Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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12 de mayo de 2013
7º DOMINGO DE PASCUA. - LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)
EVANGELIO
Mientras los
bendecía, fue llevado hacia el cielo.
+ Conclusión del
santo evangelio según san Lucas 24,46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de
entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el
perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros
sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos
en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto."
Después los sacó hacia Betania
y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de
ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén
con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
12 de mayo de 2013
LA
BENDICIÓN DE JESÚS
Son los últimos momentos de Jesús
con los suyos. Enseguida los dejará para entrar definitivamente en el misterio
del Padre. Ya no los podrá acompañar por los caminos del mundo como lo ha hecho
en Galilea. Su presencia no podrá ser sustituida por nadie.
Jesús solo piensa en que llegue a
todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos
escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de
vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e
hijas sin fin. ¿Quién podrá anunciar esta Buena Noticia?
Según el relato de Lucas, Jesús
no piensa en sacerdotes ni obispos. Tampoco en doctores o teólogos. Quiere
dejar en la tierra “testigos”. Esto es lo primero: “vosotros sois testigos de
estas cosas”. Serán los testigos de Jesús los que comunicarán su experiencia de
un Dios bueno y contagiarán su estilo de vida trabajando por un mundo más
humano.
Pero Jesús conoce bien a sus
discípulos. Son débiles y cobardes. ¿Dónde encontrarán la audacia para ser
testigos de alguien que ha sido crucificado por el representante del Imperio y
los dirigentes del Templo? Jesús los tranquiliza: “Yo os enviaré lo que mi
Padre ha prometido”. No les va a faltar la “fuerza de lo alto”. El Espíritu de
Dios los defenderá.
Para expresar gráficamente el
deseo de Jesús, el evangelista Lucas describe su partida de este mundo de
manera sorprendente: Jesús vuelve al Padre levantando sus manos y bendiciendo a
sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de
Dios y sobre el mundo desciende su bendición.
A los cristianos se nos ha
olvidado que somos portadores de la bendición de Jesús. Nuestra primera tarea
es ser testigos de la Bondad de Dios. Mantener viva la esperanza. No rendirnos
ante el mal. Este mundo que parece un “infierno maldito” no está perdido. Dios
lo mira con ternura y compasión.
También hoy es posible buscar el
bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más
humano y un estilo de vida más sano. Podemos ser más solidarios y menos
egoístas. Más austeros y menos esclavos del dinero. La misma crisis económica
nos puede empujar a buscar una sociedad menos corrupta.
En la Iglesia de Jesús hemos
olvidado que lo primero es promover una “pastoral de la bondad”. Nos hemos de
sentir testigos y profetas de ese Jesús que pasó su vida sembrando gestos y
palabras de bondad. Así despertó en las gentes de Galilea la esperanza en un
Dios Salvador. Jesús es una bendición y la gente lo tiene que conocer.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
13 de mayo de 2010
CRECIMIENTO
Y CREATIVIDAD
Los evangelios nos ofrecen
diversas claves para entender cómo comenzaron su andadura histórica las
primeras comunidades cristianas sin la presencia de Jesús al frente de sus
seguidores. Tal vez, no fue todo tan sencillo como a veces lo imaginamos. ¿Cómo
entendieron y vivieron su relación con él, una vez desaparecido de la tierra?
Mateo no dice una palabra de su
ascensión al cielo. Termina su evangelio con una escena de despedida en una
montaña de Galilea en la que Jesús les hace esta solemne promesa: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo». Los discípulos no han de sentir su ausencia.
Jesús estará siempre con ellos. Pero ¿cómo?
Lucas ofrece una visión
diferente. En la escena final de su evangelio, Jesús «se separa de ellos subiendo hacia el cielo». Los discípulos tienen
que aceptar con todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de
Dios. Pero sube al Padre «bendiciendo»
a los suyos. Sus seguidores comienzan su andadura protegidos por aquella
bendición con la que Jesús curaba a los enfermos, perdonaba a los pecadores y
acariciaba a los pequeños.
El evangelista Juan pone en boca
de Jesús unas palabras que proponen otra clave. Al despedirse de los suyos,
Jesús les dice: «Yo me voy al Padre y
vosotros estáis tristes... Sin embargo, os conviene que yo me vaya para que
recibáis el Espíritu Santo». La tristeza de los discípulos es explicable.
Desean la seguridad que les da tener a Jesús siempre junto a ellos. Es la
tentación de vivir de manera infantil bajo la protección del Maestro.
