño buscar
poder mundano o pretender dominar la sociedad. El evangelio no se impone por la
fuerza. Lo contagian quienes viven al estilo de Jesús haciendo la vida más
humana.
“No tengas miedo”. Es la gran
preocupación de Jesús. No quiere ver a sus seguidores paralizados por el miedo
ni hundidos en el desaliento. No han de perder nunca la confianza y la paz. También
hoy somos un pequeño rebaño, pero podemos permanecer muy unidos a Jesús, el
Pastor que nos guía y nos defiende. El nos puede hacer vivir estos tiempos con
paz.
“Vuestro Padre ha tenido a bien
daros el reino”. Jesús se lo recuerda una vez más. No han de sentirse
huérfanos. Tienen a Dios como Padre. Él les ha confiado su proyecto del reino.
Es su gran regalo. Lo mejor que tenemos en nuestras comunidades: la tarea de
hacer la vida más humana y la esperanza de encaminar la historia hacia su
salvación definitiva.
“Vended vuestros bienes y dad
limosna”. Los seguidores de Jesús son un pequeño rebaño, pero nunca han de ser
una secta encerrada en sus propios intereses. No vivirán de espaldas a las
necesidades de nadie. Será comunidades de puertas abiertas. Compartirán sus
bienes con los que necesitan ayuda y solidaridad. Darán limosna, es decir
“misericordia”. Este es el significado original del término griego.
Los cristianos necesitaremos
todavía algún tiempo para aprender a vivir en minoría en medio de una sociedad
secular y plural. Pero hay algo que podemos y debemos hacer sin esperar a nada:
transformar el clima que se vive en nuestras comunidades y hacerlo más
evangélico. El Papa Francisco nos está señalando el camino con sus gestos y su
estilo de vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
8 de agosto de 2010
LOS
NECESITAMOS MÁS QUE NUNCA
Las
lámparas encendidas.
Las primeras generaciones
cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva.
La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un
comienzo. La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo
no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?
En los evangelios encontramos
diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo:
mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las
llamadas más conocidas dice así: «Tened
ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener
estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo?
Las dos imágenes son muy
expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando
de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto
llame. Han de estar con «la cintura
ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar
con agilidad. Han de estar con «las
lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos.
Estas palabras de Jesús son
también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la
pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se
hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir.
Es la hora de reaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el
futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada.
Uno de los obstáculos más
importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la
pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos
siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía
hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover
caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo.
Por eso, hemos de valorar, cuidar
y agradecer tanto el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y
laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un
modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del
Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de
ellos.
Estos creyentes pueden ser hoy el
fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento
fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos más que
nunca para construir una Iglesia abierta a los problemas del mundo actual, y
cercana a los hombres y mujeres de hoy.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
12 de agosto de 2007
CUIDADO
CON EL DINERO
No se
puede servir a Dios y al Dinero.
Jesús tenía una visión muy lúcida
sobre el dinero. La resumía en una frase breve y contundente: «No se puede servir a Dios y al Dinero».
Es imposible. Ese Dios que busca con pasión una vida más digna y justa para los
pobres, no puede reinar en la vida de una persona dominada por el dinero.
Pero no se quedaba sólo en este
principio de carácter general. Con su vida y su palabra se esforzaba por
enseñar a los ricos de Galilea y a los campesinos pobres de las aldeas cuál era
la manera más humana de «atesorar».
En realidad no todos podían
hacerse con un tesoro. Sólo los ricos de Séforis y Tiberíades podían acumular
monedas de oro y plata. A ese tesoro se le llamaba «mamona», es decir, dinero que está seguro o que da seguridad. En
las aldeas no circulaban esas monedas de gran valor. Algunos campesinos se
hacían con algunas monedas de bronce o cobre, pero la mayoría vivía
intercambiándose productos o servicios en un régimen de pura subsistencia.
