Homilias de José Antonio Pagola
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
18 de septiembre de 2011
25º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a *contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo:
"Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido."
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo-. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?"
Le respondieron:
"Nadie nos ha contratado."
Él les dijo:
"Id también vosotros a mi viña."
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:
"Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros."
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
"Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno."
Él replicó a uno de ellos:
"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2010-2011 -
18 de septiembre de 2011
MIRADA ENFERMA
Jesús había hablado a sus discípulos con claridad: "Buscad el reino de Dios y su justicia". Para él esto era lo esencial. Sin embargo, no le veían buscar esa justicia de Dios cumpliendo las leyes y tradiciones de Israel como otros maestros. Incluso en cierta ocasión les hizo una grave advertencia: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios". ¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios?
La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos.
Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada?
Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola.
Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos.
Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable.
A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". Los cristianos lo hemos olvidado. ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla con nuestra mirada enferma! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes! ¡Con qué fuerza seguiríamos a Jesús!
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
21 de septiembre de 2008
BONDAD ESCANDALOSA
...porque soy bueno
Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?
Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: « Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
La parábola es tan revolucionaria que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.
Nosotros seguimos muchas veces con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos. Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien con esas personas a las que nosotros rechazamos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
18 de septiembre de 2005
BUENO CON TODOS
Porque soy bueno
Sin duda, es una de las parábolas más sorprendentes y provocativas de Jesús. Se solía llamar «parábola de los obreros de la viña». Sin embargo, el protagonista es el dueño de la viña. Algunos investigadores la llaman hoy, «parábola del patrono que quería trabajo y pan para todos».
Este hombre sale personalmente a la plaza para contratar a diversos grupos de trabajadores. A los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco, cuando sólo falta una hora para terminar la jornada.
Su conducta es extraña. No parece urgido por la vendimia. Lo que le preocupa es que haya gente que se quede sin trabajo. Por eso sale incluso a última hora para dar trabajo a los que nadie ha llamado. Y, por eso, al final de la jornada, les da a todos el denario que necesitan para cenar esa noche, incluso a los que no lo han ganado. Cuando los primeros protestan, ésta es su respuesta: « Vais a tener envidia porque soy bueno?».
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que, más que estar midiendo los méritos de las personas, Dios busca responder a nuestras necesidades?
No es fácil creer en esa bondad insondable de Dios de la que habla Jesús. A más de uno le puede escandalizar que Dios sea bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o agnósticos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero Dios es así. Y lo mejor es dejarle a Dios ser Dios, sin empequeñecerlo con nuestras ideas y esquemas.
La imagen que no pocos cristianos se hacen de Dios es un «conglomerado» de elementos heterogéneos y hasta contradictorios. Algunos aspectos vienen de Jesús, otros del Dios justiciero del Antiguo Testamento, otros de sus propios miedos y fantasmas. Entonces, la bondad de Dios con todas sus criaturas queda como perdida en esa confusión.
Una de las tareas más importantes en una comunidad cristiana será siempre ahondar cada vez más en la experiencia de Dios vivida por Jesús. Sólo los testigos de ese Dios pondrán una esperanza diferente en el mundo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
22 de septiembre de 2002
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
19 de septiembre de 1999
BONDAD MISTERIOSA
¿ Vas a tener envidia porque yo soy bueno?
Cada vez estoy más convencido de que muchos de los que se dicen ateos, son hombres y mujeres que, cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un «ídolo mental» que se fabricaron cuando eran niños. La idea de Dios que llevaban en su interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez aquellas certeras palabras del patriarca Máximos IV durante el concilio: «Yo tampoco creo en el dios en que los ateos no creen.» En realidad, el dios que han suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de él. Si han vaciado su alma de ese «dios falso», ¿no será para dejar sitio algún día al Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios? Si se acerca a los que nos decimos creyentes, es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero, sino a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y obsesiones. Un Dios del que pretendemos apropiamos y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su inmensa e incomprensible bondad con todos.
