Homilias de José Antonio Pagola
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¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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15 de jumio de 2014
La Santísima Trinidad (A)
EVANGELIO
Dios
mandó su Hijo para que el mundo se salve por él.
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Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no
cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
15 de junio de 2014
CONFIAR
EN DIOS
El esfuerzo realizado por los
teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el
misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su
confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de
Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Por eso puede ser bueno hacer un
esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón
humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús:
misterio del Hijo de Dios encarnado.
El misterio del Padre es amor
entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega
su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por
caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y
profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.
Nuestra primera actitud ante ese
Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes
llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede
amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos
tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al
descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos
abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.
También Jesús nos invita a la
confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en
Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras
estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar,
entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos
quiere Dios.
Por eso, en Jesús podemos
encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él
pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a
la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.
Acoger el Espíritu que alienta al
Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible,
callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta
presencia continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en
Dios.
Nuestra vida es frágil, llena de
contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de
misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros,
aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio
último de la vida que es solo Amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
19 de junio de 2011
EL
CRISTIANO ANTE DIOS
No siempre se nos hace fácil a
los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios
confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a
cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús,
el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de
partida para reavivar una fe sencilla.
¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús
nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El
Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien.
Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es
confiar en el Amor como misterio último de todo.
En segundo lugar, una docilidad
incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues sólo
quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y
acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la
realidad desde la fe en un Dios Padre.
¿Qué es vivir con el Hijo de Dios
encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con
él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él;
tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de
libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive
Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más
apasionante.
En segundo lugar, colaborar en el
Proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No
podemos permanecer pasivos. A los que lloran Dios los quiere ver riendo, a los
que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que
la vida sea vida para todos. Este Proyecto que Jesús llama "reino de
Dios" es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde
el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.
¿Qué es vivir animados por el
Espíritu Santo? En primer lugar, vivir animados por el amor. Así se desprende
de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde
el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad
y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas
torpezas, errores y miserias.
Por último, quien vive
"ungido por el Espíritu de Dios" se siente enviado de manera especial
a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para
los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se
sienten desgraciados.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
18 de mayo de 2008
DIOS AMA
ESTE MUNDO
Tanto amó
Dios al mundo.
Jesús puede ser considerado desde
perspectivas diversas. Puede ser visto como problema histórico, gran líder
religioso, un dogma, el inspirador de un camino liberador... El evangelista
Juan nos invita a acogerlo como el «mejor regalo» que Dios ha hecho al mundo.
Jesús está hablando con un
maestro judío, llamado Nicodemo. No conversan sobre los problemas conflictivos
de la Ley judía. Jesús centra la atención en temas de los que apenas se habla
en Israel: cómo «renacer» a una vida nueva, qué camino seguir para «tener vida
eterna»...
De pronto Jesús pronuncia unas
palabras que trascienden cualquier conversación humana, y resumen de manera
grandiosa todo el misterio que se encierra en él: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».
¿Qué podemos sentir, al escuchar
estas palabras, los hombres y mujeres de hoy, atraídos por todo bienestar
inmediato y tan escépticos ante promesas lejanas de vida eterna? ¿Qué nos puede
decir el amor de Dios en una sociedad llena de intereses, objetivos y luchas
tan contrarios al amor?
Las palabras de Jesús destacan lo
inmenso y universal del amor de Dios. No podía ser de otra manera. Dios ha
amado al «mundo», no sólo a Israel, a la Iglesia, a los cristianos... Ha
enviado a su Hijo, no para «condenar», sino para «salvar», no para destruir,
sino para dar vida eterna. Lo sepa o no, el mundo existe, evoluciona y progresa
bajo la mirada amorosa de Dios.
Para saber algo de ese Misterio
de Amor que sostiene el mundo, el mejor camino es el mismo Jesús. Acercándonos
al Hijo, podemos ver, palpar e intuir cómo es el Padre con todos sus hijos.
Viéndolo actuar, podemos captar cómo es el Espíritu que anima a Dios.