Jesús explica que hay dos maneras
de «atesorar». Algunos tratan de
acumular cada vez más «mamona». No
piensan en los necesitados. No dan limosna a nadie: su única obsesión es
acaparar más y más. Hay otra manera de «atesorar»
radicalmente diferente. No consiste en acumular monedas sino en compartir los
bienes con los pobres para «hacerse un
tesoro en el cielo», es decir, ante Dios.
Sólo este tesoro es seguro y
puede permanecer intacto en el corazón de Dios. Los tesoros de la tierra, por
mucho que los llamemos «mamona», son
caducos, no dan seguridad y siempre están amenazados. Por eso lanza Jesús un
grito de alerta. Cuidado con el dinero pues «donde
está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón». El dinero atrae nuestro
corazón y nos seduce porque da poder, seguridad, honor y bienestar. La riqueza
genera necesidad insaciable de tener siempre más.
Al contrario, si ayudando a los
necesitados, nos vamos enriqueciendo ante Dios, ese Dios Padre de los pobres
nos irá atrayendo cada vez más hacia una vida más solidaria. En medio de una
sociedad que tiene su corazón puesto en el dinero, se puede vivir de manera más
austera y compartida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
8 de agosto de 2004
VIVIR
DORMIDOS
Estad
preparados.
Uno de los riesgos que amenazan
constantemente al hombre de la sociedad actual es caer en una vida superficial,
mecánica, rutinaria, masificada... de la que no es fácil escapar. Con el pasar
de los años, los proyectos, las metas y los ideales de mucha gente terminan
reduciéndose y empobreciéndose. Desgraciadamente, no son pocos los que se
levantan cada día sólo para «ir tirando».
¿Dónde encontrar un principio
humanizador, desalienante, capaz de liberar a la persona de la superficialidad,
la masificación, la banalidad, el aturdimiento y el vacío interior?
Es sorprendente la insistencia
con que Jesús habla de la postura vigilante y despierta con que el hombre debe
enfrentarse a la vida. Se podría decir que parece concebir la fe como una
actitud vigilante que puede liberarnos de la superficialidad y el «sin-sentido»
que domina a muchos hombres y mujeres que caminan por la vida sin meta ni
objetivo.
Quizás los cristianos,
acostumbrados a vivir nuestra fe como una tradición familiar, una herencia
sociológica o una etiqueta más, no somos capaces de descubrir toda la fuerza
que encierra para humanizar, personalizar y dar un sentido y una esperanza
nueva a nuestras vidas.
Quizás uno de los espectáculos
más tristes para un creyente es el observar cómo bastantes hombres y mujeres
abandonan una fe vivida de manera muy inconsciente y poco responsable para
adoptar una actitud de increencia tan inconsciente y tan poco responsable como
su postura anterior.
La llamada de Jesús a la
vigilancia nos debe ayudar a los cristianos a despertar de la indiferencia, la
pasividad y el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe. Para vivirla
de manera lúcida, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más
profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida,
agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
Entonces la fe es luz que inspira
nuestros criterios de actuación, fuerza que impulsa nuestro compromiso de
construir una sociedad más humana, esperanza que anima todo nuestro vivir
diario.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
12 de agosto de 2001
DESPERTAR
Dichosos
aquellos a quienes los encuentre en vela.
Es muy fácil vivir dormidos.
Basta con hacer lo que hacen casi todos: imitar, amoldarnos, obedecer,
ajustarnos a lo que se lleva, repetirnos una y otra vez. Basta vivir buscando
seguridad externa e interna. Basta defender nuestro pequeño bienestar mientras
la vida se va apagando en nosotros.
Llega un momento en que no
sabemos ya reaccionar. Sentimos que nuestra vida está vacía y la llenamos de
experiencias, información y diversiones. Nos falta vida interior y nos
engañamos viviendo en movimiento continuo, agitados por la prisa y las
ocupaciones. Podemos gastar la vida entera «haciendo cosas» pero sin descubrir
en ella nada santo ni sagrado.
Desgraciadamente, tampoco la
religión logra a veces despertar nuestra vida. Se puede practicar una «religión
dormida» que da tranquilidad pero no vida. Vivimos tan ocupados en nuestros
trabajos y desdichas que jamás tenemos un momento libre en el que podamos
sentir qué es amar y compartir, qué es ser amable y solidario. Y sin vivir nada
de esto, ¡queremos saber algo de Dios!
