El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (A)
EVANGELIO
Mi carne es verdadera comida, y
mi sangre es verdadera bebida.
+ Lectura del santo evangelio
según san Juan 6, 51-58
En aquel
tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-«Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban
los judíos entre sí:
-«¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces
Jesús les dijo:
-«Os aseguro
que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo
lo resucitaré en el último día.
Mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come
mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que
vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come
vivirá por mí.
Éste es el
pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y
murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra de
Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
18 de junio de 2017
ESTANCADOS
El papa Francisco está repitiendo
que los miedos, las dudas, la falta de audacia… pueden impedir de raíz impulsar
la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación La alegría del
Evangelio llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más
podemos quedarnos simplemente en «espectadores de un estancamiento infecundo de
la Iglesia».
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué
podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe
de nuestras comunidades cristianas o seguimos instalados en ese «estancamiento
infecundo» del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para
reaccionar?
Una de las grandes aportaciones
del Concilio Vaticano II fue impulsar el paso desde la «misa», entendida como
una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, a la «eucaristía»
vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer
en fraternidad y reavivar su esperanza en Jesucristo resucitado.
Sin duda, a lo largo de estos
años hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas
celebradas en latín en las que el sacerdote «decía» la misa y el pueblo
cristiano venía a «oír» la misa o a «asistir» a la celebración. Pero, ¿no
estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente
se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, porque no
encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito
expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y
vacilante.
Sin duda, todos, presbíteros y
laicos, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea,
como quiere el Concilio, «centro y cumbre de toda la vida cristiana». ¿Cómo
permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no
manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de
seguir «estancados» en un modo de celebración eucarística tan poco atractivo
para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo
desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena
memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra
fe?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
22 de junio de 2014
ESTANCADOS
El Papa Francisco está repitiendo
que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden impedir de raíz
impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La
alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo,
una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento
infecundo de la Iglesia”.
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué
podemos percibir entre nosotros? ¿ Nos estamos movilizando para reavivar la fe
de nuestras comunidades cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento
infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para
reaccionar?
Una de las grandes aportaciones
del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una
obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “eucaristía”
vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe,
crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.
Sin duda, a lo largo de estos
años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas
celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo
cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos
celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente
se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no
encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito
expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y
vacilante.
Sin duda, todos, pastores y
creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía
sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad
cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad
aislada de algunos, sin más criterios de
renovación?
La Cena del Señor es demasiado
importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un
estancamiento infecundo” ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana?.
¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no
manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de
seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo
para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo
desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena
memorable de Jesús donde se concentra de
modo admirable el núcleo de nuestra fe?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
26 de junio de 2011
Reavivar
la memoria de Jesús
La crisis de la misa es,
probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el
cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del
ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los
siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita
hoy la Iglesia. El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la
misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender
y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con
fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el
centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y
sentida.
Sin embargo, nadie parece
sentirse responsable de lo que está ocurriendo. Somos víctimas de la
inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una Iglesia
más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la
transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su
responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos ni a
plantear.
Mientras tanto no podemos
permanecer pasivos. Para que un día se produzca una renovación litúrgica de
la Cena del Señor es necesario crear un nuevo clima en las comunidades
cristianas. Hemos de sentir de manera mucho más viva la necesidad de
recordar a Jesús y hacer de su memoria el principio de una transformación
profunda de nuestra experiencia religiosa.
La última Cena es el
gesto privilegiado en el que Jesús, ante la proximidad de su muerte, recapitula
lo que ha sido su vida y lo que va a ser su crucifixión. En esa Cena se
concentra y revela de manera excepcional el contenido salvador de toda su
existencia: su amor al Padre y su compasión hacia los humanos, llevado hasta el
extremo.
Por eso es tan importante una
celebración viva de la eucaristía. En ella actualizamos la
presencia de Jesús en medio de nosotros. Reproducir lo que él vivió al término
de su vida, plena e intensamente fiel al proyecto de su Padre, es la
experiencia privilegiada que necesitamos para alimentar nuestro seguimiento a
Jesús y nuestro trabajo para abrir caminos al Reino.
