El pasado 2 de octubre, José Antonio Pagola nos visitó en la Parroquia de San Pedro Apóstol de la Iglesia de Sopela, dándonos la conferencia:
"Volver a Jesucristo. Iniciar la reacción".
Pulsando aquí podréis disfrutar de ella.
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¡Volver a Jesucristo! Iniciar la reacción.
Video de la Conferencia de Jose Antonio Pagola.
José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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La Santísima Trinidad (B)
EVANGELIO
Bautizados en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Lectura del santo
evangelio según san Mateo 28, 16-20
En aquel tiempo, los once
discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron,
pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les
dijo:
- «Se me ha dado pleno poder en
el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra de Dios.
HOMILIA
2014-2015 -
31 de mayo de 2015
LO
ESENCIAL DEL CREDO
… en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
A lo largo de los siglos, los
teólogos cristianos han elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin
embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que
ver con su vida esas admirables doctrinas.
Al parecer, hoy necesitamos oír
hablar de Dios con palabras humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre
corazón, confuso y desalentado, y reconforten nuestra fe vacilante.
Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de nuestro credo para aprender a
vivirlo con alegría nueva.
«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». No
estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados Dios
es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él
es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos sólo por amor, y
nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por
este mundo.
Su nombre es hoy olvidado y
negado por muchos. Nuestros hijos se van alejando de él, y los creyentes no
sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor.
Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y
Padre pues habríamos perdido nuestra última esperanza.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es el
gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre.
Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él, vemos al Padre:
en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios
humano, cercano, amigo.
Este Jesús, el Hijo amado de
Dios, nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es
lo que más quiere el Padre. Nos ha indicado, además, el camino a seguir: «Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo». Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos
podrá ofrecer su luz y su esperanza?
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Este
misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de
nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor
que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de
nosotros.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2011-2012 -
3 de junio de 2012
EL MEJOR
AMIGO
En el núcleo de la fe cristiana
en un Dios trinitario hay una afirmación esencial. Dios no es un ser tenebroso
e impenetrable, encerrado egoístamente en sí mismo. Dios es Amor y solo Amor.
Los cristianos creemos que en el misterio último de la realidad, dando sentido
y consistencia a todo, no hay sino Amor.
Jesús no ha escrito ningún
tratado acerca de Dios. En ningún momento lo encontramos exponiendo a los
campesinos de Galilea doctrina sobre él. Para Jesús, Dios no es un concepto,
una bella teoría, una definición sublime. Dios es el mejor Amigo del ser
humano.
Los investigadores no dudan de un
dato que recogen los evangelios. La gente que escuchaba a Jesús hablar de Dios
y le veía actuar en su nombre, experimentaba a Dios como una Buena Noticia. Lo
que Jesús dice de Dios les resulta algo nuevo y bueno. La experiencia que
comunica y contagia les parece la mejor noticia que pueden escuchar de Dios.
¿Por qué?
Tal vez lo primero que captan es
que Dios es de todos, no solo de los que se sienten dignos para presentarse
ante él en el templo. Dios no está atado a un lugar sagrado. No pertenece a una
religión. No es propiedad de los piadosos que peregrinan a Jerusalén. Según
Jesús, "hace salir su sol sobre buenos y malos". Dios no excluye ni
discrimina a nadie. Jesús invita a todos a confiar en él: "Cuando oréis decid: ¡Padre!".
Con Jesús van descubriendo que
Dios no es solo de los que se acercan a él cargados de méritos. Antes que a
ellos, escucha a quienes le piden compasión porque se sienten pecadores sin
remedio. Según Jesús, Dios anda siempre buscando a los que viven perdidos. Por
eso se siente tan amigo de pecadores. Por eso les dice que él "ha venido a buscar y salvar lo que
estaba perdido".
También se dan cuenta de que Dios
no es solo de los sabios y entendidos. Jesús le da gracias al Padre porque le
gusta revelar a los pequeños cosas que les quedan ocultas a los ilustrados.
Dios tiene menos problemas para entenderse con el pueblo sencillo que con los
doctos que creen saberlo todo.
