El pasado 2 de octubre de 2014, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia: Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción.
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
Natividad del Señor (A)
EVANGELIO
Misa de medianoche.
Hoy
os ha nacido un Salvador.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,1-14
En aquellos días, salió un decreto del
emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo
Quirinio gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su
ciudad.
También José, que era de la casa y familia de
David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se
llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y
mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que
pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la
gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
- No temáis, os traigo la buena noticia, la
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De pronto, en torno al ángel, apareció una
legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
- Gloria a Dios en el cielo y en la tierra
paz a los hombres que Dios ama.
Palabra de Dios.
Misa de la aurora.
Los
pastores encontraron a María y a José, y al niño.
+
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,15-20
Cuando los ángeles los dejaron y subieron al
cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vamos derechos a Belén, a ver
eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor." Fueron corriendo y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo,
contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se
admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y
alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Palabra de Dios.
Misa del día.
La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
+
Lectura del santo evangelio según san Juan 1,1-18
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a
Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
y la tiniebla no la recibió.
[Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz.]
sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino,
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
[Juan da testimonio de él y grita diciendo:
- Éste es de quien dije: «El que viene detrás
de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido,
gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la
verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.]
Palabra de Dios.
HOMILIA
2016-2017 -
25 de diciembre de 2016
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
UN DIOS
CERCANO
Os ha
nacido un Salvador.
Los creyentes tenemos que
recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta
superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No
todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.
Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos
hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios
que se nos acerca, reconciliamos con la vida que se nos ofrece, y saborear la
fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro vivir diario,
a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede
haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno). No se trata de una alegría
insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué.
«Nosotros tenemos motivos para el jubilo radiante, para la alegría plena y para
la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre
nosotros» (L. Boff). Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se
abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.
Una alegría que nos libera de
miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se
nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño
frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los
hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír
o llorar.
Dios no puede ser ya el Ser
Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y el
misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a
la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su
sonrisa.
El hecho de que Dios se haya
hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y
especulaciones sobre su misterio. Si supiéramos detenernos en silencio ante
este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura
de Dios, quizás entenderíamos por que el corazón de un creyente debe estar
transido de una alegría diferente estos días de Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 – JESÚS ES PARA TODOS.
25 de diciembre de 2010
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
EN UN
PESEBRE
Según el relato de Lucas, es el mensaje del
Ángel a los pastores el que nos ofrece las claves para leer desde la fe el
misterio que se encierra en un niño nacido en extrañas circunstancias en las
afueras de Belén.
Es de noche. Una claridad desconocida ilumina
las tinieblas que cubren Belén. La luz no desciende sobre el lugar donde se
encuentra el niño, sino que envuelve a los pastores que escuchan el mensaje. El
niño queda oculto en la oscuridad, en un lugar desconocido. Es necesario hacer
un esfuerzo para descubrirlo.
Estas son las primeras palabras que hemos de
escuchar: «No tengáis miedo. Os traigo
la Buena Noticia: la alegría grande para todo el pueblo». Es algo muy
grande lo que ha sucedido. Todos tenemos motivo para alegrarnos. Ese niño no es
de María y José. Nos ha nacido a todos. No es solo de unos privilegiados. Es
para toda la gente.
Los cristianos no hemos de acaparar estas
fiestas. Jesús es de quienes lo siguen con fe y de quienes lo han olvidado, de
quienes confían en Dios y de los que dudan de todo. Nadie está solo frente a
sus miedos. Nadie está solo en su soledad. Hay Alguien que piensa en nosotros.
Así lo proclama el mensajero: «Hoy os ha nacido un Salvador: el Mesías,
el Señor». No es el hijo del emperador Augusto, dominador del mundo,
celebrado como salvador y portador de la paz gracias al poder de sus legiones.
El nacimiento de un poderoso no es buena noticia en un mundo donde los débiles
son víctima de toda clase de abusos.