Jesús repite una y otra vez una
llamada apremiante: «despertad, vivid
atentos y vigilantes, pues se os puede pasar la vida sin enteraros de nada».
No es fácil escuchar esa llamada,
pues, de ordinario, no escuchamos a quien nos dice algo contrario a lo que
pensamos. Y los hombres y mujeres de hoy pensamos que somos inteligentes y
lúcidos.
Para despertar es necesario
conocernos mejor. Comenzamos a ser sabios cuando tomamos conciencia de nuestra
estupidez. Empezamos a ser más profundos cuando observamos la superficialidad
de nuestra vida. La verdad se abre paso cuando reconocemos nuestros engaños. El
orden llega a nosotros cuando advertimos el desorden en que vivimos. Despertar
es darnos cuenta de que vivimos dormidos.
Lo importante para vivir
despiertos es caminar más despacio, cuidar mejor el silencio y estar más
atentos a las llamadas del corazón. Pero sin, duda, lo decisivo es vivir
amando. Sólo quien ama vive intensamente, con alegría y vitalidad, despierto a
lo esencial.
Por otra parte, para despertar de
una «religión dormida» sólo hay un camino: buscar más allá de los ritos y las
creencias, ahondar más en nuestra verdad ante Dios y abrirnos confiadamente a
su misterio. «Dichosos aquellos a quienes
el Señor, al llegar, los encuentre en vela».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
9 de agosto de 1998
LA HORA
DE LOS LAICOS
Tened
ceñida la cintura.
Muchos teólogos lo consideran el
dato más positivo y prometedor de este final de siglo dentro de la Iglesia: los
laicos van tomando conciencia cada vez más viva de su responsabilidad en la
vida y la marcha de las comunidades eclesiales. La Iglesia está dejando de ser
«un asunto de curas y monjas» para convertirse en la comunidad de todos los que
se sienten seguidores de Cristo.
Los datos están ahí. La
transmisión de la fe a niños y jóvenes sería hoy impensable sin la labor
generosa de tantos catequistas, monitores y educadores laicos. El trabajo
pastoral de muchas parroquias se vendría abajo sin la participación de tan tos
hombres y mujeres en las diversas tareas y organismos. Su presencia en el altar
para proclamar la Palabra de Dios o distribuir la comunión es sólo un exponente
visible de que su intervención será cada vez más decisiva en la comunidad
cristiana.
Sin embargo, no resulta fácil
liberarse de la inercia y el peso de largos siglos de clericalismo. Los laicos
que se sienten miembros activos y responsables son todavía pocos, casi siempre
los mismos y los mismos para todo. Por otra parte, incluso cuando los laicos
toman parte activa, la responsabilidad sigue casi siempre en manos de los
presbíteros. No creo que sea exagerado decir que la vida de muchas parroquias
está todavía pensada, dirigida y encauzada casi exclusivamente por los
sacerdotes.
No basta, por ello, introducir un
lenguaje nuevo que habla de «colaboración», «complementariedad» y
«corresponsabilidad» de presbíteros y laicos. Es necesario un cambio profundo
en todos. Los presbíteros hemos de renunciar a un protagonismo indebido que va
mucho más allá de nuestra propia misión sacerdotal. La Iglesia no es nuestra.
No hemos de acapararlo todo. Al contrario, una de nuestras tareas más importantes
hoy ha de ser animar y estimular la responsabilidad de todos. Los laicos, por
su parte, habrán de superar la pasividad y la inhibición cómoda de quien se
instala en la Iglesia como «espectador» o «cliente», dispuesto a recibir, pero
no a aportar.
La Iglesia es de todos y la hemos
de hacer entre todos. Laicos, religiosos y presbíteros, hombres y mujeres,
todos formamos un único Pueblo de Dios, compartimos la misma fe, hemos recibido
el mismo bautismo, tenemos al mismo Señor y nos apoyamos en su promesa. Todos
hemos de escuchar de él una llamada a la vigilancia y a la creatividad
evangélica, sin quedamos en la comodidad pasiva del que se desentiende: «Tened ceñida la cintura y encendidas las
lámparas. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
13 de agosto de 1995
VERTIGO
Encendidas
las lámparas.