La respuesta de Jesús muestra una
sabia pedagogía. Su ausencia hará crecer la madurez de sus seguidores. Les deja
la impronta de su Espíritu. Será él quien, en su ausencia, promoverá el
crecimiento responsable y adulto de los suyos. Es bueno recordarlo en unos
tiempos en que parece crecer entre nosotros el miedo a la creatividad, la
tentación del inmovilismo o la nostalgia por un cristianismo pensado para otros
tiempos y otra cultura.
Los cristianos hemos caído más de
una vez a lo largo de la historia en la tentación de vivir el seguimiento a
Jesús de manera infantil. La fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda que,
terminada la presencia histórica de Jesús, vivimos "el tiempo del
Espíritu", tiempo de creatividad y de crecimiento responsable. El Espíritu
no proporciona a los seguidores de Jesús "recetas eternas". Nos da
luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos para reproducir hoy su
actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
17 de mayo de 2007
EL ÚLTIMO
GESTO
Levantando
las manos, los bendijo.
Jesús era realista. Sabía que no
podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta
gente. No tenía poder político ni religioso para provocar un cambio
revolucionario. Sólo tenía su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de
los que sufren.
Por eso le gusta tanto hacer
gestos de bondad. Abraza a los niños
de la calle para que no se sientan huérfanos. Toca a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. Acoge amistosamente a su mesa a
pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.
No son gestos convencionales. Le
salen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las
personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños.
Dios tiene en cuenta hasta el vaso de
agua que damos a quien tiene sed.
A Jesús le gusta sobre todo bendecir. Bendice a los pequeños y bendice
sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está cargado de fe y de
amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión, la protección y la
bendición de Dios.
No es extraño que, al narrar la
despedida de Jesús, Lucas la describa levantando sus manos y bendiciendo a sus discípulos. Es su
último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores
quedan envueltos en su bendición.
Hace ya mucho tiempo que lo hemos
olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición.
En un mundo donde es tan frecuente maldecir,
condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de
seguidores de Jesús que sepan bendecir,
buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.
Una Iglesia fiel a Jesús está
llamada a sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo
esquemas y distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes
agresivos que nada tienen que ver con Jesús, el profeta que bendecía a las
gentes con sus gestos y palabras de bondad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
20 de mayo de 2004
EL ARTE
DE BENDECIR
Mientras
los bendecía se separó de ellos.
Según el sugestivo relato de
Lucas, Jesús vuelve a su Padre «bendiciendo» a sus discípulos. Es su último
gesto. Jesús deja tras de sí su bendición. Los discípulos responden al gesto de
Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y estaban allí «bendiciendo» a Dios.
La bendición es una práctica
enraizada en casi todas las culturas como el deseo máximo que podemos despertar
en nosotros. El judaísmo, el islam y el cristianismo le han dado siempre una
gran importancia. Y, aunque en nuestros días ha quedado reducida a un ritual
casi en desuso, no son pocos los que subrayan su hondo contenido y la necesidad
de recuperarla.
Bendecir es, antes que nada,
desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer
el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar,
la alegría.., todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad. Cuanto más
deseamos y afirmamos el bien para todos, más posible es su manifestación.
Bendecir es aprender a vivir
desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice
elimina de su corazón otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo,
la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y, al mismo tiempo,
vivir condenando, rechazando, odiando.
Bendecir es desearle a alguien el
bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque nunca somos nosotros la fuente
de la bendición, sino sus testigos y portadores. El que bendice no hace sino
evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien.
Por eso, sólo se puede bendecir en actitud gozosa y agradecida a Dios.
La bendición hace bien al que la
recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La
bendición queda resonando en su interior como una plegaria silenciosa que va
transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble. Nadie puede sentirse bien
consigo mismo mientras siga maldiciendo a alguien en el fondo de su ser.
La fiesta de la Ascensión es una
invitación a ser portadores y testigos de la bendición de Cristo a la
humanidad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
24 de mayo de 2001
ENTREGAR
LA VIDA
Se separó
de ellos.
Hay muchas formas de vivir y
también de morir. La muerte parece igual para todos pero no es así. Cada
persona la vive a su manera. Cada uno se adentra en su misterio desde una
actitud propia y personal. No es lo mismo morir entregando confiadamente la
vida que morir rebelándose ante lo inevitable.
Para quien se agarra a esta vida
como un bien definitivo, la muerte es la máxima desgracia, el enemigo supremo
que nos ataca desde fuera y nos arrebata lo más precioso que tenemos: ese
aliento misterioso que nos hace existir. Pero, ¿es posible acercarse a la
muerte desde otra actitud?
