Homilias de José Antonio Pagola
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18 de noviembre de 2012
33º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Reunirá a los
elegidos de los cuatro vientos.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 13, 24-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará
tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los
astros se tambalearán, Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes
con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de
los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la
higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el
verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está
cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se
cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y
la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
18 de noviembre de 2012
NADIE
SABE EL DÍA
El mejor conocimiento del
lenguaje apocalíptico, construido de imágenes y recursos simbólicos para hablar
del fin del mundo, nos permite hoy escuchar el mensaje esperanzador de Jesús,
sin caer en la tentación de sembrar angustia y terror en las conciencias.
Un día la historia apasionante
del ser humano sobre la tierra llegará a su final. Esta es la convicción firme
de Jesús. Esta es también la previsión de la ciencia actual. El mundo no es
eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de
nuestros esfuerzos y aspiraciones.
Jesús habla con sobriedad. No
quiere alimentar ninguna curiosidad morbosa. Corta de raíz cualquier intento de
especular con cálculos, fechas o plazos. "Nadie sabe el día o la hora...,
sólo el Padre". Nada de psicosis ante el final. El mundo está en buenas
manos. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y
Padre.
Desde esta confianza total, Jesús
expone su esperanza: la creación actual terminará, pero será para dejar paso a
una nueva creación, que tendrá por centro a Cristo resucitado. ¿Es posible
creer algo tan grandioso? ¿Podemos hablar así antes de que nada haya ocurrido?
Jesús recurre a imágenes que
todos pueden entender. Un día el sol y la luna que hoy iluminan la tierra y
hacen posible la vida, se apagarán. El mundo quedará a oscuras. ¿Se apagará
también la historia de la Humanidad? ¿Terminarán así nuestras esperanzas?
Según la versión de Marcos, en
medio de esa noche se podrá ver al "Hijo del Hombre", es decir, a
Cristo resucitado que vendrá "con gran poder y gloria". Su luz
salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio
de una humanidad renovada para siempre.
Jesús sabe que no es fácil creer
en sus palabras. ¿Cómo puede probar que las cosas sucederán así? Con una
sencillez sorprendente, invita a vivir esta vida como una primavera. Todos
conocen la experiencia: la vida que parecía muerta durante el invierno comienza
a despertar; en las ramas de la higuera brotan de nuevo pequeñas hojas. Todos
saben que el verano está cerca.
Esta vida que ahora conocemos es
como la primavera. Todavía no es posible cosechar. No podemos obtener logros
definitivos. Pero hay pequeños signos de que la vida está en gestación.
Nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán. Nadie sabe el día, pero
Jesús vendrá. Con su venida se desvelará el misterio último de la realidad que
los creyentes llamamos Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
15 de noviembre de 2009
Verán
venir al hijo del hombre.
CONVICCIONES
CRISTIANAS
Poco a poco iban muriendo los
discípulos que habían conocido a Jesús. Los que quedaban, creían en él sin
haberlo visto. Celebraban su presencia invisible en las eucaristías, pero ¿cuándo
verían su rostro lleno de vida? ¿cuándo se cumpliría su deseo de encontrarse
con él para siempre?
Seguían recordando con amor y con
fe las palabras de Jesús. Eran su alimento en aquellos tiempos difíciles de
persecución. Pero, ¿cuándo podrían comprobar la verdad que encerraban? ¿No se
irían olvidando poco a poco? Pasaban los años y no llegaba el Día Final tan
esperado, ¿qué podían pensar?
El discurso apocalíptico que
encontramos en Marcos quiere ofrecer algunas convicciones que han de alimentar
su esperanza. No lo hemos de entender en sentido literal, sino tratando de
descubrir la fe contenida en esas imágenes y símbolos que hoy nos resultan tan
extraños.
Primera convicción. La historia apasionante de la
Humanidad llegará un día a su fin. El «sol»
que señala la sucesión de los años se apagará. La «luna» que marca el ritmo de los meses ya no brillará. No habrá
días y noches, no habrá tiempo. Además, «las
estrellas caerán del cielo», la distancia entre el cielo y la tierra se
borrará, ya no habrá espacio. Esta vida no es para siempre. Un día llegará la
Vida definitiva, sin espacio ni tiempo. Viviremos en el Misterio de Dios.
