El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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25º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
El Hijo del hombre va
a ser entregado... El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 9,30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus
discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que
nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después
de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba
miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez
en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser primero, que sea
el último de todos y el servidor de todos». Y, acercando a un niño, lo puso en
medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi
nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me
ha enviado».
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
20 de septiembre de 2015
DOS
ACTITUDES MUY DE JESÚS
Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos.
El grupo de Jesús atraviesa
Galilea camino de Jerusalén. Lo hacen de manera reservada, sin que nadie se
entere. Jesús quiere dedicarse enteramente a instruir a sus discípulos. Es muy importante lo que
quiere grabar en sus corazones: su camino no es un camino de gloria, éxito y
poder. Es lo contrario: conduce a la crucifixión y al rechazo, aunque terminará
en resurrección.
A los discípulos no les entra en
la cabeza lo que les dice Jesús. Les da miedo hasta preguntarle. No quieren
pensar en la crucifixión. No entra en sus planes ni expectativas. Mientras
Jesús les habla de entrega y de cruz, ellos hablan de sus ambiciones: ¿quién
será el más importante en el grupo? ¿Quién ocupará el puesto más elevado?
¿Quién recibirá más honores?
Jesús «se sienta». Quiere enseñarles algo que nunca han de olvidar. Llama
a los Doce, los que están más estrechamente asociados a su misión y los invita
a que se acerquen, pues los ve muy distanciados de él. Para seguir sus pasos y
parecerse a él han de aprender dos actitudes fundamentales.
Primera actitud: «Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y servidor de todos». El discípulo de Jesús ha de renunciar
a ambiciones, rangos, honores y vanidades. En su grupo nadie ha de pretender
estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no
tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor de todos».
La segunda actitud es tan
importante que Jesús la ilustra con un gesto simbólico entrañable. Pone a un
niño en medio de los Doce, en el centro del grupo, para que aquellos hombres
ambiciosos se olviden de honores y grandezas, y pongan sus ojos en los
pequeños, los débiles, los más necesitados de defensa y cuidado.
Luego, lo abraza y les dice: «El que acoge a un niño como éste en mi
nombre, me acoge a mí». Quien acoge a un "pequeño" está acogiendo
al más "grande", a Jesús. Y quien acoge a Jesús está acogiendo al
Padre que lo ha enviado. Un Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está
enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia
con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios
anunciada por Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
23 de septiembre de 2012
¿POR QUÉ
LO OLVIDAMOS?
Camino de Jerusalén, Jesús sigue
instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Insiste una vez más
en que será entregado a los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo
resucitará. Marcos dice que "no le entendieron y les daba miedo
preguntarle". En estas palabras se adivina la pobreza de los cristianos de
todos los tiempos. No entendemos a Jesús y nos da miedo ahondar en su mensaje.
Al llegar a Cafarnaún, Jesús les
pregunta: "¿De qué discutíais por el camino?". Los discípulos se
callan. Están avergonzados. Marcos nos dice que, por el camino, habían
discutido quién era el más importante. Ciertamente, es vergonzoso ver al
Crucificado acompañado de cerca por un grupo de discípulos llenos de estúpidas
ambiciones. ¿De qué discutimos hoy en la Iglesia mientras decimos seguir a
Jesús?
Una vez en casa, Jesús se dispone
a darles una enseñanza. La necesitan. Estas son sus primeras palabras:
"Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos". En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más
que los demás, se ha de poner el último, detrás de todos; así podrá ver qué es
lo que necesitan y podrá ser servidor de todos.
La verdadera grandeza consiste en
servir. Para Jesús, el primero no es el que ocupa un cargo de importancia, sino
quien vive sirviendo y ayudando a los demás. Los primeros en la Iglesia no son
los jerarcas sino esas personas sencillas que viven ayudando a quienes
encuentran en su camino. No lo hemos de olvidar.
Para Jesús, su Iglesia debería
ser un espacio donde todos piensan en los demás. Una comunidad donde estamos
atentos a quien nos puede necesitar. No es sueño de Jesús. Para él es tan
importante que les va a poner un ejemplo gráfico.
