El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
13º domingo Tiempo ordinario (A)
EVANGELIO
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Lectura del santo evangelio según san Mateo 10,37-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que
quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge
su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el
que pierda su vida por mí la encontrará.
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y
el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque
es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo
tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua
fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su
paga, os lo aseguro».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
2 de julio de 2017
LA
FAMILIA NO ES INTOCABLE
Con frecuencia, los creyentes
hemos defendido la «familia» en abstracto, sin detenernos a reflexionar sobre
el contenido concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el
Evangelio. Y, sin embargo, no basta con defender el valor de la familia sin
más, porque la familia puede plasmarse de maneras muy diversas en la realidad.
Hay familias abiertas al servicio
de la sociedad y familias replegadas sobre sus propios intereses. Familias que
educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad. Familias liberadoras y
familias opresoras.
Jesús ha defendido con firmeza la
institución familiar y la estabilidad del matrimonio. Y ha criticado duramente
a los hijos que se desentienden de sus padres. Pero la familia no es para Jesús
algo absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es
anterior: el reino de Dios y su justicia.
Lo decisivo no es la familia de
carne, sino esa gran familia que hemos de construir entre todos sus hijos e
hijas colaborando con Jesús en abrir caminos al reinado del Padre. Por eso, si
la familia se convierte en obstáculo para seguir a Jesús en este proyecto,
Jesús exigirá la ruptura y el abandono de esa relación familiar: «El que ama a
su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a
su hija más que a mí no es digno de mí».
Cuando la familia impide la
solidaridad y fraternidad con los demás y no deja a sus miembros trabajar por
la justicia querida por Dios entre los hombres, Jesús exige una libertad
crítica, aunque ello traiga consigo conflictos y tensiones familiares.
¿Son nuestros hogares una escuela
de valores evangélicos como la fraternidad, la búsqueda responsable de una
sociedad más justa, la austeridad, el servicio, la oración, el perdón? ¿O son
precisamente lugar de «desevangelización» y correa de transmisión de los
egoísmos, injusticias, convencionalismos, alienaciones y superficialidad de nuestra
sociedad?
¿Qué decir de la familia donde se
orienta al hijo hacia un clasismo egoísta, una vida instalada y segura, un
ideal del máximo lucro, olvidando todo lo demás? ¿Se está educando al hijo
cuando lo estimulamos solo para la competencia y rivalidad, y no para el
servicio y la solidaridad?
¿Es esta la familia que tenemos
que defender los católicos? ¿Es esta la familia donde las nuevas generaciones
pueden escuchar el Evangelio? ¿O es esta la familia que también hoy hemos de
«abandonar», de alguna manera, para ser fieles al proyecto de vida querido por
Jesús?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2013-2014 -
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
SIN
AGUIJÓN
Quien no
toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
Uno de los mayores riesgos del
cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la Cruz» a una
«religión del bienestar». Hace unos años tomé nota de unas palabras de Reinhoid
Niebuhr, que me hicieron pensar mucho. Hablaba el teólogo norteamericano del
peligro de una «religión sin agujón»
que terminará predicando a «un Dios sin
cólera que conduce a unos hombres sin pecado hacia un reino sin juicio por
medio de un Cristo sin cruz». El peligro es real y lo hemos de evitar.
Insistir en el amor incondicional
de un Dios Amigo no ha de significar nunca fabricarnos un Dios a nuestra
conveniencia, el Dios permisivo que legitime una «religión burguesa» (J. B. Metz). Ser cristiano no es buscar el
Dios que me conviene y me dice «sí» a todo, sino el Dios que, precisamente por
ser Amigo, despierta mi responsabilidad y, más de una vez, me hace sufrir,
gritar y callar.
Descubrir el evangelio como
fuente de vida y estímulo de crecimiento sano no significa entender la fe
cristiana como una «inmunización» frente al sufrimiento. El evangelio no es un
complemento tranquilizante para una vida organizada al servicio de nuestros
fantasmas de placer y bienestar. Cristo hace gozar y hace sufrir, consuela e
inquieta, apoya y contradice. Sólo así es camino, verdad y vida.