Hemos de escuchar con mas hondura
el mandato de Jesús: "Haced esto en memoria mía". En medio de
dificultades, obstáculos y resistencias, hemos de luchar contra el olvido. Necesitamos
hacer memoria de Jesús con más verdad y autenticidad.
Necesitamos reavivar y renovar la
celebración de la eucaristía.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
25 de mayo de 2008
EXPERIENCIA
DECISIVA
El que me
come vivirá por mí.
Como es natural, la celebración
de la misa ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Según la época, teólogos
y liturgistas han ido destacando algunos aspectos y descuidando otros. La misa
ha servido de marco para celebrar coronaciones de reyes y papas, para rendir
homenajes o para conmemorar victorias de guerra. Los músicos la han convertido
en concierto. Los pueblos la han integrado en sus devociones y costumbres
religiosas...
Después de veinte siglos, puede
ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del
Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones
cristianas.
En el fondo de esa cena hay algo
que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de
Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su
ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la
historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía
está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.
De él se alimenta la fe de sus
seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invitados a
«comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunimos a
escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercamos a
comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra
experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
No hemos de olvidar que
«comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto
«entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un
«cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de
todos. Es una contradicción acercamos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos
egoístamente a preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.
Nada hay más central y decisivo
para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso
hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va
uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos
invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza
del reencuentro final con él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
29 de mayo de 2005
CADA
DOMINGO
Yo soy el
Pan vivo.
Para celebrar la eucaristía
dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras
obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o damos la paz en el momento
adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las
lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente
sin comulgar con Cristo; damos la paz sin reconciliamos con nadie. ¿Cómo vivir
la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, es necesario
escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto,
el evangelio de Jesús. Durante la
semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la
prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias,
información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure
por dentro.
Es un respiro escuchar las
palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos
liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir
con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer
el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos
distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y
necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo
que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también
celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunirnos cada
domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en
nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificamos con él y para
dejamos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.
Todo esto no lo vivimos
encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro
sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el
perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
2 de junio de 2002
ABUSOS
El que
come mi carne... habita en mí.
Se ha publicado recientemente un
documento romano que tiene como finalidad «proteger» la celebración litúrgica
de la eucaristía frente a determinados «abusos» en la observancia del ritual.
Sin embargo, el mismo documento advierte en su introducción que «la mera observancia externa de las normas,
como resulta evidente, es contraria a la esencia de la sagrada liturgia».
No basta observar correctamente
los ritos. Nos puede preocupar que no se observe estrictamente la normativa,
pero lo que nos ha de inquietar es seguir celebrando rutinariamente la Cena del
Señor sin planteamos una renovación más profunda de nuestra vida. Lo dijo
Jesús. Lo decisivo no es gritarle «Señor, Señor», sino hacer la voluntad del
Padre. Por eso, hemos de recordar otros posibles abusos.
Es un grave abuso terminar
convirtiendo la misa en una especie de «coartada religiosa» que tranquiliza
nuestra con ciencia, y nos dispensa de vivir día a día en el seguimiento fiel
a Jesús. El teólogo y biblista Von Allmen llega a decir: «La Cena hace enfermar a las Iglesias cuando no es un lugar de un amor
confesado y compartido, y cuando no lanza a los creyentes al mundo para que den
en él testimonio del evangelio».
Es un abuso comulgar con Cristo
ritualmente sin preocuparnos de comulgar con los hermanos; compartir el pan
eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan,
justicia y dignidad; celebrar «correctamente» el memorial del Crucificado y
seguir insensibles ante los crucificados que prolongan hoy su pasión.
Es un abuso celebrar semanalmente
el sacramento del amor sin hacer algo más por suprimir nuestros egoísmos y sin
cultivar con más cuidado la amistad y la solidaridad. Es una «comedia» darnos
sonrientes la paz del Señor y no eliminar de nuestro corazón resentimientos,
odios y actitudes de exclusión.
