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Homilias de José Antonio Pagola
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17 de junio de 2012
11º domingo Tiempo ordinario (B)
EVANGELIO
Era la semilla más
pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas.
+ Lectura del santo
evangelio según san Marcos 4,26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la
gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra.
El duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo,
sin que él sepa cómo.
La tierra va produciendo la
cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo
también: «Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?
Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,
pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan
grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas».
Con muchas parábolas parecidas
les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con
parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2011-2012 -
17 de junio de 2012
CON HUMILDAD Y CONFIANZA
A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.
Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
PEQUEÑAS
SEMILLAS
Es la
semilla más pequeña.
Vivimos ahogados por las malas
noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes que
descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y
violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo»
no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.
La increíble velocidad con que se
extienden las noticias y los problemas nos deja aturdidos y desconcertados.
¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados
del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes
para afrontarlo.
La ciencia nos ha querido
convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico. Y
nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y racionalización de la
vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de las personas, sino en
las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá
del alcance de cada individuo.
Entonces, la tentación de inhibirnos
es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los
dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se
necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?
No es así. Hay en el evangelio
una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de
una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo
muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido
como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de
manera insospechada.
Quizás necesitamos aprender de
nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados
a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo
un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo. Un gesto amistoso
al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal
de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un
corazón agobiado... no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de
Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha
olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
NO TODO
ES TRABAJAR
Sin que
él sepa cómo.
Pocas parábolas pueden provocar
mayor rechazo en nuestra cultura del rendimiento, la productividad y la
eficacia, que esta pequeña parábola en la que Jesús compara el Reino de Dios
con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce sin la
intervención del sembrador.
Esta parábola, tan olvidada hoy,
resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento
irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va
germinando y creciendo «ella sola»,
sin la intervención del agricultor y «sin
que él sepa cómo».
Acostumbrados a valorar casi
exclusivamente la eficacia del trabajo y el rendimiento de las personas, hemos
olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús
entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino
la acogida de la gracia que vamos recibiendo de Dios.
La sociedad actual nos empuja con
tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el rendimiento, que ya no
percibimos hasta qué punto se empobrece la vida cuando todo se reduce a actuar
de manera eficiente y obtener el máximo rendimiento a nuestra actividad.
De hecho, la «lógica de la
eficacia» está llevando al hombre contemporáneo a una existencia tensa y
agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las
personas, a un vaciamiento interior y a ese «síndrome de inmanencia» (Rovira i Belloso) donde Dios desaparece
poco a poco del horizonte de la persona.
Pero la vida no es sólo trabajo
eficaz y productividad, sino regalo de Dios que hay que acoger y disfrutar con
corazón agradecido. Más allá de lo útil y lo rentable, el hombre, para ser
humano, necesita aprender a estar en la vida, no sólo desde una actitud
productiva, sino desde una actitud contemplativa. La vida se transforma y
adquiere una dimensión nueva y más profunda cuando la persona acierta a vivir
la experiencia del amor gratuito, creativo y dinamizador de Dios.
El hombre de hoy necesita
educarse para la contemplación; aprender a vivir más atento a todo lo que hay
de regalo en la existencia; despertar en su interior el agradecimiento y la
alabanza; liberarse de la pesada «lógica de la eficacia» y abrir en su vida
espacios para lo gratuito.
Hemos de aprender a agradecer a tantas
personas que alegran nuestra vida y no pasar de largo por tantos paisajes
hechos sólo para ser contemplados. Sólo saborea la vida como gracia el que se
deja querer, el que se deja sorprender por lo bueno de cada día, el que se deja
agraciar, bendecir y perdonar por Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
SEMBRAR
Se parece
a un hombre que echa simiente en la tierra.
No siempre somos conscientes de
los profundos cambios que se van produciendo en la conciencia del hombre contemporáneo.
Según diversos observadores estamos pasando de una «sociedad de creencias» en que los individuos actuaban movidos por
alguna fe que les proporcionaba sentido, criterios y normas de vida, a una «sociedad de opiniones» en que cada uno
tiene su propio parecer sobre la vida, sin necesidad de fundamentarla en
ninguna tradición ni sistema religioso.
Las religiones van perdiendo la
autoridad que han tenido durante siglos. Se ponen en cuestión los sistemas de
valores que orientaban el comportamiento de las personas. Poco a poco se van
abandonando «las antiguas razones de vivir». Estamos viviendo una situación
inédita: los antiguos puntos de referencia no parecen servir de mucho, y los
nuevos no están todavía dibujados.