Antes que nada, acerca un niño y
lo pone en medio de todos para que fijen su atención en él. En el centro de la
Iglesia apostólica ha de estar siempre ese niño, símbolo de las personas
débiles y desvalidas, los necesitados de apoyo, defensa y acogida. No han de
estar fuera, junto a la puerta. Han de ocupar el centro de nuestra atención.
Luego, Jesús abraza al niño.
Quiere que los discípulos lo recuerden siempre así. Identificado con los
débiles. Mientras tanto les dice: "El que acoge a un niño como éste en mi
nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí...acoge al que me ha
enviado".
La enseñanza de Jesús es clara:
el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los
pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto?
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
20 de septiembre de 2009
DOS
ACTITUDES MUY DE JESÚS
(Ver homilía del 20 de septiembre
de 2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
24 de septiembre de 2006
¿DE QUÉ
DISCUTIMOS NOSOTROS?
¿De qué
discutíais por el camino?
Según el relato de Marcos, hasta
por tres veces insiste Jesús, camino de Jerusalén, en el destino que le espera.
Su entrega al proyecto de Dios no terminará en el éxito triunfal que imaginan
sus discípulos. Al final habrá «resurrección»,
pero, aunque parezca increíble, Jesús «será
crucificado». Sus seguidores lo deben saber.
Los discípulos no le entienden.
Les da miedo hasta preguntarle. Ellos siguen pensando que Jesús les aportará
gloria, poder y prestigio. No piensan en otra cosa. Al llegar a su casa de
Cafarnaúm, Jesús les hace una sola pregunta: « ¿De qué discutíais por el camino?», ¿de qué han hablado a sus
espaldas en esa conversación en la que Jesús ha estado ausente?
Los discípulos guardan silencio.
Les da vergüenza decirle la verdad. Mientras Jesús les habla de entrega y
fidelidad, ellos están pensando en quién será el más importante. No creen en la
igualdad y la fraternidad que busca Jesús. En realidad, lo que les mueve es la
ambición y la vanidad: ser superiores a los demás.
De espaldas a Jesús y sin que su
Espíritu esté muy presente, ¿no seguimos discutiendo de cosas parecidas?:
¿tiene que renunciar la Iglesia a privilegios multiseculares o ha de buscar
«poder social»?, ¿a qué congregaciones y movimientos hay que dar importancia y
cuáles hay que dejar de lado?, ¿qué teólogos merecen el honor de ser
considerados «ortodoxos» y quiénes han de ser silenciados como marginales?,
¿sólo los varones han de acceder al rango del sacerdocio o también las mujeres?
Ante el silencio de sus
discípulos, Jesús se sienta y los llama. Tiene gran interés en ser escuchado.
Lo que va a decir no debe ser olvidado: «Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
En su movimiento no hay que mirar tanto a los que ocupan los primeros puestos y
tienen nombre, títulos y honores. Importantes son los que, sin pensar mucho en
su nombre, prestigio o tranquilidad personal, se dedican sin ambiciones y con
total libertad a servir, colaborar y contribuir al proyecto de Jesús. No lo
hemos de olvidar: lo importante no es quedar bien sino hacer el bien.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
21 de septiembre de 2003
EL ARTE
DE EDUCAR
El que
acoge a un niño...
Hay quienes afirman que la
tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la crisis de la relación
educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros enseñan a sus alumnos,
pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido «el espíritu de la
educación».
Y, sin embargo, si una sociedad
no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana, por
muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos. Para el
crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que los
políticos, los técnicos o los economistas.
Educar no es instruir,
adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de
acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él
una vida verdaderamente humana.
La educación está siempre al
servicio de la vida. Verdadero educador es el que sabe despertar toda la
riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que sabe estimular y hacer
crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, también lo mejor de su
mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida. La célebre
educadora M Danielou decía que «el niño más humilde tiene derecho a una
cierta iniciación a la vida interior y a la reflexión personal».