Unos lo llaman «euforia
veraniega». Otros «desmadre». Lo cierto es que, durante el verano, es más fácil
advertir ese estilo de vida cada vez más frecuente en la sociedad occidental y
que ha sido calificado por algunos analistas como «experiencia de vértigo».
Todos sabemos lo que sucede
cuando subimos a una torre alta y miramos hacia el suelo. El vacío nos
arrastra, y si no nos asimos fuertemente a algo, corremos el riesgo de precipitarnos
hacia el abismo. Algo de esto puede ocurrir en la vida del individuo. El vacío
interior puede provocar una especie de vértigo capaz de arrastrar a la persona
hacia su ruina.
Cuando se vive sin convicciones
profundas o se carece de verdaderos ideales, se crea un vacío interior que deja
a la persona a merced de toda clase de impresiones pasajeras. Entonces, todo lo
que produce euforia o placer inmediato seduce y arrastra. El individuo se deja
llevar por cualquier experiencia que pueda llenar su sensación de vacío.
Necesita poseerlo y disfrutarlo todo. Y, además, ahora mismo y al máximo.
Otro rasgo de este Avértigo
existencial» es la búsqueda de ruido. La persona no soporta el silencio.
Aborrece el recogimiento. Lo que necesita es perderse en el bullicio y el
griterío. De esta forma es más fácil vivir sin escuchar ninguna voz interior.
Este vértigo conduce, por lo
general, a un estilo de vida donde todo puede quedar desfigurado. Fácilmente se
confunde la alegría con la euforia, la fiesta con la orgía, el amor con el
sexo, el descanso con la dejadez. La persona quiere vivir intensamente cada
momento, pero, con frecuencia, no puede evitar la sensación de que se le puede
estar escapando algo importante de la vida.
Y, ciertamente, es así. En la
«experiencia de vértigo» se encierra un engaño que López Quintás resume con
estas palabras:
«Las experiencias fascinantes de
vértigo lo prometen todo, no exigen nada y acaban quitándolo todo. » Para vivir
una vida de vértigo, no hace falta ningún esfuerzo. Sólo dejarse llevar por las
pulsiones instintivas y ceder a la satisfacción inmediata. Lo que pasa es que
una vida «desmadrada» lleva fácilmente a la dispersión, el embotamiento y la
tristeza interior.
Hemos de escuchar la invitación
de Jesús a vivir vigilantes, «ceñida la
cintura y encendidas las lámparas». Para vivir de forma más humana y más
cristiana es necesario cuidar más «lo de dentro» y alimentar mejor la vida
interior. No es extraño que un maestro espiritual de nuestros días afirme que
el hombre contemporáneo necesita escuchar la célebre consigna de san Agustín:
«Redeamus ad cor», «volvamos al corazón. »
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
9 de agosto de 1992
¿QUE
BUSCO YO?
Donde
está vuestro tesoro...
He estado estos días saboreando
una interesante conferencia de Teilhard
de Chardin pronunciada en Pekín, en diciembre de 1943, en torno al tema de
la felicidad. Según el eminente científico y pensador, se pueden distinguir, de
manera general, tres posturas diferentes ante la vida.
Están, en primer lugar, los
pesimistas. Para este grupo de personas, la vida es algo peligroso y malo. Lo
importante es huir de los problemas, saber defenderse lo mejor posible. Según Teilhard, esta actitud llevada al
extremo, conduce al escepticismo oriental o al pesimismo existencialista. Pero
de forma atenuada aparece en muchas personas: «¿qué vivir?», «todo da lo
mismo», «¿qué buscar?»
Están, luego, los vividores que
sólo se preocupan de disfrutar de cada momento y de cada experiencia. Su ideal
consiste en organizarse la vida de la forma más placentera posible. Esta
actitud conduce al hedonismo. La vida es placer, y si no, no es vida.
