Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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28 de julio de 2013
17º domingo Tiempo ordinario (C)
EVANGELIO
Pedid y se os dará.
+ Lectura del santo
evangelio según san Lucas 11,1-13
Una vez que estaba Jesús orando
en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos."
Él les dijo: "Cuando oréis
decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día
nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la
tentación.""
Y les dijo: "Si alguno de
vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle:
"Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y
no tengo nada que ofrecerle."
Y, desde dentro, el otro le
responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos
acostados; no puedo levantarme para dártelos."
Si el otro insiste llamando, yo
os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la
importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla,
y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros,
cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará
una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?"
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
28 de julio de 2013
TRES
LLAMADAS DE JESÚS
“Yo os digo: Pedid y se os dará.
Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá”. Es fácil que Jesús haya pronunciado
estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de
comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Él sabía
aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la
confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.
Curiosamente, en ningún momento
se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo
importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres
que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que
no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús nos
invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices
diferentes. “Pedir” es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo
que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la
paz interior, la salvación. “Buscar” no es solo pedir. Es, además, dar pasos
para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo
el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. “Llamar”
es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en el Padre
es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: “el que pide, está
recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre”. Jesús no
dice que reciben concretamente lo que están pidiendo, que encuentran lo que
andan buscando o que alcanzan lo que gritan. Su promesa es otra: a quienes
confían en él, Dios se les da; quienes acuden a él, reciben “cosas buenas”.
Jesús no da explicaciones
complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de
todos los tiempos. “¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza
de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los
caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a
veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un
escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?
Los padres no se burlan de sus
hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino “cosas
buenas”. Jesús saca rápidamente la conclusión: “Cuánto más vuestro Padre del
cielo dará su Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Para Jesús, lo mejor que
podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento que sostiene y salva nuestra
vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
Año 2010
REAPRENDER
LA CONFIANZA
Quien
pide, recibe.
Lucas y Mateo han recogido en sus
respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy
grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado
mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo
de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.
Probablemente, no siempre reciben
la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es
absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará,
buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo
pues su experiencia es ésta: «quien pide
recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».
Si algo hemos de reaprender de
Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza.
No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos
mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el
comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De
hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de
confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.
«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo
que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus
seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e
indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia
vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es
pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos
puede venir del Padre.
«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar
algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus
seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir
hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no
movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la
cultura moderna.
«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que
nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la
cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que
aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura pre-moderna. Lo
lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús
gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo
actual.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
29 de julio de 2007
PEDIR,
BUSCAR, LLAMAR
Quien
pide, recibe.
En las primeras comunidades
cristianas se recordaban unas palabras de Jesús dirigidas a sus seguidores en
las que les indica en qué actitud han de vivir: «Os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y
se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se
le abre».
No se dice qué pedir, qué buscar
ni adónde llamar. Lo importante es la actitud de vivir pidiendo, buscando y
llamando. Como un poco más tarde, Lucas dice que el Padre «dará su Espíritu Santo a los que se lo piden», parece que lo
primero que hay que pedir, buscar y llamar es el Espíritu Santo de Dios.
«Pedid y se os dará». En la Iglesia se planifica, se
organiza y se trabaja buscando eficacia y rendimiento. Pero, con frecuencia,
sólo contamos con nuestro esfuerzo. No hay sitio para el Espíritu. Ni lo
pedimos ni lo recibimos.
Pedimos vocaciones sacerdotales y
religiosas pensando que es lo que más necesitamos para que la Iglesia siga
funcionando, pero no pedimos vocaciones de profetas, llenos del Espíritu de
Dios, que promuevan la conversión al evangelio.
«Buscad y hallaréis». Con frecuencia, no sabemos
buscar más allá de nuestro pasado. Nos da miedo abrir nuevos caminos. No nos
atrevemos a dar por terminado lo que ya no genera vida y ahogamos nuestra
creatividad para iniciar algo realmente nuevo y bueno.
Sin buscadores es difícil que la
Iglesia encuentre caminos para evangelizar el mundo de hoy. Mientras tanto, los
jóvenes tienen derecho a saber si en la Iglesia nos preocupamos de su futuro y
del mundo nuevo en el que van a tener que vivir.
