Homilias de José Antonio Pagola
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José Antonio Pagola: He recibido con satisfacción la resolución definitiva de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe sobre mi libro, Jesús.Aproximación histórica.
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31 de marzo de 2013
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (C)
EVANGELIO
Él había de resucitar
de entre los muertos.
+ Lectura del santo
evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día de la semana,
María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la
losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba
Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
-«Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto. »
Salieron Pedro y el otro discípulo
camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más
que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las
vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás
de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que
le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en
un sitio aparte.
Entonces entró también el otro
discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían
entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Palabra de Dios.
HOMILIA
2012-2013 -
31 de marzo de 2013
ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO
Según el relato de Juan, María de Magdala es la
primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada
que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado.
El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá
ahora? Así se lamenta ante los discípulos: "Se han llevado del sepulcro
al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Estas palabras de María podrían expresar la
experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús
resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien
creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando
poco a poco en los corazones?
Es un error que busquemos "pruebas" para
creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil
indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el
Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo
encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.
Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo
de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús,
cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el
encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: "Mujer, ¿por qué
lloras? ¿a quién buscas?".
Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo
semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última
de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy?
¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de
vida en nuestras comunidades?
Según el relato, Jesús está hablando con María, pero
ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con
la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: "¡María!".
Ella se vuelve rápida: "Rabbuní, Maestro".
María se encuentra con el Resucitado cuando se
siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de
vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la
invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.
No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado
alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el
contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por
los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que
mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2009-2010 – CON LOS OJOS FIJOS EN JESÚS
4 de abril de 2010
¿DÓNDE
BUSCAR AL QUE VIVE?
La fe en Jesús, resucitado por el
Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos.
Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su
desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e
incertidumbres.
María de Magdala es el mejor
prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan,
busca al crucificado en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo
busca «en el sepulcro». Todavía no
sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja
desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.
Los otros evangelistas recogen
otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden
olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta
el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les
indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado».
La fe en Cristo resucitado no
nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, sólo porque lo hemos
escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la
resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no
olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero
no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con
Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no
en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de
leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con
fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar, no entre
cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús
y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades
que ponen a Cristo en su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está Él».
Al que vive no lo encontraremos
en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas
vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con
él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que
no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un
"Jesús muerto". No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es
el que vive y hace vivir.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2006-2007 – HACERNOS DISCÍPULOS DE JESÚS
8 de abril de 2007
NO ESTÁ
ENTRE LOS MUERTOS
No
sabemos dónde lo han puesto.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado. Según Lucas, éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el
sepulcro de Jesús. Sin duda, el mensaje que hemos de escuchar también hoy sus
seguidores. ¿Por qué buscamos a Jesús en el mundo de la muerte? ¿Por qué
cometemos siempre el mismo error?
¿Por qué buscamos a Jesús en
tradiciones muertas, en fórmulas anacrónicas o en citas gastadas? ¿Cómo nos
encontraremos con él, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no
captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una
vida más digna y justa para todos?
¿Cómo nos encontraremos con el que vive, ahogando entre nosotros la
vida, apagando la creatividad, alimentando el pasado, autocensurando nuestra
fuerza evangelizadora, suprimiendo la alegría entre los seguidores de Jesús?
¿Cómo vamos a acoger su saludo de
Paz a vosotros, si vivimos
descalificándonos unos a otros? ¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado,
si estamos introduciendo miedo en la Iglesia? Y, ¿cómo nos vamos a liberar de
tantos miedos, si nuestro miedo principal es encontramos con el Jesús vivo y
concreto que nos transmiten los evangelios?
¿Cómo contagiaremos fe en Jesús
vivo, si no sentimos nunca arder nuestro
corazón, como los discípulos de Emaús? ¿Cómo le seguiremos de cerca, si
hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros, cuando
nos reunimos en su nombre?
¿Dónde lo vamos a encontrar hoy,
en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver
en los pequeños, los humillados y crucificados? ¿Dónde vamos a escuchar su
llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren
cerca o lejos de nosotros?