Están, por fin, los ardientes («les ardents»). Son las personas que
entienden la vida como crecimiento constante. Siempre buscan algo más, algo
mejor. Para ellos, la vida es inagotable. Un descubrimiento en el que siempre
se puede avanzar.
A estas tres actitudes diferentes
ante la vida corresponden, según Teilhard,
tres formas diferentes de entender y buscar la felicidad.
Los pesimistas entienden la
felicidad como tranquilidad. Es lo único que buscan. Huir de los problemas, los
conflictos y compromisos. La felicidad se encuentra, según ellos, huyendo hacia
la tranquilidad.
Los vividores entienden la felicidad
como placer. Lo importante de la vida es saborearla. La meta de la existencia
no puede ser otra que el disfrutar de todo placer. Ahí se encuentra la
verdadera felicidad.
Los ardientes, por su parte,
entienden la felicidad como crecimiento. En realidad, no buscan la felicidad
como algo que hay que conquistar. La felicidad se experimenta cuando la persona
vive creciendo y desplegando con acierto su propio ser.
Según Teilhard de Chardin, «hombre feliz es aquél que, sin buscar
directamente la felicidad, encuentra inevitablemente la alegría, como
añadidura, en el hecho mismo de ir caminando hacia su plenitud, hacia su
realización, hacia adelante.»
Tal vez, estas reflexiones de Teilhard nos puedan ayudar a descubrir
mejor a qué estamos dando importancia en la vida y qué es lo que estamos
buscando en medio de la existencia. No hemos de olvidar la sabia advertencia de
Jesús: «Donde está vuestro tesoro, allí
estará vuestro corazón.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de agosto de 1989
CREENCIAS
DE REEMPLAZO
Donde
está vuestro tesoro...
No deberíamos arrinconar
ligeramente esas sentencias de Jesús que encontramos en los evangelios, breves
y concisas en su formulación, pero llenas de honda sabiduría.
He aquí la que hoy escuchamos de
sus labios: «Donde está vuestro tesoro,
allí estará vuestro corazón». El corazón del hombre, centro decisivo de la
persona según la mentalidad judía, se apega siempre a su tesoro. De ahí la
importancia decisiva de que elijamos bien ese tesoro.
¿Dónde está el corazón del hombre
contemporáneo? ¿Dónde ha puesto su tesoro?
Ciertamente, para muchos ya no
parece estar en Dios. La fe no está de moda. Dios ha quedado devaluado y no
parece ya capaz de llenar o enriquecer el corazón y la vida de las personas.
Alguien ha dicho con aire
desenfadado que muchas gentes de hoy prefieren rellenar quinielas ó hacer
crucigramas. Les resulta más gozoso y plenificante que encontrarse con Dios.
Lo cierto es que son bastantes
los que se ríen hoy de las creencias religiosas y hacen caricatura permanente
del creyente. Basta asomarse a la calle para escuchar toda clase de burlas,
comentarios jocosos y parodias.
Pero no se han dado cuenta de que
nuestro corazón no puede estar vacío. El hombre es un ser que necesita creer en
algo o en alguien. Y si deja de creer en Dios comienza a rellenar su hueco con «creencias de reemplazo »
El hombre contemporáneo rechaza
lo espiritual pero se siente atraído por el espiritismo. No acepta un Dios
absoluto, pero diviniza el Dinero y apoya en él toda su existencia.
Y sobre ese fondo común del
Dinero como divinidad suprema, la sociedad moderna se puebla de nuevas deidades
que exigen su culto, sus mitos y sus fieles adoradores: el sexo, la abundancia,
el poder, el cuerpo, la salud, lo joven...
Pero en el corazón de la
modernidad politeísta, ha hecho su aparición la nostalgia. El hombre no se contenta con cualquier tesoro e,
incluso, triste y desconcertado, sigue buscando siempre algo más, algo mejor y
más pleno.
Y no son pocos los que, al
ahondar un poco en su propio corazón y en el de sus amigos, descubren
sorprendidos que la pregunta sobre Dios está ahí como el primer día.