Jesús rompe todos nuestros esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que «da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan: « Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»
Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos. La mejor manera de encontrarnos con El no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que quedan infinitamente lejos de lo que El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a un lado nuestras ideas, olvidamos de nuestros esquemas, hacer silencio en nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita entre nosotros... y esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente a quien lo busca con sincero corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
22 de septiembre de 1996
SIN MERECERLO
… porque yo soy bueno
Uno de los rasgos más tristes de un cierto estilo de vivir es el «vaciamiento interior». Hay personas que consideran la vida del espíritu algo perfectamente inútil y superfluo. Casi todo lo que hacen tiene como objetivo alimentar su personalidad más externa y superficial. No han aprendido a vivir en contacto con lo que J. Van Ruysbroeck llamaba «el fondo» de la persona.
Por otra parte, la vida del espíritu está tan desprestigiada que, cuando alguien busca superar esta mediocridad para ocuparse más de su mundo interior, corre el riesgo de que se le acuse de evadirse de la realidad. Por lo visto, hoy es más digno y más presentable vivir sin interioridad.
Sin embargo, no es fácil vivir así. El ser humano necesita adentrarse en su propio misterio y llegar al corazón de su vida, allí donde es total y únicamente él mismo. Sin «núcleo interior», las personas se sienten desguarnecidas y sin defensa ante los ataques que sufren desde fuera y desde dentro de su ser.
Consciente o inconscientemente, estos hombres y mujeres reclaman hoy algo que no es técnica, ni ciencia, ni doctrina religiosa, sino experiencia viva del que es la «Fuente del ser» y el «Salvador» de la existencia humana. Pero, ¿quién les puede dar noticia de esa experiencia de salvación?, ¿quién la conoce?, ¿quién puede ayudar a descubrir esa «verdad interior» que libera y hace vivir?
Uno de los riesgos permanentes de las Iglesias es desarrollar una teología y una predicación de corte doctrinal, orientada a «explicar» a Dios, pero incapaz de comunicar la experiencia de su amor salvador. Naturalmente, la doctrina siempre es necesaria porque la persona busca «razones» para creer. Pero, lo que muchos necesitan hoy es descubrir en lo hondo de su ser la presencia latente de un Dios que es amor.
Los hombres de Iglesia hablamos mucho de Dios. Pero, ¿qué es lo que, en realidad, decimos con tantas palabras?, ¿no estamos, con frecuencia, encerrando a Dios en nuestra propia perspectiva, nuestros esquemas e ideas?, ¿no empobrecemos su misterio con nuestra palabrería fácil y rutinaria?, ¿no hay una manera de predicar que en vez de acercar a su misterio de amor insondable, distancia todavía más de él?
Sólo un ejemplo. Es fácil repetir rutinariamente que «Dios da a cada uno lo que se merece». Sin embargo, no es exactamente así. En la parábola de los viñadores, Jesús recuerda que Dios se asemeja más bien a ese «señor de la viña» que da a todos su denario —incluso a los que no se lo merecen— sólo porque él es bueno. Yo sé que puede escandalizar a alguno oír que Dios es bueno con todos, lo merezcan o no, sean creyentes o ateos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero es así. Y lo primero es dejarle a Dios ser Dios, y no empequeñecer con nuestros cálculos y esquemas su amor insondable y gratuito a todo ser humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
19 de septiembre de 1993
ESCANDALOSAMENTE BUENO
¿Vais a tener envidia porque yo soy bueno?
A veces se habla mucho de la importancia de creer o no creer en Dios. Pero se olvida que lo importante es saber en qué Dios cree cada uno. No es lo mismo creer en un Dios incomprensiblemente bueno con todos, que «hace salir su sol sobre buenos y malos», o creer en un Dios del orden y de la ley, con el que hay que hacer toda clase de cálculos para saber a qué atenerse.
Creer en un Dios Amigo incondicional puede ser la experiencia más liberadora y gozosa que se puede imaginar, la fuerza más vigorosa para vivir y morir. Creer en un Dios justiciero y amenazador puede convertirse, por el contrario, en la neurosis más peligrosa y destructora del ser humano.
La imagen de Dios que nos ha llegado hasta nosotros está inevitablemente amalgamada de ideas y concepciones de otras épocas, a veces con aciertos luminosos, otras, con ambigüedades peligrosas. ¿Cómo ir liberando nuestra representación de Dios de tantas falsas adherencias que se han podido ir acumulando en el fondo de nuestra conciencia?