Para un creyente, la vida es un
regalo. El gran regalo que recibimos gratuitamente del Creador. No es una
posesión. No es algo que hemos fabricado nosotros. Yo no hago nada para que la
sangre corra por mis venas. No trabajo para hacer latir a mi corazón. Vivo
sostenido misteriosamente por Dios.
Quien vive desde esa actitud, sin
sentirse dueño y señor exclusivo de su existencia, puede morir entregando
confiadamente su vida al Creador. No es fácil. La muerte no pierde nunca su
trágica seriedad. Pero morir se convierte en un acto de fe, el acto de fe más
grande que podemos hacer los humanos: poner nuestra existencia definitiva en
manos de Aquel que es la fuente misteriosa de nuestro ser.
No es lo mismo morir «que
entregar la vida». Para quien entrega la vida, la muerte no es algo que le
sobreviene fatalmente desde fuera, sino el abandono confiado en Dios. Este
«entregar la vida» no es necesariamente un acto puntual que se ha de hacer en
el momento final. Es una orientación de toda la vida. La entrega final se
prepara de muchas maneras y no es sino la culminación de todo un estilo de
vivir.
La muerte se anticipa en muchas
pequeñas muertes. La entrega se anticipa en muchas pequeñas entregas. Es la
renuncia al afán de preservar la vida en este mundo la que nos conduce a
disfrutar para siempre de la vida eterna. A Jesús nadie le arrebató la vida, la
entregó él confiadamente al Padre. Por eso, Dios lo resucitó. Éste es el núcleo
de la fiesta cristiana de la Ascensión.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
21 de mayo de 1998
NOS
VOLVEREMOS A ENCONTRAR
Se separó
de ellos subiendo al cielo.
Pocas experiencias más duras que
la despedida a la persona querida que la muerte nos arranca para siempre. Ya no
podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar sus confidencias, hablar con
ella como en otros tiempos. Su habitación ha quedado vacía. Ya no está. Nadie
podrá llenar su ausencia.
En medio de la pena inmensa,
comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede
Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué ahora que tanto la
necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden a un ser querido.
La muerte no ha logrado, sin
embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La seguimos queriendo.
Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y vivido juntos, lo que
nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez no la hemos
comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No es el momento
de culpabilizamos. Ahora nos queda el amor con que esa persona nos ha
acompañado durante su vida.
Tenemos mucho que agradecer. Esa
persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha sido un regalo. Hemos
disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más dichosa gracias a su
compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo vivido. La muerte la
ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el misterio insondable de
Dios. Allí nos espera.
Al despedirse de sus discípulos,
Jesús les habla así: «Me voy a prepararos
un lugar Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar volveré y os tomaré
conmigo para que donde esté yo, estéis también vosotros» (Jn 14, 2-3).
Todos tenemos ya un lugar preparado por Cristo para cada uno de nosotros en el
corazón de Dios. Pero lo que creemos de Jesús lo podemos también esperar de las
personas queridas que nos han precedido en la muerte.
Cuando se nos muere un ser
querido se lleva consigo hacia Dios lo bueno que ha compartido con nosotros: el
amor, la amistad, las experiencias gozosas de la vida. De esta manera, esa
persona introduce algo nuestro en el misterio de Dios. Cuando un día
abandonemos esta vida, no partiremos hacia lo desconocido, sino hacia un hogar
en el que nos espera ese Jesús al que hemos querido tanto en esta vida y esas
personas amigas a las que no hemos querido mucho menos. Allí nos volveremos a
encontrar y nos sentiremos para siempre en nuestra verdadera casa. Es bueno
recordarlo y celebrarlo en esta fiesta de la Ascensión del Señor.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
25 de mayo de 1995
EN EL
ATARDECER DE LA VIDA
Mientras
los bendecía, se separó de ellos.
Nadie puede escapar al
envejecimiento, pero no todas las personas envejecen de la misma manera. Hay
muchas formas de vivir la última etapa de la vida. Casi siempre se envejece
como se vive: de forma crispada o paciente, en actitud pesimista o esperanzada,
con espíritu triste o confiado.
Lo lamentable es que la sociedad
sólo prepara para la primera parte de la vida. Se nos enseña a trabajar y
competir, a luchar y salir adelante, pero no a vivir con acierto esta fase en
que culmina nuestra vida. La mayoría de las personas van llegando a su vejez
sin guía ni preparación alguna.