«Llamad y se os abrirá». Si nadie llama al Espíritu, no
se nos abrirán nuevas puertas. Defenderemos el presente con todas nuestras
fuerzas. Tendremos miedo a los cambios pues si este presente se nos viene
abajo, no hay nada más. Nos falta fe en el Espíritu creador de nueva vida.
Construiremos una Iglesia segura,
defendida de peligros y amenazas, pero será una Iglesia sin alegría y sin aire,
porque nos faltará el Espíritu Santo de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
25 de julio de 2004
NECESITAMOS
ORAR
Quien
pide, recibe.
Quizás la tragedia más grave del
hombre de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Al hombre actual se
le está olvidando lo que es orar. Las nuevas generaciones han abandonado las
prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado la fe de sus
padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y la reflexión interior.
Hasta la hemos excluido prácticamente de nuestra vida.
Pero no es esto lo grave. Parece
que el hombre actual ha ido perdiendo capacidad de silencio interior y de
encuentro sincero consigo mismo y con Dios. Distraído por mil sensaciones,
embotado interiormente, encadenado a un ritmo de vida deshumanizador, está
abandonando la actitud orante ante Dios.
En una sociedad en la que se
acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento y la
utilidad inmediata, la oración queda desvalorizada como algo inútil y poco
importante. Fácilmente se afirma que lo importante es «la vida», como si la
oración perteneciera al mundo de «la muerte».
Y, sin embargo, necesitamos orar.
No es posible vivir con vigor la fe cristiana y la vocación humana,
infraalimentados interiormente. Tarde o temprano la persona experimenta la
insatisfacción que produce en el corazón humano, el vacío interior, la
banalidad de lo cotidiano, el aburrimiento de la vida y la incomunicación con
el misterio.
Necesitamos orar para encontrar
silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro
quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en
medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.
Necesitamos orar para
enfrentarnos valientemente a nuestra propia verdad y ser capaces de una
autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para no desalentarnos en el
esfuerzo de irnos liberando individual y colectivamente de todo lo que nos
impide ser más humanos.
Necesitamos orar para liberarnos
de nuestra propia soledad interior y poder vivir ante un Padre, en actitud más
festiva, agradecida y creadora.
Felices los que también en
nuestros días sean capaces de experimentar en lo más profundo de su ser, la
verdad de las palabras de Jesús: «Quien
pide está recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le esta
abriendo».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
29 de julio de 2001
BUSCADORES
Buscad y
hallaréis.
No son muchos pero son cada día
más. En medio de un ambiente generalizado de indiferencia, hay un grupo de
hombres y mujeres que vuelve a interesarse por Dios. A veces ni ellos mismos
encuentran palabras para explicar lo que viven: se ha despertado en ellos una
inquietud que los llama hacia la fe. En una sociedad aparentemente frívola y
unidimensional, ellos son testigos de una búsqueda espiritual.
No son pocos los obstáculos y
dificultades que han de superar. A veces se sienten extraños incluso entre los
suyos: nadie entiende su inquietud. Otras veces no saben a dónde acudir o con
quién hablar. Apenas conocen la Iglesia, y lo que conocen no les atrae. No
desean ser «recuperados» por nadie. Buscan luz, verdad y paz, pero no saben a
qué puerta llamar.
Lo que buscan no es «volver al
pasado». Muchos de ellos no guardan buenos recuerdos de su experiencia
religiosa. No quieren retomar las creencias y prácticas de otros tiempos. Buscan
algo más auténtico y gozoso. Quieren comprender mejor la fe, pero desean sobre
todo experimentar si Dios tiene fuerza para dar sentido, alegría y esperanza a
la vida. Les atrae más la llamada de Dios que la doctrina de los teólogos.
Sienten necesidad de revisar la
trayectoria de su vida para aprender a creer de otra manera. Intuyen que su
vida cambiará si se sienten a gusto con Dios. Quieren comunicarse con él pero
no saben cómo. Desean conocer mejor a Cristo pero no saben qué camino seguir. A
todos se les nota que quieren empezar desde el principio, «refundar» su fe
sobre bases nuevas y dar una dirección diferente a su vida. Su búsqueda nos
interpela a los que vivimos, tal vez, una religión rutinaria, acostumbrados a
Dios y sordos a su llamada.
