14 de septiembre de 2011
Homilias de José Antonio Pagola
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EVANGELIO
Tiene que ser elevado el Hijo
del hombre.
+ Lectura del santo evangelio
según san Juan 3,13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a
Nicodemo:
- Nadie ha subido al cielo, sino
el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2010-2011 -
Fecha
Título
---
José
Antonio Pagola
HOMILIA
14 de septiembre de 2008
LA
EXALTACIÓN DEL AMOR
Hoy celebramos
los cristianos una fiesta extraña y desconcertante. ¿Qué sentido puede tener
hablar de la «exaltación de la Cruz» en medio de una sociedad que sólo
parece exaltar el placer y el bienestar? ¿No es esto ensalzar el dolor, glorificar
el sufrimiento y la humillación, fomentar una ascesis morbosa, ir contra la
alegría de la vida?
Sin embargo,
cuando un creyente mira al Crucificado y penetra con los ojos de la fe en el
misterio que se encierra en la Cruz, sólo descubre amor inmenso, ternura
insondable de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta
el extremo. Lo dice el evangelio de Juan de manera admirable: «Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que todo el crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna». La Cruz nos revela el amor increíble
de Dios. Ya nada ni nadie nos podrán separar de él
Si Dios sufre en la cruz, no es porque ama el
sufrimiento sino porque no lo quiere para ninguno de nosotros. Si muere en la
cruz, no es porque menosprecia la felicidad, sino porque la quiere y la busca
para todos, sobre todo para los más olvidados y humillados. Si Dios agoniza en
la cruz, no es porque desprecia la vida, sino porque la ama tanto que sólo
busca que todos la disfruten un día en plenitud.
Por eso, la Cruz de Cristo la entienden mejor
que nadie los crucificados: los que sufren impotentes la humillación, el
desprecio y la injusticia, o los que viven necesitados de amor, alegría y vida.
Ellos celebrarán hoy la Exaltación de la Cruz no como una fiesta de dolor y
muerte, sino como un misterio de amor y vida.
¿A qué nos podríamos agarrar si Dios fuera simplemente un ser poderoso y
satisfecho, muy parecido a los poderosos de la tierra, sólo que más fuerte que
ellos? ¿Quién nos podría consolar, si no supiéramos que Dios está sufriendo con
las víctimas y en las víctimas? ¿Cómo no vamos a exaltar la cruz de Jesús si en
ella está Dios sufriendo con nosotros y por nosotros?
José
Antonio Pagola
HOMILIA
ALGO
MAS QUE SOBREVIVIR
Son muchos los
observadores que, durante estos últimos años, vienen detectando en nuestra
sociedad contemporánea graves signos indicadores de «una pérdida de amor a la
vida».
Se ha hablado,
por ejemplo, del síndrome de la pasividad como uno de los rasgos patológicos
más característicos de nuestra sociedad industrial. Son muchas las personas que
no se relacionan activamente con el mundo, sino que viven sometidas pasivamente
a los ídolos o exigencias del momento.
Individuos
dispuestos a ser alimentados, pero sin capacidad alguna de creatividad personal
propia. Hombres y mujeres cuyo único recurso es el conformismo. Seres que
funcionan por inercia, movidos por «los tirones» de la sociedad que los empuja
en una dirección o en otra.
Otro síntoma
grave es el aburrimiento creciente en las sociedades modernas. La industria de
la diversión y el ocio (TV, cine, sala de fiestas, conferencias, viajes...)
consigue que el aburrimiento sea menos consciente, pero no logra suprimirlo.
En muchos
individuos sigue creciendo la indiferencia por la vida, el sentimiento de
infelicidad, el mal sabor de lo artificial, la incapacidad de entablar
contactos vivos y amistosos.
Otro signo es
"el endurecimiento del corazón". Personas cuyo recurso es aislarse,
no necesitar de nadie, vivir «congelados afectivamente», desentenderse de todos
y defender así su pequeña felicidad cada vez más intocable y cada vez más
triste.
Y, sin
embargo, los hombres estamos hechos para vivir y vivir intensamente. Y en esta
misma sociedad se puede observar la reacción de muchos hombres y mujeres que
buscan en el contacto personal íntimo o en el encuentro con la naturaleza o en
el descubrimiento de nuevas experiencias, una salida para «sobrevivir».
Pero el hombre
necesita algo más que «sobrevivir». Es triste que los creyentes de hoy no
seamos capaces de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida
auténtica.
No estamos
convencidos de que creer en Jesucristo es tener vida eterna, es decir, comenzar
a vivir ya desde ahora algo nuevo y definitivo que no está sujeto a la decadencia
y a la muerte.
Hemos olvidado
a ese Dios cercano a cada hombre concreto, que anima y sostiene nuestra vida y
que nos llama y nos urge desde ahora a una vida más plena y más libre.
Y, sin embargo, ser creyente es
sentirse llamado a vivir con mayor plenitud, descubriendo desde nuestra
adhesión a Cristo, nuevas posibilidades, nuevas fuerzas y nuevo horizonte a
nuestro vivir diario
José
Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
14 de septiembre de 1981
¿POR
QUE EXALTAR LA CRUZ?
Tanto amó Dios al mundo ...
Hoy celebramos los cristianos una
fiesta incomprensible y disparatada para quien no haya descubierto el
significado i1timo de la fe en el Crucificado.
¿Qué sentido puede tener celebrar
una fiesta que se dice de la «exaltación de la cruz» en una sociedad que busca
apasionadamente el «confort», la comodidad, el máximo bienestar?
Más de uno se preguntará cómo es
posible seguir todavía hoy «exaltando la cruz». ¿No ha quedado ya superada esa
manera morbosa y hasta masoquista de vivir exaltando el dolor y buscando el
sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo obsesionado por la
agonía de Getsemaní, los estertores del Gólgota y las llagas del Crucificado?
Sin embargo, cuando los cristianos adoran la cruz, no
ensalzan el sufrimiento, la inmolación y la muerte, sino el amor, la cercanía y
la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte
hasta el fondo.
No es el sufrimiento el que
salva, sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa de los
hombres. No es la sangre la que, en realidad, purifica sino el amor infinito de
Dios que nos acoge como hijos.
Por esto, ser fiel al Crucificado
no es buscar con masoquismo el sufrimiento, sino saber acercarse a los que
sufren solidarizándose con ellos hasta las últimas consecuencias.
Descubrir la grandeza de la cruz
no es encontrar no sé qué misterioso poder o virtud en el dolor, sino saber
percibir la fuerza liberadora que se encierra en el amor cuando es vivido en
toda su profundidad.
Quizás hemos de recordarlo hoy
más que nunca en medio de este pueblo maltratado, atemorizado y ensangrentado.
Desgraciadamente, no es la sangre tan fácilmente vertida entre nosotros, la que
nos conducirá automáticamente hacia una sociedad mejor, sino el esfuerzo
paciente de los que día a día luchan por una convivencia más fraterna y
solidaria.
Una esperanza debe, sin embargo,
alentar nuestros corazones. A una vida «crucificada», vivida con ei mismo
espíritu de amor, fraternidad y solidaridad con que vivió Jesús, sólo le espera
resurrección. Quizás las cruces que nuestros antepasados levantaron sobre
nuestras montañas, apuntando hacia los cielos, nos lo puedan recordar en esta
fiesta de la Exaltación de la Cruz, tan popular en algunos de nuestros pueblos.
José
Antonio Pagola
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