El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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3º domingo de Adviento (B)
EVANGELIO
En medio de
vosotros hay uno que no conocéis.
+ Lectura del santo evangelio según san Juan 1,
6-8.19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venia como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». El confesó sin reservas: «Yo
no soy el Mesías.» Le preguntaron: «¿Entonces, qué ? ¿Eres tú Elías?» El dijo: «No lo soy.». «Eres tú el Profeta ?». Respondió: «No.» Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una
respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor",
como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: - «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el
Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en
medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que
no soy digno de desatar la correa de la sandalia».
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 –
14 de diciembre de 2014
ALLANAR
EL CAMINO HACIA JESÚS
Allanad
los caminos del Señor.
«Entre vosotros hay uno
que no conocéis». Estas palabras las pronuncia el
Bautista refiriéndose a Jesús, que se mueve ya entre quienes se acercan al
Jordán a bautizarse, aunque todavía no se ha manifestado. Precisamente toda su
preocupación es «allanar el camino» para que aquella gente pueda
creer en él. Así presentaban las primeras generaciones cristianas la figura del
Bautista.
Pero las palabras del Bautista
están redactadas de tal forma que, leídas hoy por los que nos decimos
cristianos, no dejan de provocar en nosotros preguntas inquietantes. Jesús está
en medio de nosotros, pero ¿lo conocemos de verdad?, ¿comulgamos con él?, ¿le
seguimos de cerca?
Es cierto que en la Iglesia
estamos siempre hablando de Jesús. En teoría nada hay más importante para
nosotros. Pero luego se nos ve girar tanto sobre nuestras ideas, proyectos y
actividades que, no pocas veces, Jesús queda en un segundo plano. Somos
nosotros mismos quienes, sin darnos cuenta, lo «ocultamos» con nuestro
protagonismo.
Tal vez, la mayor desgracia del
cristianismo es que haya tantos hombres y mujeres que se dicen «cristianos», en
cuyo corazón Jesús está ausente. No lo conocen. No vibran con él. No los atrae
ni seduce. Jesús es una figura inerte y apagada.
Está mudo. No les dice nada
especial que aliente sus vidas. Su
existencia no está marcada por Jesús.
Esta Iglesia necesita
urgentemente «testigos» de Jesús, creyentes que se parezcan más a él,
cristianos que, con su manera de ser y de vivir, faciliten el camino para creer
en Cristo. Necesitamos testigos que hablen de Dios como hablaba él, que comuniquen
su mensaje de compasión como lo hacía él, que contagien confianza en el Padre
como él.
¿De qué sirven nuestras
catequesis y predicaciones si no conducen a conocer, amar y seguir con más fe y
más gozo a Jesucristo? ¿En qué quedan nuestras eucaristías si no ayudan a
comulgar de manera más viva con Jesús, con su proyecto y con su entrega
crucificada a todos?. En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos
podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero
todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en
Jesucristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
11 de diciembre de 2011
TESTIGOS DE LA LUZ
La fe cristiana ha nacido del encuentro sorprendente
que ha vivido un grupo de hombres y mujeres con Jesús. Todo comienza cuando
estos discípulos y discípulas se ponen en contacto con él y experimentan "la cercanía salvadora de Dios".
Esa experiencia liberadora, transformadora y humanizadora que viven con Jesús
es la que ha desencadenado todo.
Su fe se despierta en medio de dudas, incertidumbres
y malentendidos mientras lo siguen por los caminos de Galilea. Queda herida por
la cobardía y la negación cuando es ejecutado en la cruz. Se reafirma y vuelve
contagiosa cuando lo experimentan lleno de vida después de su muerte.
Por eso, si a lo largo de los años, no se contagia y
se transmite esta experiencia de unas generaciones a otras, se introduce en la
historia del cristianismo una ruptura trágica. Los obispos y presbíteros siguen
predicando el mensaje cristiano. Los teólogos escriben sus estudios teológicos.
Los pastores administran los sacramentos. Pero, si no hay testigos capaces de
contagiar algo de lo que se vivió al comienzo con Jesús, falta lo esencial, lo
único que puede mantener viva la fe en él.