Lo primero es dejarle a Dios ser Dios. No empequeñecerlo encerrándolo en nuestros esquemas o reduciéndolo a nuestros cálculos. Dejar que sea más grande y más humano que lo más grande y humano que hay en nosotros. No representarnos a Dios a partir de nuestra mediocridad y nuestros resentimientos; buscar más bien su verdadero rostro siguiendo a Jesús, aunque a veces esa imagen de Dios nos sorprenda y hasta «escandalice».
Nunca olvidaré el impacto que me produjo, hace ya muchos años, el descubrir que no fue el rigor o la radicalidad de Jesús lo que provocó irritación y rechazo, sino su anuncio de un Dios «escandalosamente bueno».
La parábola de los trabajadores de la viña es particularmente significativa. Su contenido es tan revolucionario que todavía no nos atrevemos a asumirlo. Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: lo mismo que «el Señor de la viña» da a todos sus obreros su «denario», lo merezcan o no, sencillamente porque su corazón es grande, así, Dios no hará injusticia a nadie, pero puede ofrecer su salvación, incluso a los que, según nuestros cálculos, no se la han ganado.
Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcan o no, sean creyentes o sean ateos. Su bondad misteriosa desborda todos nuestros cálculos y está más allá de la fe de los creyentes y del ateísmo de los incrédulos. Ante este Dios lo único que cabe es el gozo agradecido. Olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio dentro de nosotros y abrirnos confiadamente a su bondad infinita.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
23 de septiembre de 1990
DIOS NO ES UN ORDENADOR
¿ Vas a tener envidia
porque yo soy bueno?
En los últimos años de su vida, el gran teólogo alemán K. Rahner utilizaba con frecuencia una expresión un tanto rebuscada para designar a Dios. En vez de nombrarlo directamente, prefería hablar del «Misterio que de ordinario llamamos Dios».
De esta manera, según él, intentaba hacer notar que «no debemos poner bajo el nombre de Dios cualquier cosa: un anciano de barbas, un moralista tirano que vigila nuestra vida o algo semejante».
Decimos con razón que Dios es «misterio insondable», pero hemos de confesar que muchas veces los creyentes, incluidos los sacerdotes, hablamos de El como si lo hubiéramos visto y conociéramos perfectamente su modo de ver las cosas, de sentir y de actuar.
Lo peor es que, al encerrarlo en nuestras visiones estrechas y ajustarlo a nuestros esquemas, terminamos casi siempre por empequeñecerlo. El resultado es, con frecuencia, un Dios tan poco humano como nosotros y, a veces, menos humano.
Son bastantes, por ejemplo, los que sólo creen en un Dios cuyo quehacer esencial consiste en anotar los pecados y méritos de los hombres para retribuir exactamente a cada uno según sus obras. ¿Podemos imaginar un ser humano dedicado a esto durante toda su existencia?
Dios queda convertido entonces en una especie de «ordenador», de memoria prodigiosa, que va almacenando todos los datos de nuestra vida para hacerlos aparecer en pantalla en el momento de la muerte.
Este Dios no tiene corazón. Es tan pequeño y peligroso como nosotros. Lo más seguro es «estar en regla» con El, cumplir escrupulosamente los deberes religiosos y acumular méritos para asegurarnos la salvación eterna.
La parábola de «los obreros de la viña» introduce una verdadera revolución en la manera de concebir a Dios. Según Jesús, la bondad de Dios es insondable y no se ajusta a los cálculos que nosotros podamos hacer.
Dios no hará injusticia a nadie. Pero, lo mismo que el señor de la viña hace con su dinero lo que quiere, sin que nadie tenga derecho a protestar envidiosamente, así también Dios puede regalar su vida, incluso a los que no se la han ganado según nuestros cálculos.
Hemos de aprender una y otra vez a no confundir a Dios con nuestros esquemas religiosos y nuestros cálculos morales. Hemos de dejar a Dios ser más grande que nosotros. Hemos de dejarle sencillamente ser Dios.
Tenemos el riesgo de creer que somos cristianos sin haber asumido todavía ese mensaje que Jesús nos ofrece, de un Dios cuya bondad infinita llega misteriosamente hasta todos los hombres.
