Homilias de José Antonio Pagola
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2 de diciembre de 2012
1º domingo de Adviento (C)
EVANGELIO
Se acerca vuestra
liberación.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 21,25-28.34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos:
- Habrá signos en el sol y la
luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por
el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el
miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo
temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder
y gloria.
Cuando empiece a suceder esto,
levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se
os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se
os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los
habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos,
pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie
ante el Hijo del hombre.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
2 de diciembre de 2012
INDIGNACIÓN
Y ESPERANZA
Una convicción indestructible
sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios,
la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones
insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas
no han de destruir nuestra esperanza.
Este mundo que nos sostiene no es
definitivo. Un día la creación entera dará "signos" de que ha llegado
a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros
puede imaginar ni comprender.
Los evangelios recogen el
recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos.
Paradójicamente, su atención no se concentra en los "acontecimientos
cósmicos" que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo
es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte.
El final de la historia no es el
caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces
y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor
que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad
que los creyentes llamamos "Dios".
No hemos de vivir atrapados por
el miedo o la ansiedad. El "último día" no es un día de ira y de
venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas
palabras admirables: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación". Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.
Hemos de reavivar nuestra
confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes
financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las
víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros
esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.
Jesús se esfuerza por sacudir las
conciencias de sus seguidores. "Tened cuidado: que no se os embote la
mente". No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad
y los excesos. Mantened viva la indignación. "Estad siempre
despiertos". No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os
canséis. Mantened siempre la tensión.
¿Cómo estamos viviendo estos
tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para
quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos?
Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la
esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin
nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 -
29 de noviembre de 2009
ESTAD
SIEMPRE DESPIERTOS
Los discursos apocalípticos
recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas
primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio
del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro
incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor.
También las exhortaciones de esos
discursos representan, en buena parte, las exhortaciones que se hacían unos a
otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir
despiertos cuidando la oración y la
confianza son un rasgo original y característico de su Evangelio y de su
oración.
Por eso, las palabras que escuchamos
hoy, después de muchos siglos, no están dirigidas a otros destinatarios. Son
llamadas que hemos de escuchar los que vivimos ahora en la Iglesia de Jesús en
medio de las dificultades e incertidumbres de estos tiempos.
La Iglesia actual marcha a veces
como una anciana "encorvada" por el peso de los siglos, las luchas y
trabajos del pasado. "Con la cabeza baja", consciente de sus errores
y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos.
Es el momento de escuchar la llamada
que Jesús nos hace a todos.
«Levantaos», animaos unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde
vuestros cálculos y previsiones. « Se
acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni
tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.
Pero hay maneras de vivir que
impiden a muchos caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por
eso, «tened cuidado de que no se os
embote la mente». No os acostumbréis a vivir con un corazón insensible y
endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al
Padre del Cielo y a sus hijos que sufren
en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.
«Estad siempre despiertos». Despertad la fe en vuestras
comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en
medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». ¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre
no nos sostiene? ¿Cómo podremos «mantenernos
en pie ante el Hijo del Hombre»?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
3 de diciembre de 2006
ALZAD LA
CABEZA
Alzad la
cabeza.
Nadie conoce su final. Nadie
conoce tampoco el final del mundo. ¿En qué va a terminar todo esto?, ¿qué nos
espera a todos y a cada uno de nosotros?, ¿qué va a ser de nuestros esfuerzos y
trabajos, de nuestros anhelos y aspiraciones?
Cuando Lucas iba copiando del
evangelio de Marcos el discurso de Jesús sobre el Final, no se fijó demasiado en los «cataclismos cósmicos». Todos
los escritos apocalípticos hablaban así. El pensó enseguida en lo que nos pasa
a las personas cuando todo se hunde bajo nuestros pies y se tambalea lo que, de
ordinario, nos da seguridad.
Probablemente, todos conocemos en
nuestra propia vida momentos de crisis en los que no sabemos qué hacer ni a
quién acudir. Situaciones en las que podemos sentir miedo e incluso angustia
porque nos quedamos sin seguridad y sin
aliento. Al final, ¿qué es la vida?, ¿en quién podemos confiar? Según
Lucas, algo de esto le pasará un día al mundo. Por eso, nos ofrece algunas
consignas para aprender a vivir con lucidez cristiana.
Alzad la cabeza. Es lo primero. No vivir
encogidos y cabizbajos, encerrados en nuestros miedos y tristezas. Levantar la
mirada; ampliar el horizonte. La «Vida» es más que esta vida. Se acerca vuestra liberación. Un día
sabremos lo que es una vida liberada, justa, gozosa.