Uno de los errores más dañosos
que podemos cometer en la vida es encerrarnos en nuestro pequeño mundo y dejar
de buscar. Hemos de escuchar desde muy dentro las palabras de Jesús: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe; quien busca halla; y al que
llama se le abre».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
26 de julio de 1998
EL PADRE
DEL CIELO
Pedid, y
se os dará.
Cuando los cristianos rezan el Padrenuestro no olvidan que se dirigen a
un Padre “que está en el cielo”. Un
Padre cercano y atento a cada ser humano, pero que no debe ser confundido con
un padre cualquiera. Lo advierte el mismo Jesús: “Uno sólo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23,9). ¿Qué significa
exactamente orar a un Padre que “está en
el cielo”?
En su elemental cosmología los
hebreos concebían el mundo como dividido en tres regiones. Los cielos (samayin), donde habita Dios; la tierra (ha’ares), donde vivimos los humanos; lo
que queda debajo de la tierra, el país poblado por las sombras de la muerte (scheol). Dentro de esta concepción, el
cielo es para el hombre bíblico símbolo de la transcendencia de Dios que no
puede ser encerrado en nuestro pequeño mundo. Así, dice el rey Salomón en la
inauguración del Templo de Jerusalén: “¿Es
posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo ni en lo más alto
del cielo, cuánto menos en este templo que te he construido” (1 Re 8,27).
Por eso, invocar a un Padre “que está en el cielo” es recordar,
antes de nada, que Dios no está ligado en ningún lugar sagrado, no permanece
encerrado en ningún templo ni es propiedad de ninguna religión. En cualquier
momento y desde cualquier lugar, de día y de noche, desde lo alto de una
montaña, desde el banco de una iglesia o desde el lecho de un hospital se
pueden elevar los ojos al cielo para invocarlo como Padre querido.
Por otra parte, rezar al Padre
del cielo es orar al que es Dios de todos, sin exclusión ni discriminación
alguna. El Padre de los que le invocan con fe y de quienes viven de espaldas a
él. El Padre que espera al hijo pródigo que viene de lejos y al hijo mayor que,
aun viviendo en casa, no sabe amar al hermano. El Dios bueno “que hace salir el sol sobre buenos y malos
y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,45).
Todavía hay algo más. Como es
sabido, Jesús tenía la costumbre de orar “elevando
los ojos al cielo”, algo poco frecuente en su época, pues los judíos oraban
dirigiendo su mirada hacia el Templo. Y cuando una mujer samaritana le pregunta
dónde hay que adorar a Dios: si en el Templo judío de Jerusalén o en el
samaritano del monte Garizim, Jesús le contesta: “Ni en este monte ni en Jerusalén… Llega la hora en que los
adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn
4,21-23). En el templo o fuera de él, a Dios se le da culto verdadero cuando
vivimos con espíritu de hijos escuchando con verdad su llamada a ser hermanos.
La oración del Padrenuestro ha
sido recogida de forma diferente en Mateo y en Lucas. Sólo Mateo recuerda desde
el inicio que la oración va dirigida al Padre del cielo. Han hecho bien los
cristianos en seguir esa versión, pues nos sitúa mejor ante el Padre de todos,
el que sólo sabe “dar cosas buenas a sus
hijos”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
30 de julio de 1995
A SOLAS
Buscad y
hallaréis.
Hay algo que no siempre se señala
al estudiar la crisis religiosa de nuestros días. Unos se alejan de la
religión, otros la han reducido al mínimo, no pocos viven una fe apagada. Pero,
con frecuencia, todo esto se está produciendo sin que las personas se planteen
de forma consciente qué actitud quieren adoptar ante Dios y por qué. Se actúa
casi siempre sin criterios ni puntos claros de referencia.
Por otra parte, es fácil observar
que muchas veces se habla de Dios como «de oídas». No hay experiencia personal.
Se olvida, como advierte W. Schmidt,
que «la religión sólo puede captarse con
verdad desde dentro», por lo que tenemos el peligro de hablar de ella «como hablaría un ciego de los colores».