Este niño nace en un pueblo sometido al
Imperio. No tiene ciudadanía romana. Nadie espera en Roma su nacimiento. Pero
es el Salvador que necesitamos. No estará al servicio de ningún César. No
trabajará para ningún imperio. Solo buscará el reino de Dios y su justicia. Vivirá
para hacer la vida más humana. En él encontrará este mundo injusto la salvación
de Dios.
¿Dónde está este niño? ¿Cómo lo podemos
reconocer? Así dice el mensajero: «Aquí
tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre». El niño ha nacido como un excluido. Sus padres no le han podido
encontrar un lugar acogedor. Su madre lo ha dado a luz sin ayuda de nadie. Ella
misma se ha valido, como ha podido, para envolverlo en pañales y acostarlo en
un pesebre.
En este pesebre comienza Dios su aventura
entre los hombres. No lo encontraremos en los poderosos sino en los débiles. No
está en lo grande y espectacular sino en lo pobre y pequeño. Hemos de escuchar
el mensaje: vayamos a Belén; volvamos a las raíces de nuestra fe. Busquemos a
Dios donde se ha encarnado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - RECREADOS POR JESÚS
25 de diciembre de 2007
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
UN DIOS
CERCANO
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
25 de diciembre de 2005
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
EL CORAZÓN DE LA NAVIDAD
Os ha nacido un Salvador.
Poco
a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas
entrañables, sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a
otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no
recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso
el evangelista Lucas hacia el año ochenta.
Según
el relato, es noche cerrada. De pronto, una «claridad»
envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es
grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a
las tinieblas sino a la luz. Por eso, el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis».
No
nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas.
Nos
da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos
días más luz y verdad en su vida, no celebrará la Navidad.
El
mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia , la
gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más
entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o
disfrute. Es una alegría «grande»,
inconfundible, que viene de la «Buena
Noticia» de Jesús. Por eso, es «para
todo el pueblo» y ha de llegar, sobre todo, a los que sufren y viven
tristes.
Si
ya Jesús no es una «buena noticia»; si su evangelio no nos dice nada; si no
conocemos la alegría que sólo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas
fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso
egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La
única razón para celebrarla es ésta: «Os
ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es
suyo. Es de todos. Es «el Salvador»
del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este
mundo que conocemos no es la verdad absoluta. Jesucristo es la esperanza de que
la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin
esta esperanza, no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos,
disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad.
Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
25 de diciembre de 2001
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
DIFERENTE
Os traiga
la gran alegría.
¿Puede decir algo al hombre o a
la mujer de hoy el deseo de Dios de un creyente del siglo once? ¿Está permitido
publicar su oración en un periódico de nuestros días? ¿Es una provocación de
mal gusto? ¿Una ingenuidad? ¿Puede ser una «llamarada» diferente para quienes
buscan algo más que bienestar material? He dudado antes de transcribir estos
fragmentos de la célebre oración de Anselmo de Canterbury. Tal vez sean para
alguien un «regalo de Navidad».
«Ea, hombrecillo, deja un momento
tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de
tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de
ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera un
momento en su presencia... Excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte a
buscarle...
Ahora di a Dios: Busco tu rostro,
Señor, anhelo ver tu ros- (ro... Enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte... Si no estás aquí, ¿dónde te buscaré? Si estás por
doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?... Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío;
no conozco tu rostro.
¿Qué hará éste tu desterrado
lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu
rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos. Desea acercarse a ti, y tu
morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives.
No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro...
Tú me has creado... y me has
concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste para
verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado...
Enséñame a buscarte y muéstrate a
quien te busca porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no
puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te
desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré».
Qué Navidad tan diferente la
nuestra; si pudiéramos despertar sentimientos como éstos en nuestro corazón,
Dios «nacería» de nuevo en nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
25 de diciembre de 1998
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
UNA NOCHE DIFERENTE
Os ha nacido un Salvador.