Segunda convicción. Jesús volverá y sus seguidores
podrán ver por fin su rostro deseado:
«verán venir al Hijo del Hombre». El sol, la luna y los astros se apagarán,
pero el mundo no se quedará sin luz. Será Jesús quien lo iluminará para siempre
poniendo verdad, justicia y paz en la historia humana tan esclava hoy de
abusos, injusticias y mentiras.
Tercera convicción. Jesús traerá consigo la
salvación de Dios. Llega con el poder grande y salvador del Padre. No se
presenta con aspecto amenazador. El evangelista evita hablar aquí de juicios y
condenas. Jesús viene a «reunir a sus
elegidos», los que esperan con fe su salvación.
Cuarta convicción. Las palabras de Jesús «no pasarán». No perderán su fuerza
salvadora. Han de de seguir alimentando la esperanza de sus seguidores y el
aliento de los pobres. No caminamos hacia la nada y el vacío. Nos espera el
abrazo con Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
19 de noviembre de 2006
AL FINAL
VENDRÁ
Verán
venir al Hijo del Hombre.
No se les hacía fácil a los
primeros cristianos perseverar fieles a Jesús: ¿Cuándo llegaría a implantarse
el reino de Dios?, ¿cuándo dejarían de sufrir los pobres y desgraciados?, ¿no
iban a terminar nunca los abusos e injusticias de los poderosos?
Al final de su escrito, Marcos
quiso ofrecer a sus lectores la visión del «Final». Quería infundirles luz y
esperanza. Recogió dichos auténticos de Jesús, acudió también a escritos de
carácter apocalíptico y les recordó el último secreto que encierra la vida: al
final, Jesús, el «hombre nuevo» dirá
la última palabra.
La escena es grandiosa. El sol «se hará tinieblas», ya no pondrá luz y
calor en el mundo. La luna «no dará su
resplandor», se apagará para siempre. Las estrellas «se irán cayendo del cielo» una detrás de otra. Las fuerzas de los
cielos «temblarán». Este mundo que
parece tan seguro, estable y eterno, se hundirá.
En medio de esa oscuridad total,
hará su aparición Jesús, el «Hijo del
Hombre», el «hombre nuevo», el verdaderamente humano. Todos le verán venir
con «gran poder y esplendor». Ya no
habrá otros poderes ni imperios. Nadie le hará sombra. Él lo iluminará todo
poniendo verdad y justicia.
No hay propiamente juicio. Basta «verle venir». Es el «Hombre nuevo». Todo queda confrontado
con él. Entonces aparecerá lo que es realmente una vida humana. Se verá dónde
está la verdad y dónde la mentira. Quiénes han actuado con justicia y quiénes
han sido injustos e inhumanos.
Entonces se desvelará la
realidad. Las cosas quedarán en su verdadero lugar. Se verá el valor último del
amor. Se hará justicia a todas las víctimas inocentes: los muertos por
desnutrición, los esclavos, los torturados, las maltratadas por el varón, los
excluidos de la vida, los ignorados por todos.
Como dice otro texto cristiano:
Dios «creará unos cielos nuevos y una
tierra nueva en los que habitará la justicia». Entonces se verá que la
manera más humana de vivir es trabajar por un mundo más humano. Esta vida, a
veces tan cruel e injusta, pasará. Las «palabras»
de Jesús no.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
16 de noviembre de 2003
CALLEJÓN
Mis
palabras no pasarán.
(Ver homilía del 17 de noviembre de 1991)
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
19 de noviembre de 2000
AL FINAL,
DIOS
El cielo
y la tierra pasarán.
El fin del mundo no es un mito
desfasado, sino un horizonte que sigue fascinando o estremeciendo al hombre de
hoy. Basta pensar en tantas películas que reflejan la inseguridad última de la
especie humana (El coloso en llamas, La
Profecía, Apocalypse Now) o asomarse a las pesadillas apocalípticas de
Günter Grass sobre el final de la Humanidad cuyo mundo sería heredado por las
ratas (La ratesa).