Pero fue, sin duda, la vida de
Jesús, dedicado en nombre de Dios a aliviar el sufrimiento de los enfermos,
liberar a poseídos por espíritus
malignos, rescatar a leprosos de la marginación, ofrecer el perdón a pecadores
y prostitutas..., lo que les convenció que Jesús experimentaba a Dios como el
mejor Amigo del ser humano, que solo busca nuestro bien y solo se opone a lo
que nos hace daño. Los seguidores de Jesús nunca pusieron en duda que el Dios
encarnado y revelado en Jesús es Amor y solo Amor hacia todos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2008-2009 – RECUPERAR EL EVANGELIO
7 de junio de 2009
LO
ESENCIAL DEL CREDO
(Ver homilía del 31 de mayo de
2015)
José Antonio Pagola
HOMILIA
2005-2006 – POR LOS CAMINOS DE JESÚS
11 de junio de 2006
SÓLO AMOR
… en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¿Es necesario creer en la
Trinidad, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual
innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe en Dios y nuestra vida cristiana si no
creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la
doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».
Nada más lejos de la realidad. La
fe en la Trinidad cambia no sólo nuestra manera de mirar a Dios sino también
nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que
Dios es un misterio de comunión y de amor. Dios no es un ser frío, cerrado e
impenetrable, inmóvil e indiferente. Dios es un foco de amor insondable. Su
intimidad misteriosa es sólo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo
último de la realidad dando sentido y existencia a todo no hay sino Amor. Todo
lo existente viene del Amor.
El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el
amor: «Sólo él empieza a amar sin
motivos, es más, es él quien desde siempre ha empezado a amar» (E. Jüngel).
El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde
fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca retirará su
amor y fidelidad. De él sólo brota amor. Consecuencia: creados a su imagen,
estamos hechos para amar. Sólo amando acertamos a vivir plenamente.
El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado
eternamente» antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la
respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste pues en dar y
en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es
también divino! Consecuencia: creados a imagen de Dios, estamos hechos no sólo
para amar sino para ser amados.
El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor
eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino
no es cerrazón o posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo.
El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación hasta sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5).
Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos
mutuamente sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.
José Antonio Pagola
HOMILIA
11 de junio de 2006
MINIATURA
DE DIOS
A lo largo de veinte siglos de
cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre la
Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin embargo,
ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es «discurrir»
mucho, sino «saber» algo del amor.
La razón es sencilla. La teología
cristiana viene a decir, en definitiva, que Dios es Amor. No es una realidad
fría e impersonal, un ser triste, solitario y narcisista. No hemos de
imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo. En su ser más
íntimo, Dios es amor, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua,
abrazo, comunión de personas.
Lo grande es que nosotros estamos
hechos a imagen de ese Dios. El ser humano es una especie de «miniatura» de
Dios. Es fácil intuirlo. Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados,
siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos
compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir
vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en
nosotros proviene de él.
Por eso, el mejor camino para
aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de él, sino las
experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos jóvenes se
besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos esposos hacen
brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que, incluso
cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.
Quien no sabe nada de dar y
recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se escucha a sí
mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio interés, quien
sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de Dios?
El amor trinitario de Dios no es
un amor excluyente, un «amor egoísta» entre tres. Es amor que se difunde y
regala a todas las criaturas. Por eso, quien vive el amor desde Dios, aprende a
amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede
incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida a
construir un mundo más amable y digno de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2002-2003 – REACCIONAR
15 de junio de 2003
LA FIESTA
DE DIOS
En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¿Cómo se comunicaba Jesús con
Dios?, ¿qué sentimientos despertaba en su corazón?, ¿cómo le experimentaba día
a día? Una cuidadosa investigación lleva a una doble conclusión: Jesús le
sentía a Dios como Padre, y lo vivía todo impulsado por su Espíritu.
Jesús se sentía «hijo querido» de
Dios. Siempre que se comunica con él, lo llama Padre. No le sale otra palabra.
