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6 de junio de 2010
Homilias de José Antonio Pagola
El Cuerpo y Sangre de Cristo(C)
PRIMERA LECTURA
1 Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
EVANGELIO
Lucas 9,11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
HOMILIA
6 de junio de 2010
HACER MEMORIA DE JESÚS
Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía». Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del Señor ha sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
La escucha del Evangelio. Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
La memoria de la Cena. Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando con fe sus palabras: "Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte... Éste es el cáliz de mi sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he amado hasta el extremo".
En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús". Nos sentimos salvados por Cristo nuestro Señor.
La oración de Jesús. Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación de todo mal.
La comunión con Jesús. Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: "Señor, quiero comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un mundo más humano".
José Antonio Pagola
HOMILIA
10 de junio de 2007
CADA DOMINGO
Comieron todos y se saciaron
Para celebrar la eucaristía dominical no basta con seguir las normas prescritas o pronunciar las palabras obligadas. No basta tampoco cantar, santiguarse o darnos la paz en el momento adecuado. Es muy fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón; oír las lecturas correspondientes y no escuchar la voz de Dios; comulgar piadosamente sin comulgar con Cristo; darnos la paz sin reconciliarnos con nadie. ¿Cómo vivir la misa del domingo como una experiencia que renueve y fortalezca nuestra fe?
Para empezar, es necesario escuchar desde dentro con atención y alegría la Palabra de Dios y, en concreto, el evangelio de Jesús. Durante la semana hemos visto la televisión, hemos escuchado la radio y hemos leído la prensa. Vivimos aturdidos por toda clase de mensajes, voces, ruidos, noticias, información y publicidad. Necesitamos escuchar otra voz diferente que nos cure por dentro.
Es un respiro escuchar las palabras directas y sencillas de Jesús. Traen verdad a nuestra vida. Nos liberan de engaños, miedos y egoísmos que nos hacen daño. Nos enseñan a vivir con más sencillez y dignidad, con más sentido y esperanza. Es una suerte hacer el recorrido de la vida guiados cada domingo por la luz del evangelio.
La plegaria eucarística constituye el momento central. No nos podemos distraer. «Levantamos el corazón» para dar gracias a Dios. Es bueno, es justo y necesario agradecer a Dios por la vida, por la creación entera, por el regalo que es Jesucristo. La vida no es sólo trabajo, esfuerzo y agitación. Es también celebración, acción de gracias y alabanza a Dios. Es un respiro reunirnos cada domingo para sentir la vida como regalo y dar gracias al Creador.
La comunión con Cristo es decisiva. Es el momento de acoger a Jesús en nuestra vida para experimentarlo en nosotros, para identificarnos con él y para dejarnos trabajar, consolar y fortalecer por su Espíritu.
Todo esto no lo vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo. Cantamos juntos el Padrenuestro sintiéndonos hermanos de todos. Le pedimos que a nadie le falte el pan ni el perdón. Nos damos la paz y la buscamos para todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
13 de junio de 2004
UNA DESPEDIDA INOLVIDABLE
Comieron todos
Celebrar la eucaristía es revivir la última cena que Jesús celebró con sus discípulos y discípulas la víspera de su ejecución. Ninguna explicación teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna devoción interesada nos ha de alejar de la intención original de Jesús. ¿Cómo diseño él aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una vez y otra vez aquella despedida inolvidable?
Antes que nada, Jesús quería contagiarles su esperanza indestructible en el reino de Dios. Su muerte era inminente; aquella cena era la última. Pero un día se sentaría a la mesa con una copa en sus manos para beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá impedir ese banquete final del Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la eucaristía es reavivar la esperanza: disfrutar desde ahora con esa fiesta que nos espera con Jesús junto al Padre.
Jesús quería, además, prepararlos para aquel duro golpe de su ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu. Celebrar la eucaristía es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.
Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así: entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la bendición de Dios». Celebrar la eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.
Jesús quería que los suyos se sintieran una comunidad. A los discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a todos a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la «copa de salvación» bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en mi sangre». Celebrar la eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.
José Antonio Pagola
HOMILIA
Año 1998
CUIDADO CON LA EUCARISTÍA
Los cristianos repetimos con frecuencia que la eucaristía es el centro vital de la Iglesia y la experiencia nuclear de la vida cristiana. Y realmente es así. Lo recordó con fuerza especial el Concilio Vaticano II: “No se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la eucaristía.”
Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha hecho de todo con la Cena del Señor. La misa ha servido de marco para celebrar homenajes y escuchar grandes conciertos; se han organizado “misas de campaña” para animar al combate a los ejércitos; se han hecho funerales para defender una determinada ideología. Es evidente que en todo esto no se busca precisamente celebrar “el memorial del Señor”, sino algo mucho más ambiguo y confuso.