La fe en Dios se puede debilitar
o apagar de muchas maneras, pero sólo conozco un camino para reavivarla: la
oración personal. Ese «ponerse ante Dios»
en silencio y a solas. No sé de nadie que haya vuelto a Dios sin haberlo
escuchado como amigo en el fondo de su ser. La fe se despierta cuando la
persona invoca a Dios, lo busca, lo llama, lo interroga, lo desea. Dios no se
oculta a quien lo busca así. Más aún. Está ya presente en esa búsqueda.
He asistido recientemente a la
VIII Semana de Teología Pastoral, celebrada en Madrid con este tema de fondo: «¿Dónde está Dios? Itinerarios y lugares de
encuentro. » Se han planteado cuestiones de no poco interés para diseñar
una búsqueda de Dios en nuestros tiempos, pero J. Martín Velasco ha recordado una vez más lo que con tanta fuerza
subraya en su último libro «La
experiencia cristiana de Dios» (E. Trotta, 1996), que recomiendo vivamente
a quienes andan buscando a Dios: «Sin
oración personal, resulta extraordinariamente difícil hacer la experiencia de
Dios en las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria.
»
En esta oración personal se
produce, según el prestigioso teólogo,
«una cierta ruptura de nivel» que permite al sujeto vivir una experiencia
diferente, que está más allá de otras vivencias centradas en la utilidad, la
posesión, el interés económico, que constituyen la vida ordinaria. En esta
oración, la persona «se coloca ante Dios».
Esto es lo decisivo. El corazón de toda religión. Quien la ha conocido termina
diciendo como Job: «Hasta ahora hablaba
de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos» (Job 42, 5).
No hemos de olvidar las conocidas palabras de
Jesús: «Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca,
halla; y al que llama se le abrirá. » Hay muchos caminos para encontrarse
con Dios, pero ninguno tan decisivo como la oración. La fe se despierta
hablando a solas con él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
26 de julio de 1992
“PADRE
NUESTRO”
Cuando
oréis, decid: Padre…
Del “Padre nuestro” se ha dicho
todo. Es la oración por excelencia. El mejor regalo que nos ha dejado Cristo.
La invocación más sublime a Dios, pronunciada jamás por labios humanos. Y, sin
embargo, repetida una y otra vez por los cristianos, puede convertirse en rezo rutinario. Palabras que se repiten
mecánicamente sin elevar el corazón a Dios.
Por eso, es bueno que nos
detengamos de vez en cuando a reflexionar sobre esta oración en la que se
encierra toda la vida de Jesús. Pronto
nos daremos cuenta de que sólo pueden rezar el “Padre nuestro” quienes viven
con su Espíritu.
“Padre nuestro”. Es el primer grito que brota
del corazón humano cuando el hombre vive habitado, no por el miedo y el temor a
Dios, sino por una confianza plena en su amor creador. Un grito en plural, al
que es Padre de todos. Una invocación que nos enraíza en la fraternidad
universal y nos hace responsables ante todos los hombres.
“Santificado sea tu Nombre”. Esta primera petición no
es una más. Es el alma de toda esta oración de Jesús, su objetivo y su
aspiración suprema. Que el “Nombre de Dios, es decir, su misterio insondable,
su amor y su fuerza salvadora se manifiesten
en toda su gloria y su poder. Y esto dicho no desde la pasividad o la
indiferencia, sino desde el deseo y el compromiso de configurar nuestra propia
vida desde esa aspiración de Jesús.
“Venga tu Reino”. Que no reinen en el mundo la
violencia y el odio destructor. Que reine Dios y su justicia. Que no reine el
Primer Mundo sobre el Tercero, los europeos sobre los africanos, los poderosos
sobre los débiles. Que no domine el varón a la mujer, ni el rico al pobre. Que
se adueñe del mundo la verdad. Que se abran caminos a la paz, al perdón y a la
verdadera liberación.
“Hágase tu voluntad”. Que no encuentre tanto
obstáculo y resistencia en nosotros. Que la humanidad entera obedezca a la
llamada de Dios que, desde el fondo de la vida, invita al hombre a su verdadera
salvación. Que mi vida sea hoy mismo búsqueda de esa voluntad de Dios.