Creer en un Dios Salvador que, ya
desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberamos de lo que nos hace daño,
no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado
al servicio de los propios problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos
pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su
propio sufrimiento sino en el de los otros. Sólo así se vive la fe como
experiencia de salvación.
En la fe como en el amor todo
suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la
generosidad y el egoísmo. Por eso, no hemos de borrar del evangelio esas
palabras de Jesús que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de
nuestra fe: «El que no toma su cruz y me
sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá y el que pierda
su vida por mí la encontrará».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
Título
---
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
26 de junio de 2005
DISPUESTOS
A SUFRIR
El que no
toma su cruz.
Jesús no quería ver sufrir a
nadie. El sufrimiento es malo. Jesús nunca lo buscó ni para sí mismo ni para
los demás. Al contrario, toda su vida consistió en luchar contra el sufrimiento
y el mal que tanto daño hacen a las personas.
Las fuentes lo presentan siempre
combatiendo el sufrimiento que se esconde en la enfermedad, las injusticias, la
soledad, la desesperanza o la culpabilidad. Así fue Jesús: un hombre dedicado a
eliminar el sufrimiento, suprimir injusticias y contagiar fuerza para vivir.
Pero buscar el bien y la
felicidad para todos trae muchos problemas. Jesús lo sabía por experiencia. No
se puede estar con los que sufren y buscar el bien de los últimos, sin provocar
el rechazo y la hostilidad de aquellos a los que no interesa cambio alguno. Es
imposible estar con los crucificados y no verse un día «crucificado».
Jesús no lo ocultó nunca a sus
seguidores. Empleó en varias ocasiones una metáfora inquietante que Mateo ha
resumido así: «El que no toma su cruz y
me sigue, no es digno de mí». No podía haber elegido un lenguaje más
gráfico. Todos conocían la imagen terrible del condenado que, desnudo e
indefenso, era obligado a llevar sobre sus espaldas el madero horizontal de la
cruz hasta el lugar de la ejecución donde esperaba el madero vertical fijado en
tierra.
«Llevar
la cruz» era parte del ritual de la crucifixión. Su objetivo era que el
condenado apareciera ante la sociedad como culpable, un hombre indigno de
seguir viviendo entre los suyos. Todos descansarían viéndolo muerto.
Los discípulos trataban de
entenderle. Jesús les venía a decir más o menos lo siguiente: «Si me seguís,
tenéis que estar dispuestos a ser rechazados. Os pasará lo mismo que a mi. A
los ojos de muchos, pareceréis culpables. Os condenarán. Buscarán que no
molestéis. Tendréis que llevar vuestra cruz. Entonces os pareceréis más a mí.
Seréis dignos seguidores míos. Compartiréis la suerte de los crucificados. Con
ellos entraréis un día en el reino de Dios». Llevar la cruz no es buscar
«cruces», sino aceptar la «crucifixión» que nos llegará si seguimos los pasos
de Jesús. Así de claro.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
30 de junio de 2002
SIN
AGUIJÓN
(Ver homilía del ciclo A - 2010-2011)
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
27 de junio de 1999
SABER DAR
El que dé
a beber.
A veces, no es tan fácil
responder a las preguntas más sencillas. Hemos oído decir, con frecuencia, que
amar es dar. Pero, ¿qué es dar?
Muchos suponen que dar es sólo privarse de algo, renunciar a algo,
«sacrificarse» desprendiéndose de algo. Estamos tan condicionados por nuestra
sociedad industrial y tan inclinados a poseer, acumular y ganar, que «dar» nos
parece algo improductivo. Un empobrecimiento doloroso que no estamos dispuestos
a aceptar. En nuestra sociedad, el hombre que da sin recibir, es un hombre poco
práctico, sin sentido realista, incapaz de realizar una operación productiva.
Sin embargo, dar es algo
totalmente distinto. El gesto de dar es la expresión más rica de vitalidad, de
fuerza, riqueza y poder creador. Cuando damos algo de verdad, nos
experimentamos a nosotros mismos llenos de vida, desbordantes, con capacidad de
enriquecer a otros, aunque sea en un grado muy modesto. «Sólo el amor hace que la vida merezca ser vivida. Sólo la ayuda a los
demás procura la gran alegría de vivir» (K Tillmann).