Generación
tras generación, los hombres han gritado angustiados sus preguntas más hondas.
¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de nuestro ser todo nos
llama a la felicidad? ¿Por qué tanta humillación? ¿Por qué la muerte si hemos
nacido para la vida? Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios porque, de
alguna manera, cuando estamos buscando el sentido último de nuestro ser,
estamos apuntando hacia él. Pero Dios parecía guardar un silencio impenetrable.
Ahora,
en la Navidad ,
Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. Pero Dios no nos ha hablado para
decirnos palabras hermosas acerca del sufrimiento, ni para ofrecernos
disquisiciones profundas sobre nuestra existencia. Dios no nos ofrece palabras.
No. «La Palabra de Dios se ha
hecho carne». Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha querido
sufrir en nuestra propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e
impotencia.
Dios
no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con nosotros. No
responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo se humilla.
Dios no responde con palabras al misterio de nuestra existencia, sino que nace
para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya
no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. Ya no estamos sumergidos en
pura tiniebla. El está con nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos solitarios, sino solidarios» (L. Boff). Dios
comparte nuestra existencia.
Ahora
todo cambia. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. La creación está salvada.
Es posible vivir con esperanza. Merece la pena ser hombre. Dios mismo comparte
nuestra vida y con él podemos caminar hacia la plenitud. Por eso, la Navidad es siempre para
los creyentes una llamada a renacer.
Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la solidaridad, la
fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos
esta mañana de Navidad las palabras del poeta Angelus Silesus: «Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no
nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
25 de diciembre de 1995
Lc 2,1-14
(Misa de medianoche)
ALEGRÍA RADICAL
La gran alegría para todo el pueblo.
Toda
la fiesta de Navidad es una invitación a la alegría y al gozo. El relato del
nacimiento de Jesús viene precedido precisamente por estas palabras del ángel: «Os vengo a traer la buena noticia, la gran
alegría para todo el pueblo.»
El
fundamento de esta alegría es un acontecimiento que está en la raíz de nuestra
existencia: Dios que es la misma Alegría se ha hecho hombre para compartir
nuestra vida. Desde entonces, la alegría es para los creyentes algo que hemos
de cuidar y acrecentar amorosamente en nosotros. La tristeza, por el contrario,
algo que hemos de combatir sin cesar.
L. Boros, meditando en esta alegría radical que se desprende
de la encarnación de Dios, llega a decir que «el gusto por la felicidad forma
parte de los elementos vitales del ser cristiano». La alegría no es algo
secundario y accidental en la vida del cristiano. Al contrario, es un rasgo que
ha de caracterizar la existencia entera del creyente que se sabe acompañado a
lo largo de los días por el mismo Dios encarnado.
Pero,
¿cómo mantener la alegría cuando la soledad, el dolor, la enfermedad, la muerte
de un ser querido y tantos otros sufrimientos entristecen nuestra vida? ¿Cómo
eliminar de nuestro corazón tantas sombras que ahogan nuestra alegría?
Antes
que nada, hemos de recordar que esta alegría del creyente no es fruto de un
temperamento optimista ni resultado de una vida sin problemas ni tensiones. El
creyente se ve enfrentado a la dureza de la vida con la misma crudeza y la
misma fragilidad que cualquier otro ser humano.
El
secreto de su alegría serena está en que sabe apoyar confiadamente su vida en
ese Dios cercano y amigo que es el Dios nacido en Belén. Por eso, esa alegría
no se manifiesta ordinariamente en la euforia o el optimismo, sino que se
esconde humildemente en el fondo de su alma. Es una alegría que está ahí,
sostenida por nuestra fe en Dios. Una alegría que crece en la medida en que
sabemos difundirla e irradiarla serenamente a nuestro alrededor.
