Homilias de José Antonio Pagola
Para leer, compartir, bajarse o imprimir las homilias de José Antonio Pagola del domingo haz "clic" sobre el título del domingo, o haz "clic" sobre Ciclo A, Ciclo B o Ciclo C, en el menú superior para leer las homilias de cada ciclo.
¡Volver a Jesús! Retomar la frescura inicial del evangelio.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
No dejes de visitar la nueva página de VÍDEOS DE LAS CONFERENCIAS DE JOSÉ ANTONIO PAGOLA .
------------------------------------------------------------------------------------------------------------
18 de mayo de 2014
5º domingo de Pascua (A)
EVANGELIO
Yo soy el camino, y la verdad,
y, la vida.
+ Lectura del santo evangelio
según san Juan 14, 1-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho
que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os
llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo
voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice:
-«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde:
-«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino
por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo
conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice:
-«Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica:
-«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien
me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al
Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os
digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo
hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a
las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo
hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2013-2014 -
18 de mayo de 2014.
EL CAMINO
Al final de la última cena, los
discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La
salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro lo negará muy pronto, las
palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos
desconcertado y abatidos. ¿Qué va ser de ellos?
Jesús capta su tristeza y su
turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le
espera, Jesús trata de animarlos:”Que no se turbe vuestro corazón; creed en
Dios y creed también en mí”. Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús
les hace esta confesión: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al
Padre, sino por mí”. No lo han de olvidar nunca.
“Yo soy el camino”. El problema
de no pocos no es que viven extraviados o descaminados. Sencillamente, viven
sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil
caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.
Y, ¿qué puede hacer un hombre o
una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde
puede acudir? Si se acerca a Jesús, lo que encontrará no es una religión, sino
un camino. A veces, avanzará con fe; otras veces, encontrará dificultades;
incluso podrá retroceder, pero está en el camino acertado que conduce al Padre.
Esta es la promesa de Jesús.
“Yo soy la verdad”. Estas
palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. No todo se
reduce a la razón. La teoría científica no contiene toda la verdad. El misterio
último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El
ser humano ha de vivir ante el misterio último de la realidad.
Jesús se presenta como camino que
conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie
con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción
respetuosa. Jesús es el camino que nos puede abrir a su Bondad.
“Yo soy la vida”. Jesús puede ir
transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado
de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde el
mismo fondo de nuestro ser, nos infunde un germen de vida nueva.
Esta acción de Jesús en nosotros
se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo
intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la
certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama,
todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si
no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2010-2011 -
22 de mayo de 2011
NO OS
QUEDÉIS SIN JESÚS
Al final de la última cena Jesús
comienza a despedirse de los suyos: ya no estará mucho tiempo con ellos. Los
discípulos quedan desconcertados y sobrecogidos. Aunque no les habla
claramente, todos intuyen que pronto la muerte les arrebatará de su lado. ¿Qué
será de ellos sin él?
Jesús los ve hundidos. Es el
momento de reafirmarlos en la fe enseñándoles a creer en Dios de manera
diferente: «Que no tiemble vuestro
corazón. Creed en Dios y creed también en mí». Han de seguir
confiando en Dios, pero en adelante han de creer también en él, pues es el
mejor camino para creer en Dios.
Jesús les descubre luego un
horizonte nuevo. Su muerte no ha de
hacer naufragar su fe. En realidad, los deja para encaminarse hacia el misterio
del Padre. Pero no los olvidará. Seguirá pensando en ellos. Les preparará un
lugar en la casa del Padre y un día volverá para llevárselos consigo. ¡Por fin
estarán de nuevo juntos para siempre!
A los discípulos se les hace
difícil creer algo tan grandioso. En su corazón se despiertan toda clase de
dudas e interrogantes. También a nosotros nos sucede algo parecido: ¿No es todo
esto un bello sueño? ¿No es una ilusión engañosa? ¿Quién nos puede garantizar
semejante destino? Tomás, con su sentido realista de siempre, sólo le hace una
pregunta: ¿Cómo podemos saber el camino
que conduce al misterio de Dios?
La respuesta de Jesús es un
desafío inesperado: «Yo soy el camino, la verdad y
la vida». No se conoce en la historia de
las religiones una afirmación tan audaz. Jesús se ofrece como el camino que
podemos recorrer para entrar en el misterio de un Dios Padre. El nos puede
descubrir el secreto último de la existencia. El nos puede comunicar la vida
plena que anhela el corazón humano.