Dar significa estar vivo y ser
rico. El que tiene mucho y no sabe dar, no es rico. Es un hombre pequeño,
impotente, empobrecido, por mucho que posea. En realidad, sólo es rico quien es
capaz de regalar algo de sí mismo a los demás y enriquecer a otros.
Necesitamos todos escuchar con
más atención y hondura las palabras de Jesús. No quedará sin recompensa ni
siquiera el vaso de agua fresca que sepamos dar a un pobre sediento. Hemos de
aprender a dar; regalar lo que está vivo en nosotros y puede hacer bien a los
demás; dar nuestra alegría, nuestra comprensión, aliento, esperanza, acogida y
cercanía.
Muchas veces, no se trata de
cosas grandes ni espectaculares. Sencillamente, «un vaso de agua fresca». Una sonrisa acogedora, un escuchar sin
prisas, una ayuda a levantar el ánimo decaído, un gesto de solidaridad, una
visita, un signo de apoyo y amistad. No lo olvidemos. En el fondo de la vida
hay alguien que bendice, acoge y recompensa todo gesto de amor por pequeño que
nos pueda parecer. Se llama Dios nuestro Padre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
30 de junio de 1996
DONANTES
DE TIEMPO LIBRE
Aunque no
sea más que un vaso de agua fresca.
Uno de los hechos más positivos y
esperanzadores de nuestra sociedad es, sin duda, el crecimiento del
voluntariado social. Son cada vez más las personas que dedican su tiempo libre
a actividades y servicios de carácter gratuito. ¿Cómo se despierta esa
sorprendente vocación a vivir gratuitamente al servicio de los demás?
Lo primero es abrir los ojos y
tomar conciencia de que no todos disfrutan de bienestar. La mirada del futuro
voluntario se detiene sobre el sufrimiento, la marginación y los problemas de
tantas personas necesitadas de apoyo y compañía. En su corazón se despierta el
deseo de «hacer algo» por aliviar su sufrimiento.
Pero no bastan los buenos deseos.
El voluntario toma una decisión: comprometerse a servir a los necesitados en un
campo concreto. No lo hace por moda, tampoco por sentimentalismos tontos, sino
por coherencia con sus convicciones humanas o inspirado por su fe cristiana. Su
compromiso no es una especie de entretenimiento o «hobby». Es una forma
concreta de vivir, que lo irá marcando cada vez más.
El voluntario no da cosas, se da
a sí mismo. Ofrece su persona, sus cualidades, su tiempo libre. En su vida hay
un tiempo que es para los demás. Un tiempo entregado a quienes sufren y
necesitan algún tipo de ayuda. Esta es su manera concreta de vivir la solidaridad
o el amor cristiano.
El voluntario no busca
retribución alguna. Actúa movido sólo por un amor desinteresado y gratuito. Por
eso, su vida interpela: el dinero no lo es todo. Mientras muchos viven
pendientes de su propio bienestar, él se dedica a poner amor, compañía y ayuda
en esas vidas donde todo parece sufrimiento, marginación y desgracia.
El voluntario no trabaja solo ni
de forma esporádica. Sabe que su servicio será más eficaz si se integra en una
asociación o institución concreta. Por su parte, el voluntario cristiano
alimenta y sostiene su compromiso en la vida de una comunidad cristiana.
En todo esto no basta la buena
voluntad. El voluntario necesita preparación tanto teórica como práctica. Esta
preocupación por su capacitación personal es signo y prueba de la seriedad de
su compromiso por ofrecer un servicio eficaz.
Para aliviar el dolor humano no
es suficiente el servicio técnico ni la prestación profesional. Pensemos en la
lista larga de ancianos solos y enfermos, crónicos mal atendidos, disminuidos
físicos y psíquicos sin apoyo familiar, depresivos hundidos en la soledad... Su
necesidad de compañía, apoyo cercano y seguimiento afectuoso está pidiendo algo
más que el servicio técnico del profesional. Según Jesús, nada quedará sin
recompensa. Ni siquiera el «vaso de agua fresca» que se dé a «uno de estos pobrecillos».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
27 de junio de 1993
MÁS ALLA
DE LA VIDA
El que dé
a beber...
Según datos recientes, sigue
creciendo el número de donantes de órganos (veinte por cada millón de
habitantes), gracias, sobre todo, a una mejor coordinación estatal y a una
mayor sensibilización social.