Todos los gestos, símbolos, palabras,
doctrinas, objetivos y estrategias del cristianismo han de nacer, alimentarse y
reflejar ese misterio del Amor de Dios al mundo entero. Si no es así, la
religión se encierra en sí misma; el anuncio cristiano pierde en buena parte su
significado más auténtico; pueden incluso inventarse prácticas, costumbres y
estilos de vivir alejados de la verdad cristiana original.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
22 de mayo de 2005
VIVIR A
DIOS DESDE JESÚS
Tanto amó
Dios al mundo.
Los teólogos han escrito estudios
profundos sobre la vida insondable de las personas divinas en el seno de la
Trinidad. Jesús, por el contrario, no se ocupa de ofrecer este tipo de doctrina
sobre Dios. Para él, Dios es una experiencia: se siente Hijo querido de un Padre
bueno que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida con su Espíritu.
Para Jesús, Dios no es un Padre sin más. Él descubre en ese Padre
unos rasgos que no siempre recuerdan los teólogos. En su corazón ocupan un
lugar privilegiado los más pequeños e indefensos, los olvidados por la sociedad
y las religiones: los que nada bueno pueden esperar ya de la vida.
Este Padre no es propiedad de los
buenos. «Hace salir su sol sobre buenos y malos». A todos bendice, a todos ama.
Para todos busca una vida más digna y dichosa. Por eso se ocupa de manera
especial por quienes viven «perdidos». A nadie olvida, a nadie abandona. Nadie
camina por la vida sin su protección.
Tampoco Jesús es el Hijo de Dios sin más. Es Hijo querido de
ese Padre, pero, al mismo tiempo, nuestro amigo y hermano. Es el gran regalo de
Dios a la humanidad. Siguiendo sus pasos, nos atrevemos a vivir con confianza
plena en Dios. Imitando su vida, aprendemos a ser compasivos como el Padre del
cielo. Unidos a él, trabajamos por construir ese mundo más justo y humano que
quiere Dios.
Por último, desde Jesús
experimentamos que el Espíritu Santo
no es algo irreal e ilusorio. Es sencillamente el amor de Dios que está en
nosotros y entre nosotros alentando siempre nuestra vida, atrayéndonos siempre
hacia el bien. Ese Espíritu nos está invitando a vivir como Jesús que, «ungido»
por su fuerza, pasó toda su vida haciendo el bien y luchando contra el mal.
Es bueno culminar nuestras
plegarias diciendo «Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo» para adorar con fe el misterio de Dios. Y es
bueno santiguamos en el nombre de la Trinidad para comprometemos a vivir en el
nombre del Padre, siguiendo fielmente a Jesús, su Hijo, y dejándonos guiar por
su Espíritu.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
26 de mayo de 2002
CON EL
CORAZÓN APENADO
Tanto amó
Dios al mundo.
No quiero vivir la fiesta de la
Trinidad apartando la mirada del mundo. No puedo estar alegre y celebrar la
«fiesta de Dios» olvidando a sus hijos e hijas, torturados, aterrorizados,
violados y degradados de mil maneras. Me resulta imposible escribir algo
sugerente sobre el misterio de Dios cuando llevo meses con el corazón encogido
por la fuerza destructora del mal.
Necesito creer en Dios «Padre» de
todos los pueblos y religiones, fuerza creadora que nos quiere bien a todos.
Roca firme y sólida en quien podemos echar nuestras raíces con confianza y sin
temor en estos tiempos de inseguridad y brutalidad. El «único bueno» como decía
Jesús.
Necesito creer en Jesús, «Hijo de
Dios» y hermano, a quien podemos asimos para no olvidar nuestra dignidad. En él
descubro el rostro y el corazón de Dios. En él le siento a Dios muy cerca,
torturado y crucificado junto a tantos otros. A él me quiero agarrar en estos
tiempos de confusión en que se nos quiere engañar de tantas maneras.
Necesito creer en el «Espíritu
transformador» de Dios que no abandona nunca a ningún ser humano. Dador de vida
y defensor de todos los pobres en estos tiempos de tanta indefensión y desvalimiento.
Necesito dejarme alentar por él para no caer en la desesperanza.
Quiero amar a Dios Padre amando
la vida que nace de él y luchando siempre a favor de sus criaturas. Es mejor
construir que destruir, es mejor hacer el bien que dañar, es mejor la paz que
la guerra, es mejor acoger que rechazar, besar que no besar, ser que no ser.