Son hoy muchos los hombres y
mujeres que se han quedado sin caminos hacia Dios. No son ateos. Nunca han
rechazado de su vida a Dios de manera consciente. Ni ellos mismos saben si
creen o no. Sencillamente, han dejado la Iglesia porque no han encontrado en
ella un camino atractivo para buscar con gozo el misterio último de la vida que
los creyentes llamamos "Dios".
Al abandonar la Iglesia, algunos
han abandonado al mismo tiempo a Jesús. Desde estas modestas líneas, yo os
quiero decir algo que bastantes intuís. Jesús es más grande que la Iglesia. No
confundáis a Cristo con los cristianos. No confundáis su Evangelio con nuestros
sermones. Aunque lo dejéis todo, no os quedéis sin Jesús. En él encontraréis el
camino, la verdad y la vida que nosotros no os hemos sabido mostrar. Jesús os
puede sorprender.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2007-2008 - Recreados por
Jesús
20 de abril de 2008
SABEMOS
EL CAMINO
Ya sabéis
el camino.
Sólo habían convivido con él dos
años y unos meses, pero junto a él habían aprendido a vivir con confianza.
Ahora, al separarse, Jesús lo quiere dejar bien grabado en sus corazones: «No os turbéis. Creed en Dios. Creed también
en mí». Es su gran deseo.
Jesús comienza entonces a
decirles palabras que nunca han sido pronunciadas así en la tierra por nadie: «Voy a prepararos sitio en la casa de mi
Padre». La muerte no va a destruir nuestros lazos de amor. Un día estaremos
de nuevo juntos. «Y adonde yo voy, ya
sabéis el camino».
Los discípulos le escuchan
desconcertados. ¿Cómo no van a tener miedo? Si hasta Jesús que había despertado
en ellos tanta confianza les va a ser arrebatado enseguida de manera injusta y
cruel. Al final, ¿en quién podemos poner nuestra esperanza última?
Tomás interviene para poner
realismo: «Señor, no sabemos adónde vas.
¿Cómo podemos saber el camino?». Jesús le contesta sin dudar: «Yo soy el camino que lleva al Padre».
El camino que conduce desde ahora a experimentar a Dios como Padre. Los demás
no son caminos. Son evasiones que nos alejan de la verdad y de la vida. Esto es
lo fundamental: seguir los pasos de Jesús hasta llegar al Padre.
Felipe intuye que Jesús no está
hablando de cualquier experiencia religiosa. No basta confesar a un Dios
demasiado poderoso para sentir su bondad, demasiado grande y lejano para
experimentar su misericordia. Lo que Jesús les quiere infundir es diferente.
Por eso dice: «Señor, muéstranos al Padre
y nos basta».
La respuesta de Jesús es
inesperada y grandiosa: «Quien me ha
visto a mí, ha visto al Padre». La vida de Jesús: su bondad, su libertad
para hacer el bien, su perdón, su amor a los últimos... hacen visible y creíble
al Padre. Su vida nos revela que en
lo más hondo de la realidad hay un misterio último de bondad y de amor. Él lo
llama Padre.
Los cristianos vivimos de estas
dos palabras de Jesús: «No tengáis miedo
porque yo voy a prepararos un sitio en la casa de mi Padre», «Quien me ve a mí,
está viendo al Padre». Siempre que nos atrevemos a vivir algo de la bondad,
la libertad, la compasión... que Jesús introdujo en el mundo, estamos haciendo
más creíble a un Dios Padre, último fundamento de nuestra esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS
24 de abril de 2005
¿QUÉ ES
EL CRISTIANISMO?
Yo soy el
camino, la verdad y la vida.
Los cristianos de la primera y
segunda generación nunca pensaron que, con ellos, estaba naciendo una religión.
De hecho, no sabían con qué nombre designar a aquel movimiento que iba
creciendo de manera insospechada. Todavía vivían impactados por el recuerdo de
Jesús al que sentían vivo en medio de ellos.