Sin embargo, cada año se siguen
perdiendo miles de vidas por falta de donantes. La desinformación, la desconfianza
y determinados prejuicios culturales y religiosos impiden que esta forma de
solidaridad humana se extienda en nuestra sociedad en la medida deseable.
Un alto número de pacientes que
viven dependiendo de una máquina o condenados a una calidad de vida muy pobre
podría disfrutar de nuevas posibilidades si pudieran recibir un órgano. Otros
muchos recuperarían una esperanza de vida que hoy les está vedada.
Como es sabido, el trasplante de
un órgano es la culminación de un proceso minucioso y complejo que requiere
coordinación y dispositivos ágiles, seguros y eficaces. Es necesario superar dificultades
de tipo técnico, sanitario y burocrático. Pero, junto a todo ello, es necesario
promover una conciencia social que haga de la donación de órganos un gesto habitual.
Probablemente, la razón principal
de la carencia de órganos es la falta de generosidad en los momentos decisivos.
Pero es necesaria también una información que vaya eliminando la desconfianza y
el miedo. Bastantes ciudadanos desconocen que, en todos los casos, son
requisitos indispensables el análisis clínico exhaustivo del posible donante,
la confirmación de la muerte cerebral por «electroencefalograma» plano y el
certificado de defunción de tres médicos.
Por otra parte, todos y, en
especial, los creyentes, hemos de esforzarnos para que se vayan superando
prejuicios morales, religiosos o culturales que llevan a una falsa
sacralización del cuerpo, una vez muerto, e impiden ese gesto de donación que
va más allá de la vida.
Tal vez, hemos de comenzar cada
uno por tomar nuestra propia decisión. Cualquier persona puede ser donante una
vez comprobada su muerte cerebral. No hay límite de edad. Cada órgano tiene sus
propias condiciones que los médicos sabrán valorar. Los creyentes hemos de
recordar las palabras de Jesús: «El que
dé a beber aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos
pobrecillos... no perderá su paga.»
Lo primero que podemos hacer es
sensibilizar a nuestros familiares y dar nuestro nombre como donantes de
cualquier parte de nuestro cuerpo que pueda ser útil a alguien. En ALCER o en
cualquier centro sanitario ofrecen la información necesaria. ¿No es un gesto
noble y hermoso poder regalar vida a otro cuando termina la nuestra?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
1 de julio de 1990
ARTISTAS
ANÓNIMOS
El que dé
a beber...
Sus rostros no aparecen en la
televisión. Nadie airea su nombre en la radio o la prensa. Pero son hombres y
mujeres grandes, porque su vida es una bendición en medio de esta sociedad.
Ellos forman ese ejército
pacífico de voluntarios que trabajan de manera gratuita y callada, sólo porque
les nace del corazón estar junto a los que sufren.
Jóvenes que pasan el fin de
semana con el minusválido necesitado de amistad y compañía. Mujeres que se
hacen cargo de esos ancianos que no tienen a nadie que se ocupe de ellos.
Matrimonios que acogen en su casa a un toxicómano para acompañarlo en su
rehabilitación.
Yo me los he encontrado sirviendo
a los vagabundos en el comedor social «Aterpe» o en los albergues para
transeúntes. Los he visto escuchando con solicitud a través del «Teléfono de la
Esperanza» a personas hundidas en la depresión o la angustia. Conozco su
constancia para acercarse a la cárcel, domingo tras domingo, a compartir unas horas
con los presos.
Los voluntarios no son personas
de cualidades excepcionales. Son sencillamente humanos. Tienen ojos para
descubrir las necesidades de la gente, oídos para escuchar su sufrimiento, pies
para acercarse a quien está solo, manos para tendérselas a quien necesita ayuda
y, sobre todo, un corazón grande donde cabe todo ser desvalido.
Eso es precisamente lo más
importante: los voluntarios ponen verdadero amor en la sociedad actual. Nos
ayudan a descubrir que no se debe confundir el amor con el sentimentalismo o la
limosna. Que la solidaridad se construye con gestos, y no con palabras.
Los voluntarios nos enseñan que
amar al ser humano significa querer a las personas concretas, y no simplemente
a los sistemas, los partidos o las estructuras.