Cuando María Magdalena y sus
compañeras contaron a los apóstoles el mensaje que habían escuchado en el
sepulcro, ellos no las creyeron. Este
es también hoy nuestro riesgo: no escuchar a quienes siguen a un Jesús vivo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
2003-2004 – A QUIÉN IREMOS
11 de abril de 2004
EL NUEVO
ROSTRO DE DIOS
Que había
de resucitar de entre los muertos.
Ya no volvieron a ser los mismos.
El encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó
totalmente a sus discípulos. Lo empezaron a ver todo de manera nueva. Dios era
el resucitador de Jesús. Pronto sacaron las consecuencias.
Dios es amigo de la vida. No había ahora ninguna duda. Lo
que había dicho Jesús era verdad: «Dios no es un Dios de muertos, sino de
vivos». Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras, pero si Dios ha
resucitado a Jesús, esto significa que sólo quiere la vida para sus hijos. No
estamos solos ni perdidos ante la muerte. Podemos contar con un Padre que, por
encima de todo, incluso por encima de la muerte, nos quiere ver llenos de vida.
En adelante, sólo hay una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida
donde otros ponen muerte.
Dios es de los pobres. Lo había dicho Jesús de muchas
maneras, pero no era fácil creerle. Ahora es distinto. Si Dios ha resucitado a
Jesús, quiere decir que es verdad: «felices los pobres porque le tienen a
Dios». La última palabra no la tiene Tiberio ni Pilato, la última decisión no
es de Caifás ni de Anás. Dios es el último defensor de los que no interesan a
nadie. Sólo hay una manera de parecerse a él: defender a los pequeños e
indefensos.
Dios resucita a los crucificados. Dios ha reaccionado
frente a la injusticia criminal de quienes han crucificado a Jesús. Si lo ha
resucitado es porque quiere introducir justicia por encima de tanto abuso y
crueldad como se comete en el mundo. Dios no está del lado de los que
crucifican, está con los crucificados. Sólo hay una manera de imitarlo: estar
siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que hacen sufrir.
Dios secará nuestras lágrimas. Dios ha resucitado a
Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios. El despreciado ha sido
glorificado. El muerto está más vivo que nunca. Ahora sabemos cómo es Dios. Un
día él «enjugará todas nuestras lágrimas,
y no habrá ya muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado».
José Antonio Pagola
HOMILIA
2000-2001 – BUSCAR LAS RAÍCES
15 de abril de 2001
NO
CUALQUIER ALEGRIA
Que él
había de resucitar de entre los muertos.
¿Se puede celebrar la Pascua
cuando en buena parte del mundo es Viernes Santo? ¿Es posible la alegría cuando
tanta gente sigue crucificada? ¿No hay algo de falsedad y cinismo en nuestros
cantos de gozo pascual? No son preguntas retóricas, sino interrogantes que le
nacen al creyente desde el fondo de su corazón cristiano.
Parece que sólo podríamos vivir
alegres en un mundo sin llantos ni dolor, aplazando nuestros cantos y fiestas
hasta que llegue un mundo feliz para todos, y reprimiendo nuestro gozo para no
ofender el dolor de las víctimas. La pregunta es inevitable: si no hay alegría
para todos, ¿qué alegría podemos alimentar en nosotros?
Ciertamente, no se puede celebrar
la Pascua de cualquier manera. La alegría pascual no tiene nada que ver con la
satisfacción de unos hombres y mujeres que celebran complacidos su propio
bienestar, ajenos al dolor de los demás. No es una alegría que se vive y se
mantiene a base de olvidar a quienes sólo conocen una vida desgraciada.
La alegría pascual es otra cosa.
Estamos alegres, no porque han desaparecido el hambre y las guerras, ni porque
han cesado las lágrimas, sino porque sabemos que Dios quiere la vida, la
justicia y la felicidad de los desdichados. Y lo va a lograr. Un día, «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no
habrá ya muerte, ni habrá más llanto, ni gritos, ni dolor» (Ap 21, 4). Un
día, todo eso habrá pasado.