Cuando en las instituciones
educativas se ahoga «el gusto por la vida», y los enseñantes se limitan a
transmitir de manera disciplinada el conjunto de materias que a cada uno se le
han asignado (asignaturas), allí se pierde «el espíritu de la educación».
Por otra parte, la relación
educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que para ganarse el respeto
y la admiración de sus alumnos se presentan como dioses. Lo que los niños
necesitan es encontrarse con personas reales, sencillas, cercanas y
profundamente buenas.
Asimismo, el verdadero educador
respeta al niño, no lo humilla, no destruye su autoestima. Una de las maneras más
sencillas y nefastas de bloquear su crecimiento es repetirle constantemente:
«no hay quien te aguante», «eres un desastre», «serás un desgraciado el día de
mañana».
En la relación educativa hay
además un clima de alegría, pues la alegría es siempre «signo de creación» y,
por ello, uno de los principales estímulos del acto educativo. Así escribía Simone Weil: «La inteligencia no puede ser
estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y
alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la
respiración para los corredores».
Hace unos días se han abierto los
colegios y centros de enseñanza. Miles de niños han vuelto de nuevo a sus
maestros y enseñantes. ¿Quién tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero
educador o educadora? ¿Quién los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél
que un día en Cafamaum abrazó a uno de ellos diciendo: «Quien acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí?»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
24 de septiembre de 2000
ACOGER AL
NIÑO
El que
acoge a un niño... me acoge a mí.
Las primeras víctimas del
deterioro y de los errores de una sociedad son casi siempre los más débiles y
desamparados: los niños. Esos seres que dependen totalmente del cuidado de sus
padres o de la ayuda de los adultos. Basta abrir los ojos y observar lo que
sucede entre nosotros.
La crisis de la familia y la
inestabilidad de la pareja están provocando en algunos hijos efectos difíciles
de medir en toda su hondura. Niños poco queridos, privados del cariño y la
atención de sus padres, de mirada triste y ánimo crispado, que se defienden
como pueden de la dureza de la vida sin saber dónde encontrar refugio seguro.
El bienestar material maquilla a
veces la situación ocultando de manera sutil la «soledad» del niño. Ahí están
esos hijos, repletos de cosas, que reciben de sus padres todo lo que les
apetece, pero que no encuentran en ellos la atención, el cariño y la acogida
que necesitan para abrirse a la vida con seguridad y gozo.
Y ¿los educadores? No lo tienen
fácil. Piezas de un sistema de enseñanza que, por lo general, fomenta más la
transmisión de datos que el acompañamiento humano, tienen el riesgo de
convertirse en «procesadores de información» más que en «maestros de vida». Por
otra parte, muchos de ellos han de enfrentarse cada mañana a alumnos
desmotivados e indolentes sabiendo que apenas encontrarán en sus padres
colaboración para su tarea.
No se trata de culpabilizar a
nadie. Es toda la sociedad la que ha de tomar conciencia de que un pueblo
progresa cuando sabe acoger, cuidar y educar bien a las nuevas generaciones. Es
un error planificar el futuro y descuidar la educación integral de niños y
jóvenes. Es necesario apoyar más a la familia, valorar a los educadores, saber
que la tarea más importante para el futuro es mejorar la calidad humana de
quienes serán sus protagonistas.
«El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Estas
palabras de Jesús, recogidas en diversas tradiciones evangélicas, son una
llamada a la responsabilidad. En las primeras comunidades cristianas no se
protege al niño por razones jurídicas o legales. La razón es más honda. Los
creyentes han de sentirse responsables ante el mismo Cristo de acoger a esos
niños que, sin el cuidado y la ayuda de los adultos, no podrán abrirse a una
vida digna y dichosa. La vida que Dios quiere para ellos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
21 de septiembre de 1997
EDUCACIÓN
INTEGRAL
El que
acoge a un niño... me acoge a mí.
El comienzo de un nuevo año
escolar ha provocado una vez más comentarios y análisis de algunos aspectos de
la reforma en el sistema de la enseñanza. Sin embargo, sigue faltando entre
nosotros un debate de fondo que estudie el proyecto de hombre que queremos y
analice el futuro que se está gestando en nuestras escuelas y universidades.