Tened cuidado de que no se os embote la mente. Es
nuestro gran riesgo: vivir atrapados por las cosas, preocupados sólo por el
dinero, el bienestar y la buena vida. Terminar viviendo de manera rutinaria,
frívola y vulgar. Demasiado aturdidos y vacíos como para «entender» algo del
verdadero sentido de la vida.
Estad siempre despiertos. No vivir dormidos. Despertar
nuestra vida interior. En ninguna parte vamos a encontrar luz, paz, impulso
nuevo para vivir, si no lo encontramos dentro de nosotros.
Pidiendo fuerza. Es nuestro problema: no tenemos
fuerza para ser libres, para tener criterio propio, para cuidar nuestra fe o
para cambiar nuestra vida. ¿Qué haremos si, además, dejamos de comunicarnos con
Dios?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
30 de noviembre de 2003
VIVIR
DESPIERTOS
Estad
siempre despiertos.
Jesús no se dedicó a explicar una
doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la
difundieran luego en todas partes. No era éste su objetivo. Él les hablaba de
un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el
mundo. Quiere que las cosas cambien. Sólo busca que la vida sea más digna y
feliz para todos».
Jesús le llamaba a esto el «Reino de Dios». Hay que estar muy
atentos a su venida. Hay que vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón;
desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda
tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir
buscando y acogiendo el «Reino de Dios».
No es extraño que, a lo largo del
evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la
primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo
primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos.
«Vivir despiertos» significa no caer en el
escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro
corazón se endurezca. No quedarnos sólo en quejas, críticas y condenas.
Despertar activamente la esperanza.
«Vivir despiertos» significa vivir de manera más
lúcida, sin dejamos arrastrar por la insensatez que, a veces, parece invadirlo
todo. Atrevemos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo
de buscar el bien para todos.
«Vivir despiertos» significa vivir con pasión la
pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir
haciendo esos «pequeños gestos» que, aparentemente, no sirven para nada, pero
sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable.
«Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe.
Buscarle a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona.
Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir, no sólo de nuestros
pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
3 de diciembre de 2000
CUIDAR LA
ESPERANZA
Alzad la
cabeza.
Todos vivimos con la mirada
puesta en el futuro. Siempre pensando en lo que nos espera. No sólo eso. En el
fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar
mayor. Queremos que todo nos vaya bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es
esa confianza básica la que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada
día. Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La
persona ya no crece, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se
hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se
pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar siempre en el corazón de la
persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza.
La esperanza no consiste en la
reacción eufórica y optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una
manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar
por el derrotismo. El futuro puede ser más o menos favorable, pero lo propio
del hombre de esperanza es su actitud positiva, su deseo de vivir y de luchar,
su postura decidida y confiada. No siempre es fácil. La esperanza hay que
trabajarla.
Lo primero es mirar hacia
adelante. No quedarse en lo que ya pasó. No vivir sólo de recuerdos y
nostalgias. No quedarse añorando un pasado tal vez más dichoso, más seguro o
menos problemático. Es ahora cuando hemos de vivir afrontando el futuro de
manera positiva y esperanzada.
La esperanza no es una actitud
pasiva, es un estímulo que impulsa a la acción. Quien vive animado por la
esperanza no cae en la pasividad. Al contrario, se esfuerza por transformar la
realidad y hacerla mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los
problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa dando pasos,
buscando soluciones y contagiando confianza.
La esperanza no se sostiene en el
aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas viven de
«pequeñas esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de
valorar y cuidar esas pequeñas esperanzas, pero el ser humano necesita una
esperanza más radical e indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra
esperanza se hunde. Así es la esperanza en Dios, último salvador del hombre.
Cuando caminamos cabizbajos y con el corazón desalentado, hemos de escuchar
esas conmovedoras palabras de Jesús: «Alzad la cabeza, pues se acerca vuestra
liberación».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
30 de noviembre de 1997
POR
FAVOR, QUE HAYA DIOS
Estad
siempre despiertos.
Muchas veces había pensado en la
importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra manera de leer el
Evangelio, pero sólo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una
temporada un poco más larga en Ruanda.
Todavía recuerdo bien la
sensación que tuve al leer el texto evangélico de este primer domingo de
Adviento. No es lo mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar
de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de África.
A pesar de todas las crisis y
problemas, en Europa se piensa que el mundo siempre irá a mejor. Nadie espera
ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el
fondo, nos va bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día
todo esto puede desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del
desvarío de mentes pesimistas.