Por eso, los grupos que se reunían
en ciudades como Corinto o Éfeso comenzaron a llamarse «iglesias», es decir, comunidades que se van formando convocadas
por una misma fe en Jesús. En otras partes, al cristianismo lo llamaban «el camino». Un escrito redactado hacia
el año 67 y que se llama Carta a los
hebreos dice que es un «camino nuevo
y vivo» para enfrentarse a la vida. El camino «inaugurado» por Jesús y que hay que recorrer «con los ojos fijos en él».
No hay duda alguna. Para estos
primeros creyentes, el cristianismo no era propiamente una religión sino una
forma nueva de vivir. Lo primero para ellos no era vivir dentro de una
institución religiosa, sino aprender juntos a vivir como Jesús en medio de
aquel vasto imperio. Aquí estaba su fuerza. Esto era lo que podían ofrecer a
todos.
En este clima se entienden bien
las palabras que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Este es el punto de arranque del cristianismo. Cristiano es un hombre o una
mujer que en Jesús va descubriendo el camino más acertado para vivir, la verdad
más segura para orientarse, el secreto más esperanzador de la vida.
Este camino es muy concreto. De
poco sirve sentirse conservador o declararse progresista. La opción que hemos
de hacer es otra. O nos organizamos la vida a nuestra manera o aprendemos a
vivir desde Jesús. Hay que elegir.
Indiferencia hacia los que sufren
o compasión bajo todas sus formas. Sólo bienestar para mí y los míos o un mundo
más humano para todos. Intolerancia y exclusión de quienes son diferentes o
actitud abierta y acogedora hacia todos. Olvido de Dios o comunicación confiada
en el Padre de todos. Fatalismo y resignación o esperanza última para la
creación entera.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2001-2002 – CON FUEGO
28 de abril de 2002
SEGUIR EL
CAMINO DE JESÚS
«Yo soy
el camino, la verdad y la vida».
Los catecismos suelen hablar de
algunas «notas» o atributos que caracterizan a la verdadera Iglesia de Cristo.
Como confesamos en el credo, la Iglesia de Cristo es «una, santa, católica y apostólica». Ciertamente, no podríamos
reconocerla en una Iglesia de comunidades enfrentadas, donde predominara la
injusticia, se excluyera a los demás y se abandonara la fe inicial predicada
por los apóstoles.
Pero hay algo que es previo y no
hemos de olvidar. Una Iglesia verdadera es, ante todo, una Iglesia que «se
parece» a Jesús. Si no tiene algún parecido con él, en esa misma medida estamos
dejando de ser su Iglesia, por mucho que sigamos repitiendo que pertenecemos a
una Iglesia santa, católica y apostólica.
Parecerse a Jesús significa
reproducir hoy su estilo de vida y su manera de ser; encamarse en la vida real
de la gente como se encamaba él; despertar en el corazón de las personas confianza
en Dios y, sobre todo, amar como amaba él. Lo dice Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». La manera de caminar hacia
el Padre es seguir sus huellas.
A la Iglesia se le nota que es de
Jesús si se preocupa de los que sufren, si se arriesga a perder prestigio y
seguridad por defender la causa de los últimos, si ama por encima de todo a los
desvalidos. Si queremos a la Iglesia hemos de preocuparnos de que en ella y
desde ella se ame a la gente como la amaba Jesús.
Una Iglesia donde se quiere a las
personas y se busca una vida más digna y dichosa para todos «se hace notar» en
el mundo de hoy porque eso es precisamente lo que más falta en el mundo: en las
relaciones entre pueblos ricos y pobres, en la economía controlada por los
poderosos, en la sociedad dominada por los fuertes.
Por otra parte, sólo así se hace
la Iglesia creíble. Si no sabemos reproducir hoy el amor de Jesús, es inútil
que tratemos de hacemos creíbles por otros medios. Se verá que somos como
todos: incapaces de regimos sólo por el amor compasivo. No seremos «Iglesia de
Jesús» pues nos faltará el rasgo que mejor lo caracterizó a él. Jesús habrá
dejado de ser para nosotros «el camino,
la verdad y la vida».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR
2 de mayo de 1999
CREERLE A
CRISTO
Yo soy el
camino, la verdad y la vida.
Hay en la vida momentos de
verdadera sinceridad en que, de pronto, surgen de nuestro interior con lucidez
y claridad desacostumbradas las preguntas más decisivas: En definitiva, ¿yo en
qué creo?, ¿qué es los que espero?, ¿en quién apoyo mi existencia?