En nuestras comunidades estamos necesitados de estos
testigos de Jesús. La figura del Bautista, abriéndole camino en medio del
pueblo judío, nos anima a despertar hoy en la Iglesia esta vocación tan
necesaria. En medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos «testigos de la luz».
Creyentes que despierten el deseo de Jesús y hagan
creíble su mensaje. Cristianos que, con su experiencia personal, su espíritu y
su palabra, faciliten el encuentro con él. Seguidores que lo rescaten del
olvido y de la relegación para hacerlo más visible entre nosotros.
Testigos humildes que, al estilo del Bautista, no se
atribuyan ninguna función que centre la atención en su persona robándole
protagonismo a Jesús. Seguidores que no lo suplanten ni lo eclipsen. Cristianos
sostenidos y animados por él, que dejan entrever tras sus gestos y sus palabras
la presencia inconfundible de Jesús vivo en medio de nosotros.
Los testigos de Jesús no hablan de sí mismos. Su
palabra más importante es siempre la que le dejan decir a Jesús. En realidad el
testigo no tiene la palabra. Es solo «una voz» que anima a todos a «allanar» el camino que nos
puede llevar a él. La fe de nuestras comunidades se sostiene también hoy en la
experiencia de esos testigos humildes y sencillos que en medio de tanto
desaliento y desconcierto ponen luz pues nos ayudan con su vida a sentir la
cercanía de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO.
14 de diciembre de 2008
ALLANAR
EL CAMINO HACIA JESÚS
(Ver
homilía del 14 de diciembre de 2014)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
11 de diciembre de 2005
TESTIGOS
DE LA LUZ
Allanad
el camino del Señor.
Es curioso cómo presenta el
cuarto evangelio la figura de Juan el Bautista. Es un «hombre», sin más
calificativos ni precisiones. Nada se nos dice de su origen o condición social.
El mismo sabe que no es importante. No es el Mesías, no es Elías, ni siquiera
es el Profeta que todos están esperando.
Sólo se ve a sí mismo como «la voz que grita en el desierto: allanad el
camino al Señor». Sin embargo se nos dice que Dios lo envía como «testigo de la luz» capaz de despertar la
fe de todos. Una persona que puede contagiar luz y vida. ¿Qué es ser testigo de
la luz?
El testigo es como Juan. No se da
importancia. No busca ser original ni llamar la atención. No trata de impactar
a nadie. Sencillamente vive su vida de manera convencida. Se le ve que Dios
ilumina su vida. Lo irradia en su manera de vivir y de creer.
El testigo de la luz no habla
mucho, pero es una voz. Vive algo inconfundible. Comunica lo que a él le hace
vivir. No dice cosas sobre Dios, pero contagia «algo». No enseña doctrina
religiosa, pero invita a creer.
La vida del testigo atrae y
despierta interés. No culpabiliza a nadie. No condena. Contagia confianza en
Dios, libera de miedos. Abre siempre caminos. Es como el Bautista, «allana el camino al Señor».
El testigo se siente débil y
limitado. Muchas veces comprueba que su fe no encuentra apoyo ni eco social.
Incluso se ve rodeado de indiferencia o rechazo. El testigo de Dios no juzga a
nadie. No ve a los demás como adversarios que hay que combatir o convencer.
Dios sabe cómo encontrarse con cada uno de sus hijos e hijas.
Se dice que el mundo actual se va
convirtiendo en un «desierto», pero el testigo nos revela que algo sabe de Dios
y del amor, algo sabe de la «fuente» y de cómo se calma la sed de felicidad que
hay en el ser humano.
La vida está llena de pequeños
testigos. Son creyentes sencillos, humildes, conocidos sólo en su entorno.
Personas entrañablemente buenas. Viven desde la verdad y el amor. Ellos nos «allanan el camino» hacia Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
15 de diciembre de 2002
EN MEDIO
DEL DESIERTO
Allanad
el camino del Señor.