Los voluntarios no cobran dinero,
pero ganan muchísimo. Ganan la sonrisa del enfermo, el cariño del preso, las
lágrimas agradecidas del anciano. Ganan, sobre todo, el placer de aliviar el
sufrimiento del hermano.
Gloria
Fuertes, con su ternura de mujer poeta, dice que el premio del voluntario
es que se convierte en un artista: «El voluntario no ha pintado un cuadro, no
ha hecho una escultura, no ha inventado una música, no ha escrito un poema,
pero ha hecho una obra de arte con sus horas libres».
Jesús piensa en un premio todavía
más grande para ellos: «El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de
agua fresca a uno de estos pobrecillos... no perderá su paga, os lo aseguro».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
28 de junio de 1987
CUMPLIR
LOS CINCUENTA
El que
pierda su vida por mí.
Cumplir los cincuenta años puede
ser una buena ocasión para detenerse a meditar.
Tal vez, lo primero sea aceptar
que vamos entrando en el declive de la vida. Las fuerzas ya no nos responden
como en otros tiempos. Nuestra capacidad de trabajo, nuestra vitalidad y salud
comienzan a resentirse. Uno sabe que algo irrecuperable se va perdiendo.
Por otra parte, los años nos han
ido descubriendo nuestras posibilidades y limitaciones y nos ayudan a ver ahora
la existencia con más realismo y verdad.
Puede ser el momento de aceptar
humildemente nuestra caducidad y decir a Dios con el salmista: “Me concediste
un palmo de vida.., el hombre no dura más que un soplo y pasa como una sombra”
(Salmo 38).
Sí. Nuestra vida va pasando
rápidamente. Hemos rebasado ampliamente la mitad de nuestro caminar. ¿Qué nos
espera en adelante? ¿El desmoronamiento y deterioro? ¿La madurez y plenitud
final?
Para el creyente éste puede ser
el momento de la sabiduría y la confianza total: «Señor, dame a conocer la
medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy... Y ahora, Señor,
¿qué me aguarda? Tú eres mi confianza” (Salmo 38).
Tal vez, sólo ahora comenzamos a
percibir que nuestra trayectoria por la vida encierra un sentido más profundo
que todo lo que hemos hecho o dejado de hacer a lo largo de los años.
Lo importante ha sido, es y será
el amor de ese Dios que dirige nuestra vida y la cuida desde dentro. Sólo en
torno a su gracia se va tejiendo nuestra verdadera existencia.
Más allá del desgaste, está la
confianza y el abandono incondicional en sus manos. Más allá de todo lo que
vamos perdiendo en el camino, está la fe en la promesa de Jesús: “El que pierda su vida por mí la encontrará”.
Es la hora de seguir caminando
con paz. Sin ingenuidades engañosas ni fáciles arrebatos. Sin prisas ni
protagonismos. Con una comprensión creciente hacia todo y con mucha compasión.
Paso a paso, dejando que Dios nos vaya madurando desde el interior de la vida
ordinaria de cada día.
Cumplir así los cincuenta años no
es sentir que la vida se escapa. Es ahora cuando la vida puede ir creciendo más
libremente hacia su plenitud. Cada experiencia dulce o amarga, cada logro
grande o pequeño, cada pecado notable o mediocre, va ocupando su verdadero
lugar. En el horizonte y al final de todo: la ternura y el amor insondable de
Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
1 de julio de 1984
DAR UN
VASO DE AGUA
El que dé
a beber...
A veces, no es tan fácil
responder a las preguntas más sencillas. nos oído decir, con frecuencia, que
amar es dar. Pero, ¿qué es dar?
Muchos suponen que dar es sólo
privarse de algo, renunciar a algo, «sacrificarse» desprendiéndose de algo.
Estamos tan condicionados por
nuestra sociedad industrial y tan inclinados a poseer, acumular y ganar, que
«dar» nos parece algo improductivo. Un empobrecimiento doloroso que no estamos
dispuestos a hacer en cualquier momento.
En nuestra sociedad, el hombre que
da sin recibir, es un hombre poco práctico, sin futuro, sin sentido realista,
incapaz de realizar una operación productiva.