Probablemente, más de un cristiano se escandalizaría todavía hoy al oír hablar de un Dios a quien no obliga el derecho canónico, que puede regalar su gracia sin pasar por ninguno de los siete sacramentos, y salvar, incluso fuera de la Iglesia, a hombres y mujeres que nosotros consideramos perdidos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
20 de septiembre de 1987
CARICATURAS
¿Vas a tener envidia porque
yo soy bueno?
Cada vez estoy más convencido de que muchos de los que, entre nosotros, se dicen ateos, son hombres y mujeres que, cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un “ídolo mental” que se fabricaron cuando eran niños.
La idea de Dios que llevaban en su interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a estas personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez aquellas certeras palabras del patriarca Máximos IV durante el Concilio: “Yo tampoco creo en el dios en que los ateos no creen”.
En realidad, el dios que han suprimido de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de él. Si han vaciado su alma de ese “dios falso”, ¿no será para dejar sitio algún día al Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre honesto y que busca la verdad, encontrarse con Dios?
Si se acerca a los que nos decimos creyentes es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero sino a un pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y obsesiones.
Un Dios del que pretendemos apropiarnos y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su inmensa e incomprensible bondad con todos.
Cómo rompe Jesús todos nuestros esquemas cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que “da a todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos.
La mejor manera de encontrarnos con él no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que quedan infinitamente lejos de lo que El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a un lado nuestras ideas, olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio en nuestro interior, escuchar hasta el fondo la vida que palpita en nosotros... y esperar, confiar, dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente a quien lo busca con sincero corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
23 de septiembre de 1984
ECLIPSE DE DIOS
¿ o vas a tener envidia porque yo soy bueno?
La parábola de los obreros en la viña nos recuerda a los creyentes 1go de suma importancia. Con un corazón lleno de envidia no se puede «entender» al Dios Bueno que anuncia Jesús.
Al hombre actual se le hace cada día más difícil encontrarse con Dios. Y, sin duda, son muchos y complejos los factores sociológicos y culturales que explican tal dificultad.
Pero no deberíamos olvidar lo que escribía J.M. Velasco hace unos años: «Es indudable que nuestra sociedad padece un eclipse de Dios y en este eclipse no hemos dejado de participar los creyentes con la interposición de una vida que transparenta más nuestros intereses, nuestras preocupaciones y nuestras obsesiones que la presencia vivificante de Dios».
Un Dios que es Amor no puede ser descubierto por la mirada interesada de unos hombres que sólo piensan en su propio provecho, utilidad o disfrute egoísta.
Un Dios que es acogida y ternura gratuita para todos no puede ser captado por hombres de alma calculadora que viven manipulándolo todo, atentos únicamente a lo que puede acrecentar su poder.
¿ Qué eco puede tener hoy, en amplios sectores de esta sociedad, hablar de un Dios que es Amor gratuito?
Hablar de amor es, para bastantes, hablar de algo hipócrita, retrógrado, ineficaz, algo perfectamente inútil en la sociedad actual. Nos basta con organizar bien nuestros egoísmos para no destruirnos unos a otros.
No es extraño que Dios se haya eclipsado convirtiéndose para muchos en algo irreal, abstracto, sin conexión alguna con su vida real.
Entonces corremos el riesgo de caer en la incredulidad total. Recordemos la experiencia de Simone de Beauvoir: «Dios se había convertido para mí en una idea abstracta en el fondo del cielo, y una tarde la borré».
No es posible creer que existimos «desde un origen amoroso» ni descubrir a Dios en la raíz misma de la vida, cuando estamos «fabricando» una sociedad donde apenas se cree en el amor.
Para muchos hombres y mujeres de hoy el camino para encontrarse de nuevo con Dios es volver a reconstruir pacientemente su vida, poniendo en todo un poco más de generosidad, desinterés, ternura y perdón. Lo más profundo de la existencia sólo se descubre desde la experiencia del amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
20 de septiembre de 1981
DIOS ES DISTINTO
...y recibieron un denario cada uno.
Con frecuencia, no sospechamos los creyentes que lo que nosotros «sabemos» de Dios, o lo que creemos «saber», puede ser un grave obstáculo para abrirnos al Dios genuino de Jesús.