Los grandes movimientos
religiosos han nacido casi siempre en el desierto. Son los hombres y las
mujeres del silencio y la soledad los que al ver la luz, pueden convertirse en
maestros y guías de la Humanidad. En el desierto no es posible lo superfluo. En
el silencio sólo se escuchan las preguntas esenciales. En el desierto sólo
sobrevive quien se alimenta de lo interior.
En el cuarto evangelio, el
Bautista queda reducido a lo esencial. No es el Mesías, ni Elías vuelto a la
vida, no es el profeta. Es «una voz que
grita en el desierto». No tiene poder político, no posee título religioso
alguno. No habla desde el Templo o la sinagoga. Su voz no nace de la estrategia
política ni de los intereses religiosos. Viene de lo que escucha el ser humano
cuando ahonda en lo esencial.
El presentimiento del Bautista se
puede resumir así: «Hay algo más grande, más digno y esperanzador que lo que
estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de raíz». No basta frecuentar la
sinagoga sábado tras sábado, de nada sirve leer rutinariamente los textos
sagrados, es inútil ofrecer regularmente los sacrificios prescritos por la Ley.
No da vida cualquier religión. Hay que abrirse al Misterio del Dios vivo.
En la sociedad de la abundancia y
del progreso, se está haciendo cada vez más difícil escuchar una voz que venga
del desierto. Lo que se oye es la publicidad de lo superfluo, la divulgación de
lo trivial, la palabrería de políticos prisioneros de su estrategia y hasta
discursos religiosos interesados.
Alguien podría pensar que ya no
es posible conocer a testigos que nos hablen desde el silencio y la verdad de
Dios. No es así. En medio del desierto de la vida moderna podemos encontrarnos
con personas que irradian sabiduría y dignidad pues no viven de lo superfluo.
Gente sencilla entrañablemente humana. No pronuncian muchas palabras. Es su
vida la que habla.
Ellos nos invitan, como el
Bautista, a dejarnos «bautizar», a sumergirnos en una vida diferente, recibir
un nuevo nombre, «renacer» para no sentirnos producto de esta sociedad ni hijos
del ambiente, sino hijos queridos de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
12 de diciembre de 1999
ESPERAR
Allanad
el camino al Señor.
Son bastantes las personas que no
saben esperar. Quieren satisfacerlo todo enseguida; su vida se encierra siempre
en lo inmediato; no tienen paciencia para madurar las cosas, los encuentros,
las decisiones; no conocen el enriquecimiento propio de la espera. Difícilmente
crecerá en ellas algo grande y profundo.
La espera más enriquecedora es,
sin duda, la de quien aguarda el encuentro con un ser querido. Esta espera
produce diversos efectos en la persona. Crea en nosotros una tensión sana, nos
prepara interiormente para acoger a quien nuestro corazón ama, dilata nuestra
alma, excita nuestro deseo, ensancha nuestra existencia, sostiene nuestra
alegría.
Esta espera alcanza su mayor
plenitud cuando no sólo esperamos a la persona querida, sino que sabemos que
también nosotros somos esperados por ella. Esta es una de las mayores fuentes
de alegría humana: esperar y ser esperados por alguien que nos quiere. Cuando
no esperamos a nadie y nadie nos espera en ninguna parte, nuestra vida se
pierde en la monotonía y la tristeza.
Esta experiencia humana puede
ayudarnos a «entender» de alguna manera la estructura de la fe que anima al
creyente. No es tan difícil captar que en nosotros hay una «nostalgia» de algo
que no sabemos definir bien. Siempre «esperamos» más que lo que vamos
recibiendo de la vida; nada nos llena del todo; nuestro deseo va siempre más
allá. ¿Qué esperamos?, ¿qué anhela nuestro corazón? El creyente es un hombre o
una mujer que, poco a poco, va intuyendo desde lo más hondo de su ser que
«espera» a Dios, más aún, «es esperado» por Dios.