Para él, Dios no es el «Santo» del que hablan todos, sino el «Compasivo». No
habita en el Templo acogiendo sólo a los de corazón limpio y manos inocentes.
Jesús lo ve llenando la creación entera, sin excluir a nadie de su amor
compasivo. Cada mañana disfruta porque Dios hace salir su sol sobre buenos y
malos.
Ese Padre tiene un gran proyecto
en su corazón: hacer de la tierra una casa habitable. Jesús no duda. Dios no
descansará hasta ver a sus hijos e hijas disfrutando juntos de una fiesta
final. Nadie lo podrá impedir: ni la crueldad de la muerte ni la injusticia de
los hombres. Como nadie puede impedir que llegue la primavera y lo llene todo
de vida.
Jesús vive lleno de Dios, y
movido por su Espíritu, sólo se dedica a una cosa: hacer un mundo más humano
para todos. Todos han de conocer la Buena Noticia, sobre todo los que menos se
lo esperan: los pecadores y los despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A
todos busca, a todos llama. No vive controlando a sus hijos, sino abriendo a
cada uno caminos hacia una vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su
propio corazón, le está escuchando a él.
Ese Espíritu le empuja a Jesús
hacia los que más sufren. Es normal, pues ve grabados en el corazón de Dios los
nombres de los más solos y desgraciados. Los que para nosotros no son nadie,
ésos son precisamente los predilectos de Dios. Jesús sabía que a ese Dios no le
entienden los grandes sino los pequeños. Su amor lo descubren quienes le buscan
porque no tienen a nadie que enjugue sus lágrimas.
La mejor manera de creer en el
Dios trinitario no es tratar de entender las explicaciones de los teólogos,
sino seguir los pasos de Jesús que vivió como Hijo querido de un Dios Padre y
que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer un mundo más amable para todos.
Es bueno recordarlo hoy que celebramos la fiesta de Dios.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1999-2000 – COMO ACERTAR
18 de junio de 2000
TERNURA
.... en
el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El misterio de Dios supera
infinitamente lo que la mente humana puede captar. Pero Dios ha creado nuestro
corazón con un deseo infinito de buscarle de tal manera que no encontrará
descanso más que en Él., Nuestro corazón, con su deseo insaciable de amar y ser
amado, nos abre un resquicio para intuir el misterio inefable de Dios.
En el delicioso relato de «El Principito», A. de Saint Exupéry
hace esta admirable afirmación: «Sólo con
el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». Es una
forma bella de exponer la intuición de los teólogos medievales:
«Ubi amor, ibi est oculus»: «donde reina el amor, allí hay ojos
que saben ver». San Agustín lo había dicho de un modo más directo: «Si ves el amor, ves la Trinidad».
Cuando el cristianismo habla de
la Trinidad quiere decir que Dios, en su misterio más íntimo, es amor
compartido. Dios no es una idea oscura y abstracta; no es una energía oculta,
una fuerza peligrosa; no es un ser solitario y sin rostro, apagado e
indiferente; no es una sustancia fría e impenetrable. Dios es Ternura
desbordante de amor.
Ese Dios trinitario es fuente y
cumbre de toda ternura. La ternura inscrita en el ser humano tiene su origen y
su meta en la Ternura que constituye el misterio de Dios. Por eso, la ternura
no es un sentimiento más; es signo de madurez y vitalidad interior; brota en un
corazón libre, capaz de ofrecer y de recibir amor, un corazón «parecido» al de
Dios.
La ternura es la «huella» más
clara de Dios en la creación; lo mejor que ha desarrollado la historia humana;
lo que mide el grado de humanidad de una persona. Esta ternura se opone a dos
actitudes muy difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como barrera, como muro, como apatía
e indiferencia ante el otro; el «repliegue
sobre uno mismo», el egocentrismo, la ausencia de solicitud y cuidado del
otro.