Este debate es más necesario que
nunca. Se ha publicado recientemente en Bruselas un estudio de La Table Ronde des Industriels Européens
donde se propone un nuevo modelo de enseñanza «inspirado por los valores de
adaptación a las necesidades de la empresa y por la fe en la tecnología
moderna, especialmente los multimedia». Según este estudio, la idea clave que
debería inspirar la enseñanza es la «competitividad».
Los autores se lamentan de que el mundo de la enseñanza no percibe la necesidad
de esta competitividad con la misma agudeza que el mundo económico.
El libro no es sino un exponente
más de algo que están denunciando ya los sociólogos y pedagogos más lúcidos (R. Petrella, J.P Laurent). Poco a
poco, todo va quedando subordinado al desarrollo tecnológico; se cultiva «lo
instrumental» y se olvidan los fines; todo se piensa en función de los
ordenadores, las redes terminales, los precios y los mercados. ¿Qué va a ser de
estos jóvenes perfectamente conformados a unos patrones técnicos, pero
mutilados con frecuencia en sus aspiraciones más hondas de verdad, belleza,
amor o justicia?
Es un inmenso error que la
sociedad no cuide con más rigor la educación integral de los jóvenes y que
apenas se cultiven aspectos y valores tales como la importancia de cada ser
humano, la interioridad, el respeto a los derechos de todos, el papel de la
conciencia, la solidaridad, la libertad ante la tecnocracia, lo simbólico de la
existencia, la responsabilidad ética, el disfrute de la sexualidad, la
capacidad de compasión, el rigor intelectual, el conocimiento de uno mismo.
Señalaré todavía algo, a mi
juicio, más preocupante. La educación puede modelar inteligencias humildes,
abiertas al misterio, capaces de búsqueda interior. Sin embargo, configurada
desde claves tecnológicas y utilitaristas, puede formar inteligencias cerradas,
autosuficientes, impermeables al misterio más hondo de la existencia.
Los padres y educadores
cristianos han de ser más que nunca conscientes de su responsabilidad. Es mucho
lo que se puede hacer día a día con los niños y los jóvenes si se sabe
acogerlos y acompañarlos desde el espíritu de Cristo y las claves del
evangelio. El P. Kolvenbach decía a
los rectores de universidades europeas: «Estoy convencido de que sería difícil
encontrar en la vida una profesión al servicio de la sociedad futura más
elevada que la educación integral de la juventud.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
18 de septiembre de 1994
LO
COTIDIANO
Quien
quiera ser el primero.
Terminadas las vacaciones, unos y
otros vamos volviendo a nuestro trabajo y ocupaciones habituales. Y es fácil
que más de uno sienta estos días esa insatisfacción profunda que nace en el ser
humano al experimentar, de forma más o menos consciente, la enorme distancia
entre la sed de felicidad eterna que hay en nosotros y la monotonía de nuestro
vivir diario.
No es fácil vivir con hondura lo
cotidiano. Es un arte que se ha de aprender cada día. El conocido poeta
austriaco R.M Rilke nos advierte
sabiamente con estas palabras: «Si tu
vida de cada día te parece pobre, no la acuses; acúsate más bien a ti mismo de
no ser lo bastante fuerte para descubrir su riqueza.»
Tal vez, lo primero es aprender a
mirar la vida como un don que se nos hace cada mañana. Es un regalo admirable
poder hacer los gestos más elementales de la vida: ver, escuchar, reír,
caminar, comer, dormir; solo cuando enfermamos, empezamos a apreciar el don
maravilloso de la existencia. Por otra parte, la vida de cada día está llena de
pequeñas sorpresas y experiencias gozosas. Quien sabe acogerla de manera
humilde y agradecida, llega a conocer el placer de sentirse vivo.