Los evangelios presentan al
Bautista como el «hombre de la espera». Toda su vida es tensión, espera,
preparación para acoger al Salvador. Cuando oye que Jesús recorre Galilea
sembrando salud, perdón y vida, de su corazón sólo brota una pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro?». La respuesta de Jesús lo dice todo: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». La fe despierta en
nosotros de forma humilde y misteriosa, pero casi siempre se juega en torno a
estas preguntas: ¿Espero yo algo de la vida?, ¿espero a alguien?, ¿cuál es el
deseo más profundo de mi corazón? Sólo cuando he entrado en contacto con mis
anhelos más hondos me puedo preguntar: ¿Me defrauda Cristo en ese deseo de mi
corazón?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
15 de diciembre de 1996
PREPARAR
EL CAMINO
Allanad
el camino al Señor.
Corremos el riesgo de pensar que
la pacificación nos la va a traer ese pequeño grupo de personas a las que
llamamos «los políticos». Imaginamos que serán ellos quienes, con su habilidad
y estrategias, llegarán a acuerdos que nos permitirán vivir sin graves
sobresaltos y con un equilibrio social suficiente.
Todo ello es, sin duda,
necesario, pero la reconciliación que necesitamos es algo más hondo y humano.
No nos va a llegar sólo desde fuera como resultado de un juego de fuerzas y
negociaciones. Necesitamos respirar un aire nuevo. Don José María Setién ha hablado de la necesidad de un «espíritu», «un
alma» que inspire la tarea colectiva de la pacificación. Un espíritu
reconciliador que ha de nacer del interior de las personas para ir tomando
cuerpo en la sociedad.
Lo primero es, sin duda,
despertar la propia responsabilidad. Cada uno con su manera de sentir, pensar,
hablar o reaccionar podemos favorecer lo que nos acerca a la reconciliación o
lo que nos aleja de ella. Cada uno podemos contribuir a la paz o al mantenimiento
de la discordia. Para más de uno esta tarea pacificadora puede convertirse en
una verdadera vocación. ¿Por qué no me voy a sentir yo llamado personalmente a
estar en medio de este pueblo con talante reconciliador, poniendo todo mi
empeño en promover el respeto mutuo, la comprensión y el mutuo perdón?
No es posible, sin embargo,
trabajar de cualquier manera por la paz. Con el corazón lleno de odio y
condena, de intolerancia o de resentimiento, poco se puede aportar a una
convivencia pacífica. Cada uno hemos de purificar nuestra actitud interior. De
lo contrario, seguiremos actuando con las motivaciones ocultas de siempre y con
las mismas reacciones, repitiendo mecánicamente comportamientos que no
favorecerán a la paz.
Por la reconciliación se trabaja
humildemente, perdonando y pidiendo perdón. Sin cultivar falsas
autocomplacencias de inocencia. ¿Quién no ha pecado?, ¿quién ha mantenido
limpio su corazón?, ¿quién no podía haber arriesgado más por la paz? Puede ser
tranquilizador acusar a otros, pero sólo la autocrítica sincera y el mutuo
perdón nos pueden capacitar para construir juntos el futuro.
Entre nosotros éste puede ser hoy
el modo concreto de escuchar la llamada del Bautista: «Allanad el camino del Señor» (Juan 1, 23). Haced más fácil la
llegada de la paz. Esa paz que Dios desea para todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
12 de diciembre de 1993
REAJUSTE
DE LA FE
Allanad
el camino del Señor.
La fe se ha convertido para
muchos en una experiencia problemática. No saben exactamente lo que les ha
sucedido estos años, pero una cosa es clara: ya no volverán a creer en lo que
creyeron de niños. De todo aquello, solo quedan algunas creencias de perfil
bastante borroso. Cada uno se ha ido construyendo su propio mundo interior, sin
poder evitar muchas veces graves incertidumbres e interrogantes.
La mayoría de estas personas
hacen su «recorrido religioso» de forma solitaria y casi secreta. ¿Con quién
van a hablar de estas cosas? No hay guías ni puntos de referencia. Cada uno
actúa como puede en estas cuestiones que afectan a lo más profundo del ser
humano. Muchos no saben si lo que les sucede es normal o inquietante.
Los estudios del profesor de
Atlanta, James Fowler, sobre el
desarrollo de la fe, pueden ayudar a no pocos a entender mejor su propio
recorrido. Al mismo tiempo, arrojan luz sobre las etapas que ha de seguir la
persona para estructurar su «universo de sentido».