Un
hombre que pasó muchos años en un campo de concentración de Siberia escribió en
la pared de su celda esta frase que sintetiza bien cuál ha de ser nuestra
actitud: «Buscaba a Dios y Dios se me ocultaba; buscaba mi propia alma y no la
encontraba; busqué a mi hermano y encontré al mismo tiempo a Dios y a mi alma.»
Con
frecuencia sucede así. Quien no encuentra paz en sí mismo ni siente la cercanía
gozosa de Dios en el interior de su corazón, muchas veces recupera la alegría
verdadera al tratar de aliviar el sufrimiento o la tristeza del hermano.
Despertar en nosotros la alegría y difundirla a nuestro alrededor es celebrar
hondamente la Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
25 de diciembre de 1992
Jn 1,1-18
(Misa del día)
LA ALEGRIA DE CREER
Os
traigo la gran alegría
para todo el pueblo.
para todo el pueblo.
Muchas
personas se han ido alejando de la fe porque nunca han logrado experimentar que
podía ser para ellos fuente de felicidad. Al contrario, siempre han sentido la
religión como estorbo y limitación.
En
su conciencia ha quedado el recuerdo de una religión legalista y rígida que
tiene muy poco que ver con la felicidad que ellos buscan. Por otra parte, su
relación con Dios ha sido tan ritual e impersonal que difícilmente podía
despertar alegría alguna en su interior.
Hoy,
alejados de toda experiencia religiosa, y respirando un ambiente social que
presenta casi siempre la religión como algo negativo y molesto para la
humanidad, estas personas sólo sienten desconfianza ante lo religioso. No creen
que la fe les pueda aportar nada importante para sentirse mejor.
Buscan
la felicidad por diferentes caminos; a veces sienten que es fácil quedar
atrapado en «una red de satisfacciones falsas y superficiales»; se esfuerzan
por encontrar una felicidad digna, pero prescinden de Dios, pues no creen que
pueda ser para ellos algo bueno.
Hace
unos años, el escritor francés P. du
Ruffray hacía esta afirmación: «La humanidad es hoy un enorme orfanato en
el que millones de individuos se consideran sin creador, sin redentor y sin
padre. ¿Sufren por ello? Algunos sí. Pero la mayoría son como pájaros cuyas
alas están cortadas desde el nacimiento. Están hechos para volar, pero no lo
saben.»
Sin
embargo, la religión responde a ese deseo fundamental de felicidad que se
encierra en el ser humano. Y si no se capta el vínculo que hay entre fe y felicidad,
quiere decir que esa fe es todavía superficial o mediocre, y no ha desarrollado
todavía en la persona toda su fuerza sanadora y liberadora.
La
experiencia del verdadero creyente que, a pesar de su debilidad y pecado, busca
a Dios con corazón sincero, es muy diferente. Conoce, como todos los hombres,
gozos y alegrías diferentes, pero conoce además el placer de estar con Dios, la
dicha de sentirse perdonado de manera total, el gusto de vivir la vida desde su
raíz.
Esta
dicha no se fundamenta sólo en la promesa de una vida eterna. Es algo que, en
cierto modo, se puede verificar ya desde ahora. ¿No es verdad que
experimentamos una alegría más profunda siempre que vamos más allá de nuestro
habitual egoísmo? ¿No es verdad que, cuando la persona se esfuerza por ser fiel
a Dios y a su conciencia, llega a conocer lo que es el «placer de ser bueno»?
¿No es verdad que quien vive celebrando la creación como obra de Dios
experimenta la vida con hondura diferente?
Hoy
celebramos los cristianos la
Navidad. Para muchos será una fiesta superficial y yana. Para
quienes se sienten creyentes en el fondo de su corazón, será una fiesta gozosa
que les recuerda que pueden contar siempre con un Dios cercano que sólo busca
nuestro bien.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
25 de diciembre de 1989
Jn 1,1-18
(Misa del día)
UN DIOS CERCANO
Vino al mundo
Celebrar
la Navidad
es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios. Estas
fiestas sólo puede gustarlas en su verdad más honda quien se atreve a creer que
Dios es más cercano, más comprensivo y más amigo de lo que nosotros podemos
imaginar.