Nuestra alegría pascual se
alimenta de esta esperanza. Por eso, no olvidamos a quienes sufren. Al
contrario, nos dejamos conmover y afectar por su dolor, dejamos que nos
incomoden y molesten. Saber que Dios hará justicia a los crucificados no nos
vuelve insensibles. Nos anima a luchar contra la insensatez y la maldad hasta
el fin de los tiempos. No lo hemos de olvidar nunca: cuando huimos del
sufrimiento de los crucificados no estamos celebrando la Pascua del Señor, sino
nuestro propio egoísmo.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1997-1998 – UN CAMINO DIFERENTE
12 de abril de 1998
SÍ A LA
VIDA
Vio y
creyó.
La resurrección de Cristo
despierta en el creyente la esperanza en una vida eterna más allá de la muerte,
pero es, al mismo tiempo, un estímulo decisivo para impulsar la vida ahora
mismo en esta tierra. Los teólogos señalan con razón que la luz con que Cristo
resucitado se aparece a los discípulos no fue considerada como «resplandor de la mañana de la eternidad»,
sino como «luz del primer día de la nueva
creación» (J. Moltmann). La Pascua no es sólo anuncio de vida eterna. Es
también «vivificación» de nuestra condición actual.
Creer en la resurrección de
Cristo es mucho más que adherirse a un dogma. De la fe pascual nace en el
verdadero creyente un amor nuevo a la vida. Una afirmación de la vida a pesar
de los males, las injusticias, los sufrimientos y la misma muerte. Una lucha
apasionada contra todo lo que puede ahogarla, estropearla o destruirla.
Este amor a la vida cura
recuerdos dolorosos y libera de miedos y humillaciones que bloquean la
expansión sana de la persona. Dios nos quiere llenos de vida. Esta convicción
pascual conduce a luchar contra la resignación y la pasividad. Orienta nuestra
libertad hacia todo lo que es vida y ayuda a desplegar las posibilidades que
Dios ha sembrado en cada ser humano.
Este sí total a la vida es una de
las primeras experiencias del Espíritu del Resucitado al que no sin razón se le
llama «fons vitae», fuente de vida.
Quien vive de él no se acostumbra a la muerte, no se hace insensible a las
víctimas, no se entumece ante los que sufren. Decir sí a la vida es decir no a
la violencia y la destrucción, no a la miseria y al hambre, no a lo que mata y
envilece.
Este amor a la vida genera una
«vitalidad» que nada tiene que ver con las filosofías vitalistas enraizadas en la «voluntad de poder» (E Nietzsche) o
con el «culto a la salud» de la
sociedad occidental. Es más bien «el
coraje de existir» (P Tillich) propio de quien vive con la esperanza de que
Dios ama la vida, quiere para el hombre la vida y tiene poder para resucitarla
cuando queda destruida por la muerte.
En uno de los primeros discursos
que se recuerdan de los discípulos, Pedro llama al Resucitado «el autor de la vida» (Hch 3, 15). Es
una expresión de hondo contenido, pues realmente Cristo resucitado es el que
engendra en nosotros verdadera vida. Es bueno recordarlo y celebrarlo en esta
mañana de Pascua.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1994-1995 – VIVIR DESPIERTOS
16 de abril de 1995
LA PROPIA
EXPERIENCIA
Vio y
creyó.
No es suficiente el testimonio de
los primeros discípulos para que se despierte en nosotros la fe en Cristo
resucitado. No bastan tampoco las explicaciones de los exégetas o los
argumentos de los teólogos. La resurrección de Cristo es un acontecimiento que,
por su propia naturaleza, supera lo que un ser humano puede testificar a otros.
Sin duda, es legítimo y necesario
analizar con rigor lo acontecido después de la ejecución de Jesús y tratar de
comprobar a qué se debe esa transformación radical de unos hombres que antes se
resistían a creer en Jesús y ahora arriesgan su vida por el resucitado. Este
testimonio apostólico constituye el punto de arranque de la fe cristiana, pero
no basta para «fundamentar» el acto de fe de cada creyente. Para que se
despierte la «fe pascual» es necesaria también la propia experiencia de cada
uno.