El mundo se encuentra ante una
grave alternativa entre una «cultura de la ternura» y, por tanto, del amor y de
la vida, o una «cultura del egoísmo», y por tanto, de la indiferencia, la
violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad saben qué han de promover.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1996-1997 – DESPERTAR LA FE
25 de mayo de 1997
MISTERIO
En el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Lo sepa o no, el ser humano está
siempre remitido a un Misterio sagrado que lo constituye y orienta desde el
fondo de su existencia. Este Misterio es lo más originario y fundamental de
nuestro ser, pero, por ello mismo, lo más oculto y desapercibido. Nos habla con
más claridad cuando guardamos silencio, y se nos hace más presente cuando,
desde la experiencia de nuestros propios límites, captamos su ausencia. A este
Misterio los creyentes llamamos Dios.
Es posible que alguno no caiga
nunca en cuenta de su presencia, pero él constituye lo más íntimo en nosotros
y, a la vez, lo más trascendente. El hombre o la mujer que acoge su propia
existencia con amor y responsabilidad absoluta, el que busca y espera con
confianza la plenitud de la vida, se está encontrando con Dios, cualquiera que
sea el nombre que le dé. En realidad, su verdadero nombre sólo es pronunciado con
verdad cuando enmudecemos ante su Misterio.
Es difícil captar, bajo el trajín
de la vida diaria, las experiencias más profundas de nuestra existencia, pero
todos sabe mos que nadie es dueño de su propia vida: todos venimos de lo
desconocido y nos encaminamos hacia lo desconocido. Lo queramos o no, hemos de
tomar postura ante el Misterio que nos envuelve. Podemos cerrar los ojos a lo
esencial de la existencia y encerrarnos en nuestra propia finitud o podemos
abrirnos confiadamente al Misterio que intuimos en el fondo de todo. A esto
último los creyentes llamamos creer en
Dios.
Quien se abre así a Dios puede
experimentar, en su historia más íntima, que ese Misterio silencioso y lejano
es, al mismo tiempo, amor cercano. Ese amor de Dios es la salvación del ser
humano y el verdadero sentido de todo cuanto existe. A este amor de Dios
intuido de alguna manera en lo hondo de nuestra existencia llamamos los
cristianos gracia.
Esta gracia es ofrecida a todos
como luz y como promesa de vida eterna. Actúa en cada hombre y en cada mujer
desde el fondo de su ser, aun antes de que asuma una religión o entre en una
iglesia. Toda persona puede acoger ese amor salvador de Dios siempre que viva
responsablemente el amor, escuche fielmente la voz de su conciencia y confíe en
el Misterio de Dios a pesar de todas la tinieblas y oscuridades. Esta confianza
fundamental en Dios podemos compartirla quienes nunca pronunciarán el nombre de
la Trinidad y quienes bajo este
nombre adoramos y agradecemos su Amor eterno.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1993-1994 – CREER ES OTRA COSA
29 de mayo de 1994
¿VACIO
MENTAL O ENCUENTRO CON DIOS?
… en el
nombre del Padre, y del Ho, y del Espíritu Santo...
Está creciendo el número de
personas, creyentes o no, que buscan en la meditación una especie de terapia
eficaz contra el «stress» o el desequilibrio interior provocados por el ritmo
agitado de la vida moderna. Basta leer los anuncios de los periódicos para
comprobar la oferta de los diferentes centros, gurús o yoguis.
Por otra parte, el contacto cada
vez más frecuente con las religiones orientales y sus métodos de meditación
está llevando a no pocos cristianos a incorporar técnicas como el zen o el
yoga, desconocidas entre nosotros hasta hace unos años.
Todo ello puede ser enormemente
positivo y enriquecedor para los cristianos de Occidente si sabemos reavivar la
originalidad de la meditación cristiana sin desfigurarla ni sustituirla con
elementos extraños. De ahí la necesidad de algunos criterios claros.
Antes que nada, hemos de recordar
que la meditación cristiana es diálogo personal, íntimo y profundo entre el
hombre y Dios. Una meditación que desembocara solo en un estado de quietud o en
«una inmersión en el abismo indeterminado de la divinidad» no es todavía
encuentro gozoso con el Dios trinitario. La meditación cristiana es alabanza e
invocación confiada al Padre, escucha fiel del Hijo, transformación gozosa en
el Espíritu Santo.