Todo cambia cuando el mismo
Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es
ya insoportable y el momento presente es vivido como un sufrimiento
absolutamente destructor, es fácil percibir por dentro un sentimiento
diferente: «Gracias a Dios, esto no durará para siempre.»
Los que sufren así son quienes
mejor pueden comprender el mensaje de Cristo: «Felices los que lloran, porque de ellos es el Reino de Dios.»
Estos hombres y mujeres cuya existencia es dolor están esperando algo nuevo y
diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz.
Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello
en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder,
seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano
a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará y «en la tierra habrá angustia de las gentes».
Pero el mensaje de Cristo no es
de desesperanza para nadie: Aún entonces, en el momento de la verdad última, no
desesperéis, estad despiertos, «manteneos
en pie», poned vuestra confianza en Dios. Viendo de cerca el sufrimiento
cruel de aquellas gentes de África, me sorprendí a mí mismo pensando algo que
puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es
un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto
lo que me salía de dentro: «Por favor que
haya Dios.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
27 de noviembre de 1994
¿HACIA
DONDE VAMOS?
Estad
siempre despiertos.
¿En qué dirección nos estamos
moviendo?, ¿hacia dónde vamos? Pocas preguntas producen mayor inquietud.
Porque, ¿qué respuesta se puede dar?, ¿quién puede saber qué se está generando
en las entrañas de nuestra interminable historia de violencias, enfrentamientos
e incapacidad de diálogo?
Este tipo de preguntas provoca,
en no pocos, pesimismo: vamos irremediablemente a la catástrofe, a la división
de un pueblo, a la descomposición. Otros quieren mantener el ánimo pensando que
el futuro, sólo por serlo, será mejor: no es posible seguir así largo tiempo;
la sociedad se está cansando; un día las cosas se arreglarán.
Lo primero que hay que decir es
que el futuro no está escrito. Las generaciones venideras recogerán lo que
ahora sembremos. El porvenir de un pueblo se va gestando en el presente, con
nuestra manera de pensar y de actuar, con nuestro estilo de vivir y nuestro
modo de enfrentamos a los conflictos. ¿Estamos en el camino de resolver
nuestros problemas de fondo?
A mi juicio, el primer error es
olvidar una de las lecciones más claras de la historia: las imposiciones
violentas no sirven para construir una convivencia política duradera. Se
requiere que las ideas sean asumidas por la conciencia colectiva, y obtengan la
adhesión libre y pacífica de los ciudadanos. Sólo así se puede avanzar hacia
una convivencia más humana.
Esta es mi segunda convicción: lo
más decisivo para la dicha o la infelicidad de las futuras generaciones no va a
ser la fórmula jurídico-política que se logre imponer, sino la visión de hombre
y de sociedad, el talante democrático, el reconocimiento de la propia dignidad
y la de los demás, la búsqueda eficaz del bien común. Se discute sin fin sobre
«autonomía», «autodeterminación» o «independencia». A mí lo que me preocupa es
el tipo de hombre que se está gestando entre nosotros.
Hay, por eso, preguntas que me
parecen claves: ¿cómo poner en marcha una corriente social que nos lleve a un
desarrollo más humano y justo de la convivencia?, ¿cómo promover una cultura
más penetrada de sentido ético?, ¿cómo impulsar una acción política basada en
actitudes y compromisos que generen integración, y no separación, unión de
fuerzas, y no división? Estas son realidades que han de ser muy cuidadas en un
pueblo tan pequeño como el nuestro.
Pero el estilo de vida y la
calidad de la convivencia no se improvisan. Se requiere un clima social que los
estimule. Un modo de hacer política al servicio del bien común buscado
lealmente por todos y para todos. Un esfuerzo de educación integral de las
nuevas generaciones. Los cristianos, por su parte, no han de permanecer
indiferentes y pasivos. Desde las familias creyentes, desde las parroquias,
desde los centros educativos, desde el compromiso personal, han de colaborar en
la creación de una convivencia más humana. Las palabras de Jesús nos
interpelan: «Estad siempre despiertos.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
1 de diciembre de 1991
EL DIOS
DE LA ESPERANZA
Estad
siempre despiertos.
No son teorías de los pensadores.
Lo sienten así las gentes de los países más desarrollados. Las grandes palabras
del siglo XX, «libertad», «justicia», «felicidad», están hoy en crisis. La fe
en el progreso comienza a ser sustituida por el pesimismo. ¿Qué nos espera en
el futuro?
Por otra parte, la fe cristiana
parece haber perdido su fuerza para dar sentido y aliento al ser humano. No son
pocos los que consideran la religión como una fase ya superada dentro del
desarrollo de la humanidad.