“Danos el pan de cada día”. El pan y todo lo que
necesitamos para vivir de manera digna, no sólo los del Primer Mundo, sino
todos los hombres de la Tierra. Y esto dicho no desde el egoísmo acaparador o
el consumismo irresponsable, sino desde la voluntad de compartir más lo nuestro
con los necesitados.
“Perdónanos”. El mundo necesita el perdón de Dios. Los
hombres sólo podemos vivir pidiendo perdón y perdonando. Sólo quien renuncia a
la venganza desde una actitud abierta de perdón puede hacerse cada día más
humano.
“No nos dejes caer en la tentación”. No se
trata de las pequeñas tentaciones de cada día, sino de la gran tentación de
abandonar a Dios, olvidar el evangelio de Jesucristo y seguir un camino
equivocado. Este grito de socorro queda resonando en nuestra vida. Dios está
con nosotros frente a todo mal.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
30 de julio de 1989
APRENDER
A ORAR
Buscad y
hallareis.
Probablemente bastantes creyentes
hemos vivido en nosotros mismos la triste experiencia del abandono de la
oración, que describe P. Guilbert con
conmovedora sinceridad en su libro: “La
prière retrouvée.”
Casi sin darnos cuenta, hemos
llenado nuestra vida de cosas, actividad y preocupaciones, vaciándonos
interiormente de muchas maneras y evadiéndonos calladamente de Dios.
Siempre tenemos otra cosa más
importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando
uno tiene tantas cosas en que ocuparse?
Y hemos terminado por “vivir
bastante bien” sin necesidad alguna de orar. Tal vez, alguna nostalgia de vez
en cuando, pero cada vez más apagada e ineficaz.
¿Es posible salir de esa
mediocridad en que uno se ha ido instalando poco a poco a lo largo de los años?
¿Es posible experimentar en nuestra propia vida que son verdaderas las palabras
de Jesús: “Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”?
Tal vez, lo primero que nos pide
es decir interiormente un “sí” a Dios. Un “sí” pequeño, humilde, minúsculo, que
aparentemente no cambia todavía en nada nuestra vida, pero que nos pone a la
búsqueda de Dios.
Probablemente, la experiencia nos
dice que lo hemos intentado muchas veces y que siempre hemos vuelto a nuestra mediocridad
anterior.
De ahí la necesidad de una
oración sincera: “No me puedo apoyar en mi fidelidad a Dios pues la experiencia
me dice que no soy fiel. Señor, me abandono a tu fidelidad. Enséñame a orar”.
Una oración como ésta es siempre
escuchada. Lo importante es ser sincero. No huir. Buscar a Dios más allá de
métodos, libros, oraciones y frases. Repetir de manera sencilla esas oraciones
que las gentes hacían a Jesús: “Señor, que vea”, “Señor, ten compasión de mí
que soy pecador”, “Señor, creo, pero aumenta mi fe”.
Tal vez más de uno se diga a si
mismo: Pero, ¿a qué conduce todo esto? ¿No es todo esto hablar en el vacío y
engañarnos ingenuamente a nosotros mismos?
Ciertamente, no vemos a Dios ni
oímos su voz ni sentimos sus manos. Simplemente le buscamos y nos abrimos a su
presencia en una actitud semejante a la de Charles
Foucauld: “Dios mío, si existes, enséñame a conocerte”.
Ese Dios no suprime nuestros
sufrimientos ni resuelve nuestros problemas, pero “una cura de oración” nos
puede ofrecer la paz y la luz que necesitamos para situar las cosas en sus
verdaderas dimensiones y dar a nuestra vida su verdadero sentido.
Pero Dios no es una conquista
sino un regalo. “Quien busca lo halla y al que llama se le abre”.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
27 de julio de 1986
APRENDER
EL PADRE NUESTRO
Cuando
oréis decid:…
Hemos recitado tantas veces el
Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan apresurada y artificial, que
hemos terminado, a veces, por vaciarlo de su sentido más hondo.
Se nos olvida que esta oración
nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor recoge lo que él vivía en
lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de sus verdaderos
discípulos.
De alguna manera, ser cristiano
es aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por eso, en las primeras
comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio reservado
únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.
Quizás, necesitamos “aprender” de
nuevo el Padrenuestro. Hacer que esas palabras que pronunciamos tan
rutinariamente, nazcan con vida nueva en nosotros y enraícen en nuestra
existencia.