Hoy celebramos los cristianos la
fiesta del «Corpus Christi» ¿Qué
diría hoy Jesús de nuestras eucaristías? ¿Qué le preocuparía? ¿Nos mandaría de
nuevo interrumpir nuestros ritos ante el altar, para ir antes a crear una
sociedad más justa y reconciliada?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
6 de junio de 1999
EL NUEVO
DOMINGO
El que
come este pan vivirá para siempre.
El domingo ya no es lo que era
hace unos años. En poco tiempo ha crecido y se ha convertido en el «fin de
semana», que comienza ya el viernes por la tarde y en el que gran parte de la
población puede vivir de manera diferente escapando de las obligaciones del
trabajo, de los horarios impuestos y de la rutina diaria.
No todos vivimos este «nuevo
domingo» de la misma manera. Para algunos es una verdadera suerte; tienen
iniciativa, posibilidades y fantasía para disfrutar a su gusto de estos días.
Para otros es un tiempo cruel, pues sienten con más fuerza su soledad,
enfermedad o vejez; el domingo sólo despierta en ellos tedio y nostalgia. Otros
temen el domingo, no saben qué hacer con él, se aburren; si no hubiera fútbol
sería insoportable.
Teólogos y liturgistas se
preguntan hoy cómo será en el futuro el domingo cristiano. ¿Se reducirá a una
celebración de la misa, aislada y sin conexión alguna ‘con el fin de semana de la
gente? Por el contrario, «¿no será
posible —se pregunta X. Basurko— una
integración dinámica de los valores humanos del fin de semana en la mística del
domingo?» El liturgista vasco ofrece en su libro «Para vivir el domingo»
(Verbo Divino) algunas pistas.
El domingo cristiano puede ser el
alma del fin de semana, que ayude a los creyentes a experimentar mejor su
libertad de hijos de Dios, sin imposiciones ni fines utilitaristas. La
Eucaristía podría ayudar a recuperar el sosiego y reavivar el aliento interior.
El fin de semana podemos ser un poco más «nosotros mismos».
Por otra parte, se podría
recuperar el sábado como fiesta de la creación; de esta manera se podría
proseguir el domingo con la celebración de la salvación. Así piensan algunos
liturgistas. La fe ayudaría entonces a vivir el fin de semana como una
celebración al Creador y un encuentro con la naturaleza, no por medio del
trabajo, sino del disfrute y de la contemplación.
Por último, la celebración de la
«asamblea eucarística» puede animar y dar un sentido más hondo a esa otra
dimensión del fin de semana que es la comunicación entrañable y gratificante
con amigos y familiares o el encuentro con otras personas y otros pueblos. El
fin de semana puede ser experiencia de encuentro y comunión de hermanos.
¿Crecerá el domingo cristiano hasta ser «fermento y sal» del fin de semana de
la actual cultura? En cualquier caso, podemos hacernos una pregunta en esta
fiesta de la Eucaristía: ¿sabemos los cristianos extraer de la Eucaristía
dominical aliento y alegría para vivir el nuevo domingo?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
9 de junio de 1996
LA
EXPERIENCIA DE LA MISA
El que
come este pan vivirá para siempre.
El pueblo cristiano ya no es mero
espectador en la celebración de la eucaristía dominical. Puede escuchar la
Palabra de Dios en su propia lengua, toma parte activa con sus cantos y
oración, y son bastantes los que intervienen animando la acción litúrgica,
leyendo o distribuyendo la comunión. Todo ello constituye uno de los frutos más
positivos del último Concilio.
Bastantes, sin embargo, no
conocen la estructura básica de la eucaristía, ignoran el sentido de los
símbolos y las expresiones más habituales, nadie les ha enseñado de manera
práctica cómo vivir cada momento de la misa. Una de las tareas más urgentes de
nuestra Iglesia es, sin duda, ofrecer a los fieles una catequesis que les ayude
a vivir mejor la eucaristía del domingo. Propongo en esta fiesta del Corpus
unas sugerencias elementales.