En los primeros estadios de la
vida, el niño va asumiendo sin reflexión las creencias y valores que se le
proponen. Su fe no es todavía una decisión personal. El niño va estableciendo
lo que es verdadero o falso, bueno o malo, a partir de lo que le enseñan desde
fuera.
Más adelante, el individuo acepta
las creencias, prácticas y doctrinas de manera más reflexionada, pero siempre
tal como están definidas por el grupo, la tradición o las autoridades
religiosas. No se le ocurre dudar seriamente de nada. Todo es digno de fe, todo
es seguro.
La crisis llega más tarde. El
individuo toma conciencia de que la fe ha de ser libre y personal. Ya no se
siente obligado a creer de modo tan incondicional en lo que enseña la Iglesia.
Poco a poco comienza a relativizar ciertas cosas y a seleccionar otras. Su
mundo religioso se modifica y hasta se resquebraja. No todo responde a un deseo
de autenticidad mayor. Está también la frivolidad y las incoherencias.
Todo puede quedar ahí. Pero el
individuo puede también seguir ensanchando su universo interior. Si se abre
sinceramente a Dios y lo busca en las zonas más profundas de su ser, puede
brotar una fe nueva. El amor de Dios, creído y acogido con humildad, da un
sentido más hondo a todo. La persona conoce una coherencia interior más
armoniosa. Las dudas no son un obstáculo. El individuo intuye ahora el valor
último que encierran prácticas y símbolos antes criticados. Se despierta de
nuevo la comunicación con Dios. La persona vive en comunión con todo lo bueno
que hay en el mundo y se siente llamada a amar y proteger la vida.
Lo decisivo es siempre hacer en
nosotros un lugar real a Dios. De ahí la importancia de escuchar la llamada del
Profeta: «Preparad el camino del Señor.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
16 de diciembre de 1990
DESCONOCIDO
Hay uno a
quien no conocéis.
Hay algo paradójico en la actitud
de bastantes contemporáneos ante la figura de Jesucristo. Por una parte, creen
que lo conocen y no tienen mucho que aprender sobre él. Por otra, su ignorancia
sobre la persona y el mensaje de Jesús es casi absoluta.
En realidad, lo que saben de él
apenas supera unas vagas impresiones que conservan desde la infancia. Después,
no han sentido necesidad alguna de conocerlo más a fondo. ¿Qué podrían
encontrar en él de interesante para sus vidas?
En algunos su figura sólo evoca
episodios ingenuos y milagros irreales, representados mil veces por artistas,
pero muy alejados de la trama de la vida moderna. Jesús puede, tal vez, aportar
un poco de poesía, pero si queremos ser eficaces hemos de buscar por otros
caminos.
¿Conocen mejor a Jesús los que se
tienen por cristianos? Sorprende ver cómo los mismos practicantes reducen a
menudo el evangelio a lo anecdótico y maravilloso, y cómo encierran el misterio
de Jesús en imágenes simplistas y estereotipadas, muy alejadas a veces de lo
que realmente fue él.
Por otra parte, mientras algunas
cuestiones de carácter eclesiástico o moral suscitan notable interés, son pocos
los que se interesan por conocer con más rigor y hondura al mismo Jesús.
Analizando la actual situación, Josep María Lozano se hace estas
preguntas: “Qué está ocurriendo en la Iglesia, que a los cristianos nos
preguntan cómo nos afectan las palabras del Papa y ya casi nadie nos pregunta
cómo nos afectan las palabras de Jesús? ¿Qué está ocurriendo, que los católicos
parecen más capaces de celebrar la presencia del Papa que de celebrar la
presencia de Jesús?”.
Naturalmente, los creyentes hemos
de escuchar la palabra de la jerarquía y el esfuerzo de la Iglesia entera por
aplicar el evangelio al momento actual, pero, ¿no es paradójico detenernos casi
siempre en ciertas discusiones, mientras apenas hacemos algo por conocer con
más rigor el mensaje y la actuación de Aquel que ha de inspirar siempre a los
cristianos?