Más desconcertante resulta
recordar los «suicidios en masa» que se han repetido estos últimos años entre
miembros de diferentes sectas: 912 en Guayana (1978), 78 en Tejas y 52 en
Vietnam (1993), 53 en Canada y Suiza (1994), 39 en California (1997). El motivo
que los impulsó a tan trágica decisión siempre parece el mismo: liberarse de
este mundo próximo ya a ser destruido, para ser trasladados a un mundo mejor.
En el fondo, siguen vivas las
visiones apocalípticas de origen judío sobre el final de la historia como una
catástrofe cósmica en la que el mundo es destruido por un gran incendio
mientras los astros se apagan y las estrellas se derrumban, aunque hayan sido
sustituidas en parte por los temores modernos a una conflagración mundial o a
un desastre ecológico universal.
Todas estas fantasías son muy
apocalípticas pero no son cristianas. Lo cristiano no es la destrucción y el
final de la vida, sino la creación nueva del universo y el comienzo de la
verdadera vida. Lo propio de la esperanza cristiana no es la destrucción, sino
la nueva creación, no la aniquilación de la vida, sino el nuevo comienzo de
Dios. Esta es la afirmación central del libro cristiano del Apocalipsis: «He aquí que hago nuevas todas las cosas»
(Ap 21, 5).
Al final, está Dios. No cualquier
Dios, sino el Dios revelado en Jesucristo. Un Dios que quiere la vida, la
dignidad y la dicha plena del ser humano. Todo queda en sus manos. Él tiene la
última palabra. Un día cesarán los llantos y el terror, y reinará la paz y el
amor. Dios creará «unos cielos nuevos y
una tierra nueva en los que habitará la justicia» (2 Pe 3, 13). Esta es la
firme esperanza del cristiano enraizada en la promesa de Cristo: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras
no pasarán» (Mc 13, 31).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
16 de noviembre de 1997
¿QUÉ
FUTURO NOS ESPERA?
El cielo
y la tierra pasarán.
El hombre moderno no espera ya el
fin del mundo a breve plazo, y difícilmente se lo imagina a la manera de una
catástrofe cósmica, como en los relatos clásicos de la apocalíptica judía. Pero
el hombre contemporáneo como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su
corazón está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: « ¿Qué
va a ser de nosotros?»
Cualquiera que sea nuestra
ideología, nuestra fe o nuestra postura ante la vida, el verdadero problema al
que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿En qué van a terminar los
esfuerzos, las luchas y las aspiraciones de tantas generaciones de hombres?
¿Cuál es el final que le espera a la historia dolorosa pero apasionante de la
humanidad?
Evidentemente, se puede responder
que la vida del hombre es un breve paréntesis entre dos nadas. Pero, entonces,
no es honrado escamotear rápidamente la turbación que surge en lo íntimo de
nuestro ser: «Si lo único que espera a cada hombre y, por lo tanto, a todos los
hombres es la nada, ¿qué sentido último pueden tener todas nuestras luchas,
esfuerzos y trabajos?»
Sin duda, muchos pensarán que aún
así, la vida no es «una pasión inútil», sino que se justifica suficientemente
como lucha por lograr un futuro mejor para las siguientes generaciones. Esa es
la fe oculta del hombre moderno que piensa que el progreso científico o la
renovación total de la estructura económica y política de la sociedad llevarán
un día a los hombres a una satisfacción suficiente de sus aspiraciones.
Un día el hombre «aprenderá» a
morirse sin tristeza porque habrá disfrutado de una sociedad suficientemente
feliz y gratificante. Pero, ¿no será entonces precisamente cuando la muerte
adquiera un tono más trágico que ahora? Cuando se haya alcanzado un nivel tan
alto de bienestar, de justicia, de solidaridad social, de disfrute de la vida,
¿no será más duro todavía tener que morirse?
Es aquí donde hay que situar el
reto y la promesa de resurrección del mensaje cristiano; es una opción libre de
fe, pero no es absurda ni irracional la postura del creyente que lucha y se
esfuerza en la renovación y mejora de la sociedad humana, pero lo hace animado
por la esperanza de una resurrección final.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
13 de noviembre de 1994
UNA
PALABRA DIFERENTE
Mis
palabras no pasarán.