Ser cristiano es, antes que nada,
creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos encontrado con Él. Por encima de
toda creencia, fórmula, rito, o ideologización, lo verdaderamente decisivo en
la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Ir descubriendo por experiencia
personal, sin que nadie nos lo tenga que decir desde fuera, toda la fuerza, la
luz, la alegría, la vida que podemos ir recibiendo de Cristo. Poder decir desde
la propia experiencia que Jesús es «camino,
verdad y vida».
En primer lugar, descubrirlo como
camino. Escuchar en él la invitación
a andar, a cambiar, avanzar siempre, no establecernos nunca, renovarnos
constantemente, crecer como hombres, ahondar en la vida, construir, hacer la
historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para andar día a día el camino
doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la incredulidad a la fe.
En segundo lugar, encontrar en
Cristo la verdad. Descubrir desde El
a Dios en la raíz y en el termino del amor que los hombres damos y acogemos.
Darnos cuenta, por fin, que el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que
la única verdad es el amor y descubrirlo acercándonos al hombre concreto que
sufre y es olvidado.
En tercer lugar, encontrar en
Cristo la vida. En realidad, los
hombres creemos a aquel que nos da vida. Por eso, ser cristiano no es admirar a
un líder ni formular una confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo
vivo y capaz de hacernos vivir.
Jesús es «camino, verdad y vida». Es otro modo de caminar por la vida. Otra
manera de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y
otra generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz. Otra energía.
Otro modo de ser. Otra libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1995-1996 – SANAR LA VIDA
5 de mayo de 1996
ETAPA
DECISIVA
Os
llevaré conmigo.
Llevo un cierto tiempo leyendo
diversos trabajos sobre la llamada «tercera edad». Trato de conocer mejor esa
etapa tan decisiva para el ser humano, pues me parece importante ver cómo puede
la fe cristiana iluminar el atardecer de la vida de los hombres y mujeres de
nuestros días.
Es incontable el número de libros
que ofrecen orientaciones para envejecer sabiamente desarrollando de manera
sana las diversas dimensiones de la vida. Quiero señalar aquí, por su carácter
sencillo y práctico, la colección Para
Mayores de Editorial Popular con títulos como «Envejecer es vivir», «La fuerza de la experiencia», «Alimentarse con
salud».
Sin embargo, no siempre se
atiende a la dimensión religiosa ni a la profunda crisis que puede aflorar en
ese momento de la vida, cuando, sin poder evitarlo, la persona comienza a
hacerse las grandes preguntas de la existencia: ¿Por qué he trabajado tanto?,
¿para qué he vivido?, ¿esto era todo?, ¿qué me espera ahora?
Cada edad tiene su forma propia
de expresión religiosa, y esta última etapa de la vida puede ser un auténtico
regalo de Dios si el creyente sabe reavivar su fe y descubrir todas las
posibilidades que se le ofrecen.
La jubilación es un tiempo propicio
para encontrarse con uno mismo y llegar más al fondo del corazón. Es el momento
de escuchar «llamadas olvidadas» y de poner la atención en lo importante. La
persona ha recorrido ya un largo trecho de su existencia. Conoce mejor su
debilidad y limitaciones. Sabe «lo que da la vida». Ahora llega el momento de
la verdad.
La jubilación puede ser, sobre
todo, un tiempo de encuentro sincero con un Dios Amigo y Salvador. Dios está
ahí, en medio de nuestra vida. Ha estado siempre aunque nosotros hayamos caminado
largos años olvidados de él. Es el momento de confiar en su perdón y escuchar
lo que quiere decirnos en el atardecer de nuestra vida.
Tal vez lo primero que se nos
pide es aprender a abandonarnos en sus brazos. Estar ante él en silencio, sin
hablar mucho, sin pedirle muchas cosas. Sencillamente, estar ante él con fe,
esperando su gracia y su perdón, dándole gracias porque, al final de todo, nos
espera y nos ofrece su salvación.
Qué consolador puede ser para los
creyentes escuchar al final de la vida las palabras de Jesús: «No perdáis la calma, creed en Dios y creed
también en mí... Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo,
para que donde estoy yo estéis también vosotros.» Todos tenemos ya
preparado un lugar en el corazón de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1992-1993 – CON HORIZONTE
9 de mayo de 1993
DEJAR DE
SER CRISTIANO
Yo soy el
camino, la verdad y la vida.