Después de veinte siglos de
cristianismo, hemos repetido hasta el exceso el nombre de Cristo, hemos llenado
bibliotecas enteras con estudios especializados y, tal vez, hemos terminado por
creer que no necesitamos ya ahondar más en su persona y su mensaje. ¿No se
podrán repetir también hoy las palabras del profeta: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”?
La Iglesia actual habla mucho,
trabaja activamente, organiza muchas cosas. Pero no hemos de olvidar que su
primera tarea también hoy es ayudar al hombre a encontrarse con la persona viva
de Cristo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
13 de diciembre de 1987
FALTAN
TESTIGOS DE DIOS
Este
venía como testigo.
La figura de Juan el Bautista,
“testigo de la luz”, nos recuerda una vez más que todo creyente, silo es de
verdad, está llamado a dar testimonio de su fe.
Sin embargo, en el Congreso
“Evangelización y hombre de hoy» celebrado en Madrid hace dos años se dijo que
“a nuestra Iglesia le sobran papeles y le faltan testigos». Tal vez, con estas
expresivas palabras se apuntaba uno de los problemas más cruciales del
cristianismo actual.
Durante muchos años han seguido
funcionando entre nosotros los mecanismos que tradicionalmente servían para
“transmitir” la fe. Los padres hablaban a los hijos, los profesores de religión
a sus alumnos, los catequistas a los catequizandos, los sacerdotes a los
seglares.
No han faltado palabras. Pero,
tal vez, ha faltado testimonio, comunicación de experiencia, contagio de algo
vivido de manera honda y entrañable.
Durante estos años muchos se han
preocupado del posible quebranto de la ortodoxia y del depósito de la fe. Y
necesitamos, sin duda, cuidar con fidelidad el mensaje del Señor. Pero nuestro
mayor problema no es probablemente el depósito de la fe sino la vivencia de esa
fe depositada en nosotros.
Otros se han preocupado más bien
de denunciar toda clase de opresiones e injusticias. Por un momento parecía que
por todas partes surgían nuevos “profetas”. Y cuánta necesidad seguimos
teniendo de hombres de fuego que proclamen la justicia de Dios entre los hombres.
Pero, con frecuencia, junto a las palabras, han faltado testigos cuya vida
arrastrara a las gentes.
Tal vez, lo primero que nos falta
para que surjan testigos vivos es “experiencia de Dios”. Karl Rahner pedía hace unos años que «hemos de reconocer de una vez
la pobreza de espiritualidad» en la Iglesia actual.
Nos sobran palabras y nos falta
la Palabra. Nos desborda el activismo y no percibimos la acción del Espíritu
entre nosotros. Hablamos y escribimos de Dios pero no sabemos experimentar su
poder liberador y su gracia viva en nosotros.
Pocas veces vivimos la acogida de
Dios desde el fondo de nosotros mismos y, por tanto, pocas veces llegamos con
nuestra palabra creyente al fondo de los demás.
Creyentes mudos que no confiesan
su fe. Testigos cansados, desgastados por la rutina o quemados por la dureza de
los tiempos actuales. Comunidades que se reúnen, cantan y salen de las iglesias
“sin conocer al que está en medio de ellos».
Sólo la acogida interior al
Espíritu puede reanimar nuestras vidas y generar entre nosotros “testigos del
Dios vivo”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
16 de diciembre de 1984
EL GRAN
DESCONOCIDO
Uno a
quien no conocéis...
El hecho puede parecer paradójico
pero es real. Jesucristo, personaje aparentemente conocido por todos, es para
muchos contemporáneos un perfecto desconocido.
Son bastantes los que creen
conocerlo suficientemente, incluso, como para opinar categóricamente sobre él.
Y sin embargo, lo que saben de Jesús apenas supera un conjunto de tópicos,
imágenes confusas o impresiones infantiles.
En realidad, su conocimiento de
Jesús ha quedado reducido al recuerdo vago de unos relatos simplistas y
pintorescos. No sabrían decir que relación puede haber entre ese Jesús y la
realidad que viven día tras día.