Quiero amar a Jesús, Hijo de Dios
encarnado, defendiendo antes que nada y por encima de todo su proyecto de vida.
Jesús lo llamaba el «reino de Dios y su justicia». Un proyecto tantas veces
olvidado, traicionado, desfigurado y trivializado por quienes nos decimos la
«Iglesia de Jesús».
Quiero acoger al Espíritu Santo
de Dios para mantener siempre mi resistencia firme ante los «amos del mundo».
Quiero pensar, sentir y actuar contra sus proyectos de muerte y desprecio a los
pequeños. No me puedo imaginar otra manera de vivir amando a Dios y alabando su
misterio de Amor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
30 de mayo de 1999
SÓLO AMOR
Tanto amó
Dios al mundo.
¿Es necesario creer en la
Trinidad?, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual
innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no
creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde
el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil.»
Nada más lejos de la realidad. La
fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra visión de Dios, sino también nuestra
manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es
un misterio de comunión y de amor. Dios no es una Sustancia suprema compacta y
fría, un Ser cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de
amor insondable, su intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación.
Consecuencia: en el fondo último de la realidad, dando sentido y existencia a
todo no hay sino Amor. Todo lo existente viene del Amor.
El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el
amor. «Sólo El empieza a amar sin
motivos; es más, es Él quien desde siempre ha empezado a amar» (E. Jüngel).
El Padre ama desde siempre y para siempre sin ser obligado ni motivado desde
fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca retirará su
amor y fidelidad. De El sólo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen,
estamos hechos para amar. Sólo amando acertamos en la existencia.
El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado
eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la
respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste, pues, en dar
y en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es
también divino! Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos no
sólo para amar, sino para ser amados.
El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor
eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino
no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo.
El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación desbordante. Por eso,
el Amor de Dios no se queda en sí mismo, sino que se comunica y extiende hasta
sus criaturas. «El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm
5, 5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para
amarnos sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
2 de junio de 1996
DIOS MADRE
Entregó a
su Hijo único.
«Que Dios te proteja y te
bendiga. Que Ella te conceda su
gracia.» Estas palabras, pronunciadas hace unos años al final de una
celebración religiosa en Hamburgo, provocaron diversas reacciones. Para unas
personas significaban una liberación, otras se sintieron desconcertadas y no
pocas quedaron escandalizadas.
Sin embargo, no hay más motivos
para emplear el masculino que el femenino cuando hablamos de Dios. Como ha
afirmado siempre la teología, «Dios no es varón porque se hable de él como
Padre, ni es mujer porque se hable de él como Madre» (S. del Cura). Dios es misterio santo que trasciende nuestro pobre
lenguaje humano.
Con su habitual agudeza, C.G. Jung hizo observar que en la visión
trinitaria de Dios no se sigue el esquema normal «Padre-Madre-Hijo». Por ello,
Dios Padre no representa lo masculino frente a lo femenino de una Diosa Madre.
El Dios cristiano es Padre y es Madre (el XI concilio de Toledo habla del «seno
materno del Padre»!). No nos ha de extrañar que diccionarios teológicos
recientes dediquen páginas a considerar «lo paterno» y «lo materno» en Dios.
En 1978, el Papa Juan Pablo I sorprendió a muchos con
unas palabras que se recuerdan como el mejor destello de su fugaz pontificado.
Esto es lo que exactamente dijo: «Dios es Padre; más aún, es Madre. No quiere
nuestro mal; sólo quiere hacernos el bien a todos.» Su afirmación no
representaba en realidad novedad especial. Un teólogo tan poco sospechoso de
«feminismo» como san Agustín se
expresó así desde la cultura de su tiempo: «Dios es Padre porque crea, manda y
gobierna; es Madre porque abriga, alimenta, amamanta y conserva.»
Este tipo de reflexiones no ha de
llevarnos a propugnar algo así como «la religión de la Diosa» (grave error de
algunas corrientes feministas), pero sí, tal vez, a superar el uso obligado y
exclusivo de un lenguaje patriarcal que puede estrechar y empobrecer nuestra
experiencia del Misterio santo de Dios.