En su último libro, «Identité chrétienne», el teólogo de
Lyon, Henry Burgeois, se hace una
pregunta que no suele ser frecuente, pero que puede arrojar luz sobre la
actitud y el comportamiento de no pocos ante el cristianismo: ¿Cómo se deja de
ser cristiano?
Sin duda, el camino más frecuente
es el abandono de todo aquello que puede nutrir y reavivar la fe. Poco a poco,
privada de su verdadero alimento, la fe se va extinguiendo. Estas personas dan
sus razones: «No tengo tiempo para esas cosas», «la religión no me dice nada»,
«yo tengo mi fe», «yo creo en el amor y en la dignidad de la persona». Muchos
de ellos se siguen llamando «cristianos» y, sin duda, su postura es respetable.
Pero en su corazón no hay propiamente fe evangélica.
Otros dejan de ser cristianos
porque la fe de su infancia se les ha quedado corta y pequeña. No ha ido
creciendo a medida que crecía la persona. Es normal que esa «representación
infantil» de la religión, que todavía permanece en sus recuerdos, no les sirva
para dar sentido y orientación a sus vidas de adultos. Muchas de estas personas
abandonan la fe cristiana sin haberla conocido y experimentado como adultos.
Otros dejan el cristianismo
porque se han visto maltratados por la vida y ya no creen en nada ni en nadie;
sus heridas son demasiado dolorosas para que puedan vivir una relación serena
con Dios. Otros se sienten decepcionados o escandalizados por actuaciones y
posiciones de la Iglesia o de los cristianos. Y, aunque es cierto que no hay
que confundir nunca a Dios con la Iglesia ni a los creyentes con la fe, para
ellos es motivo suficiente para abandonarlo todo.
Hay también quienes dejan de ser
cristianos presionados por el ambiente general. Su
fe no es lo suficientemente fuerte como para soportar la coacción social:
«todavía vas a misa?», «aun no estás liberado?», «sigues creyendo en esas
fábulas? La fe de estas personas queda como «reprimida» en su interior.
Sencillamente se limitan a hacer «lo que hacen otros».
Sin duda, son múltiples los
factores y circunstancias que condicionan el itinerario religioso de cada
persona; lo importante es buscar sinceramente y mantenerse abierto al Misterio.
Hace ya años que aquel gran cristiano que fue Emmanuel Mounier denunciaba que
«hay un ateísmo confortable como hay un cristianismo confortable». ¿Cuál es el
verdadero camino? El Evangelio nos recuerda las palabras de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie
va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.»
José Antonio Pagola
HOMILIA
1989-1990 – NUNCA ES TARDE
13 de mayo de 1990
NO
DESTRUIR LA VIDA
Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Entre nosotros se habla mucho de
violencia, pero no siempre se ahonda en las raíces de donde brotan ciertas
formas de violencia y destructividad propias de la sociedad actual.
Hay un tipo de violencia cuya
principal raíz es la frustración. Cuando una persona se siente frustrada en sus
aspiraciones más hondas hasta el punto de no poder ya creer en el amor, la
amistad o la justicia, es fácil que en su corazón crezca la hostilidad y el
rechazo.
El desengaño puede conducir al
odio a la vida. Esa persona necesita demostrar que la sociedad es despreciable,
que todo está mal, los hombres son malos, uno mismo es malo.
Entonces repudia las ideas y los
valores, maltrata a las personas, destroza las cosas, se destruye a sí mismo.
Por este camino se puede llegar al suicidio síquico y hasta físico.
Hay otra violencia que es
resultado de una vida vacía, mutilada, no vivida. El ser humano no tolera la
vaciedad. Necesita dar sentido a su vida, dejar huella en el mundo, hacerse
sentir. Y si no puede crear vida, la destruye.
Para crear vida, se necesita
ilusión, estímulo, trabajo, dedicación. Para destruirla, basta sólo una cosa,
usar la fuerza. Entonces la persona se afirma a sí misma y se siente alguien
destruyendo, maltratando, haciendo daño.
Reconocidos sicólogos nos advierten
también de una tendencia patológica que parece extenderse hoy en algunos
sectores de la sociedad, y es el amor a lo muerto, la «necrofilia». E. Fromm
no duda en considerarla un grave «síndrome de decadencia».