Es necesario, además, un proyecto
de vida que dé sentido y orientación positiva a todos nuestros trabajos y
ocupaciones. Cada una de las jornadas, tomada aisladamente, es insignificante;
el sentido de la existencia solo se desvela cuando se puede apreciar el
espíritu que anima al individuo a lo largo de los días. Es ahí donde va
apareciendo la alegría real de la persona, su fe, su fidelidad, su capacidad de
amar.
Desde esta perspectiva cobra un
significado especial la actividad diaria. Nuestra verdadera grandeza no se
manifiesta en los ideales sublimes que proclamamos o en las grandes palabras
con que llenamos nuestra boca, sino en el servicio sencillo y generoso a los
demás. Nos lo recuerdan las palabras de Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.»
Cuando el trabajo no degenera en
activismo para convertirse en huída de nosotros mismos o búsqueda de falsa
seguridad, sino que es desgaste generoso animado interiormente por el amor, la
vida cotidiana no es monotonía y aburrimiento, sino alabanza al Creador. Hace
ya bastantes años, en un conocido estudio sobre la teología de la vida
cotidiana, K Rahner escribía así: «La realidad sencilla de cada día, vivida
con sinceridad, esconde dentro de sí el milagro eterno y el misterio callado
que llamamos Dios.»
No se trata de idealizar lo
cotidiano. Todos conocemos por experiencia lo que es el cansancio, la
decepción, el peso de algunas jornadas o la mediocridad de nuestra conducta.
Pero no hemos de olvidar que es esta vida de cada día la que nos prepara y
conduce a la vida eterna.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
22 de septiembre de 1991
EDUCAR
El que
acoge a un niño...
Hay quienes afirman que la
tragedia más grave de la sociedad contemporánea es la crisis de la relación
educativa. Los padres cuidan a sus hijos y los maestros enseñan a sus alumnos,
pero en no pocos hogares y colegios se ha perdido “el espíritu de la
educación”.
Y, sin embargo, si una sociedad
no sabe educar a las nuevas generaciones no conseguirá ser más humana, por
muchos que sean sus avances tecnológicos y sus logros económicos. Para el
crecimiento humano, los educadores son más importantes y decisivos que los
políticos, los técnicos o los economistas.
Educar no es instruir,
adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de
acercarse al niño, con respeto y amor, para ayudarle a que se despliegue en él
una vida verdaderamente humana.
La educación está siempre al
servicio de la vida. Verdadero educador es el que sabe despertar toda la
riqueza y las posibilidades que hay en el niño. El que sabe estimular y hacer
crecer en él, no sólo sus aptitudes físicas y mentales, también lo mejor de su
mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida. La célebre
educadora M. Danielou decía que “el
niño más humilde tiene derecho a una cierta iniciación a la vida interior y a
la reflexión personal”.
Cuando en las instituciones
educativas se ahoga “el gusto por la vida”, y los enseñantes se limitan a
transmitir de manera disciplinada el conjunto de materias que a cada uno se le han
asignado (asignaturas), allí se pierde “el espíritu de la educación.
Por otra parte, la relación
educativa exige verdad. Se equivocan los educadores que para ganarse el respeto
y la admiración de sus alumnos se presentan como dioses. Dice G. Mateu que “fingir virtudes que no
tenemos, aparentar ciencias que desconocemos, expresar opiniones en las que no
creemos, puede ser el principio de una educación marcada por el cinismo y la
superficialidad”. Lo que los niños necesitan es encontrarse con personas reales,
sencillas, cercanas y profundamente buenas.
Asimismo, el verdadero educador
respeta al niño, no lo humilla, no destruye su autoestima. Una de las maneras
más sencillas y nefastas de bloquear su crecimiento es repetirle
constantemente: “no hay quien te aguante”, “eres un desastre”, “serás un
desgraciado el día de mañana”.
En la relación educativa hay
además un clima de alegría, pues la alegría es siempre “signo de creación” y,
por ello, uno de los principales estímulos del acto educativo. Así escribía Simone Weil: “La inteligencia no puede
ser estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer
y alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la
respiración para los corredores”.