La misa comienza con un conjunto
de ritos de introducción (canto de
entrada, saludo, rito penitencial, gloria y oración). No se trata de unos
minutos sin importancia para dar tiempo a que la gente se acomode. Es el
momento de recoger nuestra vida concreta de la semana con sus alegrías y
sufrimientos, sus preocupaciones y pecados, para prepararnos a vivir un
encuentro con Dios. El nos está esperando. Cantamos meditando lo que decimos,
pedimos perdón, nos sentimos unidos a los demás creyentes y preparamos nuestro
corazón.
Viene luego la escucha de la Palabra de Dios (lecturas bíblicas, homilía).
Durante este tiempo estamos sentados, en actitud de escucha a Dios. Lo
importante no es oír lo que dice el sacerdote, sino escuchar internamente a
Jesucristo. Hemos oído toda clase de palabras, voces y ruidos a lo largo de la
semana. Ahora escuchamos algo diferente, que puede iluminar nuestra vida y
poner otra alegría en nuestro corazón. Es un momento importante para alimentar
nuestra fe.
Después del ofertorio, comienza
la plegaria eucarística que se inicia
con el prefacio y concluye con una alabanza final. Es el momento de «levantar
el corazón» hasta Dios y agradecer su amor salvador manifestado en la muerte y
resurrección de Cristo. Es «justo y necesario», es «nuestro deber y salvación»,
es lo más grande que podemos hacer. Para un creyente, el momento más gozoso e
intenso de la semana.
Sigue después la comunión. Nos preparamos todos
juntos, como hermanos. Por eso recitamos o cantamos el «Padre nuestro» y nos
damos la paz del Señor. Luego nos acercamos con fe a recibir a Cristo. Lo
acogemos con alegría, pues él alimenta y sostiene nuestra vida. Nos sentimos
más unidos que nunca a él. No sabríamos ya vivir sin Cristo.
La misa termina con unos ritos de conclusión. Nos despedimos
recibiendo la bendición de Dios. Comenzamos así una nueva semana renovados
interiormente. Dios nos acompaña.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
13 de junio de 1993
UN PASO
DECISIVO
El que
come de este pan vivirá para siempre.
Uno de los hechos sociológicos
más significativos de estos años y que más impacto tendrán en el futuro de
Europa es, sin duda, el «distanciamiento religioso». Un número de personas cada
vez mayor se va distanciando de la experiencia religiosa que anteriormente
había vivido.
¿Cómo se está produciendo este
fenómeno que algunos llaman «revolución silenciosa»? ¿Qué sucede en esas
personas que van abandonando la fe? Sin duda, el itinerario de cada persona es
único, pero ¡os estudios que se vienen realizando permiten describir algunas
etapas fundamentales de ese distanciamiento.
Por lo general, todo comienza con
el abandono de la asistencia regular a la misa dominical. Las razones que se
dan son de todo tipo. De hecho, se abandona la práctica habitual. La persona
sigue afirmando «soy creyente, pero no practicante».
Esta situación va evolucionando
hacia un alejamiento progresivo de la Iglesia. El no practicante se siente cada
vez menos integrado en la comunidad cristiana. Pierde el contacto. Mira a la
Iglesia cada vez más desde fuera. Es fácil entonces decir: «Creo en Jesucristo,
pero no en la Iglesia.»
Sin embargo, poco a poco, la
persona va perdiendo el «sentido cristiano» de la vida. Su experiencia
religiosa se va disolviendo. La fe no es reactualizada. El individuo se
organiza su vida desde sus propias opciones e intereses. «Yo no hago daño a
nadie. ¿Para qué necesito algo más?»
En este momento se puede llegar
ya a perder la fe en sentido estricto. La persona olvida totalmente a
Jesucristo. Cada vez le resulta más extraño rezar. Ya no hay comunicación con
un Dios personal. Cuando se le pregunta, la persona titubea: «No sé si creo o
no. Tal vez, haya algo.»