Por otra parte, las diversas
técnicas pueden ser una preparación óptima para la contemplación cristiana, conduciendo
a la persona de la agitación y dispersión al recogimiento y silencio interior,
necesarios para el encuentro personal con Dios. Pero las técnicas no «producen»
automáticamente la «experiencia de Dios», que siempre es un acontecimiento de
gracia. Por eso, no hay que confundir nunca las sensaciones de quietud y
distensión que generan ciertos ejercicios síquico-físicos con la comunicación
espiritual con Dios.
Asimismo, el «vacío mental» que
se logra a través de ciertas técnicas no tiene en sí mismo valor religioso
cristiano si no lleva a la persona a «llenarse» de la riqueza del Dios
trinitario, misterio de amor insondable, que suscita en el orante la adoración,
la acción de gracias y la invocación confiada.
Por último, no hemos de olvidar
que la meditación cristiana conduce a la purificación de la persona,
liberándola, sobre todo, de ese egoísmo desordenado que la lleva a acaparar las
cosas y las personas para someterlas a su propio yo como a su destino último.
Una «experiencia de Dios» que no transforma moralmente a la persona, es un
engaño. El Dios cristiano siempre remite al orante a la práctica del amor al
prójimo.
La fiesta de la Trinidad es una
invitación a la acogida gozosa del misterio gratuito de Dios. San Cirilo de Jerusalén decía que «la Trinidad se revela a quien ¡a acoge como
gracia y no a quien la manipula como una presa del entendimiento».
José Antonio Pagola
HOMILIA
1990-1991 – DESPERTAR LA ESPERANZA
26 de mayo de 1991
RECUPERAR
UN SIMBOLO
En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Los gestos simbólicos pueden
ayudarnos a vivir la existencia con más hondura, pero, repetidos de manera
distraída, pueden convertirse en algo mecánico y rutinario, vacío de todo
significado vital.
Así sucede con frecuencia con esa
cruz que los cristianos hemos aprendido desde niños a trazar sobre nosotros
mismos y que resume toda nuestra fe sobre el misterio de Dios y sobre el
espíritu que ha de animar nuestra vida entera.
Esa cruz es "la señal del
cristiano" que ilumina nuestro caminar diario. Ella nos recuerda a un Dios
cercano, entregado por nosotros. Esa cruz nos da esperanza. Nos enseña el
camino. Nos asegura la victoria final en Cristo resucitado.
Pero ese gesto tiene un
significado más hondo. Al hacer la cruz con nuestra mano, desde la frente hasta
el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, consagramos nuestra
frente, boca y pecho, expresando así el deseo de acoger el misterio de Dios
Trinidad en nosotros y la trayectoria que queremos dar a nuestra vida.
Esto es lo que queremos: que los
pensamientos que elabora nuestra mente, las palabras que pronuncia nuestra
boca, los sentimientos y deseos que nacen de nuestro pecho, sean los de un
hombre o mujer que viva "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
El gesto nos anima así a superar
la dispersión de nuestra vida unificando todas nuestras actividades para vivir
desde una confianza total en el Padre,
siguiendo fielmente al Hijo encarnado
en Jesús, dejándonos impulsar por la acción del Espíritu en nosotros.
Al mismo tiempo, este gesto
realizado conscientemente en medio de una sociedad que va vaciando la vida de
su grandeza y misterio, nos invita a vivir adorando el misterio trinitario de
Dios, origen, fundamento y meta última de toda la creación, y dándole gracias
por el don misterioso de la vida.
El creyente vive envuelto por
este símbolo tan expresivo. Lo hacemos al comenzar la Eucaristía y al recibir
la bendición final, al iniciar y terminar una oración, al bendecir la mesa, al
empezar el día y al acostarnos. Si lo hiciéramos de manera consciente, podría
ser un mensaje de alegría y salvación en medio de nuestra vida.