Por lo general, la vejez provoca
temor. No es sólo el deterioro físico y psíquico lo que da miedo. La verdadera
crisis hay que detectarla a niveles más profundos. Desaparece poco a poco el
vigor y la seguridad, y comienza otra etapa mucho más desvalida e incierta. La
persona no puede apoyarse en sus fuerzas como en otros tiempos. Ha de depender
de otros. Pero, además, el anciano comienza a presentir su muerte de forma más
consciente y personal.’ Es en su propia carne donde experimenta que la vida se
termina. Ya no hay tiempo para hacer grandes proyectos. Ahora llega el final.
Por eso, no basta aprender a
vivir con las limitaciones propias de la vejez ni es suficiente encontrar remedios
para hacerla más o menos soportable, e incluso agradable. Llega la hora de la
verdad. El momento de hacer un balance sereno de la vida y «despedirse» de este
mundo con paz.
La vejez no es fácil, pero puede
ser la gran oportunidad de culminar la vida positivamente. El verdadero
creyente la vive como «tiempo de gracia».
También en esa vejez está Dios como Amigo y Salvador. Es la gran oportunidad de
terminar la vida apoyando nuestro ser débil y cansado en Él. Al final, sólo
Dios puede consolar y salvar.
Quizás sea éste el paso decisivo
que el anciano creyente ha de dar en lo secreto de su corazón: «Mi vida
termina. Sólo en Dios puedo poner mi confianza. Él ha de ser ahora más que
nunca mi Salvador.» Es el momento de rezar esos salmos que ningún creyente
debiera ignorar: «No te acuerdes de los
pecados y delitos de mi juventud» (Salmo 25); «Yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa» (Salmo 5); «Al despertar, me saciaré de tu semblante»
(Salmo 17).
L. Alonso Schókel en su libro Esperanza. Meditaciones bíblicas para la Tercera Edad (Sal Terrae,
1992), dice que, «como hay una llamada
para vivir, hay una llamada para morir. También morir puede ser una vocación. »
Llega un momento en que todos hemos de escuchar esa llamada final: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,
21). Hoy, fiesta de la Ascensión de Jesús a la vida del Padre, puede ser bueno
recordarlo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
28 de mayo de 1992
¿DONDE
ESTA LO QUE BUSCAMOS?
Los
bendijo.
Todos buscamos ser felices, pero
ninguno de nosotros sabe dar una respuesta clara cuando se le pregunta por la
felicidad. ¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla?
Más aún. Todos los hombres y
mujeres andan tras ella, pero, ¿se puede lograr la verdadera felicidad? ¿No es
buscar lo imposible? De hecho, las gentes parecen bastante pesimistas ante la
posibilidad de alcanzarla. Los científicos no hablan de felicidad. Tampoco los
políticos se atreven a prometerla ni a incluirla en sus programas.
Y, sin embargo, el hombre no
renuncia a la felicidad, la necesita, la sigue buscando. Fernando Savater piensa que la felicidad «es imposible pero
imprescindible». Julián Marías la
define como «lo imposible necesario». Esta es la paradoja: no podemos ser
plenamente felices y, sin embargo, necesitamos serlo.
Hay en nosotros un anhelo
profundo de felicidad que nada ni nadie parece poder saciar plenamente. La
felicidad es siempre «lo que nos falta», lo que todavía no poseemos. Para ser
feliz, no basta lograr lo que andábamos buscando. Cuando, por fin, hemos
conseguido aquello que tanto queríamos, pronto descubrimos que estamos de nuevo
en el punto de partida, buscando otra vez felicidad.
Esta insatisfacción última del
hombre no se debe a fracasos o decepciones concretas. Es algo más profundo.
Está en el interior mismo del ser humano, y nos obliga a hacernos preguntas que
no tienen fácil respuesta. Si la felicidad parece siempre «lo que nos falta»,
¿qué es lo que realmente nos falta? ¿Qué necesitamos para ser felices? ¿Qué es
lo que, desde el fondo de su ser, está pidiendo la humanidad entera?
En su ensayo «Felicidad y salvación», el teólogo Gisbert Greshake ha planteado así la alternativa ante la que se
encuentra el ser humano. O bien la felicidad plena es pura ilusión y el hombre,
empeñado en ser plenamente feliz, es algo absurdo y sin sentido, O bien, la
felicidad es regalo, plenitud de vida que sólo le puede llegar al hombre como
gracia desde aquel que es la fuente de la vida.