Hace unos días se han abierto los
colegios y centros de enseñanza. Miles de niños han vuelto de nuevo a sus
maestros y enseñantes. ¿Quién tendrá la suerte de encontrarse con un verdadero
educador o educadora? ¿Quién los acogerá con el respeto y la solicitud de aquél
que un día en Cafarnaum abrazó a uno de ellos diciendo: “Quien acoge a un niño
como éste en mi nombre, me acoge a mí”?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
18 de septiembre de 1988
INGENUIDAD
Acercando
a un niño...
La actitud ante los niños sigue
siendo uno de los rasgos más desconcertantes de Jesús. Para él, el niño es el
símbolo de lo que debería ser toda actividad existencial verdadera.
No admira Jesús a los hombres
maduros, emprendedores, activos o eficaces. Su mirada se vuelve hacia esos
pequeños cuya sencillez y simplicidad parecen cautivarlo.
Pocas cosas nos pueden resultar
más retrógradas e inútiles en estos tiempos en que la organización y la
complejidad de la vida van creciendo de manera acelerada.
La evolución y la marcha general
de la humanidad parecen empujarnos sin piedad en una dirección que nos aleja
cada día más de todo lo que pueda ser ingenuidad, simplicidad y transparencia.
Sería, sin duda, una estupidez
condenar la inteligencia crítica y el desarrollo tecnológico que nos están
permitiendo penetrar mejor en los secretos de la naturaleza y organizar de
manera más inteligente la vida.
Pero hay algo que comienza a
turbar la conciencia del hombre contemporáneo y a ponerlo en estado de alerta.
Esta sociedad está “tecnificando»
nuestro espíritu. El sistema comienza a tratarnos a todos como piezas de un
gran mecanismo. Nos ajusta, nos funcionaliza y, con frecuencia, lamina nuestra
alma vaciándonos de vida y verdad humana.
Compleja y sofisticada, esta
sociedad comienza a mostrársenos profundamente indigente cuando se trata de
ahondar en el misterio del corazón humano y en sus aspiraciones más íntimas.
Almacenamos datos y
conocimientos, pero sentimos que algo esencial se nos escapa. Adquirimos
“verdades técnicas» siempre nuevas, pero no nos sentimos poseídos por la
verdad.
Comenzamos a intuir que la verdad
que nos puede salvar no brotará sin más del desarrollo sin fin de nuestra
racionalidad crítica. No será resultado de un proceso meramente tecnológico.
La verdad, según Jesús, aparece
como gracia en el corazón de aquellos que saben ahondar en la vida con
humildad, transparencia y simplicidad.
«Si no os hacéis como niños, no
entraréis en el Reinado de Dios». No son los inteligentes ni los más activos ni
los más poderosos, los que más profundamente penetran en la realidad de la
existencia, sino aquellos que la viven con «la transparencia del niño».
Transparencia y simplicidad que
hoy nos parecen absolutamente impensables, pero que el hombre necesita
recuperar para escapar de la asfixia.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
22 de septiembre de 1985
EN
DEFENSA DE LOS NIÑOS
Quien
acoge a un niño... me acoge a mí.
Se ha dicho que la labor que se
hace en las escuelas es más importante y decisiva para el futuro de una
sociedad que el trabajo que se realiza en las oficinas, las fábricas y los
despachos de los políticos.
Ciertamente, no es nada fácil el
arte de educar. Las ciencias de la pedagogía nos hablan hoy de muchos factores
que hacen ardua y compleja esta tarea. Pero, quizás, la primera dificultad sea
la de encontrarnos realmente con el niño.
No es fácil para un hombre o una
mujer integrados en una sociedad como la nuestra acercarse a los niños de
verdad. Su mirada y sus gestos espontáneos nos desarman. No les podemos hablar
de nuestras ganancias y nuestras cuentas corrientes. No entienden nuestros
cálculos y nuestras hipocresías.
Para acercarnos a ellos,
tendríamos que volver a apreciar las cosas sencillas de la vida, aprender de
nuevo a ser felices sin poseer muchas cosas, amar con entusiasmo la vida y todo
lo vivo.