Dios está por encima de cualquier
lenguaje humano, pero los nombres que le damos tienen su importancia ya que de
ellos depende, en buena parte, lo que representa para nosotros. Quienes tengan
una visión negativa de lo femenino se resistirán a invocarlo como Madre aunque
lo llamen con toda naturalidad «Roca», «Luz» o «Fuego». A otros, sin embargo,
confiarse a un Dios de entrañas maternales les puede ayudar a vivir una
experiencia más rica y entrañable del Misterio de Dios.
Conozco a alguien que ha
recuperado de forma nueva su confianza en Dios desde que lo invoca como Padre y
como Madre. Esa es la experiencia del salmista que, buscando la paz, se
confiaba a Dios «como un niño en brazos
de su madre» (Salmo 131, 2).
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
6 de junio de 1993
PENSAR A
DIOS
Que
tengan vida eterna.
No pocos cristianos se
representan a Dios como un ser celestial más o menos indefinido. Aunque afirman
creer en Dios «Padre, Hijo y Espíritu Santo», apenas les dice nada esta manera
trinitaria de pensar a Dios. Les parece una especie de «teorema divino» de carácter
abstracto y poco útil. Si fuera eliminado, no lo echarían en falta.
Sin embargo, para un verdadero
cristiano, nada hay tan vital y de consecuencias tan hondas como la fe en un
Dios Trinidad cuya imagen llevamos impresa en nuestro mismo ser y en cuyo
misterio alcanzaremos nuestro verdadero destino.
En contraposición con otras
grandes religiones de la humanidad, la fe cristiana no piensa a Dios como el
Absoluto cuya existencia es pura contemplación de sí mismo. Un Dios
autosuficiente, vuelto hacia sí mismo, ocupado en la contemplación de su propia
perfección, misterio fascinante de soledad infinita.
La manera cristiana de pensar a
Dios sigue una dirección diferente. Dios no es autocomplacencia solitaria, sino
amor compartido, vida diferenciada. Dios es misterio de comunicación, fuente
eterna de donde brotan vida y amor infinitos.
Dios no es soledad narcisista,
sino dinamismo de amor en toda su riqueza. Dios, en su realidad más profunda,
es «amar» y «dejarse amar», es «dar amor» y «recibir amor», es «donación» y es
«acogida». Para la fe cristiana, Dios es Misterio en el que se hace realidad de
manera infinita este doble movimiento del amor.
Esta manera de pensar a Dios es
determinante para la concepción cristiana del ser humano, pues, según ésta, el
hombre es imagen de Dios, quien, al comunicar el ser a su criatura, le imprime
el dinamismo de su amor trinitario.
Por eso, creado a imagen de Dios Padre, fuente de amor, el hombre está
hecho para amar; no se saciará nunca encerrándose en sí mismo, sólo será feliz
en la entrega amorosa. Creado a imagen de Dios Hijo, el hombre está llamado a recibir amor, y quien no sepa
dejarse amar no será nunca verdadera y plenamente humano. Llevando en su mismo
ser la impronta del Espíritu de Dios,
el hombre está llamado a vivir la vida como misterio de comunión, creciendo y
desarrollándose en el amor interpersonal.
Amar no es, pues, simplemente un
mandato moral. El amor es lo que le constituye al hombre en su verdad más
profunda. Por el contrario, una cultura narcisista, insolidaria y egoísta aleja
a la humanidad de su verdadero ser.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
10 de junio de 1990
LA DANZA
DE DIOS
Que tengan vida eterna...
No creo equivocarme mucho al
pensar que bastantes arrinconan a Dios porque lo encuentran triste y aburrido.
Más de un joven repetiría hoy en el fondo de su alma las conocidas palabras de F.
Nietzsche: «Yo creería únicamente en un Dios que supiera bailar».
Lo que probablemente desconocía Nietzsche
y desconocen los jóvenes de hoy es que, hace ya bastantes siglos, teólogos
cristianos intuyeron a Dios como «danza gozosa de amor».
Concretamente, para expresar la
comunión de vida y la expansión de amor y ternura que acontece en el Dios
trinitario, los Padres griegos acuñaron un término técnico, «pericoresis», que
evoca la danza de la Trinidad.
La «pericoresis» trata de
sugerir el movimiento eterno de amor con el que vibran las personas divinas, la
vida que circula entre ellas, el abrazo de amor en el que se entrelazan.