Ante esta alternativa, el
cristiano adopta una postura de esperanza. Es cierto que, cuando anhelamos la
felicidad plena, estamos buscando algo que no podemos darnos a nosotros mismos;
pero hay una felicidad última que tiene su origen en Dios y que los hombres
podemos acoger y disfrutar eternamente.
Lo decisivo es abrirse al
misterio de la vida con confianza. Escuchar hasta el final ese anhelo de
felicidad eterna que se encierra en el ser humano. Esperar la salvación como
gracia que se nos ofrece con amor. La fiesta cristiana de la Ascensión es una
invitación a no menospreciar la esperanza.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
4 de mayo de 1989
SABOREAR
DESDE AHORA
Subiendo
al cielo.
Tengo la impresión de que casi
todo lo que el cristianismo dice acerca del cielo y de la felicidad final en la
“otra vida”, resulta para muchos contemporáneos, creyentes o no, algo demasiado
lejano y abstracto, un lenguaje extraño que apenas tiene relevancia alguna para
la vida de cada día.
En el fondo, creemos en “el
futuro” con cierta convicción cuando podemos experimentar que ese futuro se
inicia ya desde ahora y comienza a despuntar, de alguna manera, en el momento
presente.
En concreto, las gentes creen más
fácilmente en el cielo si realmente pueden experimentar, aunque sea de manera
fragmentaria que “el cielo comienza en la tierra”.
Los cristianos hemos despreciado
demasiado los gozos de la tierra, los placeres de la vida y la belleza del
mundo sin descubrir dentro de esa vida frágil y caduca el germen de lo que será
el cielo.
Pero el cielo no es simplemente
un lugar hacia el que vamos después de morir, sino el disfrute pleno del amor y
de la vida que se está gestando ya en el interior de nuestro mundo y en el de
cada persona.
No hemos de contraponer el cielo
a este mundo de una manera total y absoluta, pues el cielo es precisamente la
plenitud de este mundo, la realización plena en Dios, de todas las
posibilidades de paz, reconciliación, libertad y felicidad que encierra esta
vida.
Cuando amamos a una persona,
amamos algo más que una persona; estamos amando la vida y la felicidad para la
que hemos nacido esa persona amada y yo mismo. Cuando hacemos justicia a un
oprimido, hacemos algo más que un gesto de equidad; estamos haciendo crecer
desde ahora el mundo reconciliado que estamos llamados a disfrutar todos.
Por eso ha podido escribir L. Boff con toda verdad: “Cada vez que
en la tierra hacemos la experiencia del bien, de la felicidad, de la amistad,
de la paz y del amor, ya estamos viviendo, de forma precaria pero real, la
realidad del cielo”.
En esta fiesta de la Ascensión,
deberíamos recordar que lo que se opone a la esperanza cristiana no es
solamente la incredulidad y el ateísmo, sino también la tristeza y la amargura.
En la vida hay momentos de paz y
transparencia, experiencias de amistad y reconciliación, de libertad y amor que
pueden ser fugaces y precarias. Pero, cuando acontecen, hemos de aprender a
saborear ya en el interior de esta misma vida, la fiesta del cielo, aunque sea
de manera frágil y fragmentaria.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
8 de mayo de 1986
UN LUGAR
EN DIOS
… subiendo
hacia el cielo...
¿Qué sentido puede tener la
«ascensión» de Jesús al cielo en una época en que ningún hombre lúcido se
imagina ya a Dios como un ser que vive en un lugar celeste, por encima de las
nubes?
Pero, sobre todo, ¿qué puede
significar para nosotros un salvador que ha desaparecido lejos de nosotros,
cuando lo que importa de verdad es la solución de los problemas de nuestro
mundo cada vez más graves y amenazadores?
Y, sin embargo, en este tiempo en
que la progresiva explotación del mundo no parece ofrecernos toda la felicidad
deseada y cuando se perfila incluso la posibilidad de un final catastrófico de
la historia y no su consumación feliz, necesitamos escuchar más que nunca el
mensaje que se encierra en la ascensión del Señor.
Creer en la ascensión de Jesús es
creer que la humanidad de Cristo de la que todos participamos, ha entrado en la
vida íntima de Dios de un modo nuevo y definitivo.
Jesús se ha ocultado en Dios pero
no para ausentarse de nosotros sino para vivir desde ese Dios una cercanía
nueva e insuperable, e impulsar la vida de los hombres hacia su destino último.
Esto significa que el hombre ha
encontrado en Dios un lugar para siempre. «El cielo no es un lugar que está por
encima de las estrellas, es algo mucho más importante: es el lugar que el
hombre tiene junto a Dios» (J. Ratzinger).