Cuando no se encuentra un sentido
hondo a la vida, puede crecer en la persona la atracción por lo muerto, lo
inanimado. Fascinan más las máquinas o los coches que las mismas personas. Lo
mecánico atrae más que los seres vivos. Se ama la noche más que la luz del día.
Se busca el ruido y la agitación,
y no tanto la creatividad y el crecimiento interior. Poco a poco la vida «se
exterioriza». La alegría de vivir es sustituida por la frialdad del
funcionamiento. Las preguntas clave son éstas: ¿ya funcionas? ¿cómo va tu
cuerpo? ¿funciona vuestro matrimonio?
Pero el hombre no es una máquina.
Lo sepa o no, el ser humano necesita vivirse a sí mismo y vivir la vida entera
hasta su última hondura y verdad.
Para no verse perdido y
desorientado, necesita conocer el camino. Saber hacia dónde ha de
orientar sus energías, su vitalidad, su capacidad creadora.
Para amar la vida, para
construirla día a día, la persona necesita un horizonte, una esperanza final.
Esto es precisamente lo que el
cristiano va descubriendo en Aquel cuyas palabras recordamos todavía hoy: «
Yo soy el camino, la verdad y la vida».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
17 de mayo de 1987
SIN
CAMINO
Yo soy el
camino.
El problema de muchas personas no
consiste en vivir extraviadas o descaminadas, sino en algo más profundo y
trágico. Sencillamente, viven sin camino.
Son personas que, tal vez, se
mueven mucho, hablan, se agitan, trabajan, se organizan. Se las ve siempre
corriendo pero, en realidad, no van a ninguna parte.
Viven girando siempre en torno a sí
mismas y a sus pequeños intereses. Su
vida es pura repetición. No conocen la alegría del que se renueva y crece. Van
añadiendo años a su vida pero no saben infundir vida a sus años.
O lo que es todavía más triste. Su vida se reduce a andar y desandar cada día los
mil caminos que les van marcando las consignas del momento, la propaganda o las
modas de turno.
Encerrados en su propio ego, no
conocen el camino que los acerque al encuentro con los demás. Tal vez tratan
con muchas personas pero ignoran la verdadera amistad o la ternura. Manipulan
con descaro o utilizan a los demás con habilidad, pero rara vez se detienen
ante el misterio del otro.
Se mueven por el mundo, ven los
colores, tocan las cosas, gustan los alimentos, pero no aciertan a descubrir
nunca la presencia del Ser que lo penetra todo. En su pequeño mundo no hay resquicio
alguno para abrirse a Dios.
Hace tiempo que no se encuentran
tampoco consigo mismos. Viven en su epidermis, sin vislumbrar ningún camino
interior para descender al fondo de su ser y descubrir la llamada de la
verdadera vida que busca revelarse y crecer en ellos.
Y ¿qué puede hacer un hombre
cuando descubre que su alma es un inmenso desierto sin caminos? ¿A quién
dirigirse? ¿Hacia dónde caminar?
Aunque, por razones diversas,
hayamos arrinconado de nuestra vida lo religioso como algo inútil y desfasado,
no deberíamos rechazar ligeramente esas palabras enigmáticas e interpeladoras
de Cristo: “Yo soy el camino”.
Tal vez hemos abandonado algo que
ni siquiera hemos llegado a conocer de verdad. Pensábamos que ser cristiano
consistía en confesar unas doctrinas y aceptar unas prácticas. Nos falta
descubrir que Cristo es un camino que hay que recorrer.
El único camino acertado para
vivir intensamente, abiertos a lo más hondo del ser, buscando nuestra propia
verdad, acogiendo la vida hasta su última plenitud.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1983-1984 – BUENAS NOTICIAS
20 de mayo de 1984
ENCONTRARSE
CON CRISTO
Yo soy el
camino, la verdad y la vida.
Hay en la vida momentos de
verdadera sinceridad en que, de pronto, surgen de nuestro interior con lucidez
y claridad desacostumbradas, las preguntas más decisivas: En definitiva, ¿yo en
qué creo? ¿qué es lo que espero? ¿en quién apoyo mi existencia?
Ser cristiano es, antes que nada,
creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos encontrado con él. Por encima
de toda creencia, fórmula, rito, ideologización o interpretación, lo
verdaderamente decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Ir descubriendo por experiencia
personal, sin que nadie nos lo tenga que decir desde fuera, toda la fuerza, la
luz, la alegría, la vida que podemos ir recibiendo de Cristo. Poder decir desde
la propia experiencia que Jesús es «camino,
verdad y vida».