He aquí algunas sugerencias que
pueden ayudarnos a comprender mejor las palabras que pronunciamos y a dejarnos
penetrar por su sentido.
Padre nuestro que estás en los cielos. Dios no
es en primer lugar nuestro Juez y Señor y, mucho menos nuestro Rival y Enemigo.
Es el Padre que desde el fondo de la vida, escucha el clamor de sus hijos.
Y es nuestro, de todos. No soy yo el que reza a Dios. Aislados o juntos,
somos nosotros los que invocamos al Dios y Padre de todos los hombres.
Imposible invocarle sin que crezca y se ensanche en nosotros el deseo de
fraternidad.
Está en los cielos como lugar abierto, de vida y
plenitud, hacia donde se dirige nuestra mirada en medio de las luchas de cada
día.
Santificado sea tu Nombre. El único nombre que no es un
término vacío. El Nombre del que viven los hombres y la creación entera.
Bendito, santificado y reconocido sea en todas las conciencias y allí donde
late algo de vida.
Venga a nosotros tu Reino. No pedimos ir nosotros cuanto
antes al cielo. Gritamos que el Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y
se establezca un orden nuevo de justicia y fraternidad donde nadie domine a
nadie sino donde el Padre sea el único Señor de todos.
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. No
pedimos que Dios adapte su voluntad a la nuestra. Somos nosotros los que nos
abrimos a su voluntad de liberar y hermanar a los hombres.
El pan de cada día dánosle hoy. Confesamos con gozo
nuestra dependencia de Dios y le pedimos lo necesario para vivir, sin pretender
acaparar lo superfluo e innecesario que pervierte nuestro ser y nos cierra a
los necesitados.
Perdónanos nuestras deudas, egoísmos e injusticias pues
estamos dispuestos a extender ese perdón que recibimos de Ti a todos los que
nos han podido hacer algún mal.
No nos dejes caer en la tentación de
olvidar tu rostro y explotar a nuestros hermanos. Presérvanos en tu seno de
Padre y enséñanos a vivir como hermanos.
Y líbranos del mal. De todo mal. Del mal que
cometemos cada día y del mal del que somos víctimas constantes. Orienta nuestra
vida hacia el Bien y la Felicidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
24 de julio de 1983
SE NOS
ESTA OLVIDANDO ORAR
Quien
pide, recibe.
Quizás la tragedia más grande del
hombre de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Al hombre actual se
le está olvidando lo que es orar.
Las nuevas generaciones hemos
abandonado las prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado
la fe de nuestros padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y la
reflexión interior. Hasta la hemos excluido prácticamente de nuestra vida.
Pero no es esto lo grave. Parece
que el hombre actual ha ido perdiendo capacidad de silencio interior y de
encuentro sincero consigo mismo y con Dios. Distraído por mil sensaciones,
embotado interiormente, encadenado a un ritmo de vida deshumanizador, está
abandonando la actitud orante ante Dios.
En una sociedad en la que se
acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento y
utilidad inmediata, la oración queda desvalorizada como algo inútil y poco
importante. Fácilmente se afirma que lo importante es “la vida”, como si la oración
perteneciera al mundo de “la muerte”.
Y, sin embargo, necesitamos orar.
No es posible vivir con vigor nuestra fe cristiana y nuestra vocación humana,
infraalimentados interiormente. Tarde o temprano el hombre experimenta la
insatisfacción que produce en el corazón humano, el vacío interior, la
banalidad de lo cotidiano, el aburrimiento de la vida y la incomunicación con
el misterio.
Necesitamos orar para encontrar
silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro
quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en
medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.
Necesitamos orar para
encontrarnos valientemente con nuestra propia verdad y ser capaces de una
autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para no desalentarnos en el
esfuerzo de irnos liberando individual y colectivamente de todo lo que nos
impide ser más humanos.
Necesitamos orar para liberarnos
de nuestra propia soledad interior y poder vivir ante un Padre, en actitud más
festiva, agradecida y creadora.
Felices los que también en
nuestros días sean capaces de experimentar en lo más profundo de su ser, la
verdad de las palabras de Jesús: “Quien pide, está recibiendo, quien busca está
hallando, y al que llama se le está abriendo”.
José Antonio Pagola
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