Entre los mismos cristianos, las
cosas han cambiado profundamente en pocos años. Crece la indiferencia, el
abandono y la «apostasía silenciosa». Se difunde en no pocos un «desafecto
interior» hacía la Iglesia. Quizás por vez primera, amplios sectores de gentes
que se dicen cristianas perciben de manera difusa, a niveles profundos de su
conciencia, una especie de inseguridad o desasosiego en torno a su fe.
Son tiempos en los que la
humanidad anda buscando un mensaje de esperanza. Una experiencia nueva capaz de
liberar al hombre contemporáneo del escepticismo, el cansancio y la
indiferencia.
Lo más importante en estos
momentos no es potenciar la autoridad religiosa para imponer desde fuera una
seguridad. Como dice H. Zahmt, la
renovación no llegará «administrando burocráticamente los residuos de fe» de la
sociedad contemporánea.
Lo más importante no es tampoco
el desarrollo de la teología especializada. Alguien ha dicho con ironía que
«primeramente se hablada con Dios, luego se comenzó a hablar de Dios, más tarde
se pasó a hablar del problema de Dios y se ha terminado hablando de la
posibilidad de hablar acerca de Dios». La teología es necesaria, pero lo cierto
es que la esperanza sólo puede venir de un Dios que es más grande que todas
nuestras discusiones doctrinales.
Lo que el hombre de hoy necesita
es que alguien le ayude a encontrarse con «el Dios de la esperanza». Un Dios en
el que se pueda creer, no por tradición, no por miedo al infierno, no porque
alguien lo ordena así, no porque alguno lo explica brillantemente, sino porque
puede ser experimentado como fundamento sólido de esperanza para el ser humano.
Ese Dios sólo puede ser anunciado
por creyentes que vivan ellos mismos radicalmente animados por la esperanza. El
testimonio de «una esperanza vivida» es la mejor respuesta a todos los
escepticismos, indiferencias y abandonos.
El Adviento es una llamada a
despertar la esperanza. Si el cristianismo pierde la esperanza, lo ha perdido
todo. Cristianos «habituados a creer desde siempre», ¿qué hemos hecho de la
esperanza cristiana?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
27 de noviembre de 1988
EL CAMINO
DE LA NO-VIOLENCIA
Estad
siempre despiertos.
De nuevo la sangre ha sido
derramada de manera brutal y absurda en nuestra tierra y, una vez más, hemos
podido constatar con estremecimiento y dolor que el cese de hechos sangrientos
durante un cierto tiempo no ha significado ningún paso hacia la paz.
¿Nadie tiene la audacia de romper
esta espiral de violencia? ¿Nadie es capaz de llevar adelante una negociación
que traiga por fin la paz que este pueblo anhela y necesita? ¿Durante cuántos
años va a quedar estancada la violencia entre nosotros?
La vida de los hombres siempre ha
estado fuertemente trabajada por los conflictos. Basta mirar la historia para
ver a los pueblos destruyéndose mutuamente en enfrentamientos y agresiones
interminables.
Encontramos conflictos en
nuestras relaciones sociales, políticas y culturales. Se dan enfrentamientos en
el seno de nuestras familias. La violencia está presente en nuestro vivir
diario.
Para superar los conflictos el
hombre tiene que hacer una opción de importancia decisiva. Ha de escoger entre
el camino del diálogo y la razón o bien el camino de la violencia, la agresión
o la imposición del más fuerte.
Desgraciadamente, los hombres han
escogido casi siempre este segundo camino a pesar de que todas las generaciones
han experimentado una y otra vez el poder destructor de la violencia.
Este es, sin duda, el mayor
pecado de la humanidad. El hombre no sabe renunciar a la violencia y ni
siquiera la amenaza del aniquilamiento total de la vida humana sobre la tierra
es capaz de detenerlo en este camino.
Sin embargo, los hombres no hemos
nacido para vivir haciéndonos daño unos a otros. Sería gravísimo que nos
acostumbráramos a la violencia como algo necesario y normal para resolver
nuestros problemas.
Las palabras de Jesús nos piden
saber reaccionar ante el mal. “Estad siempre despiertos... Levantad la cabeza”.
Los creyentes hemos de mantener una actitud vigilante ante el mal.
Nuestro Obispo ha querido en este
Adviento concretar más esa llamada en una importante Carta Pastoral que lleva
un título que recoge bien su contenido central: “Por la no-violencia a la paz “.
En ella nos invita a descubrir
que los caminos de la no-violencia son más eficaces para alcanzar la paz que
los caminos de la mutua destrucción.