En esta fiesta de la Trinidad
hemos de recordar que el misterio de la Trinidad no es un asunto para la
reflexión exclusiva de los teólogos o la experiencia de los místicos. También
un humilde creyente, alejado incluso de la práctica religiosa, puede elevar su
corazón hasta Dios y santiguarse despacio en el nombre de la Trinidad,
agradeciendo arrepentido su perdón y alabando gozoso su amor insondable.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1987-1988 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
29 de mayo de 1988
TRINIDAD
En el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Desgraciadamente, la Trinidad no
representa nada realmente decisivo en la vida de muchos cristianos.
Su fe gira en torno a dos polos:
Por una parte, un Dios lejano, más o menos indefinido, al que se teme o invoca
en las situaciones límite. Y por otra, ese Jesús más o menos conocido del que
hablan los evangelios.
Si por un imposible, la Trinidad
fuera eliminada un día de la doctrina cristiana, nada cambiaría en su corazón
ni en su vida.
La Trinidad les resulta una idea
extraña y abstrusa. Una especie de «teorema religioso” para entretenimiento de
teólogos desocupados pero sin incidencia alguna en la vida práctica.
Sin embargo, es el Dios
trinitario cuya imagen llevamos impresa en nuestro propio ser, quien fundamenta
la estructura más profunda del hombre.
Dios es Padre, es don, comunicación, fuente de vida. Dios es Hijo, es acogida, respuesta agradecida y
amorosa. Dios es Espíritu, es
intercambio de vida, comunión y diálogo de amor.
Dar. Acoger. Intercambiar vida y
amor. Esa es la necesidad más profunda que se encierra en el ser humano.
Siempre que amamos con ternura y
hacemos nacer la vida a nuestro alrededor, siempre que somos amados con respeto
y acogemos en nosotros ese amor o amistad, siempre que compartimos e
intercambiamos vida, estamos saboreando el amor trinitario del que brota
nuestro verdadero ser.
Lo sepa o no, el hombre, para ser
plenamente humano, necesita amar, ser amado y compartir amorosamente la vida.
Por ello, quien viva sólo para
sí, en actitud narcisista, en la pura contemplación de sí mismo, no llegará
nunca a ser humano. Como tampoco lo será el autosuficiente que crea bastarse a
sí mismo y no necesitar de nadie para vivir.
Pero las consecuencias son
todavía más graves. Cuando marginamos a alguien excluyéndolo de nuestra amistad
o solidaridad o arrinconándolo en la soledad o el desprecio, lo estamos
deshumanizando.
Cuando vivimos en actitud
paternalista o de manera dominante y machista, estamos impidiendo que crezca a
nuestro alrededor una vida verdaderamente humana.
Confesar la Trinidad como fuente
última de nuestro ser exige vivir de manera trinitaria, generando y acogiendo
vida, en una actitud de intercambio amoroso y creador.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1984-1985 – BUENAS NOTICIAS
2 de junio de 1985
DIOS ES
HUMILDE
en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
En otros tiempos, «Dios» fue una palabra llena de sentido
para muchos hombres y mujeres. Hoy son cada vez más los que se avergüenzan de
hablar de Dios de manera seria. Para muchos, Dios trae malos recuerdos. No
interesa pensar en él. Es mejor «pasar» de Dios.
¿Cuál es la raíz profunda de este
«ateísmo mediocre» que sigue creciendo en el corazón de tantos que, incluso, se
llaman cristianos? Quizás, muchos de ellos han experimentado a Dios como
alguien prepotente, tirano poderoso ante el que tenemos que defender nuestra
libertad, rival invencible que nos roba la espontaneidad y la felicidad.
Sin darse cuenta, siguiendo la
invitación de F. Nietzsche, están
matando en su corazón a este Dios indeseado porque están secretamente
convencidos de que ¿s un ser prepotente que nos estropea la vida avasallando
nuestra libertad.
No saben que ese Dios tirano y
dominador contra el que inconscientemente se rebelan, es un fantasma que no
existe en la realidad.
La clave para recuperar de nuevo
la fe en el verdadero Dios sería, para muchos, descubrir que Dios es amigo
humilde y respetuoso. Dios no es un ídolo satisfecho de sí mismo y de su poder.