En la Trinidad todo es fiesta de
amor, coreografía divina de belleza y júbilo transparente, comunicación gozosa
de vida. Con razón decía el gran teólogo suizo K. Barth: «La Trinidad de
Dios es el misterio de su belleza. Negarla es tener un Dios sin resplandor, sin
alegría (¡y sin humor!), un Dios sin belleza».
Ninguna filosofía ni religión ha
tenido jamás la idea de «introducir » el diálogo amoroso, la danza armoniosa,
el abrazo cariñoso en Dios.
Entre ese misterio insondable de
la Trinidad y nuestra vida cotidiana, penetrada toda ella, lo confesemos o no,
por el deseo de amar y ser amados, hay un parentesco profundo. Somos «imagen de
Dios». Estructurados desde lo más hondo de nuestro ser por la vida de la
Trinidad. Llamados a ser vestigio humilde pero real de ese amor infinito.
En el fondo de toda ternura, en
el interior de todo encuentro amistoso, en la solidaridad desinteresada, en el
deseo último enraizado en la sexualidad humana, en la entraña de todo amor,
siempre vibra el amor infinito de Dios.
Por eso, la vida del ser humano
no tiene sentido sin amor. Para el hombre o la mujer, vivir significa dar,
acoger y compartir vida. Vivir, en último término, es entrar en esa danza
misteriosa de Dios y dejar circular su vida en nosotros.
Siempre que tratamos de encerrar
a Dios en imágenes y conceptos que no pueden reflejar su «danza trinitaria»,
estamos desfigurando a Dios. Siempre que vivimos sin que se pueda percibir en
nuestra vida el sabor y la alegría de Dios, estamos destruyendo en nosotros su
imagen.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
14 de junio de 1987
EL
SECRETO DE DIOS
Que
tengan vida eterna.
Los grandes teólogos siempre han
sido conscientes de que su lenguaje y precisiones técnicas sólo pueden acercar
al hombre a Dios si van acompañados de una experiencia interior. Lo importante
no es discurrir sino saborear.
Sucede aquí como con el vino.
Puede un estudioso investigar todo lo que los filósofos, literatos y poetas han
dicho sobre el vino. Pero, ¿qué sabe del vino al lado de aquel que lo bebe y
saborea diariamente?
El misterio insondable de la
Trinidad desborda infinitamente nuestra inteligencia y, sin embargo, no es algo
totalmente extraño a ciertas experiencias de nuestra vida ordinaria.
Quien quiera intuir, aunque sea
de manera débil e imperfecta, el secreto de Dios y saborear su misterio
trinitario puede partir de una experiencia de amistad o amor verdaderos.
La razón es sencilla. Estamos
creados a imagen de un Dios que es amor trinitario. Por eso, cuando
experimentamos el deseo de amar y ser amados o saboreamos el gozo del amor
sincero, allí se nos está ofreciendo el mejor punto de partida para vislumbrar
ese amor insondable que constituye el misterio de la Trinidad.
Cuando dos seres aciertan a
amarse sinceramente, salen del anonimato de la muchedumbre, se encuentran como
personas y comienzan a vivir una experiencia nueva en la que pueden ser
atraídos hacia el corazón mismo de Dios.
Si saben purificar su amor de
posesividad, egoísmos y celos, aprenderán lo que es darse y recibir, entregarse
y acoger, y, en ese intercambio recíproco de amor, podrán captar, aunque sea de
manera oscura, el movimiento mismo del amor intratrinitario.
Si ahondan en su experiencia,
descubrirán que en el fondo de su amor hay algo más que el amor que ellos
mismos se pueden intercambiar. De alguna manera, podrán gustar el amor infinito
de Dios del que hemos nacido y hacia el que caminamos todos.
En su humilde experiencia de amor
o amistad podrán intuir la fuente oculta y misteriosa de la que provenimos y
podrán saborear ya la dicha desbordante para la que hemos sido creados y a la
que estamos destinados.
Esta fiesta de la Trinidad
debería recordarnos que todo amor verdadero, por humilde que sea, tiene en su
interior «sabor de Dios”. Por eso, los matrimonios cristianos y los amigos y
amigas creyentes pueden gustar y celebrar el misterio del Dios trinitario en el
fondo mismo de su corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
17 de junio de 1984
LA INTIMIDAD
DE DIOS
Tanto amó
Dios al mundo...».