Jesús mismo es eso que nosotros
llamamos cielo, pues el cielo, en realidad, no es ningún lugar sino una
persona, la persona de Jesucristo en quien Dios y la humanidad se encuentran
inseparablemente unidos para siempre.
Esto quiere decir que nos
dirigimos al cielo, entramos en el cielo, en la medida en que dirigimos nuestra
vida hacia Jesús y vamos adentrándonos en él.
Dios tiene para los hombres un
espacio de felicidad definitiva que Cristo nos ha abierto para siempre. Una
patria última de reconciliación y paz para la humanidad.
Esto que será escuchado por
muchos con sonrisa escéptica es, para el creyente, la realidad que sustenta al
mundo y da sentido a la apasionante historia de la humanidad.
Y cuando se desvanece esta
esperanza última, el mundo no se enriquece sino que se vacía de sentido y queda
privado de su verdadero horizonte.
Los creyentes somos seres
extraños en un mundo racionalizado, cerrado sólo a sus propias posibilidades,
optimista unas veces y triste y desesperanzado otras, según los ciclos tan
cambiantes de los éxitos y fracasos de la humanidad.
Pero somos seres gozosamente extraños que llevamos en
nosotros una fe que nos ofrece razones para vivir y esperanza para morir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
12 de mayo de 1983
EL CIELO
COMIENZA EN LA TIERRA
Mientras
los bendecía...
subió hacia el cielo.
subió hacia el cielo.
Cualquiera que tenga un mínimo de
sensibilidad humana, vive estos días sobrecogido por la violencia que sigue
creciendo entre nosotros y la sangre que va empapando hasta los últimos
rincones de nuestra tierra.
Un sentimiento de dolor, desaliento
e impotencia se apodera de nosotros y nos encoge el corazón. ¿No es posible una
sociedad fraterna? ¿No es el hombre capaz de ser más humano? ¿No podremos
lograr nunca la felicidad y la paz que anhelamos desde lo ms hondo de nuestro
ser?
En estas circunstancias, hablar
del cielo en esta mañana de Ascensión, puede parecer a muchos no sólo escapismo
y evasión cobarde de los problemas que nos envuelven, sino hasta un insulto
insoportable y una broma mordaz. No es el cielo lo que nos importa sino la tierra,
nuestra tierra.
Probablemente, bastantes
suscribirían de alguna manera, aquellas palabras apasionadas de Nietzsche: «Yo os conjuro, hermanos
míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis en ios que os hablan de
experiencias supraterrenas. Consciente o inconscientemente, son unos
envenenadores... La tierra está cansada de ellos; que se vayan de una vez!».
Pero, ¿qué es ser fiel a esta
tierra que dama por una plenitud y reconciliación total? ¿Qué es ser fiel a
este pueblo crucificado que no puede lograr esa liberación y esa paz que tan
ardientemente busca? ¿Qué es ser fiel al hombre y a toda la sed de felicidad
que se encierra en su ser?
Los creyentes hemos sido acusados
de haber puesto nuestros ojos en el cielo y habernos olvidado de la tierra. Y,
sin duda, es cierto que una esperanza muy mal entendida ha conducido a
bastantes cristianos a abandonar la construcción de la tierra e, incluso, a
sospechar de casi toda felicidad o logro terrestre disfrutado por los hombres.
Y, sin embargo, la esperanza cristiana
consiste precisamente en buscar y esperar la plenitud y realización total de
esta tierra. Creer en el cielo es querer ser fiel a esta tierra hasta el final,
sin defrau4ar ni desesperar de ningún anhelo o aspiración verdaderamente
humanos.
No es esperanza cristiana la
postura que conduce a desentendernos de los problemas del presente y
despreocupamos de los sufrimientos de esta tierra. Precisamente, porque cree y
espera un mundo nuevo y definitivo, el creyente no puede tolerar ni conformarse
con este mundo nuestro lleno de odios, lágrimas, sangre, injusticia,
mentira y violencia.
Quien no hace nada por cambiar
este mundo, no cree en otro mejor. Quien no hace nada por desterrar la
violencia, no cree en una sociedad fraterna. Quien no lucha contra la injusticia,
no cree en un mundo. más justo. Quien no trabaja por liberar al hombre del
sufrimiento, no cree en un mundo nuevo y feliz. Quien no hace nada por cambiar
y transformar nuestra tierra, no cree en el cielo.
José Antonio Pagola
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