El planteamiento acertado podría
formularse así: Estos primeros discípulos han vivido unas determinadas
experiencias que a ellos los han llevado a creer en Cristo resucitado. ¿Con qué
experiencias podemos contar nosotros hoy para agregarnos a su fe? Apoyados en
su testimonio, ¿qué nos puede llevar a nosotros a creer en un Cristo vivo?
Sugiero dos experiencias básicas.
Muchas personas no saben lo que
es leer personalmente el Evangelio y, con ello, se privan de una experiencia
fundamental: la escucha directa de las palabras de Jesús. Quien lo hace, no
puede evitar tarde o temprano una pregunta decisiva: ¿Con qué me encuentro
aquí?, ¿con las palabras de un profeta del pasado, cuyo contenido resulta cada
vez más anacrónico y desfasado a medida que pasan los años y los siglos, o con
el mensaje de alguien que está vivo y sigue hablando palabras que son «espíritu
y vida»? ¿Es lo mismo leer a Platón o Dostoievski que escuchar este mensaje?
Otra experiencia básica es la
eucaristía cristiana vivida con el corazón abierto al misterio. ¿Qué es esa
liturgia?, ¿un entretenimiento religioso de fin de semana para satisfacer
necesidades oscuras del ser humano o encuentro con alguien que está vivo?,
¿cantamos sin ser escuchados por nadie?, ¿nos dirigimos a un difunto desaparecido
hace mucho tiempo?, ¿la comunión es sólo un hermoso símbolo vacío de contenido
real? O más bien ¿somos alimentados y confortados por alguien que sigue vivo en
medio de nosotros? ¿Es lo mismo celebrar un congreso sobre Hegel que reunirnos
en nombre de Cristo para confesar nuestra esperanza?
Ante el misterio último de la
vida donde se sitúa en definitiva la fe en Cristo resucitado no sirven los
discursos teóricos ni las explicaciones de otros. Cada uno ha de hacer su
propio recorrido y vivir su experiencia. De lo contrario corre el riesgo de
hablar «de oídas». La fiesta de Pascua es una invitación a abrir el corazón.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1991-1992 – SIN PERDER LA DIRECCIÓN
19 de abril de 1992
VIVIR
RESUCITANDO
Vio y
creyó.
Los cristianos hablamos casi
siempre de la resurrección de Cristo como de un acontecimiento que constituye
el fundamento de nuestra propia resurrección y es promesa de vida eterna, más
allá de la muerte. Pero, muchas veces, se nos olvida que esta resurrección de
Cristo es, al mismo tiempo, el punto de partida para vivir ya desde ahora de
manera renovada y con un dinamismo nuevo.
Quien ha entendido un poco lo que
significa la resurrección del Señor, se siente urgido a vivir ya esta vida como
«un proceso de resurrección», muriendo al pecado y a todo aquello que nos
deshumaniza, y resucitando a una vida nueva, más humana y más plena.
No hemos de olvidar que el pecado
no es sólo ofensa a Dios. Al mismo tiempo, es algo que paga siempre con la
muerte, pues mata en nosotros el amor, oscurece la verdad en nuestra
conciencia, apaga la alegría interior, arruina nuestra dignidad humana.
Por eso, vivir «resucitando» es
hacer crecer en nosotros la vida, liberarnos del egoísmo estéril y parasitario,
iluminar nuestra existencia con una luz nueva, reavivar en nosotros la
capacidad de amar y de crear vida.
Tal vez, el primer signo de esta
vida renovada es la alegría. Esa alegría de los discípulos «al ver al Señor». Una alegría que no
proviene de la satisfacción de nuestros deseos ni del placer que producen las
cosas poseídas ni del éxito que vamos logrando en la vida. Una alegría
diferente que nos inunda desde dentro y que tiene su origen en la confianza
total en ese Dios que nos ama por encima de todo, incluso, por encima de la
muerte.
Hablando de esta alegría, Macario el Grande dice que, a veces, a
los creyentes «se les inunda el espíritu de una alegría y de un amor tal que,
si fuera posible, acogerían a todos los hombres en su corazón, sin distinguir
entre buenos y malos)). Es cierto. Esta alegría pascual impulsa al creyente a
perdonar y acoger a todos los hombres, incluso a los más enemigos, porque
nosotros mismos hemos sido acogidos y perdonados por Dios.