No es fácil medir las consecuencias
de todo esto. Olvidadas las grandes tradiciones religiosas y perdidos los
marcos de referencia, cada individuo se ve obligado a buscar por su cuenta
razones para vivir y dar sentido a su breve paso por este mundo. La pregunta es
inevitable: ¿en qué se cree cuando se deja de creer?, ¿desde dónde orienta su
vida quien abandona las «antiguas razones de vivir»?
El resultado no parece muy
halagüeño. Hay sin duda personas que aciertan a orientar su vida de manera
noble y digna. La mayoría, sin embargo, se va deslizando hacia la indiferencia,
el escepticismo y la vida mediocre. La crisis actual los está llevando poco a
poco hacia el desinterés, el olvido y el abandono de una fe que un día tuvo un
significado en sus vidas. No interesan ya las grandes cuestiones, menos aún los
ideales un poco nobles. Basta con vivir bien.
Jesús habla de una siembra
misteriosa de la Palabra de Dios en el corazón humano. Puede parecer que hay
personas en cuyo interior nadie puede sembrar hoy semilla alguna: las gentes no
escuchan ya a los predicadores; las nuevas generaciones no creen en las
tradiciones. Sin embargo, Dios sigue sembrando en las personas inquietud,
esperanza y deseos de vida más digna. Lo hace no tanto desde los predicadores,
maestros y teólogos sino, sobre todo, desde los testigos que viven su fe en
Dios de manera atractiva y hasta envidiable.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
15 de junio de 1997
COSAS
PEQUEÑAS
Como un
grano de mostaza.
Vivimos ahogados por las malas
noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes que
descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y
violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo»
no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.
Por otra parte, la increíble
velocidad con que se extienden las noticias y los problemas nos deja aturdidos
y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos
mejor informados del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos
sentimos más impotentes ante ella.
La ciencia nos ha querido
convencer de que los problemas se pueden resolver con un poco más de técnica y
de poder. Y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y
racionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de
las personas, sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible»
que se sitúa más allá del alcance de cada individuo. En gran parte, éste se ha
convertido en mero instrumento, atrapado en un sistema de relaciones que ya no
puede dominar.
Entonces, la tentación de
inhibirse es grande. ¿Qué podemos hacer para mejorar esta sociedad? Más de uno
piensa que son los grandes y poderosos, los que detentan el poder político o
económico, los que, por sí solos, han de operar el cambio que necesita esta
humanidad para ser mejor y más feliz. No es así. Hay en el evangelio una
llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una
nueva humanidad.
Jesús no habla de cosas grandes.
El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede
pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña. Pero algo que está llamado
a crecer y fructificar de manera insospechada. Quizás necesitamos todos
aprender de nuevo a valorar los pequeños gestos. Probablemente no estamos
llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir
poniendo un poco más de felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo
diario.
Un gesto amigable al hombre que
vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de
cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un
corazón agobiado... no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de
Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha
olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
12 de junio de 1994
ATENCION
A LO GRATUITO
La
semilla germina y va creciendo.
Casi todo nos invita hoy a vivir
bajo el signo de la actividad, la programación y el rendimiento. Pocas
diferencias ha habido en esto entre el capitalismo y el socialismo. A la hora
de valorar a la persona, siempre se termina por medirla por su capacidad de
producción.
Se puede decir que la sociedad
moderna ha llegado a la convicción práctica de que, para darle a la vida su
verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único verdaderamente importante
es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.
Por eso, se nos hace tan extraña
y embarazosa esa pequeña parábola, recogida solamente por el evangelista Marcos, donde Jesús compara el «Reino de Dios» con una semilla que
crece por sí sola, sin que el labrador le proporcione la fuerza para germinar y
crecer. Sin duda, es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador,
pero en la semilla hay algo que no ha puesto el ser humano, una fuerza vital
que no se debe a su esfuerzo.
La parábola se convierte así en
una invitación a recordar que la vida no se reduce a trabajo y actividad. En su
misterio más hondo, la existencia está impregnada por la gracia. Hace tiempo
que san Pablo dijo esas palabras que
siempre nos «sorprenden» por la verdad que encierran: «Qué tienes que no hayas recibido? Y si realmente lo has recibido, ¿por
qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?» (2 Co 4, 7).
Experimentar la vida como regalo
y don es, probablemente, una de las pocas cosas que nos puede hacer vivir a los
hombres y mujeres de hoy de manera realmente nueva, más atentos no solo a lo
que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos recibiendo de
manera gratuita.