Son muchos los que nunca han
tomado en sus manos los evangelios. Acostumbrados a escuchar en la iglesia
algunos pasajes, no se les pasa por la cabeza que también ellos podrían leer
personalmente las palabras de Jesús y conocer su actuación. Quedan así privados
de una de las experiencias más importantes para alimentar su fe. ¿Es difícil
leer el evangelio? ¿Se necesita alguna preparación especial?
Lo importante es abrir los
evangelios convencido de que Jesús tiene algo que decir a mi vida. Sus palabras
pueden dar un sentido nuevo a todo. Ese evangelio leído y releído con fe puede
transformar mi estilo de vivir. Ahí encontraré luz y fuerza para enfrentarme a
la vida de manera más humana.
Hay muchas formas de leer el
evangelio. Algunos lo hacen para defender mejor sus propias posiciones y atacar
con más contundencia a sus adversarios. Otros buscan normas seguras para saber
a qué atenerse. Solo acierta el que busca encontrarse sinceramente con la
persona de Cristo. Es Él quien puede transformar nuestra vida.
Esta postura de búsqueda es
esencial. Quien lo sabe ya todo y todo lo tiene claro, nunca aprenderá del
Maestro de Nazaret; los que se sienten propietarios satisfechos de su fe
permanecen por lo general impermeables a su palabra. El evangelio es para
quienes andan buscando. Estoy convencido de que solo lo descubren los que se
sienten mal, los que se saben pecadores, los que necesitan luz, los que buscan
a Dios.
El evangelio hay que leerlo sin
prisas, dedicándole tiempo. El encuentro con una persona no se produce mirando
al reloj. Se necesita calma y sosiego. No hemos de tener prisa alguna por
acabar un pasaje. No se trata de leer un libro para ver lo que dice, sino de
escuchar a una persona que puede iluminar mi existencia con luz nueva.
Hay muchos métodos para iniciarse
en la lectura de los evangelios. El más sencillo y práctico es leer despacio un
relato observando qué dice y qué hace Jesús. Sus palabras y su actuación me
irán descubriendo cuál es la manera más acertada de vivir ante Dios y ante los
demás. Conviene detenerse en cada momento para hacerse preguntas como éstas:
¿Qué me enseña Jesús con esto? ¿Cómo he de entender ahora mi vida? ¿A qué le
tengo que dar importancia? En adelante, ¿dónde encontraré fuerzas para vivir?
Me encuentro con frecuencia con
personas decepcionadas por ciertas actuaciones de la Iglesia. Cristianos que
buscan sinceramente más verdad. Gentes necesitadas de comprensión y de
esperanza. Todos ellos se encontrarían en el evangelio con Alguien diferente.
Podrían comprobar por experiencia lo que un día proclamó el mismo Jesús: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras
no pasarán.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
17 de noviembre de 1991
CALLEJON
Mis
palabras no pasarán.
Al hombre contemporáneo no le
atemorizan ya los discursos apocalípticos sobre “el fin del mundo”. Tampoco se
detiene a escuchar el mensaje esperanzador de Jesús que, empleando ese mismo
lenguaje, anuncia sin embargo el alumbramiento de un mundo nuevo. Lo que le
preocupa es la “crisis ecológica”.
No se trata sólo de una crisis
del entorno natural del hombre. Es una crisis del hombre mismo. Una crisis
global de la vida en este planeta. Crisis mortal no sólo para el hombre, sino
para los demás seres animados que la vienen padeciendo desde hace tiempo.
Los hombres comienzan a darse
cuenta de que se han metido a sí mismos en un callejón sin salida, arrastrando
consigo a todo el planeta y poniendo en crisis todo el sistema de la vida en el
mundo. Hoy “progreso” no es una palabra de esperanza como lo fue el siglo
pasado, pues se teme cada vez más que el progreso termine sirviendo no ya a la
vida sino a la muerte.
La humanidad comienza a tener el
presentimiento de que no puede ser acertado un camino que nos conduce a una
crisis global, desde la extinción de los bosques hasta la propagación de las
neurosis, desde la polución de las aguas hasta el “vacío existencial” de tantos
habitantes de las ciudades masificadas.
Para detener el “desastre” es
urgente cambiar de rumbo. No basta sustituir las tecnologías “sucias” por otras
más “limpias” o la industrialización “salvaje” por otra más “civilizada”. Son
necesarios cambios profundos en los intereses que hoy dirigen el desarrollo y
el progreso de las tecnologías.