Por otra parte, de esta
experiencia pascual nace una actitud nueva de esperanza frente a todas las
adversidades y sufrimientos de la vida, una serenidad diferente ante los
conflictos y problemas diarios, una paciencia grande con cualquier persona.
Esta experiencia pascual es tan
central para la vida cristiana que puede decirse sin exagerar que ser cristiano
es, precisamente, hacer esta experiencia y desgranarla luego en vivencias,
actitudes y comportamiento a lo largo de la vida.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1988-1989 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA
26 de marzo de 1989
ACONTECIMIENTO
DECISIVO
Vio y
creyó...
No es fácil evocar hoy la
“explosión de vida” que significó la resurrección de Jesús que puso en marcha
el cristianismo.
No nos damos cuenta hasta qué
punto estamos configurados por una cultura obsesionada por el análisis y la
valoración de “los fenómenos observables”, pero miope para sintonizar con todo
aquello que no pueda ser reducido a datos controlables.
Nos creemos superiores a
generaciones pasadas sólo porque hemos logrado técnicas más sofisticadas para
verificar la realidad de nuestro pequeño mundo y no nos damos cuenta de que
hemos perdido capacidad para abrirnos a las realidades más importantes de la
existencia.
La resurrección no es un
acontecimiento más, que puede y debe ser aislado y analizado desde fuera. No es
un fenómeno que hay que iluminar desde el exterior, darle un sentido desde
otras verificaciones más sólidas y fiables.
La resurrección, por el
contrario, es el acontecimiento decisivo
desde donde se nos revela el misterio último de todo, el que lo ilumina todo
desde su interior, el que da sentido a toda nuestra existencia.
La resurrección de Jesucristo o
nos atrae hacia el misterio de Dios y nos hace entrar en relación con la Vida
que nos espera o queda reducido a un fenómeno “curioso” e inaccesible que todavía
tiene un impacto religioso en personas “ingenuas” que no han sabido adaptarse
aún a la sociedad del progreso.
Sin embargo, la salvación de
Jesucristo resucitado es ofrecida a todas las generaciones y a todas las
épocas.
Y el hombre moderno, miope para
todo lo que no puede tocar con sus manos o dominar con su técnica, enfermo de
nostalgia de una salvación que le permita caminar sin desesperar, está
necesitado de un mensaje de esperanza.
Las Iglesias no deberían olvidar
que la sociedad moderna necesita directrices morales sobre su conducta política
y económica o su comportamiento sexual, pero necesita, sobre todo, la oferta
convencida de una salvación que dé sentido a todo.
Los cristianos deberían ser,
antes que nada, una “reserva inagotable de esperanza” en medio de un mundo tan
amenazado por el sinsentido y el absurdo.
La celebración litúrgica de la
Pascua nos ha de ayudar a los creyentes a reavivar nuestra vocación de testigos
de la resurrección.
José Antonio Pagola
HOMILIA
1985-1986 – BUENAS NOTICIAS
30 de marzo de 1986
SI A LA
VIDA
Ha
resucitado.
Cuando uno es cogido por la
fuerza de la resurrección de Jesús, comienza a entender a Dios de una manera
nueva, como un Padre «apasionado por la vida» de los hombres, y comienza a amar
la vida de una manera diferente.
La razón es sencilla. La
resurrección de Jesús nos descubre, antes que nada, que Dios es alguien que
pone vida donde los hombres ponemos muerte. Alguien que genera vida donde los
hombres la destruimos.
Tal vez nunca la humanidad,
amenazada de muerte desde tantos frentes y por tantos peligros que ella misma
ha desencadenado, ha necesitado tanto como hoy hombres y mujeres comprometidos
incondicionalmente y de manera radical en la defensa de la vida.
Esta lucha por la vida debemos
iniciarla en nuestro propio corazón, «campo de batalla en el que dos tendencias
se disputan la primacía: el amor a la vida y el amor a la muerte» (E. Fromm).