Ese
Niño nacido en Belén es el punto de la creación donde la verdad, la bondad y la
cercanía cariñosa de Dios hacia sus criaturas aparece de manera más tierna y
bella.
Sé
muy bien cómo les cuesta hoy a muchas personas encontrarse con Dios. Quisieran
creer de verdad en El, pero no saben cómo. Desearían poder rezarle, pero ya no
les sale nada de su interior. La
Navidad puede ser precisamente la fiesta de los que se
sienten lejos de Dios.
En
el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre, hay una
llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar: «Cuando no tengas ya
a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna salida, cuando creas que
todo está perdido, confía en Dios. El está siempre junto a ti. El te entiende y
te apoya. El es tu salvación».
Siempre
hay salida. Lo más importante de nuestro ser, lo más decisivo de nuestra
existencia, está siempre en manos de un Dios que nos ama sin fin. Y esta
confianza en Dios Salvador ha de abrirse paso en nuestro corazón, incluso
cuando nuestra conciencia nos acuse haciéndonos perder la paz.
La
fidelidad y la bondad de Dios están por encima de todo, incluso de toda
fatalidad y todo pecado. Todo puede ser nuevo si nos abrimos confiadamente a su
perdón. En ese Niño nacido en Belén, Dios nos regala un comienzo nuevo. Para
Dios nadie está definitivamente perdido.
Sé
que las fiestas de Navidad no son unas fiestas fáciles. El que está solo,
siente estos días con más crudeza su soledad. Los padres que sufren el
alejamiento del hijo querido, lo añoran estas fechas más que nunca. La pareja
en que se va apagando el amor, siente aún más su impotencia para reavivar aquel
cariño que un día iluminó sus vidas.
Sé
también que estos días es fácil sentir dentro del alma la nostalgia de un mundo
más humano y feliz que los hombres no somos capaces de construir. En el fondo,
todos sabemos que, al margen de otras muchas cosas, no somos más felices porque
no somos más buenos.
Pues
bien, la Navidad
nos recuerda que, a pesar de nuestra aterradora superficialidad y, sobre todo,
de nuestro inconfesable egoísmo, siempre hay en nosotros un rincón secreto en
el que todavía se puede escuchar una llamada a ser mejores y más felices porque
contamos con la comprensión de Dios.
Si
los hombres huimos de Dios, en el fondo es para huir de nosotros mismos y de
nuestra superficialidad. No es de la bondad de Dios de la que queremos escapar,
sino de nuestro vacío y nuestra mediocridad.
Felices
los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas sepan rezar a un
Dios cercano y acogerlo con corazón creyente y agradecido. Para ellos habrá
sido Navidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
25 de diciembre de 1986
Jn 1,1-18
(Misa del día)
UN DIOS IMPREVISIBLE
Se hizo carne
Dios
no se deja aprisionar en nuestros esquemas y moldes de pensamiento. No sigue
los caminos que nosotros gustosamente le marcaríamos. Dios es imprevisible.
Nosotros
lo queremos fuerte y poderoso, majestuoso y omnipotente. Pero él se nos ofrece
en la fragilidad de un niño débil, nacido en la más absoluta sencillez y
pobreza.
Nosotros
lo colocamos casi siempre en lo extraordinario, maravilloso y sorprendente.
Pero él se nos presenta en lo cotidiano, en lo normal y ordinario. Nosotros lo
imaginamos grande y lejano y él se nos hace pequeño y cercano.
No.
Este Dios encarnado en el niño de Belén no es el que nosotros hubiéramos
esperado. No está a la altura de lo que nosotros hubiéramos imaginado. Este
Dios nos puede decepcionar.