¿No podríamos durante este
Adviento estudiar esta Carta, recoger su mensaje, reflexionar sobre nuestras
actitudes violentas y comprometernos a impulsar la no-violencia a nuestro
alrededor? Sería una manera de escuchar la llamada a vivir despiertos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
1 de diciembre de 1985
MATAR LA
ESPERANZA
Tened
cuidado: no se os embote la mente...
Jesús fue un creador incansable
de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la
esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.
Hoy escuchamos su grito de
alerta: «Levantaos, alzad la cabeza; se
acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el
vicio, la bebida y la preocupación del dinero».
Las palabras de Jesús no han
perdido actualidad pues los hombres seguimos matando la esperanza y «embotando»
nuestra existencia de muchas maneras.
Y no pensemos sólo en aquellos
que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que
mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una
actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el mesías».
Cuando en una sociedad los
hombres tienen como objetivo casi único de su vida la satisfacción ciega de sus
apetencias y se encierran cada uno en su propio disfrute, allí muere la
esperanza.
Los hombres satisfechos no desean
nada realmente nuevo. No quieren cambiar el mundo. No les interesa esperar una
vida futura mejor. El presente les satisface y les basta.
No se rebelan frente a las
injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este
mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden
permitirse el lujo de no esperar nada mejor.
Qué tentador resulta siempre
adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño
mundo y vivir tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.
Casi inconscientemente anida en
bastantes la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para
nada el mundo. Pero no lo olvidemos. «Solamente aquellos que cierran sus ojos y
sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a
gusto en un mundo como éste» (R. A.
Alves).
Quien ama de verdad la vida y se
siente solidario de todo hombre, sufre el desasosiego y la intranquilidad de
comprobar que todavía no podemos disfrutar de la felicidad a que estamos
llamados.
Este sufrimiento alcanza su
verdadero sentido cuando nace de la esperanza y nos impulsa a actuar de manera
creadora. Es signo de que aún seguimos vivos, de que todavía somos conscientes
de que algo no está bien en este orden de cosas y de que nuestro corazón sigue
anhelando algo más.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
28 de noviembre de 1982
LA
ESPERANZA, ¿UNA ILUSION?
Estad
siempre despiertos.
La primera acusación al hombre
que trata de dar sentido a su vida desde una actitud de esperanza cristiana, ha
sido la de falta de realismo.
Hay que ser realistas. Si vivimos
de recuerdos, nos estamos remontando a un pasado que ya no existe. Si nos
dejamos llevar por la esperanza, empezamos a soñar en un futuro que todavía
tampoco existe. Seamos realistas y aprendamos a enfrentarnos con lucidez y valentía
al momento presente, única realidad que tenemos ante nosotros.
Esta acusación ha adquirido un
acento más científico desde la crítica a la religión operada por Karl Marx. La esperanza desplaza nuestra
atención de los problemas de esta vida a un más allá ficticio y alienante. La
religión invita a los hombres a esperar en una vida ultraterrena la solución de
todas sus opresiones. Y, mientras tanto, los incapacita para luchar con
eficacia y lucidez por la transformación real de la sociedad.
Un creyente honrado no puede
menos que escuchar con inquietud la interpelación de la crítica marxista. ¿No
hemos justificado muchas veces los cristianos con nuestra actitud falsamente
conformista y «resignada», la acusación de vivir adormecidos por «el opio de la
religión?». ¿No tendremos que escuchar hoy, de manera nueva, el grito de Jesús
que nos llama a vivir despiertos en
medio de nuestra sociedad contemporánea?
Para el verdadero creyente, la
esperanza no es una ilusión engañosa. Al contrario, si vive con esperanza, es
porque quiere tomar en serio la vida en su totalidad, y porque quiere descubrir
todas las posibilidades que en ella se encierran para el futuro del hombre.
Precisamente, porque quiere ser
realista hasta el final, no se aferra a la realidad tal como es hoy, ni se
instala en esta vida como algo definitivo. Al contrario, se acerca a la vida
como algo inacabado, algo que es necesario construir con esperanza.
Por eso, la verdadera esperanza
no tranquiliza. La esperanza nos inquieta, nos desinstala, nos pone en
contradicción con una realidad tan lejana todavía de esta liberación final que
esperamos para el hombre.
Cuando se espera de verdad la
liberación, comienzan a doler más las cadenas. El que espera una verdadera
justicia- para el hombre, no aguanta ya esta sociedad tan injusta. El que cree
de verdad en el cielo, siente necesidad de luchar para cambiar la tierra.
José Antonio Pagola