Sin embargo, dar es algo
totalmente distinto. El gesto de dar es la presión más rica de vitalidad, de
fuerza, riqueza y poder creador.
Cuando damos algo de verdad, nos
experimentamos a nosotros mismos llenos de vida, desbordantes, con capacidad de
enriquecer a os, aunque sea en un grado muy modesto. «Sólo el amor hace que
vida merezca ser vivida. Sólo la ayuda a los demás procura la gran alegría de
vivir» (K. Tillmann).
Dar significa estar vivo y ser
rico. El que tiene mucho y no sabe dar, no es rico. Es un hombre pequeño,
impotente, empobrecido, por mucho que posea. En realidad, sólo es rico quien es
capaz de regalar algo de sí mismo a los demás y enriquecer a otros.
Necesitamos todos escuchar con
más atención y hondura las palabras de Jesús. No quedará sin recompensa ni
siquiera el vaso de agua fresca que sepamos dar a un pobre sediento.
Hemos de aprender a dar. Regalar
lo que está vivo en nosotros y puede hacer bien a los demás. Dar nuestra alegría,
nuestra comprensión, aliento, esperanza, acogida y cercanía.
Muchas veces, no se trata de
cosas grandes ni espectaculares. Sencillamente, «un vaso de agua fresca». Una
sonrisa acogedora, un escuchar sin prisas, una ayuda a levantar el ánimo
decaído, un gesto de solidaridad, una visita, un signo de apoyo y amistad.
No lo olvidemos. En el fondo de
la vida hay una gran fuerza que bendice, acoge y recompensa todo gesto de amor
por pequeño que nos pueda parecer. Se llama Dios Nuestro Padre.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
28 de junio de 1981
LA
FAMILIA NO ES INTOCABLE
El que
quiera a su padre o a su madre...
Con frecuencia, los creyentes
hemos defendido la «familia» en abstracto, sin detenernos a reflexionar sobre
el contenido concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el
evangelio.
Y sin embargo, no basta con
defender el valor de la familia sin mis, porque la familia puede plasmarse de
maneras muy diversas en la realidad.
Hay familias abiertas al servicio
de la sociedad, y familias replegadas egoístamente sobre sí mismas. Familias
que educan en el egoísmo, y familias que enseñan solidaridad. Familias
liberadoras, y familias opresoras.
Jesús ha defendido con firmeza la
institución familiar y la estabilidad del matrimonio. Y ha criticado duramente
a los hijos que se desentienden de sus padres.
Pero, la familia no es para Jesús
algo absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es
anterior: el reino de Dios y su justicia.
Lo decisivo no es la familia de
carne, sino esa gran familia que debemos construir entre todos los hombres bajo
el reinado del mismo Padre.
Por eso, si la familia se
convierte en obstáculo para seguir su proyecto evangélico, Jesús exigirá la
ruptura y el abandono de esa relación familiar: «El que quiere a su padre o a
su madre más que a mí, no es digno de mí. El que quiere a su hijo o a su hija
más que a mí, no es digno de mí».
Cuando la familia impide la
solidaridad y fraternidad con los demás hombres y nos cierra a la justicia
querida por Dios entre los hombres, Jesús exige una libertad crítica, aunque
ello traiga consigo conflictos y tensiones familiares.
¿Son nuestros hogares un lugar de
creación de valores evangélicos como la fraternidad, la búsqueda responsable de
una sociedad más justa, la austeridad, el servicio, la oración, el perdón?
O, ¿son precisamente, lugar de «des
evangelización» y correa de transmisión de los egoísmos, injusticias,
convencionalismos, alienadores y superficialidad de nuestra sociedad?
¿Qué decir de la familia donde se
orienta al hijo hacia un clasismo egoísta, una vida instalada y segura, un
ideal del máximo lucro, olvidando a todos los demás? ¿Se está educando al hijo
cuando lo estimulamos sólo para la competencia y rivalidad, y no para el servicio
y la solidaridad?
¿Es ésta la familia que debemos
defender los católicos? ¿Es ésta la familia donde las nuevas generaciones
pueden escuchar el evangelio? O ¿es ésta la familia que también hoy hay que
«abandonar», de alguna manera, para ser fieles al proyecto de vida querido por
Jesús?
José Antonio Pagola
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