Por eso, es más fácil tratar al
niño como una pequeña computadora a la que alimentamos de datos que acercarnos
a él para abrirle los ojos y el corazón a todo lo bueno, lo bello, lo grande.
Es más cómodo sobrecargarlo de actividades escolares y extraescolares que
acompañarlo en el descubrimiento admirado de la vida.
Sólo hombres y mujeres, libres de
codicia y de odios, que no crean sólo en el dinero o en la fuerza, pueden hacer
con los niños algo más que trasmitirles una información científica.
Sólo hombres y mujeres
respetuosos que saben escuchar las preguntas importantes del niño para
presentarle con humildad las propias convicciones, pueden ayudarle a crecer
como persona. Sólo educadores que saben intuir la soledad de tantos niños para
ofrecerles su acogida cariñosa y firme, pueden despertar en ellos el amor
verdadero a la vida.
Como decía Saint-Exupéry, y tal vez hoy más que nunca, «los niños deben tener
mucha paciencia con los adultos» pues no encuentran en nosotros la comprensión,
el respeto, la amistad y acogida que buscan.
Aunque la sociedad no sepa, tal
vez, valorar y agradecer debidamente la tarea callada de tantos educadores y
educadoras que desgastan su vida, sus fuerzas y sus nervios junto a los niños,
ellos han de saber que su labor, cuando es realizada responsablemente, es una
de las más grandes para la construcción de un pueblo.
Y los que lo hacen desde una
actitud cristiana, han de recordar que «quien acoge a un niño en nombre de
Jesús, le acoge a él».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
19 de septiembre de 1982
LOS
IMPORTANTES
Quien
quiera ser el primero, que sea servidor de todos.
Ciertamente nuestros criterios no
coinciden con los de Jesús. ¿A quién de nosotros se le hubiera ocurrido hoy
pensar que los hombres y mujeres más importantes son aquéllos que parecen los
«últimos» porque viven al servicio de los demás?
Para nosotros, importante es el
hombre de prestigio, seguro de sí mismo, que ha alcanzado el éxito en algún
campo de la vida, que ha logrado sobresalir sobre los demás y ser aplaudido por
las gentes.
Esas personas cuyo rostro podemos
ver constantemente en la TV. Líderes políticos, «premios Nobel», cantantes de
moda, atletas excepcionales... ¿Quién puede haber más importante que ellos?
Según el criterio de Jesús, miles
y miles de hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, a quienes nadie
hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio sencillo y desinteresado
a los demás.
Hombres y mujeres que no viven
para su éxito y egoísmo personal. Gentes que no actúan sólo para arrancarle a
la vida todas las satisfacciones posibles para sí mismo, sino que se preocupan
de la felicidad de los otros.
Ciertamente hay una grandeza en
la vida de estas personas que no aciertan a ser felices sin la felicidad de los
demás. Su vida es un misterio de entrega y desinterés. Saben vivir más allá de
sus propios intereses. Sin hacer cálculos. Sin medir mucho los riesgos.
Hombres y mujeres que saben poner
su vida a disposición de otros. No se imponen ni existen para sí mismos. Actúan
movidos por su bondad. Una ternura grande envuelve su trabajo, su quehacer
diario, sus relaciones, su convivencia.
No viven sólo para trabajar ni
para disfrutar. Su vida no se reduce simplemente a cumplir sus obligaciones
profesionales y ejecutar diligentemente sus tareas.
En su vida se encierra algo más.
Viven de manera creativa. Cada persona que encuentran en su camino, cada dolor
que perciben a su alrededor, cada problema que surge junto a ellos, es una
llamada que les invita a actuar, servir y ayudar.
Pueden parecer los «últimos»,
pero su vida es verdaderamente grande. Todos sabemos que una vida de amor y
servicio desinteresado merece la pena, aunque no nos atrevamos a vivirla.
Quizás tengamos que orar
humildemente como lo hacia el P. Teilhard
de Chardin: «Señor, responderé a tu inspiración profunda que me ordena
existir, teniendo cuidado de nunca ahogar ni desviar ni desperdiciar mi fuerza
de amar y hacer».
José Antonio Pagola
Para
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