En muchos puede seguir creciendo
la indiferencia religiosa y la apatía. Dios no interesa ya ni como
planteamiento. La persona vive en un «ateísmo práctico». El proceso ha
terminado.
Este esquema de distanciamiento,
analizado por el Centro Service
Incroyance et Foi de Montreal, pone de relieve un hecho ampliamente
constatado en Europa. Está claro que no se puede identificar el abandono de la
práctica religiosa con la increencia. Pero, de hecho, quien abandona la misa
dominical da un paso decisivo hacia el deterioro y la pérdida progresiva de su
fe.
La fiesta del «Corpus» o fiesta de la Eucaristía nos
recuerda una experiencia elemental. Quien no alimenta su fe, la va perdiendo.
Quien no se encuentra nunca con otros creyentes para recordar el Evangelio,
orar a Dios y reavivar su espíritu, terminará vaciando su vida de fe.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
17 de junio de 1990
DE LA
MISA A LA EUCARISTÍA
El que come este pan vivirá para siempre.
Así reza el subtítulo de un
excelente estudio en el que el teólogo guipuzcoano X. Basurko nos ofrece
la síntesis adecuada para entender y vivir la eucaristía en toda su riqueza.
Durante muchos siglos, «la misa»
ha sido el término familiar empleado en occidente para designar la reunión
eucarística de los cristianos. Como es bien sabido, esta palabra viene de
aquella despedida pronunciada en latín: «Itte, missa est». Con el tiempo,
«misa» llegó a significar la bendición final y, más tarde, toda la celebración.
Este viejo nombre de «misa» está
lleno de resonancias socio-religiosas y puede ser considerado como el indicador
de una determinada mentalidad que ha configurado la práctica religiosa de
muchos cristianos («oír misa», «decir misa», «sacar misas», «misa homenaje»,
«misa polifónica», «misas gregorianas»...).
Hoy se observa una tendencia
generalizada a sustituir el viejo nombre de «misa» por el de «eucaristía»,
término más antiguo, de raíces bíblicas más hondas y que significa «acción de
gracias». Este cambio de palabras no es un capricho de teólogos y liturgistas.
Está sugiriendo todo un cambio de actitud, el descubrimiento de unos valores
nuevos y una voluntad de vivir esta celebración en toda su riqueza. Como dice X.
Basurko: «Celebrar la eucaristía no es lo mismo que decir misa u oír misa».
El cambio apunta a ir pasando de
una misa entendida como acto religioso individual hacia una eucaristía que
alimenta y construye a toda la comunidad.
De un asunto que concierne
fundamentalmente al clero que «dice la misa» mientras los demás asisten
pasivamente «oyéndola», a una celebración vivida por todos de manera activa e
inteligible.
De una obligación sagrada, unida
a un precepto bajo pecado mortal, a una reunión gozosa que la comunidad
necesita celebrar todos los domingos para alimentar su fe, crecer en
fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo resucitado.
De una misa que ha servido de
marco para toda clase de aniversarios, fiestas, homenajes o lucimiento de coros
y solistas, a la celebración de la Cena del Señor por la comunidad creyente.
De la conmemoración ritual del
sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, a una celebración que recoja
también las demás dimensiones de la eucaristía como banquete eucarístico,
comunión fraterna y acción de gracias a Dios.
Del cumplimiento de un deber
religioso que nada tiene que ver con la vida, a una celebración que es
exigencia de amor solidario a los más pobres y de lucha por un mundo más justo.
La fiesta del «Corpus Christi»
puede ser momento adecuado para que, en cada comunidad parroquial, pastores
y creyentes nos preguntemos qué estamos haciendo para que la eucaristía sea,
como quiere el Concilio, «centro y cumbre de toda la vida de la comunidad
cristiana».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
21 de junio de 1987
Título
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José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
24 de junio de 1984
Título
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José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
21 de junio de 1981
Título
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José Antonio Pagola
Para
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