Y aquí comienza el drama del
hombre moderno. Las sociedades no se muestran capaces de introducir cambios
fundamentales en su sistema de valores y de sentido. Los intereses económicos
inmediatos son más fuertes que cualquier otro planteamiento. Es mejor
desdramatizar la crisis, descalificar a “los cuatro ecologistas exaltados” y
favorecer la indiferencia.
¿No ha llegado el momento de
plantearse las grandes cuestiones que nos permitan recuperar el “sentido
global” de la existencia humana sobre la Tierra, y de aprender a vivir una
relación más pacífica entre los hombres y con la creación entera?
Qué es el Mundo? ¿Un “bien sin dueño” que los hombres podemos
explotar de manera despiadada y sin miramiento alguno o la casa (oikos) que el Creador nos regala para
hacerla cada día más habitable? ¿Qué es el Cosmos? ¿Un material bruto que
podemos manipular a nuestro antojo o la creación de un Dios que mediante su
Espíritu lo vivifica todo, y conduce “los cielos y la tierra” hacia su
consumación definitiva? ¿Qué es el hombre? ¿Un ser perdido en el cosmos,
luchando desesperadamente contra la naturaleza pero destinado a extinguirse sin
remedio, o un ser llamado por Dios a vivir en paz con la creación, colaborando
en la orientación inteligente de la vida hacia su plenitud en el Creador?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de noviembre de 1988
JUICIO
FINAL
Verán
venir al Hijo del Hombre.
Al recitar el credo, los
cristianos repetimos una y otra vez que Cristo “vendrá con gloria a juzgar
vivos y muertos”. ¿Qué significa esta confesión que hacemos tantas veces de
manera distraída y rutinaria?
Probablemente muchos pensarán
enseguida en un proceso judicial o discriminación última que decidirá la suerte
final de los hombres en base a su comportamiento moral en esta vida.
Pero el juicio final que esperamos
los creyentes entraña algo más que la suerte última de cada individuo.
Con fe humilde pero firme los
cristianos proclamamos que Jesucristo es el destino último del mundo y de la
humanidad.
Para nosotros, el hombre no es,
como piensa J. Rostand ese “átomo
irrisorio, perdido en un cosmos inerte y desmesurado, que sabe que su febril
actividad no es más que un pequeño fenómeno local, efímero, sin significación y
sin sentido”. Ni tampoco, como imagina J.
Monod ”el producto de la más ciega y absoluta casualidad”.
Nosotros creemos que en la raíz
de la existencia no reina la soledad, la crueldad o el caos, sino el misterio
de un Dios que se nos ha revelado en Cristo como destino final de la humanidad.
Es cierto que la historia de los
hombres está teñida de dramática ambigüedad y la existencia se nos presenta
muchas veces como una maraña de contradicciones e incoherencias absurdas
difícil de descifrar.
Pero nosotros creemos que “las
palabras de Cristo no pasarán». Un día se desvelará el sentido profundo de todo,
las cosas quedarán en su sitio verdadero, se revelará el valor último del amor
y se hará justicia a todos los vencidos, los humillados, los ofendidos, los
pequeños, los olvidados y marginados.
Ese será el verdadero juicio
final que aclarará todas las ambigüedades y «justificará» todos los esfuerzos
por caminar hacia una humanidad siempre mejor.
El juicio que dejará en evidencia
todos esos otros juicios con los que tantas veces los vencedores pretenden
enjuiciar la historia anterior y condenar a los que los han precedido.
Se terminarán entonces todos
nuestros interrogantes y preguntas. Y descubriremos de dónde proviene esa voz
que se hace oír ya en el interior de la vida y del mundo llamándonos hacia
Dios.
Entonces experimentaremos de
alguna manera esa visión tan misteriosa y consoladora de la gran mística Juliana de Norwich: “Y todo estará bien;
y todo estará bien; toda clase de cosas estará bien».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
17 de noviembre de 1985
PALABRAS
QUE NO PASAN
Mis
palabras no pasarán.
Los signos de desesperanza no son
siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza puede disfrazarse de
optimismo superficial, activismo ciego o secreto pasotismo.