Desde el interior mismo de
nuestro corazón vamos decidiendo el sentido de nuestra existencia, O nos
orientamos hacia la vida por los caminos de un amor creador, una entrega
generosa a los demás, una solidaridad generadora de vida.., O nos adentramos
por caminos de muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y decadente, una
utilización parasitaria de los otros, una apatía e indiferencia total ante el
sufrimiento ajeno.
Es en su propio corazón donde el
creyente, animado por su fe en el resucitado, debe vivificar su existencia,
resucitar todo lo que se le ha muerto y orientar decididamente sus energías
hacia la vida, superando cobardías, perezas, desgastes y cansancios que nos
podrían encerrar en una muerte anticipada.
Pero no se trata solamente de
revivir personalmente sino de poner vida donde tantos ponen muerte.
La «pasión por la vida» propia del
que cree en la resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí donde
«se produce muerte», para luchar con todas nuestras fuerzas frente a cualquier
ataque a la vida.
Esta actitud de defensa de la
vida nace de la fe en un Dios resucitador y «amigo de la vida» y debe ser firme
y coherente en todos los frentes.
Quizás sea ésta la pregunta que
debamos hacernos esta mañana de Pascua: ¿Sabemos defender la vida con firmeza
en todos los frentes? ¿Cuál es nuestra postura personal ante las muertes violentas,
el aborto, la destrucción lenta de los marginados, el genocidio de tantos
pueblos, la instalación de armas mortíferas sobre las naciones, el deterioro
creciente de la naturaleza?
José Antonio Pagola
HOMILIA
1982-1983 – APRENDER A VIVIR
3 de abril de 1983
EL RETO
DE LA RESURRECCION
Ha
resucitado.
En una cultura decididamente
orientada hacia el dominio de la naturaleza, el progreso técnico y el
bienestar, la muerte viene a ser «el pequeño fallo del sistema». Algo
desagradable y molesto que conviene socialmente ignorar.
Todo sucede como si la muerte se
estuviera convirtiendo para el hombre contemporáneo en un moderno «tabú» que,
en cierto sentido, sustituye a otros que van cayendo.
Es significativo observar cómo
nuestra sociedad se preocupa cada vez más de iniciar al niño en todo lo
referente al sexo y al origen de la vida, y cómo se le oculta con cuidado la
realidad última de la muerte. Quizás esa vida que nace de manera tan
maravillosa, ¿no terminará trágicamente en la muerte?
Lo cierto es que la muerte rompe
todos nuestros proyectos individuales y pone en cuestión el sentido último de
todos nuestros esfuerzos colectivos.
Y el hombre contemporáneo lo
sabe, por mucho que intente olvidarlo. Todos sabemos que, incluso en lo más
íntimo de cualquier felicidad, podemos saborear siempre la amargura de su
limitación, pues no logramos desterrar la amenaza de fugacidad, ruptura y
destrucción que crea en nosotros la muerte.
El problema de la muerte no se
resuelve escamoteándolo ligeramente. La muerte es el acontecimiento cierto,
inevitable e irreversible que nos espera a todos. Por eso, sólo en la muerte se
puede descubrir si hay verdaderamente alguna esperanza definitiva para este
anhelo de felicidad, de vida y liberación gozosa que habita nuestro ser.
Es aquí donde el mensaje pascual
de la resurrección de Jesús se convierte en un reto para todo hombre que se
plantea en toda su profundidad el sentido último de su existencia.
Sentimos que algo radical, total
e incondicional se nos pide y se nos promete. La vida es mucho más que esta
vida. La última palabra no es para la brutalidad de los hechos que ahora nos
oprimen y reprimen.
La realidad es más compleja, rica
y profunda de lo que nos quiere hacer creer el realismo. Las fronteras de lo
posible no están determinadas por los límites del presente. Ahora se está
gestando la vida definitiva que nos espera. En medio de esta historia dolorosa
y apasionante de los hombres se abre un camino hacia la liberación y la
resurrección.
Nos espera un Padre capaz de resucitar
lo muerto. Nuestro futuro es una fraternidad feliz y liberada. ¿Por qué no
detenerse hoy ante las palabras del Resucitado en el Apocalipsis «He abierto
ante ti una puerta que nadie puede cerrar.»?
José Antonio Pagola