Sin llegar a estos abusos, la eucaristía queda vacía también de su contenido esencial cuando se convierte en práctica rutinaria sin repercusión alguna en nuestras vidas. Esas misas no construyen comunidad ni alimentan la vida cristiana. Al contrario, como dice J. von Allmen: “La Cena hace enfermar a la Iglesia cuando no es el lugar de un amor confesado y compartido-“
Es una contradicción grave comulgar con Cristo todos los domingos en la más recogida intimidad, y no preocuparnos durante la semana de comulgar con los hermanos; compartir el pan eucarístico, e ignorar el hambre de millones de seres humanos privados de pan, justicia y paz; celebrar el “sacramento del amor”, y no revisar nuestros egoísmos individuales y colectivos o nuestra apatía ante situaciones de injusticia y olvido de los más desvalidos; escuchar la Palabra de Dios en las Escrituras, y no oír los gritos de sus hijos más necesitados; darnos todos los domingos el abrazo de paz, y no trabajar por hacerla realidad entre nosotros.
Vivida así, la eucaristía no provoca conversión ni pone en seguimiento de Cristo. Al contrario, puede convertirse en “coartada religiosa” que, al ofrecer la satisfacción del deber religioso cumplido, refuerza inconscientemente lo que J. B. Metz ha llamado “el “status quo” de nuestros corazones aburguesados”. Se exhorta mucho a los cristianos a que no dejen de participar en la eucaristía dominical, En esta fiesta del Corpus yo quiero hacer oír otro grito: ¡Cuidado con la eucaristía vivida de manera rutinaria!
José Antonio Pagola
HOMILIA
Año 1992
CON CARIÑO Y HUMOR
Comieron todos
He aquí algunas sugerencias, pensadas con cariño y algo de humor para ser seguidas por aquellos a quienes la misa "no les dice nada".
Al oír, en la mañana del domingo, la llamada de las campanas que invitan a los creyentes a la oración y la acción de gracias a Dios, no las dejes resonar en tu interior.
Bastante ocupado estás en organizarte bien el domingo.
Nunca llegues a la iglesia con tiempo suficiente para estar unos minutos en silencio y prepararte para vivir la celebración.
Es mejor entrar a última hora de manera atropellada. Así se te hará todo más corto.
Colócate lo más atrás posible. Es más difícil seguir de cerca lo que se realiza en el altar, pero se domina mejor la situación y se está más tranquilo.
Además, puedes salir de los primeros.
A ser posible, no abras la boca en toda la celebración ni para cantar ni para unirte a la oración. Esto es para personas más "piadosas".
A ti te va más una postura seria y digna.
Si te animas a cantar algún canto, no se te ocurra fijarte en la letra para ver qué estás diciendo. Lo importante es que la canción salga bien y "suene" de manera agradable.
Ya habrá tiempo para comunicarte con Dios.
Al sentarte para oír la Palabra de Dios, no escuches el mensaje de las lecturas bíblicas. Es un buen momento para ponerte cómodo y descansar. Puedes observar qué personas han acudido a misa.
Las palabras del lector te servirán de "música de fondo".
La homilía puede ser un momento más interesante o un verdadero ejercicio de "paciencia", todo hay que decirlo. En cualquier caso, ya te sabes más o menos lo que dirá el sacerdote. Puedes, incluso, comentarlo a la salida.
Pero no se te ocurra escuchar interpelación o llamada alguna para ti.
Aprovecha los momentos de silencio (desgraciadamente, no suelen ser muchos) para recordar lo que tienes que hacer al salir de misa.
No entres dentro de ti para dar gracias a Dios o pedirle perdón. A ti no te van esas cosas.
Al comulgar, muestra tu habilidad en hacerlo de manera rápida y ágil. Así podrás pasar revista a los que vienen después de ti. Al llegar a tu sitio, no te recojas interiormente para comunicarte con Cristo.
Eso se hacía antes del Concilio.
Sobre todo, sé rápido al final porque ya sabes cómo se amontona luego la gente. No necesitas quedarte a recibir la bendición de Dios.
El te quiere y te bendice, incluso cuando estás ya fuera del templo.
Pero, eso sí. Cuando el sacerdote diga en la misa: "Levantemos el corazón", tú no abras la boca. No digas "Lo tenemos levantado hacia el Señor";.no lo digas porque no es verdad. Todavía no has "levantado tu corazón" hacia el Señor; y, si no lo haces, difícilmente te podrá decir algo la misa.
José Antonio Pagola
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