Aunque tal vez no lo percibimos
así, nuestra mayor «desgracia» es
vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejamos agraciar y bendecir por Dios, y sin
disfrutar de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar por la vida sin
dejamos sorprender por la «novedad» de cada día, sin dejamos querer ni ayudar,
sin dejar crecer en nosotros la bondad y la generosidad.
Los hombres de hoy necesitamos
aprender a vivir de manera más abierta y acogedora, en actitud más
contemplativa y agradecida. Alguien ha dicho que hay problemas que nunca se
«resuelven» a base de esfuerzo, sino que se «disuelven» cuando sabemos acoger
la gracia de Dios en nosotros. Se nos olvida que, en definitiva, como decía G. Bernanos, «todo es gracia», porque
todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese
Dios que es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
16 de junio de 1991
NO TODO
ES TRABAJAR
Sin que
él sepa cómo.
Pocas parábolas pueden provocar
mayor rechazo en nuestra cultura del rendimiento, la productividad y la
eficacia, que esta pequeña parábola en la que Jesús compara el Reino de Dios
con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce sin la
intervención del sembrador.
Esta parábola, tan olvidada hoy,
resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento
irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va
germinando y creciendo “ella sola “,
sin la intervención del agricultor y “sin
que él sepa cómo “.
Acostumbrados a valorar casi
exclusivamente la eficacia del trabajo y el rendimiento de las personas, hemos
olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de eficacia, pues Jesús
entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino
la acogida de la gracia que vamos recibiendo de Dios.
La sociedad actual nos empuja con
tal fuerza hacia el trabajo, la actividad y el rendimiento, que ya no
percibimos hasta qué punto se empobrece la vida cuando todo se reduce a actuar
de manera eficiente y obtener el máximo rendimiento a nuestra actividad.
De hecho, la “lógica de la
eficacia” está llevando al hombre contemporáneo a una existencia tensa y
agobiada, a un deterioro creciente de sus relaciones con el mundo y las
personas, a un vaciamiento interior y a ese “síndrome de inmanencia” (Rovira i Belloso) donde Dios desaparece
poco a poco del horizonte de la persona.
Pero la vida no es sólo trabajo
eficaz y productividad, sino regalo de Dios que hay que acoger y disfrutar con
corazón agradecido. Más allá de lo útil y lo rentable, el hombre, para ser
humano, necesita aprender a estar en la vida, no sólo desde una actitud
productiva, sino desde una actitud contemplativa. La vida se transforma y
adquiere una dimensión nueva y más profunda cuando la persona acierta a vivir
la experiencia del amor gratuito, creativo y dinamizador de Dios.
El hombre de hoy necesita
educarse para la contemplación; aprender a vivir más atento a todo lo que hay
de regalo en la existencia; despertar en su interior el agradecimiento y la
alabanza; liberarse de la pesada “lógica de la eficacia” y abrir en su vida
espacios para lo gratuito.
Hemos de aprender a agradecer a
tantas personas que alegran nuestra vida y no pasar de largo por tantos
paisajes hechos sólo para ser contemplados. Sólo saborea la vida como gracia el
que se deja querer, el que se deja sorprender por lo bueno de cada día, el que
se deja agraciar, bendecir y perdonar por Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
12 de junio de 1988
SOLO POR
HOY
Un hombre
que echa simiente en la tierra.
Son muy conocidas las parábolas
de Jesús sobre la siembra del Reino de Dios. Lo importante en la vida es
sembrar.
Puede parecer que la semilla que
se siembra es pequeña e insignificante. Algo aparentemente ineficaz y de poca
importancia. Pero si lo que sembramos encierra la verdad y la bondad de Dios,
esa semilla lleva dentro de sí el poder de transformar al hombre.
Hace 25 años moría por estas
fechas aquel Papa bueno que fue Juan XXIII. Un hombre sencillo que sabía
sembrar bondad sin complicarse excesivamente la vida. Con esa “sana despreocupación»
del labrador de la parábola que siembra sabiendo que la tierra dará su fruto.
A él se le atribuye un pequeño
“decálogo» lleno de sabias sugerencias. Llegó hace algún tiempo a mis manos y
lo ofrezco hoy a los lectores en recuerdo agradecido a su persona. Son pequeñas
semillas que pueden dar su fruto.
1. Sólo por hoy trataré de vivir
exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi existencia todo de
una vez.
2. Sólo por hoy tendré el máximo
cuidado de mi aspecto; no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o corregir
a nadie sino a mí mismo.
3. Sólo por hoy seré feliz en la
certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino
en éste también.
4. Sólo por hoy me adaptaré a las
circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten todas a mis
deseos.