Hemos olvidado que creer a Jesús es aprender a creer en el Dios en que él creyó. Nos aferramos a nuestros propios esquemas, nos elaboramos nuestra imagen «particular» de Dios, y no aprendemos desde Jesús y con Jesús, a vivir ante ese Padre que nos acoge como hijos y nos llama a la convivencia fraterna.
Por eso, la parbo1a del «Señor generoso y los obreros de la viña» choca profundamente con nuestra «religión particular». Y no sería extraño que también nosotros protestáramos ante la «injusticia de Dios», como los viñadores de la primera hora ante el Señor.
Porque el señor de la viña no retribuye a cada trabajador según lo que ha trabajado, sino que, a pesar de un trabajo desigual, da a todos el jornal completo que necesitan para vivir.
El pensamiento de Jesús es claro. Dios no retribuye a cada uno según sus méritos, siguiendo nuestros criterios y medidas humanas. Dios a nadie hará injusticia, pero, en su bondad infinita, puede incluso regalar a los hombres lo que éstos no se lo han merecido.
Así es Dios, y nadie puede presentarse con reclamaciones justificadas ante él. Su bondad hacia «los últimos» supera el marco estrecho de nuestras categorías de justicia.
La parábola, en su sencillez, tiene una fuerza crítica de consecuencias, a veces, totalmente olvidadas por los creyentes.
Aquí se critica cualquier postura religiosa en la que el hombre se sienta con algún derecho de reclamación ante Dios, apoyado en su práctica religiosa o en su comportamiento moral. La religión no puede ser concebida nunca como «una adquisición de derechos» ante Dios.
Precisamente por esto es condenable toda postura sectaria o monopolizadora en la que unos hombres, basándose en su ortodoxia o moralidad, se crean con derecho a poseer a Dios de una manera especial.
Ningún grupo, partido político ni comunidad religiosa puede pretender ante Dios unos derechos, con anterioridad y preferencia a otros. Sólo los pobres son los «privilegiados» de Dios, y éstos tampoco por sus méritos, sino por la bondad de Dios que defiende a los pequeños.
José Antonio Pagola
HOMILIA
DIOS ROMPE NUESTROS ESQUEMAS
Los cristianos no terminamos de creer en el Dios
increíblemente bueno del que habla Jesús. Los predicadores no acertamos a
presentarlo con convicción. Por eso, el mensaje evangélico, sorprendente y
provocativo, no produce hoy ninguna sorpresa. Nosotros seguimos con nuestras
ideas acerca de Dios.
Los exégetas consideran hoy la parábola de «los trabajadores
de la viña» como una de las más revolucionarias de Jesús. El relato es
conocido. El dueño de una viña va contratando obreros para que trabajen en su
propiedad. Al primer grupo los contrata muy de mañana por un denario que era la
cantidad que se consideraba necesaria para alimentarse cada día. A lo largo del
día, va contratando a otros obreros que también van a la viña, pero trabajan
mucho menos y sin soportar el peso del día y del calor. Al terminar la jornada
y, aunque el trabajo ha sido desigual, sorprendentemente el dueño paga a todos
un denario. Y cuando los primeros se quejan, responde así: «¿no puedo hacer lo
que quiero con lo mío? ¿o vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»
El mensaje de Jesús rompe todos nuestros esquemas. El dueño
de la viña no se fija en el esfuerzo y trabajo que han realizado los diversos
grupos de obreros sino en lo que necesitan para vivir. Así es Dios, dice Jesús.
Aunque a nosotros nos sorprenda, Dios no está mirando nuestros méritos sino
nuestras necesidades. Por eso, Dios increíblemente bueno, nos regala incluso lo
que no nos merecemos. Si nos tratara según nuestros méritos, no tendríamos
salida.
Alguno podría pensar que esta manera de entender la bondad
de Dios llevaría a una vida irresponsable y arbitraria. Nada más contrario a la
realidad pues, según Jesús, esta bondad de Dios es la que ha de inspirar
nuestras relaciones y nuestra convivencia. Dicho de manera clara y sencilla:
cuando nos encontramos con alguien, no hemos de preguntarnos qué se merece de
nosotros sino que necesita para vivir.
Sólo señalaré un ejemplo sangrante. Ante los inmigrantes que
luchan por entrar a convivir con nosotros, no hemos de preguntarnos qué
derechos tienen, sino qué necesitan para vivir dignamente.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.