No es un tirano narcisista que se goza y se complace en su omnipotencia.
Dios no grita, no se impone, no
coacciona. Dios no se exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que
se quejan de que Dios es demasiado invisible y no interviene espectacularmente
en nuestras vidas, ni siquiera para reaccionar ante tantas injusticias. No han
descubierto todavía que Dios es invisible porque es discreto y respeta hasta el
final la libertad de los hombres.
La fiesta de la Trinidad nos
vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez. Dios sólo es Amor y su
gloria y su poder consiste sólo en amar. Para nosotros, la gloria siempre es
algo ambiguo y nos sugiere renombre, éxito por encima de todo, triunfo sobre
los demás, poder que puede con los otros... La gloria de Dios es otra cosa.
Dios sólo es amor y, precisamente
por eso, no puede sino amar. Dios no
puede manipular, humillar, abusar, destruir. Dios sólo puede acercarse a
nosotros para que nosotros podamos ser nosotros mismos. «La gloria de Dios
consiste en que el hombre esté lleno de vida» como dice S. Ireneo.
Muchos hombres y mujeres
cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran que su idea de Dios es una «degradación
lamentable» y si aprendieran a creer en un Dios humilde y respetuoso, amigo de
la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe ni puede hacer otra
cosa que querernos.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1981-1982 – APRENDER A VIVIR
6 de junio de 1982
DIOS
En el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Alguien ha dicho que «la
humanidad sufre hoy la más terrible de todas las experiencias: la lejanía de
Dios» (L. Boros). Lo cierto es que
para muchos contemporáneos, Dios es algo lejano y vago, algo que se confunde
casi con lo ilusorio e irreal.
De hecho, son bastantes los que
casi insensiblemente, van pasando poco a poco de una fe débil y superficial a
un ateísmo también débil y superficial, sin detenerse con sinceridad ante la
realidad de quien es origen y destino último de nuestro ser.
¿Cómo dar de nuevo un contenido
vivo a ese nombre de «Dios» cuando uno lo ha ido vaciando de vida, con una fe
banal y una existencia mediocre? ¿Cómo aprender de nuevo a vivir con gozo ante
Dios?
Quizás el gesto primero y más
espontáneo del hombre actual al sentirse interpelado por Dios, sea la retirada,
la huída cobarde y silenciosa. ¿Cómo ponerse de nuevo en camino hacia El?
Probablemente hemos de
redescubrir, antes que nada, que Dios en su realidad más profunda es trinidad.
Es decir, que Dios no es algo frío e impersonal, un ser solitario e inerte,
sino vida compartida, amor comunitario, amistad gozosa, ternura vida en
plenitud.
Dios no es alguien que nos ciega
con su poder divino. Dios es amor que nos acoge, amistad que nos envuelve,
ternura que nos busca por todos los caminos de nuestra existencia.
Por eso la presencia de Dios en
el mundo es humilde y discreta, como lo es siempre la presencia de la ternura y
el amor verdadero.
Sólo quien sabe de amor sabe de
Dios. Sólo quien es capaz de vivir incondicionalmente la amistad, de irradiar
amor y bondad en esta sociedad egoísta, de poner un poco de justicia y ternura
en la construcción de este mundo, puede encontrar a Dios.
Es el amor vivido
incondicionalmente el que purifica nuestras falsas imágenes de Dios, y nos
coloca en la verdad y la humildad necesarias para acercarnos al Dios
trinitario.
Ireneo de Lyon escribió una frase que se ha hecho famosa
aunque no es fácil de traducir: «gloria
Dei, vivens homo». Y viene a decir esto: el hombre que más honra a Dios es
aquél que está más lleno de vida. Ciertamente, el hombre que da más gloria a la
Trinidad es aquél que con más fuerza y más pureza vive el amor y la ternura.
Nuestra sociedad no necesita
«defensores triunfalistas» que nos hagan la propaganda de Dios, sino testigos
humildes que con su vida nos hagan percibir el amor y la amistad de Dios por
los hombres.
José Antonio Pagola
Para
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