Si por un imposible, la Iglesia
dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿ cambiaría en algo la existencia de
muchos creyentes? Probablemente, no.
Por eso queda uno sorprendido
ante la confesión del P. Varillon:
«Pienso que si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo... En
cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada».
La inmensa mayoría de los
cristianos no sabe que al adorar a Dios como Trinidad, estamos confesando que
Dios, en su intimidad más profunda, es sólo amor, acogida, ternura.
Es quizás la conversión que más
necesitan: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios
adorado gozosamente como Amor.
Dios no es un ser «omnipotente y
sempiterno» cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano
destructor, un dictador arbitrario. Una amenaza para nuestra pequeña y débil
libertad.
¿Podríamos confiar en un Dios del
que sólo supiéramos que es Omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien
infinitamente poderoso. Es mejor desconfiar, ser cautos, salvaguardar nuestra
independencia.
Pero Dios es Trinidad. Dinamismo
de amor. Y su omnipotencia es la omnipotencia de quien sólo es amor, ternura
insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es omnipotente.
Dios no lo puede todo. Dios no
puede sino lo que puede el amor infinito. Y siempre que lo olvidamos y nos
salimos de la esfera del amor, nos fabricamos un Dios falso, una especie de
Júpiter extraño que no existe.
Cuando no hemos descubierto
todavía que Dios es sólo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el
interés o el miedo. Un interés que nos mueve a utilizar su omnipotencia para
nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase de medios para
defendernos de su poder amenazador.
Pero una religión hecha de
interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe
cristiana.
Sólo cuando uno intuye desde la
fe que Dios es sólo AMOR y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino
AMOR presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer
libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del que lo único que
sabemos en Cristo es que no puede no amarnos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
14 de junio de 1981
NUESTRO
DIOS
El que
cree en él, no será condenado.
Los hombres han tendido siempre a
identificar a Dios con la imagen que de él se crean. Voltaire lo decía ya con su acostumbrada ironía: «Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza, y el hombre le ha pagado con la misma moneda».
Y sin embargo, nuestra «imagen»
personal de Dios no se identifica nunca con su realidad profunda, ni debe
interponerse o impedir nuestra búsqueda sincera del Dios vivo.
Los creyentes no somos siempre
conscientes de que ninguna imagen tallada por nosotros en madera, en conceptos
o palabras puede expresar adecuadamente la realidad última de Dios.
Nuestras «imágenes» hay que
tomarlas siempre como camino y estímulo para seguir caminando al encuentro de
Dios como realidad fundamental desde
donde cobra sentido toda nuestra vida. Tenía razón Teilhard cuando decía que los místicos son los más realistas de los
hombres.
La postura de las primeras
comunidades cristianas no fue tanto el indagar la esencia de Dios cuanto el
descubrir y vivir todo lo que Dios puede ser para el hombre.
Hace unos años el gran teólogo
francés I. Congar hacía esta
afirmación: «Tal vez la mayor desgracia del catolicismo moderno es haberse
convertido en teología y catequesis sobre el «en sí» de Dios y la religión, sin
insistir al mismo tiempo sobre la dimensión que todo ello encierra para el
hombre».
Y ciertamente se puede constatar
en la historia última de la teología una tendencia, a veces extrema, a intentar
penetrar en el «misterio» de Dios, sin preocuparse demasiado de lo que ese Dios
puede y debe ser para el hombre.
Y, sin embargo, lo más importante
no es investigar «el mundo intra-trinitario» de Dios que «supera todo
conocimiento», sino el descubrir lo que significa para nosotros el creer en un
Dios que es trinidad.
Aprender a vivir en el horizonte
de un Dios que es amor infinito de Padre,
y descubrir, como acertadamente escribe X.
Zubiri, que «el hombre consiste en estar viniendo de Dios».
Aprender a vivir siguiendo a
Jesús, el Hijo de Dios y descubrir
que la verdadera postura en la vida es la actitud filial ante Dios y la actitud
fraterna ante los hombres.
Aprender a vivir guiados por el Espíritu de Dios que nos invita a
caminar siempre por caminos de verdad, amor, justicia y paz.
José Antonio Pagola
Para
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