En primer lugar, descubrirlo como
camino. Escuchar en él la invitación a andar, a cambiar, avanzar siempre, no
establecernos nunca, renovarnos constantemente, sacudirnos de perezas y
seguridades, crecer como hombres, ahondar en la vida, construir siempre, hacer
historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para andar día a día el camino
doloroso y al mismo tiempo gozoso que va desde la incredulidad a la fe.
En segundo lugar, encontrar en
Cristo la verdad. Descubrir desde él
a Dios en la raíz y en el término del amor que los hombres damos y acogemos.
Darnos cuenta, por fin, que el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que
la única verdad es el amor. Y descubrirlo acercándonos al hombre concreto que
sufre y es olvidado.
En tercer lugar, encontrar en
Cristo la vida. En realidad, los
hombres creemos a aquel que nos da vida. Ser cristiano no es admirar a un líder
ni formular una confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo vivo y
capaz de hacernos vivir.
A Jesús siempre lo empequeñecemos
y desfiguramos al vivirlo. Sólo lo reconocemos al amar, al rezar, al compartir,
al ofrecer amistad, al perdonar, al crear fraternidad.
A Jesús no lo poseemos. A Jesús
lo encontramos cuando nos dejamos cambiar por él, cuando nos atrevemos a amar
como él, cuando crecemos como hombres y hacemos crecer la humanidad.
Jesús es «camino, verdad y vida».
Es otro modo de caminar por la vida. Otro modo de ver y sentir la existencia.
Otra dimensión más honda. Otra lucidez y otra generosidad. Otro horizonte y
otra comprensión. Otra luz. Otra energía. Otro modo de ser. Otra libertad. Otra
esperanza. Otro vivir y otro morir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1980-1981 – APRENDER A VIVIR
17 de mayo de 1981
VIVIR
Yo soy el
camino, la verdad y la vida.
El cuarto evangelista ha sabido
resumir en términos inolvidables lo que Jesús significaba para las primeras
comunidades creyentes: «Yo soy el camino,
la verdad y la vida».
Los hebreos del desierto sabían
muy bien que uno puede seguir mil caminos diferentes por las áridas tierras del
Arabá y dejarse atraer por mil rastros distintos. Pero, si uno no acierta con
el camino verdadero, puede darse por
hombre muerto.
Los griegos que escuchaban en sus
plazas a los filósofos, oían hablar de verdades muy diferentes a cada uno, de
ellos. Pero, ¿dónde encontrar la verdad?
¿quién puede ayudar a descubrirla?
Los hombres de todos los tiempos
queremos vivir. Vivir más. Vivir mejor. Pero, vivir ¿qué?, vivir ¿para qué?
¿Qué es vivir la vida? ¿Qué hay que hacer para acertar a vivir?
Preguntas tremendamente
elementales y sencillas a las que no es fácil responder.
Uno puede ingenuamente pensar que
vivir es algo que uno lo sabe ya, y que lo único importante es que a uno le
dejen vivir.
Pero la realidad no es tan
sencilla. No se trata de ser un «vividor» ni de ir «tirando la vida». Se trata
de descubrir cuál es la manera más acertada, más humana y más plena de
enfrentarse a una existencia que se nos presenta con frecuencia tan oscura y
enigmática.
En el fondo de toda postura
creyente existen la pretensión de tratar de vivir la vida en toda su
profundidad y radicalidad. Como dice J.
Cardonnel: «Ser cristiano es tener la audacia de ser hombre hasta el final».
No es extraño que los primeros
creyentes hayan entendido la experiencia cristiana como un «nuevo nacimiento» y
hayan hablado del cristiano como de un «hombre nuevo».
Los que hemos recibido la fe como
una herencia transmitida de generación en generación, corremos el riesgo de
vivirla casi por inercia y como costumbre sociológica, sin descubrir que es la
gran aventura de vivir renovándonos constantemente.
Quizás uno se siente cristiano el
día en que puede decir que la fe en Jesucristo le hace vivir de manera nueva.
José Antonio Pagola
Para
ver videos de las Conferencias de José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La publicación de los comentarios requerirán la aceptación del administrador del blog.