Sin
embargo, ¿no es precisamente este Dios cercano el que los hombres necesitamos
junto a nosotros? ¿No es esta cercanía y proximidad a lo humano lo que mejor
revela el verdadero misterio de Dios? ¿No se manifiesta en la debilidad de este
niño su verdadera grandeza?
Ciertamente
hemos de buscar a Dios en la oración y el silencio, en la constante superación
de nuestro egoísmo, en la vida fiel y obediente a su voluntad, pero Dios se nos
puede ofrecer cuando quiere y como quiere, incluso, en lo más ordinario y común
de la vida.
Ahora
sabemos que lo podemos encontrar en cualquier ser indefenso y débil que, tal
vez, necesita de nuestra acogida. El puede estar en las lágrimas de un niño o
en la soledad de un anciano.
No
hace falta encontrarse con nada extraordinario ni portentoso. No son necesarios
milagros ni prodigios. En el fondo de cualquier ser humano podemos descubrir la
presencia de ese Dios que ha querido encarnarse en lo humano.
Esta
es la fe revolucionaria de la
Navidad , el escándalo más grave del cristianismo, expresado
de manera lapidaria por San Pablo: «Cristo, a pesar de su condición divina, no
se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó
la condición de siervo, haciéndose uno de tantos y presentándose como simple
hombre”.
El
Dios cristiano no es un Dios desencarnado, lejano e inaccesible. Es un Dios
encarnado, próximo, cercano. Un Dios al que podemos tocar de alguna manera
cuando tocamos lo humano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
25 de diciembre de 1983
Lc
2,15-20 (Misa de la aurora)
SIMBOLOS VACIOS
Encontraron al Niño acostado en el pesebre
Apenas
se acercan las fechas navideñas, nuestras calles se llenan de luces, estrellas,
árboles navideños, belenes. En muchas casas se sacan con cuidado las piezas del
nacimiento y se adorna el hogar con toda clase de motivos navideños.
Pocas
veces nuestra sociedad adquiere un carácter ornamental tan intenso y festivo. Y
sin embargo, ¿qué se encierra tras todos estos símbolos entrañables? ¿Qué lee
el hombre actual en esos signos?
Se
iluminan las ciudades con toda clase de luces y se encienden los cirios
navideños en los hogares, pero apenas le recuerdan a nadie a Aquel que es la Luz del mundo, el que ha
venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia.
Las
calles se llenan de estrellas, pero, ¿ a cuántos les orientan hacia aquel
portal de Belén en el que nació el Salvador de la humanidad?
Se
colocan árboles de Navidad en las plazas y en los rincones de los hogares,
pero, ¿quién se detiene a pensar que ese árbol simboliza a Jesucristo, el Árbol
de la Vida , el
Mesías que trae nueva savia a los hombres? ¿Quién recuerda que ese árbol, lleno
de luces y regalos, es símbolo de Cristo, portador de luz y gracia para todos
nosotros?
Pero,
sobre todo, ¿quién se detiene a contemplar con fe el misterio que se encierra
en un Belén por modesta que sea su construcción.
Francisco de Asís inició la costumbre de montar el Belén
movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación ,
experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa
alegría a los amigos.
Cuenta
Tomás de Celano, su primer biógrafo,
que Francisco contemplaba con alegría indescriptible el misterio de Belén.
«Afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo
niño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás
niños. Francisco abrazaba con delicadeza y devoción las imágenes que
representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y compasión, como los niños,
susurraba palabras de cariño».
Son
muchos, sin duda, los factores que nos han hecho ciegos para leer los símbolos
navideños y detenernos ante ese Niño en el que no somos ya capaces de percibir
nada grande.
Por
eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir nosotros la Navidad sea empezar por
pedir a Dios esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir en el
fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
25 de diciembre de 1980
Jn 1,1-18
(Misa del día)
UN DIOS CERCANO
(Ver homilía del ciclo A - 2016-2017)
José Antonio Pagola
Ver
también
Para
ver las Homilías de las Conferencias de José Antonio:
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