Por otra parte, son bastantes los
que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad y desesperanza porque,
según el modelo social que se lleva, se supone que un hombre que triunfa en la
vida, no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Eric Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre
contemporáneo está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual,
pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda, como la depresión, el
aburrimiento y la falta de esperanza».
Otras veces, nos defendemos de
nuestro «vacío de esperanza», sumergiéndonos en la actividad. No soportamos
estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo, para no enfrentarnos
a nuestro futuro.
Pero, la pregunta es inevitable:
¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No
tenemos los hombres otro objetivo sino producir cada vez más, distribuirnos
cada vez mejor lo producido, y consumir más y más, hasta ser consumidos por
nuestra propia caducidad?
El hombre necesita una esperanza
para vivir con plenitud. Una esperanza que no sea «una envoltura para la
resignación», como la de aquellos que se las arreglan para organizarse «una
vida tolerable» y aguantar bastante bien la aventura de cada día.
Una esperanza que no debe
confundirse nunca con una espera pasiva, que no es, con frecuencia, sino «una
forma disfrazada de desesperanza e impotencia» (Eric Fromm).
Una esperanza que no es tampoco
el arrojo ciego y falto de realismo de quien actúa a la desesperada, sin amor a
la vida, y por tanto, sin temor a destruir a otros o a que le destruyan a él.
El hombre necesita en su corazón
una esperanza que se mantenga viva aunque otras pequeñas esperanzas se vean
malogradas e incluso completamente destrozadas.
Los cristianos encontramos esta
esperanza en Jesucristo y en sus palabras que «no pasarán». No esperamos algo que «no puede ser». Nuestra
esperanza se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús.
A partir de las palabras del
resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación» como
algo que no nos ha entregado todavía su último secreto, como germen de una vida
que alcanzará su plenitud final sólo en Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
14 de noviembre de 1982
¿QUE
FUTURO NOS ESPERA?
El cielo
y la tierra pasarán...
El hombre moderno no espera ya el
fin del mundo a breve plazo, y difícilmente se lo imagina a la manera de una
catástrofe cósmica, como en los relatos clásicos de la apocalíptica judía.
Pero el hombre contemporáneo como
el de todas las épocas sabe que en el fondo de su corazón está latente siempre
la pregunta más seria y difícil de responder: « ¿Qué va a ser de nosotros?».
Cualquiera que sea nuestra
ideología, nuestra fe o nuestra postura ante la vida, el verdadero problema al
que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿En qué van a terminar los
esfuerzos, las luchas y las aspiraciones de tantas generaciones de hombres?
¿Cuál es el final que le espera a la historia dolorosa, pero apasionante de la
humanidad?
Evidentemente, se puede responder
que la vida del hombre es un breve paréntesis entre dos nadas. Pero, entonces,
no es honrado escamotear rápidamente la turbación que surge en lo íntimo de
nuestro ser: «Si lo único que espera a cada hombre y, por lo tanto, a todos los
hombres es la nada, ¿qué sentido ultimo pueden tener todas nuestras luchas,
esfuerzos y enfrentamientos?».
Sin duda, muchos pensarán que aún
así, la vida no es «una pasión inútil», sino que se justifica suficientemente
como lucha por lograr un futuro mejor para las futuras generaciones. Es la fe
oculta del hombre moderno que piensa que el progreso científico o la re-
novación total de la estructura económica y política de la sociedad llevarán un
día a los hombres a una satisfacción suficiente de sus aspiraciones.
Un día el hombre «aprenderá» a
morirse sin tristeza porque habrá disfrutado de una sociedad suficientemente
humana y gratificante.
Pero, ¿no será entonces
precisamente cuando la muerte adquiera un tono más trágico que ahora? Cuando se
haya alcanzado un nivel tan alto de bienestar, de justicia, de solidaridad
social, de disfrute de ¡a vida, ¿no será más duro todavía tener que morirse?
Es aquí donde hay que situar el
reto y la promesa de resurrec. ción del mensaje cristiano. Es una opción libre
de fe, pero no es absurda ni irracional la postura del creyente que lucha y se
esfuerza en la renovación y mejora de la sociedad humana, animado por la
esperanza de üna resurrección final.
José Antonio Pagola
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