5. Sólo por hoy dedicaré diez
minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es
necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la
vida del alma.
6. Sólo por hoy haré una buena
acción y no lo diré a nadie.
7. Sólo por hoy haré por lo menos
una cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos,
procuraré que nadie se entere.
8. Sólo por hoy me haré un
programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me
guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.
9. Sólo por hoy creeré
firmemente, aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia
de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.
10. Sólo por hoy no tendré
temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y de
creer en la bondad.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
16 de junio de 1985
NO TODO
ES TRABAJAR
la
semilla va creciendo.
Casi todo nos invita hoy a vivir
bajo el signo de la actividad y el rendimiento. Pocas diferencias existen entre
el capitalismo y el socialismo colectivista a la hora de valorar prácticamente
al hombre. Siempre se termina por medirlo por su capacidad de producción.
En el fondo de nuestra conciencia
moderna existe la convicción de que, para dar el máximo sentido y plenitud a
nuestra vida, lo único importante es trabajar por sacarle el máximo rendimiento
y utilidad. n muchos los que, sin darse cuenta, piensan con J.P. Sartre que «el hombre no es más que
lo que hace».
Pero, entonces, no deberíamos
olvidar dos graves peligros que amenazan al hombre actual. El primero consiste
en ahogarnos en el trabajo y el activismo. Supravalorando nuestro poder y
nuestro obrar, terminamos por creernos indispensables, pues, en el fondo,
pensamos que somos nosotros los que tenemos que hacerlo todo.
El segundo peligro es hundirnos
en el pesimismo y la resignación, al descubrir nuestra propia incapacidad y
quedar aplastados por una urea que nos desborda.
El que solamente pone el sentido
de su vida en la lucha, el trabajo y la acción eficaz, corre el riesgo de
sentirse «inútil y desaprovechable» en el momento en que su esfuerzos no se ven
coronados por el éxito.
Al hombre moderno se le hace
difícil y embarazosa esa parábola extraña de Jesús, recogida solamente por
Marcos, donde se nos habla de una semilla que crece por sí sola sin que el
labrador le proporcione con su trabajo la fuerza para germinar y crecer.
Es una parábola que no se presta
a aplicaciones prácticas ni nos dice lo que tenemos que hacer. Sólo nos
recuerda que en la semilla hay algo que no ha puesto el labrador. Una fuerza
vital que no se debe al esfuerzo del hombre.
Esclavos de programaciones y
afanes organizativos y cogidos por la actividad de cada día, podemos olvidar
que la vida está impregnada de gracia y que nuestra primera ocupación es
respetar y acoger la acción del Espíritu capaz de hacer crecer nuestra
existencia.
La vida no se reduce a actividad
y trabajo. En su misterio más profundo la vida es regalo y don. Lo gratuito nos
envuelve. Y el hombre no es sólo trabajador sino también «cantor de la
irradiación de Dios» (Gregorio
Nacianceno).
Por eso, el estado de ánimo más propio
del creyente no es la lucha y el esfuerzo sino la admiración maravillada y el
gozo agradecido.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
13 de junio de 1982
COSAS
PEQUEÑAS
Como un
grano de mostaza.
Vivimos ahogados por las malas
noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan
sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y
violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo»
no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.
La increíble velocidad con que se
extienden las noticias y los problemas nos deja aturdidos y desconcertados.
¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados
del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes
ante ella.
La ciencia nos ha querido
convencer de que los problemas se pueden resolver con un poco más de técnica y
de poder. Y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y
racionalización de la vida.
Pero este poder organizado no
está ya en manos de las personas sino en las estructuras. Se ha convertido en
«un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance de cada individuo. En
gran parte, éste se ha convertido en mero ejecutivo, atrapado en un sistema de
relaciones que ya no puede dominar.
Entonces, la tentación de
inhibirse es grande. ¿Qué puede hacer uno para mejorar esta sociedad? Más de
uno piensa que son los grandes y poderosos, los que detentan el poder político
o económico, los que, por sí solos, han de operar el cambio que necesita esta
humanidad para ser mejor y más feliz.
Y no es así. Hay en el evangelio
una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad.
Jesús no habla de cosas grandes.
El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede
pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña. Pero algo que esta llamado
a crecer y fructificar de manera insospechada.
Quizás necesitamos todos aprender
de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. Probablemente no
estamos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita
a vivir poniendo un poco de felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo
diario.
Un gesto amigable al hombre que
vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de
cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un
corazón agobiado... no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos podemos sembrar en
una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto de las cosas
sencillas y buenas.
José Antonio Pagola
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