La razón es muy sencilla. Nuestro
corazón se ha alejado de Dios. Pero en el corazón de Dios siguen estando los
hombres. Y, aunque parezca absurdo, nosotros seguimos siendo su “tesoro”. Un
tesoro pobre y finito que atrae misteriosamente el corazón insondable de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
10 de agosto de 1986
¿DONDE
PONER EL CORAZÓN?
Un tesoro
inagotable en el cielo...
El hombre actual está perdiendo
su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo tecnológico.
Aumenta cada vez más el número de
los que toman conciencia de que el mismo poder que permite al hombre crear
nuevos estilos de vida, lleva consigo un potencial de autodestrucción y
degradación.
Y por si fuera poco, la grave
crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los más
optimistas.
No es extraño, entonces, que
crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza en
los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que sea
válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón».
Son muchos los que viven «a la deriva»
sin esperanza ni desesperación. Víctimas pasivas e indiferentes de un mundo que
les resulta cada vez más dislocado.
Entonces, la vida se vacía de
sentido. El hombre pierde la fuente de su propia creatividad. No sabe para qué
trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e incidentes,
sin que nada realmente vivo le dé sentido y continuidad.
En medio de este «comportamiento
errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento de tiempo y
buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz.
R. Lifton considera que el problema central del hombre
contemporáneo es la pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de
inmortalidad «que representa un estímulo irresistible y universal a conservar
un sentido interior de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».
Y, sin embargo, el hombre de hoy,
como el de siempre, necesita poner su corazón en un «tesoro que no pueda ser
arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo encontrarlo?
Desde la fe cristiana, no existe
otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra existencia, no
evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón al misterio de
Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.
Esto que a muchos puede parecer,
desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente fuente de
liberación gozosa que le enraiza en lo fundamental, central y definitivo.
A veces, una palabra hostil basta
para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo o un fracaso
para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que preguntarnos
dónde tenemos puesto nuestro corazón?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
7 de agosto de 1983
VIVIR
DORMIDOS
Estad
preparados.
Uno de los riesgos que amenazan
constantemente al hombre de la sociedad actual es el caer en una vida
superficial, mecánica, rutinaria, masificada... de la que no es fácil escapar.
Con el pasar de los años, los
proyectos, las metas y los ideales de mucha gente terminan reduciéndose y
empobreciéndose poco a poco. Desgraciadamente, no son pocos los que se levantan
cada día sólo para «ir tirando».
¿Dónde encontrar un principio
humanizador, desalienante, capaz de liberar al hombre de la superficialidad, la
masificación, la banalidad, el aturdimiento y el vacío interior?
Es sorprendente la insistencia
con que Jesús habla de la actitud vigilante y despierta con que el hombre debe
enfrentarse a la vida. Se podría decir que Jesús parece concebir la fe como una
actitud vigilante que puede liberarnos de la superficialidad y el «sin-sentido»
que domina a muchos hombres y mujeres que caminan por la vida sin meta ni
objetivo.
Quizás los cristianos,
acostumbrados con frecuencia a vivir nuestra fe como una tradición familiar,
una herencia sociológica o una etiqueta más, no somos capaces de descubrir toda
la fuerza que en cierra para humanizar, personalizar y dar un sentido, una
hondura y una esperanza nueva a nuestras vidas.
Quizás uno de los espectáculos m
tristes para un creyente es el observar cómo bastantes hombres y mujeres
abandonan una fe vivida de manera muy inconsciente y poco responsable para
adoptar una actitud de increencia tan inconsciente y tan poco responsable como
su postura anterior.
La llamada de Jesús a la
vigilancia nos debe ayudar a despertar de la indiferencia, la pasividad y el
descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe.
Para vivir vigilantes esa fe
cristiana, necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más
profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida,
agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
Entonces la fe es luz que inspira
nuestros criterios de actuación, fuerza que impulsa nuestro compromiso de
construir una sociedad más humana, esperanza que anima todo nuestro vivir
diario.
José Antonio Pagola
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