Jesús es para ellos algo pueril y
anecdótico que no puede aportar nada válido a la existencia si no es un poco de
poesía y utopía ingenua. El hombre realmente serio tiene que buscar en otra
dirección.
Más sorprendente resulta detectar
la ignorancia de los que se dicen «cristianos». No son pocos los que se
contenta con afirmar con los labios «la doctrina católica» que la Iglesia
enseña sobre Jesucristo. Ello les proporciona suficiente seguridad y
tranquilidad religiosa como para no realizar esfuerzo alguno por conocer la
persona, el mensaje y la actuación de Jesús.
Otros se interesan, sobre todo,
por el magisterio del Papa en la medida en que puede ofrecer una estabilidad
mayor a la familia, a la sociedad y a la historia de los hombres, pero no se
preocupan de encontrar en Jesús el inspirador de sus vidas. Se podría eliminar
de su religión la persona de Jesucristo y nada vital habría cambiado en ellos.
Si el Bautista recorriera hoy
nuestra sociedad contemporánea, podría repetir las mismas palabras de otro
tiempo: «En medio de vosotros hay uno a
quien no conocéis».
Antes que adoptar una postura
seria y responsable ante la fe cristiana, deberíamos conocer mejor la persona
misma de Jesucristo y todo lo que puede significar de interrogante, desafío,
interpelación y promesa para el hombre de todos los tiempos.
Javier Sádaba ha afirmado que «lo normal y extendido en
nuestros días es que un hombre adulto y razonablemente instruido no es un
creyente o un incrédulo, sino que se despreocupa de tales cuestiones». Aparte
de lo cuestionable de tal afirmación, es triste encontrarse con «hombres
adultos y razonablemente instruidos» cuya ignorancia e indocumentación sobre
Jesús es casi total.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
13 de diciembre de 1981
TESTIGOS
Venía
como testigo.
Durante muchos años hemos
conocido entre nosotros una sociedad donde la religión unánimemente aceptada
por la práctica totalidad de los ciudadanos, era un factor, quizás el más
importante, de integración social.
En una «situación de
cristiandad», todo ocurría como si la fe fuera hereditaria, ya que era
transmitida automáticamente por el grupo social a cada individuo.
En esa sociedad se supone, sin
discusión alguna, que todos tienen fe y son creyentes. Por lo tanto, la única
preocupación de la Iglesia consistirá en instruir en esa fe por medio de una
catequesis doctrinal, administrar los sacramentos, urgir la práctica cultual, y
exigir una vida moral consecuente.
Pero, apenas se atenderá de
manera relevante a despertar la fe y suscitarla como una conversión y decisión
personal ante la interpelación radical del evangelio.
El riesgo que se sigue es
inevitable. El cristiano perfecto es un hombre que conoce la doctrina
cristiana, recibe los sacramentos y ajusta su vida a una moral intachable.
Pero, es fácil que no se preocupe nunca demasiado de replantearse su fe, y de testimoniarla
y contagiarla a los demás.
De esta manera, cuando la
«sociedad de cristiandad» ha saltado en mil pedazos, y la descristianización ha
ido invadiendo los diversos ámbitos de la vida social, los cristianos nos hemos
ido replegando en el interior de la comunidad creyente, sin fuerzas, al
parecer, para confesar nuestra fe y testimoniarla en medio de esta nueva
sociedad.
Y sin embargo, todo creyente que
toma en serio su fe se convierte en testigo de Jesucristo. No se puede escuchar
con hondura la buena noticia de Jesús, sin sentir la necesidad de comunicarla.
El testimonio del creyente es como el de Juan el Bautista, que «vino como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe». Se trata de suscitar fe y hacer creíble a Jesucristo.
Naturalmente, el testimonio no
consiste sólo en hablar. No se trata de defender con palabras una determinada
concepción de la vida frente a otras ideologías contrarias, aunque también el
creyente debe dar «razón de su esperanza».
Se trata de ser testigos de Jesucristo, es decir,
hombres y mujeres, que creen en lo que él creyó, defienden la causa que él
defendió y viven como él vivió. Entonces se está anunciando a Alguien «que está
en medio de nosotros y a quien no conocemos».
José Antonio Pagola
Para
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